martes Ť 25 Ť septiembre Ť 2001

 Marco Rascón

¿Hundirán de nuevo el Potrero del llano?

Dejar caer bombas sobre poblaciones es terror. Hiroshima y Nagasaki fueron terror; Vietnam fue terror; Irak, terror. La guerra es terror, sea con los propósitos de los buenos o los malos, sea para oprimir o para liberar. La muerte y la destrucción son terror.

La guerra fría fue terror. Para las economías basadas en la industria de la guerra, el terror se convirtió en negocio, mientras para otros fue el único camino posible para resistir y liberarse.

De la misma manera que se promociona un detergente, cigarros o cerveza, así el gobierno de Estados Unidos promocionó su mercancía de guerra: ellos son los buenos; el resto del mundo son los malos. Para el militarismo estadunidense toda guerra es un mercado de armas, por eso Bush ha declarado la guerra global, la primera del siglo, la tercera mundial, es decir: el mercado global de la guerra.

El terror en Nueva York y el Pentágono fue sorprendente; no así la respuesta. El 11 de septiembre es un hecho insólito al que se dio la única respuesta que tiene el viejo nacionalismo racista, militarista e imperialista de Estados Unidos. Por eso Bush está alegre, porque gobierna no para el pueblo estadunidense, sino para las obsesiones de su padre y lo que éste representa. George W. Bush es un niño de Brasil perdido que no sólo quiere seguir la obra de su progenitor, sino la de Hitler.

Los Bush y los Powell no quieren guerra con Afganistán: China es su objetivo, porque tiene un crecimiento anual de 15 por ciento. Quieren guerra, no contra Bin Laden, sino por el petróleo en Arabia Saudita, que representa 26 por ciento de la producción; quieren pelear contra Europa, América Latina, Japón y Asia que invaden Estados Unidos de mercancías que no son de guerra.

El negocio de la guerra, al igual que el de las películas, que Bush se deleita en estelarizar, exige un endurecimiento de los aliados, por lo que en El imperio contraataca y Hombres de negro (MB) México debe definirse.

Los artículos 145 y 145 bis, que impugnaron el movimiento estudiantil de 1968, fueron leyes para crear terror y justificar la represión del Estado contra los ciudadanos. Estas leyes fueron creadas en nuestro país al calor del macartismo y el terror que impuso el gobierno estadunidense bajo la justificación de que había una guerra no declarada contra el comunismo. Ya desde entonces no había alternativa: se estaba con ellos o se era contra ellos.

Previamente nosotros también tuvimos nuestro pequeño Pearl Harbor, con el hundimiento misterioso del barco petrolero Potrero del llano a manos de un supuesto submarino alemán. Esto bastó para declararnos en guerra contra las potencias del Eje. ¿Cuánto tiempo faltará para que sobrevenga la nueva provocación que nos haga declararnos en guerra contra el mundo árabe? ¿Son sospechosos Slim o Gazal de esconder a Bin Laden en un Sanborns o en un comercio del Centro Histórico? Por el momento, Estados Unidos ha dejado de asesinar mexicanos en Arizona, pero ya empezó con un hindú al que confundió con árabe por el turbante. ¿Ese es el ejemplo? ¿Definir a los enemigos por la vestimenta, la piel o el apellido?

La neutralidad y los apoyos a Bush en su lucha contra el terrorismo constituyen el mismo error que cometieron Inglaterra y Francia ante la Guerra Civil Española, dejando que Hitler y Mussolini bombardearan Madrid mientras Franco se imponía.

Dejar a los Bush, los Truman, los Nixon, los Johnson, los Reagan regresar al comercio del terror y la guerra, mientras millones de pobres del planeta mo-rían, como afirma Fidel en Cuba, es un grave error de los Estados nacionales que creyeron en la posibilidad de un comercio capitalista pacífico, basado en la libre competencia.

La amenaza de guerra es la guerra misma; basta que se declare para empezar a mover los presupuestos, por eso el Senado de Estados Unidos se ha convertido en la principal base de apoyo de Bush y sus gerentes-generales del US-Army.

La amenaza es real, porque el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono sólo pudo ser concebido por una mente profundamente militarista, como existen muchas en Estados Unidos, y los comerciantes de la defensa del bien contra el mal poseen esa mentalidad.

En México esa amenaza puede servir de pretexto para iniciar el endurecimiento de las libertades y regresar al viejo esquema autoritario de los sapos, ajustando la transición a las necesidades de la guerra fundamentalista, la Justicia Infinita del nuevo Bush.

Bin Laden es Darth Vader, los dos eran parte del imperio, reales o virtuales, malos y héroes a la vez. Son una versión de Moisés, quien para convencer al fa-raón de Egipto y liberar a su pueblo esclavo, tuvo que mandar el azote, las plagas y el terror sobre los principales palacios del imperio. Para salvarse el pueblo judío debió colocar una mancha de cordero en las puertas.

¿Cuál es el camino? ¿Ser neutrales, aliados del negocio del bien, o tener principios humanos y como nación? Ť
 
 

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