Jornada Semanal, 23 de septiembre del 2001 
 
León Guillermo Gutiérrez
 
 

Las cuatro esquinas 
de La vorágine

Un escueto cable enviado por un cónsul colombiano pone fin a la novela y a la vida de Arturo Cova: "Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!" En este ensayo, nuestro colaborador León Guillermo Gutiérrez estudia la estructura de una de las novelas emblemáticas de América Latina. Arturo Cova, al lado del Periquillo Sarniento, de Pedro Páramo, Demetrio Macías, Helena, Bras Cubas, Antonio Consejero, Segundo Sombra, Facundo, Fierro, María, Santa, Don Santos Banderas, Cara de Ángel, Aureliano Buendía, El Macho Camacho, Amaranta, Doña Bárbara, El Supremo, Carlos, Oliveira, La Maga, Molina, Artemio Cruz, La falsa tortuga, José Trigo, Juan Tepano, Los Moncada, El Chato, Beatriz, Larsen, Rosario, Opiano Licario, Pito Pérez, Anaconda, La Manuela, Martín Fierro, Macabea... forma parte de un repertorio de personajes que viven al mismo tiempo en la realidad y en la leyenda.

Publicada en 1924, La vorágine de José Eustasio Rivera fue un hito en la narrativa hispanoamericana. Sin dudar un instante, podemos afirmar que en la novela de Rivera confluyen romanticismo, naturalismo, realismo y modernismo, los que no sólo no se estorban sino la convierten en una novela sui generis, compendio y síntesis de los ismos de la época. El presente trabajo, que al principio tenía como intención desentrañar de la obra las aguas por las que corre, resultó el descubrimiento de los pilares que la sostienen. En este estudio se ofrece un análisis, por orden de aparición, de la forma como se han dado cita en esta obra singular cada uno de los movimientos literarios.

Romanticismo

Como es conocido, el romanticismo tuvo su origen en Francia y Alemania en la segunda mitad del siglo xviii, extendiéndose tardíamente a España y pasando antes por Inglaterra. Entre los grandes románticos encontramos a Goethe, Schiller, Hölderlin, Novalis, Victor Hugo, Gerard de Nerval, Sand y Chateaubriand, por mencionar unos cuantos. En la América decimonónica, el romanticismo tiene un caluroso recibimiento y surge la gran María de Isaacs como joya y cima de este gran movimiento en toda la América Latina.

Para Anderson Imbert, el romanticismo "eligió la fuente más inmediata, que era la del yo y su contorno. El romántico, más atento a las voces de su vida individual que a los consejos de una razón universal, se siente centro del mundo pero, al mismo tiempo, criatura de este mundo. El romanticismo afirma la inspiración libre y espontánea, los impulsos pasionales, el acondicionamiento histórico en la vida de los hombres y los pueblos. Los temas más típicos fueron el paisaje natural, los tipos humanos, las maneras de vivir en las diferentes circunstancias sociales y la historia".

Si se negara la presencia del romanticismo en La vorágine, se tendría que negar la existencia de Arturo Cova, protagonista, eje y médula de la novela, que reúne características perfectamente definidas como es el yo, la búsqueda de la soledad, la nostalgia, la fatalidad como sino absoluto. Si en algo coinciden muchos de los críticos es en la irrefutable personalidad romántica de Arturo Cova. Cristina Barros Stivalet describe a Cova:

Es el eterno inconforme. Nada en la vida le satisface; busca como los románticos, el ideal, con actitud derrotista, porque sabe que no lo encontrará jamás. Actitud que se hace más patente cuando nos habla de sus experiencias amorosas. La imaginación romántica y desbordante del protagonista no sólo alcanza la cursilería en cuanto al lenguaje, sino también en sus actitudes. Lo vemos envalentonado a veces, o poseído por un romanticismo que no le pide nada a los personajes de Espronceda.

El romanticismo se hace presente desde la configuración de la obra a manera de diario, lo que le imprime el tono íntimo de un yo atento a su búsqueda, a sus instintos e impulsos pasionales. Para Jean Franco:

Rivera concibió el personaje de Cova en términos del héroe romántico que rechaza cualquier control interno de sus emociones, que se muestra receptivo a los fugaces cambios de ánimo y que se deleita con las sensaciones.

Sería largo de describir y enumerar las múltiples ocasiones en que somos testigos de la inestabilidad emocional de Cova, siempre empujado por el desequilibrio; que camina sobre la fantasía, el arrebato, la lujuria y una sensibilidad patológica. El mismo móvil del joven poeta, de adentrarse en la naturaleza con su querida, lo hace desafiando los convencionalismos sociales; así, desde la primera página comienza a darnos los primeros apuntes de una personalidad que, reconstruida, arroja todas las manifestaciones del héroe romántico. En primer término, la idealización del amor; en un pasaje dice: "Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta." No cabe la menor duda de su convencimiento de destino trágico: "lloré por ser pobre, por andar mal vestido, por ese sino de tragedia que me persigue".

Abundantes son también las citas de su individualismo trascendental, creyéndose un ser único, diferente, por el hecho de que sus "huellas en el camino no se confunden con las demás". Su teatralidad la vemos tanto en sus actitudes como en sus exclamaciones.

Otros elementos románticos de nuestro personaje son el orgullo, la vanidad, la subjetivización de la naturaleza, su sentimentalismo. Las pasiones y emotividad de Arturo Cova lo conducen a la pérdida del equilibrio de la razón y, como una vorágine, lo arrastran al destino trágico de ser devorado por su propia irracionalidad. Otto Olivera dice: "Es que el romanticismo fue ?y es? precisamente el desconcierto de la personalidad bajo el dominio de lo irracional, la exaltación de la sensibilidad y del instinto por sobre lo racional" y lo compara al Rene de Chateaubriand:

Mi carácter era impetuoso y desigual. Alternativamente bullicioso y alegre, o taciturno y triste, ora reunía en mi derredor a mis jóvenes compañeros, ora los abandonaba súbitamente.

Arturo Cova, en quien la crítica ha hincado sus dientes llamándolo loco, héroe patológico, psicópata, héroe decadente, no es más que un pobre inocente, cuyo único pecado fue ser un romántico de pura cepa.

Naturalismo

El naturalismo se inicia propiamente en Francia con Emilio Zola y Balzac a la cabeza. Como características sobresalientes del naturalismo podemos señalar el especial interés en la observación de pasiones morbosas, énfasis de lo sórdido hasta la exageración de lo grotesco y, la identificación humana con el mundo animal en una simbiosis antropomórfica. Los naturalistas se basan en teorías de Claude Bernard, las positivistas y cientificistas. El hombre deja de ocuparse de sí mismo para tratar los males de la sociedad con fines de denuncia y transformación con un sentido nivelador de justicia. Se manifiesta el determinismo absoluto en el que se niega toda influencia personal, cobrando vigor la filosofía de Schopenhauer del mundo como voluntad y representación. Como elementos que definen y dan perfil al naturalismo, están los factores determinantes de raza, medio ambiente y momento histórico.

La crítica, aunque hace mención, no abunda en la expresión naturalista de La vorágine; no obstante, hay autores que no dudan al calificar a José Eustasio Rivera de "naturalista en toda la línea" como es el caso de Antonio María de Torre. El naturalismo en la obra se bifurca en dos sentidos completamente diferentes; por un lado tenemos la protesta social y por otro el tremendismo de lo grotesco. Aunque no es el propósito (afortunadamente, ya que perdería su valor), existe la denuncia de la explotación y condición de vida que prevalecían entre los caucheros de la región del Putumayo. Guillermo Ara exagera al afirmar que "el propósito de Rivera fue sin duda revelar un estado de infamia, delatar a gritos a los explotadores del indio y del mestizo, a los déspotas y embaucadores". Si ese fuera el caso, la riqueza y dimensiones de la novela se verían empobrecidas.

En cuanto a lo grotesco en La vorágine, Cedomil Goic opina:

La novela de Rivera resuelve espléndidamente, con una revelación de grotesco superior, trágico y demoniaco, las tensiones de lo real y lo misterioso sin dejar ?paradójicamente? de presentar el mundo novelístico con la aspereza aniquiladora con que el naturalismo, en general, narró los destinos caracterizados por un error o engaños originarios.

Es interesante observar la presencia de lo grotesco en el mundo animal, en que su fuerza destructora de manera horripilante vence al hombre. Como ejemplos que ilustran este naturalismo tenemos las macabras descripciones de los caimanes que se tragan al niño y a su madre; los perros, cuando uno arrastra el cadáver del Cayeno por el extremo del intestino; los caribes que descarnan a mordiscos a Barrera; la furia de las tambochas, hormigas carnívoras que, cual ejército, arrasan cuanto encuentran a su paso, y el decapitamiento de Millán por parte del toro. Otros dos elementos son el uso del lenguaje popular regionalista, así como la presencia y labor del científico francés.

Realismo

Para Fernando Alegría,
[...] la novela hispanoamericana al apartarse del folletín y de la novela romántica sentimental, adopta una forma de realismo en la que coexisten tres corrientes principales: la primera lleva el sello de Stendhal, Flaubert y Daudet, y se caracteriza por lo minucioso de sus descripciones, la equilibrada interpretación psicológica y un ideal de sencillez estilística que, en su disciplina, contrasta con la grandilocuencia del romanticismo; la segunda da importancia fundamental a los aspectos típicos del paisaje, de las costumbres, del lenguaje, sin quedarse en un pintoresquismo estático, sino explorando conflictos sociales e intelectuales, es esta tendencia la que se entronca más claramente con el realismo español del siglo xix, y, finalmente la tercera, inspirada en el realismo de Zola y los Goncourt, conocedora de la poesía simbolista francesa, e impulsada por arrebatos de ideología liberal y de sentimientos humanitarios, trata de captar en amplia síntesis el instante de crisis social y psicológica que viven nuestros países al iniciarse el siglo xx.

La novela de Rivera, inscrita dentro de la tradición realista, está concebida en el ardor de violentas pasiones y cargada de trascendentalismo individual y colectivo. Es la epopeya del mundo tropical americano. Así, vemos también en La vorágine un documento social que, lejos de ser panfletario, nos ofrece otra lectura de la obra desde la perspectiva del realismo, poniendo especial énfasis en el tratamiento de la realidad social y en el nítido retrato que hace del conflicto social que viven los hombres del Putumayo a principios del siglo xx y que, de alguna manera, son eco de las voces oprimidas bajo el yugo de la explotación, que clamaban en toda la América Latina y que todavía, aún dolorosas, escuchamos.

Modernismo

Con Rubén Darío a la cabeza, el modernismo triunfó como una manifestación de Hispanoamérica. En este movimiento, la perfección de la forma aprendida del parnasismo francés, así como el simbolismo, se conjugaron para buscar nuevos caminos de renovación rítmica, con una percepción propia de la belleza material. Se practicó la sinestesia, la aliteración, el cromatismo, el uso de términos metafóricos y del simbolismo. Se utilizaron símbolos de la aristocracia como el cuello del cisne, la cola de pavo real y la rosa. Se desbordó la pasión por lo exótico y lo oriental. De la novela del modernismo, Federico de Onis señala que "no puede reducirse a una fórmula estética; en ella conviven las nuevas tendencias de fines del siglo hacia la narración lírica con la verdadera incorporación a las letras americanas del realismo y el naturalismo europeo del siglo xix".

El modernismo, cuyo advenimiento comenzó en la poesía, buscando la abstracción y el exotismo, encontró cobijo también en la narrativa. Así, en Hispanoamérica, dice Alegría:

[...] se produce una literatura -genuinamente americana-, el propósito teórico de índole experimental, según la moda del naturalismo, pero el espíritu que la anima, así como el lenguaje que la expresa, son productos de una estética subjetivista más acorde con la decadencia simbolista europea.

Al hablar del modernismo en La vorágine no podemos olvidar que Rivera se formó en la tradición del modernismo, y que antes de ser novelista fue poeta con raíces en el parnasianismo y el simbolismo; por eso entendemos el "baño de oro" que dio a su obra. Ejemplificar sería tarea ociosa; baste únicamente señalar la existencia en la novela del abigarrado lenguaje simbolista; el uso de la sinestesia es tan exuberante como la naturaleza misma; las metáforas aparecen en la novela como gallinas en el gallinero; con las palabras lujosas se podría adornar una edificación principesca, y la leyenda de la indiecita Maipiripana parece salida de las exóticas historias soñadas por los modernistas.

Hemos visto cómo La vorágine está impregnada del acontecer histórico y artístico de los inicios del siglo xx, época en la cual los países de Hispanoamérica son una mezcla de confusiones y corrientes. Por una parte desean quitarse el yugo y la sombra de las dictaduras del siglo que termina, y por otra tratan de definirse dentro de un mundo recién convulsionado por la primera guerra mundial y las guerras sociales en México y Rusia en contra de regímenes totalitarios. En esta búsqueda participan artistas e intelectuales, y será precisamente en los movimientos de las vanguardias donde se gesten las propuestas de lo que será la literatura, al menos, en la primera mitad del siglo xx.

Ahora bien, La vorágine no nació sola; en los años veinte se da una de las producciones más ricas y trascendentales del continente, de la que nacen novelas de la talla de Don Segundo Sombra; El embrujo de Sevilla; Ifigenia; El águila y la serpiente; Doña Bárbara; Las memorias de mamá blanca; Los siete locos y El hermano asno. Todas ellas son representativas de la efervescencia y la gesta de la nueva literatura hispanoamericana.

Hemos visto que la intención deliberada de Rivera no fue la construcción de la novela bajo los parámetros de una sola estética. Él, como tantos otros artistas de la época, dibuja con nitidez la conformación plural de tendencias, en donde tradición, ruptura y modernidad se manifiestan en una totalidad rotunda de la cual no se puede desgajar una de las partes sin menoscabo de su integridad. Esta práctica sería, en cierto modo, la regla a seguir, misma que más tarde las escuelas teóricas tratarían de decodificar en nuevas apreciaciones críticas. Como resultado tenemos que La vorágine es un prisma cuya estructura y estética son los colores y las aristas que magnifican su esplendor literario.