Jornada Semanal,  7 de octubre del 2001                                                                                                 NUM. 344

Gilbert Highet

Sobre la sátira

 

The Image of  Satire, en Simplicissimus Teutsch, 1669
.Gilbert Highet ha escrito una serie de importantes textos sobre la escritura satírica. En el ensayo que aquí publicamos afirma que “toda visión satírica de nuestro mundo que revele a los seres humanos tal y como son, debe aspirar a convertirse en una fotografía pero, de hecho, lograr ser una caricatura”. Flaubert, Swift, Evelyn Waugh, Wyndham Lewis, Roy Campbell, Aldous Huxley, Mary McCarthy, Shakespeare, Molière, Aristófanes y Menandro, son objeto del análisis a fondo realizado por Highet. En nuestro tiempo de violencia y odio, la sátira cumple dos funciones esenciales: mostrar las deformidades morales y colaborar en el proceso de humanización de este mundo ocupado por la mayor de las insensateces y la más tramposa de las solemnidades.

Toda visión satírica de nuestro mundo que revele a los seres humanos tal y como son debe aspirar a convertirse en una fotografía pero, de hecho, lograr ser una caricatura. Debe exhibir, a la luz del día, sus características más ridículas y repulsivas, minimizar sus cualidades para desarrollar una vida sana y normal, burlarse de sus virtudes y exagerar sus vicios, desacreditar los dones más valiosos del ser humano como el de la cooperación y su ingeniosa capacidad de adaptarse; considerar sus religiones como hipócritas, su arte como basura, su literatura como un opio, su amor como lascivia, su virtud de nuevo como hipocresía y su felicidad como una absurda ilusión. Además, debe dar cuenta de todo esto al tiempo que afirma ser un testigo fidedigno, imparcial y, en la medida de lo posible, ajeno a cualquier emoción. Esto es difícil. Lo han logrado los autores que son, o pretenden ser ellos mismos, parte del comportamiento ridículo y despreciable que caracteriza a la vida humana, o por aquéllos que, aunque se distancian de sus historias, siguen involucrados en ellas; ya sea a plena vista, por cierta ingenuidad veraz, o por algo que se asimila a un tibio humor indulgente. Las novelas satíricas en las que predomina una áspera e hiriente comicidad, como Viaje al final de la noche de Céline son difíciles de escribir y, con frecuencia, sus autores las estropean al desertar del verdadero propósito de la sátira y caer en el realismo o en una siniestra tragedia. Un tono de comedia indulgente es más indicado. El escritor satírico debe enarbolar la divisa que media entre la verdad y la mentira, ridentem dicere uerum, "decir la verdad con una sonrisa".

Grabado de Jean Dambrum para Candide de VoltaireEl olvido de este principio condujo a Gustave Flaubert al fracaso de su gran designio de crear una verdadera novela satírica sobre la estupidez. Bouvard y Pécuchet (obra incompleta, que dejó al morir en 1880), cuenta la historia de dos hombres de mediana edad, simples tinterillos de oficina, como Charles Lamb, quien pudo retirarse al campo gracias a una providencial herencia, y comienzan a estudiar todos los géneros intelectuales a los que nunca habían tenido acceso. Sin experiencia alguna intentan convertirse en agricultores, estudiar química, geología, medicina, etcétera, por medio de los libros, y fracasan en cada instancia debido al afán contradictorio de los humanos y a la idiotez e inconsistencias de los autores. Durante una escena inverosímil, que pudiera ser una parodia muy poco cómica de Fausto de Goethe, deciden cometer suicidio pero su asistencia a la celebración de la misa de Navidad de medianoche, en una pequeña iglesia en el campo, los disuade. "Sienten como un amanecer que surge de sus almas." Sin embargo, en el capítulo inmediato se transforman en agudos e ilustrados críticos del cristianismo, citando a Tertuliano y a Origen como eruditos consumados. Prosiguen en la misma vena, refiriéndose a temas que abarcan tanto la frenología como la educación y la política. Al igual que Sir Hudibras,

Their notions fitted things so well
That which was which they could 
    not tell;
But oftentimes mistook the one
For th’ other, as great clerks have done.
Al finalizar el libro, Flaubert planeaba retirarlos del mundo y regresarlos a su antiguo oficio; que volvieran a ejercer sus labores de escribanos. ¿Copiando qué? Un diccionario de la estupidez humana. Flaubert ya disponía de sus fuentes: Dictionary of Accepted Ideas que nos recuerda el libro de Swift, Complete Collection of Genteel And Ingenious Conversation. Existe, sin embargo, una diferencia importante: Tanto Swift como Flaubert estaban convencidos de que la totalidad de los hombres estaban "tan bien calificados para volar como [para] pensar". Ambos parecían atraídos hasta la nausea ante el espectáculo de la locura humana, pero Swift conservó, aun en sus momentos más siniestros, el sentido del humor, mientras que Flaubert se hastiaba a sí mismo en su búsqueda de libros insulsos, con ideas de segunda, y aburría a su vez a sus lectores con sus ejemplos banales. Cierta dosis de comicidad aparece hasta en los diálogos más pueriles de la obra Conversation de Swift:
Miss: Es cierto; las comparaciones son odiosas, pero ella se parece tanto a su marido como si la hubiera escupido de su propia boca; tan similar como un huevo a otro. Dime, ¿cómo vestía?

  Lady Smart:Tan primorosa como una moneda de cinco peniques, desde luego imaginé que la importancia del dinero superaba cualquier veneración de su parte.

  Lady Answerall:No conozco a su marido. Por amor de Dios, cuéntenme, ¿cómo es?

  Lady Smart:Pues, conoce los vericuetos de la ley. Pero debo decirles que se nos acercó con una espantosa borrachera. 
 

En contrapartida, casi todo el Dictionary de Flaubert es francamente llano:
 
Cocodrilo: Atrae a la gente imitando el llanto de un niño.

Diamante: ¡Uno de estos días los fabricarán sintéticos! ¡Y pensar que es tan sólo un carbón!

Gulf-Stream: Corriente del Golfo: Famosa ciudad Noruega recién descubierta.

Bostezo: Comentar en toda circunstancia: "Disculpen, no es aburrimiento, es mi estómago."

Vals: Abolirlo.

Página tras página, la novela se convierte en un árido desperdicio de frases como esta: "Catechism of Perseverance de Gaume, que causó tanto disgusto a Bouvard que prefirió dedicarse al libro de Louis Hervieu." El efecto final se parece a esas colecciones de colillas, boletos rotos de autobús, residuos de cabellos de algún peinado, fragmentos de periódicos sucios y botellas rotas, que los dadaístas solían enmarcar y exhibir como collages; en ocasiones, el paciente lector, al observar al novelista, que laboriosamente crea un enorme y disparatado basurero intelectual, se pregunta si el mismo Flaubert, a través de este proyecto, no representa, de manera inconsciente, otro ejemplo de la estupidez humana. Cualquier autor de sátiras se deleitaría con este tema, por más desagradable o estúpido que resulte; sin duda sería motivo de grandes carcajadas.

Uno de los principales autores ingleses de sátiras contemporáneas inició su carrera cuando aún era lo suficientemente joven para reírse de la locura y hacer escarnio del pecado. Nos referimos a Evelyn Waugh, cuyo primer libro, publicado en 1928, cuando tenía sólo veinticinco años, llevaba el prepotente y autoburlesco título de Decline and Fall con el subtítulo An Illustrated Novelette (en Inglaterra, novelette alude a un "romance barato". Las ilustraciones, algunas de ellas muy divertidas, eran del mismo Waugh). Se trata de una novela sobre la vida moderna con un argumento casi tan escandaloso como el de Candide. Paul Pennyfeather, el héroe, es un tranquilo estudiante universitario de Oxford que desea ser clérigo. Al salir de una fiesta, un grupo de jóvenes nobles, tambaleantes después de la misma, lo encuentran en un patio y lo despojan de sus pantalones, debido a que, en apariencia, porta la corbata de un club al que no pertenece. En consecuencia es expulsado por "comportamiento indecente", lo que arruina su carrera. Más tarde consigue un cargo de maestro en una escuela privada de segunda en Gales, cuya clientela pertenece a la aristocracia inglesa y en la que abundan excéntricos o criminales entre su personal. Una dama hermosa y elegante, la señora Margot Beste-Chetwynde (seguramente pronunciado como Best-Cheating) llega de visita un día a las instalaciones deportivas para ver a su hijo. Se enamora de Paul y le consigue un puesto en su negocio, la Compañía Latinoamericana de Entretenimiento; en vísperas de casarse con él, es arrestado. Se había descubierto que la tal compañía era en realidad una organización dedicada al tráfico de señoritas hacia América Latina para un entretenimiento específico, generalmente muy mal visto. Paul permanece un tiempo en prisión, y logra escabullirse gracias a un falso certificado de defunción, lo que le permite regresar a Oxford y reanudar sus estudios con el fin de ingresar a la Iglesia.

The Animal Farm de George Orwell, ilustración de Joy Batchelor y John HalasLa principal lección de esta sátira, de doble filo, es que los buenos son aburridos y estúpidos, mientras que los hermosos y los ricos son corruptos y despiadados: el mundo no se rige por principios morales ni por la armonía de la razón, sino por el azar y el influjo de lo absurdo. Sin embargo, entre sus hirientes navajas se perciben numerosas facetas con los destellos de un diamante: chistes dirigidos contra movimientos y personalidades diversas, algunas de ellas aún con vida y muy prominentes, mientras que otras pasaron a la historia a partir de 1928. Por ejemplo, un progresista arquitecto alemán que detesta a la gente pero que adora a las máquinas, de nombre Otto Friedrich Silenus, y que a algunos les recordará a Walter Gropius. Aparece también un hombre de raza negra y de amplia cultura, Sebastián Cholmondeley (cuyo apodo es "Chokey"), con talento como cantante, quien declara "mi raza es muy espiritual". Waugh tal vez pensaba en Paul Robeson. Sin duda, casi todos los detalles del libro podrían asociarse a personas e incidentes reales pero, en conjunto, su conducta resulta ser un delicioso y lacerante mosaico de la distorsión de la vida. Esta sátira es todo un logro.

En 1931, después de algunos años de entrenamiento, Wyndham Lewis publicó una novela satírica de un sorprendente salvajismo acerca de los estetas británicos y los bohemios millonarios. Su título es The Apes of God e incluía feroces caricaturas de las eminencias de Bloomsbury y de un grupo muy semejante a la familia Sitwell. El mismo año, Roy Campbell (quien apareció en The Apes of God como "Zulu Blades") convirtió este tema en una sátira poética llamada The Georgiad. Aldous Huxley, en una serie de cuentos notables, hizo hincapié en las afinidades entre algunas corrientes de intelectuales y el esnobismo social. En idioma inglés es probable que Thomas Love Peacock sea el precursor de este género de sátira. Aunque pueden constatarse ciertas pinceladas brillantes en las novelas de Peacock, la estructura de su trama y su estilo narrativo resultan, hoy en día, penosamente artificiales; las leemos sobre todo por sus divertidos retratos del amaneramiento y de las conversaciones de Coleridge, Shelley, Southey y otros más, ya que este estilo satírico se especializa en la caricatura individual.

Sin embargo, para disfrutar la sátira no es necesario reconocer a los personajes. En mis años mozos, cuando leí por vez primera las novelas de Huxley, nunca pensé que los personajes fantasiosos que aparecían en ellas reflejaran, en realidad, a gente de carne y hueso. Mi educación en Escocia me hacía suponer que se trataba sólo de excéntricos imaginarios del sur, en Inglaterra. Ahora comprendo que, en su gran mayoría, pueden identificarse con facilidad. Burlap, el ser absurdo de Point Coun*ter Point (1928), inimaginable para mí, era de hecho el crítico Middleton Murry, ridiculizado al grado de provocar el regocijo de sus enemigos y, en él, una profunda amargura. Al igual que Byron, quien al leer las burlas de Southey sobre su temperamento violento, estuvo a punto de retarlo a duelo. Es una pena que haya desistido, ya que nos privó de uno de las anécdotas más cómicas de la historia de la literatura. Mary McCarthy, escritora satírica americana, escribió, en tiempos más recientes, una novela cuyo título es The Groves of Academe. La trama gira en torno a una escuela de chicas dirigida por un director "liberal" y la autora se deleita con su relato tan afectuosamente como un gato que acaba de atrapar a un ratón. Muy poco después, el poeta Randall Jarrell publicó su novela llamada Pictures from an Institution. En ella se aborda también el tema de una escuela de jovencitas dirigida por un excéntrico personal y un director bisoño. No obstante, uno de los personajes más cómicos que surgen es el de una novelista de sonrisa felina, fría y cruel mirada; dura en apariencia, pero que oculta sus humillantes debilidades. 

La mayoría de las sátiras dramáticas son de esta naturaleza; caricaturas de la vida contemporánea. Sin embargo, sobre el escenario, la frontera entre la comedia y la sátira es más sutil y dudosa. Resulta fácil reconocer una verdadera sátira como Patience, pero muchas obras teatrales son una mezcla de sátira y comedia, o incluso de sátira y tragedia. Algunas veces, como en el caso de Shakespeare, la trama y la mayoría de los personajes son alegres e inofensivos, apegados a la realidad en su faceta humorística; sin embargo, sujetos como Parolles en All’s Well y Malvolio en Twelfth Night, se presentan de manera más dura, se ven engañados y sufren escarnio. De igual manera, en Doctor’s Dilemma los principales protagonistas están llenos de vida y son creíbles, mientras que los doctores a los que acuden resultan flagrantes parodias. En el Tartufo de Molière, el villano es de un tamaño mucho mayor al normal y de una vileza que excede la realidad; sin embargo, los hipócritas que describe son más intensos y convincentes que los seres ordinarios, y el personaje resulta verosímil. La hilaridad se agota en los capítulos finales de Tartufo, como sucede al término de una comedia; nos causan sobresaltos y deseos de escupir. Se trata de una sátira de un hipócrita, pero también de los ilusos que creen en él.

Para lograr en un escenario el impacto de una sátira en toda su magnitud, usualmente debe apelarse a la exageración. ¿Sería posible imaginar al Primer Almirante cuando le anuncia a la tripulación de uno de los barcos de Su Majestad que llegó a su destino sin haberse despegado de su escritorio y sin conocer el mar?, ¿concebir el arresto de un capitán por pronunciar la palabra "maldito" a uno de sus hombres? De ningún modo. Sin embargo, Disraeli le confió el puesto de Almirante a un editor que sabía más de política que de marina, y en tiempos en que las reformas a las costumbres británicas navales habían suavizado la vieja y severa disciplina. La sátira en estos casos, como en otros, consiste en un reductio ad absurdum: "si esto sucede", dice el escritor de sátiras con una despiadada sonrisa, "¿porqué no lo otro?".

Aquellos que se dedican al estudio serio de los clásicos reclaman a menudo que la imagen de Sócrates que presenta Aristófanes en Las nubes no se apega a la realidad. Es cierto que el actor lucía una máscara de rasgos que caracterizaban sus conocidas facciones –tan cómica que era innecesaria cualquier exageración. Además, Sócrates aparecía en un vehículo espacial, en el que afirmaba que "se desplazaría a través del aire y podría contemplar el sol", y uno de sus discípulos describía un experimento del mismo Sócrates en el que su intención era medir el alcance del salto de una pulga. Los críticos de Aristófanes replican que, en realidad, Sócrates mostraba poco interés por la astronomía o la biología y que se concentraba en la enseñanza de la ética. ¡Cuán verdadero! Podrían añadir que no vivía en un desolado Phrontisterion, ni en un instituto dedicado al pensamiento; deambulaba por las calles y conversaba con todos y cada uno. Sin embargo, Aristófanes escribe sátira, la cual, cuando pretende ser realista, resulta una distorsión. Mucho después de que las alegres y dramáticas sátiras de Aristófanes abandonaron el escenario, fueron remplazadas por las comedias románticas y melancólicas de Menandro. Un crítico admirativo exclamó: "¡Menandro es la vida! ¿Quién copió a quien?" Pocos dirían lo mismo –salvo algún filólogo moderno– después de presenciar una obra de Aristófanes. A menudo la sátira es divertida, pero una comedia no es una sátira.

Traducción de Alfonso Herrera Salcedo T.