Jornada Semanal,  9 de septiembre del 2001 
 
Jorge Amado

Navegación de cabotaje

Imagen tomada del libro Fotobiografía de Jorge Amado
Jorge Amado: marinero en cabotaje 

A Herculano, meu pae de santo en Xangó


Jorge Amado se negó a sacralizar sus recuerdos en un libro de memorias formal, como el que suelen escribir los grandes escritores para imprimir una huella inteligente a la historia de sus hechos personales.

Uno de sus últimos libros, Navegación de cabotaje, se incluye en una tradición de textos reflexivos sobre la historia personal, del que forman parte, sin duda, las Antimemorias de Malraux, pero en este caso, con una visión crítica más desenfadada.

Aunque el título hace referencia al cabotaje que concentra la navegación a las costas de un solo país, en este álbum de imágenes y remembranzas deliciosas no sólo encontramos una crónica detallada y con altas dosis de humor de varias décadas de la historia política, social e intelectual del Brasíl del siglo xx, sino también algunas páginas admirables sobre pensadores y creadores europeos y latinoamericanos, de poderosa influencia en el mundo contemporáneo. Amado escribe sobre Neruda, Eremburg, Alberti, Aragón o Sartre, entre otros, con una sana irreverencia y malicia noble de bahiano.

Como una fruta sabrosa, de colores y texturas intensas y desconocidas, así se antoja comparar este libro de apuntes para un libro de memorias que jamás escribirá Jorge Amado, según él mismo subtituló en Navegación de cabotaje y en el que también se destacan, sin orden ni cronología, las experiencias de un creador singular que fijó en muchos de sus textos la realidad multicultural de su exuberante país, un continente dentro de nuestro continente.

Pese a la opinión de algunos detractores y de quienes le niegan excelencia literaria porque encuentran en su obra que predomina una temática de arraigo social y popular, Jorge Amado es uno de los traductores más nítidos del poderoso influjo cultural de las naciones africanas trasplantadas por la esclavitud a una de las costas más hermosas y míticas del mundo.

En las páginas de ese libro tan ameno descubrimos un signo de universalidad, en tono coloquial como para andar por casa, y con un desparpajo que es un guiño al lector para que huya de las solemnidades y se sumerja en una tierra de dioses que aman, danzan y pregonan su vitalidad a través de las obras de sus hijos más célebres, como el propio Amado, y también como Caetano Veloso, Joao Gilberto, Carybé, Joao Ubaldo Ribeiro, Gilberto Gil, Pierre Verger, Gal Costa o María Bethania, de quien Julio Cortázar decía que era el lado femenino de su hermano Caetano o viceversa y ambos artistas uno o una sola, que nos fascinaba con su canto dulce.

Imagen tomada del libro Fotobiografía de Jorge AmadoHay que recordar que Jorge Amado se consideraba un escritor y no un literato y, ante todo, un Obá del Candomblé de Bahía, que en la lengua de los yorubas significa sabio. Tuve la inmensa fortuna de conocer algo de ese mundo durante uno de mis viajes a Salvador, en busca de las raíces del gran escritor brasileño. Nunca sabré del todo cómo se me abrieron las puertas del Terreiro de la mayor Babalorichá de Bahía, la Mae Mininiña del Gantois (la sacerdotisa, madre-niña, de un barrio antiguo de Salvador), que acogía en su manto de protección espiritual y poética a los más brillantes políticos, intelectuales y artistas brasileños de su época, entre estos últimos vale la pena recordar a Vinicius de Moraes y a Tom Jobim. Pero el hecho es que tuve acceso a un monumento vivo que reverenciaba Jorge Amado y que me reveló que el clima de sus obras sólo podía tener fundamento en la mezcla de algunos valores lusitanos con la cultura africana; la misma que no sólo trasladó en las mazmorras de los barcos negreros a sus dioses, sino que los trasplantó y los arropó en un sincretismo que dura hasta hoy, y que permitió a los bahianos y a otros brasileños contagiados, el desarrollo de una visión poética y sensual del mundo.

Prueba de esa magia a la que me refiero me la dio el propio Jorge Amado con un comentario sobre la imposición de los personajes de ficción sobre el autor y cómo el final de Doña Flor fue modificado la mañana siguiente a la noche en que le había puesto el punto final, para dar paso a una conclusión más a tono con el mundo fantástico y lúdico de una ciudad como Salvador de Bahía; pero sobre todo, a tono con la sensualidad, la sed y la exigencia amorosa de doña Flor.

Como sabemos, por la novela y la extraordinaria película con tema musical de Chico Buarque, terminó prevaleciendo, contra la opinión del autor, el ímpetu erótico del espíritu de Vadinho, convocado en un Ebó (hechizo). Doña Flor, en lugar de reunirse con su fogoso marido muerto, en un más allá nirvánico, decidió quedarse con los dos maridos, el uno, fantasma pecaminoso y oloroso a canela y clavo, y el otro, farmacéutico pequeño burgués, entre aromas de té de manzanilla en la entrepierna y pijama a rayas.

Finalmente cabe subrayar que, al concluir este maravilloso libro, Jorge Amado pidió que se le dejara reposar bajo el árbol de mango de su jardín, la mangueira que protegió su amor infinito por Zelia Gattai. Hace varias semanas fue respetada esa voluntad, al pie de la letra.

Edmundo Font