Jornada Semanal,  30 de septiembre del 2001 

Tres poemas
Un domingo

Javier Molina


 

El piano estaba junto a tu cabecera
las luces de las hojas en el cielo
la ventana presenciaba la sonrisa
de la luna
la lluvia decía que tranquila
la música estaba
en tus palabras. La sonrisa
era cierta como el día
el silencio era tan verdadero
como las campanas de una fiesta
y la música estaba
en el agua, en tu mirada
encontrando los hilos de la lluvia
el tejido de tus manos
en los astros dibujados.


El olivar

Jorge Valdés Díaz-Vélez

No diré la oración que se pronuncia
en otras ocasiones como ésta.
Yo he venido a enterrarte. Y mi silencio
es el otro lugar a donde has ido.
Porque no hay más verdad que tu memoria
y nada por decir que no conozcas.
Acaso una imagen te devuelva
la sombra original, agua de jarro
en labios de tu sed, tal vez las flores
que incendiaban la estancia con luz pura,
la terca evocación de sus corolas
detrás de un ventanal, entre las líneas
de Leopardi o Cernuda que olvidamos.
Pero todo es real y es diferente
el aire que respiro aquí, tan fuera
de tu aliento y sus raíces. Mañana
llamarán por teléfono y seguro
alguien dirá que no, que no has llegado.
Seguirá el valle gris con sus olivos
resecándose al sol como si nada
tuviera sucesión y será en vano
que pregunten por ti. Tú habrás partido.

Lluvia

Hjalmar Flax

Il pleut dans mon cœur
comme il pleut sur la ville,
Verlaine

¿Será la artritis, o será otra cosa
ajena a los caprichos de este clima,
esto que me entristece y desanima
en la tarde nublada y silenciosa?

¿A qué raíz de amor menesterosa
alimenta esta lluvia repentina,
cuando en mi vieja herida clandestina
hunde su lenta garra dolorosa?

¿Quién (nadie) toca ya frente a mi puerta?
¿Quién (nadie) espera ya que yo le abra?
¿Quién (nadie) llega y entra –si está abierta–

en busca de mi abrazo y mi palabra?
Es la lluvia, la lluvia indiferente,
que cae sobre San Juan como un torrente.