SABADO Ť 20 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Juan Arturo Brennan

Petite Bande, grande musique

Las sorpresas comenzaron pronto. Cuatro compases de elegante música dieciochesca y, de pronto, la brusca irrupción de bombo, triángulo y platillos, generando una sonoridad tosca, ruda y áspera. No faltó algún purista que se escandalizara por la ''falta de elegancia" en este punto de la obertura de El rapto del serrallo. Para los demás, sin embargo, quedó claro que desde ese quinto compás de la genial ópera de Mozart, el director Sigiswald Kuijken y sus músicos de La Petite Bande asumieron cabalmente uno de los elementos estéticos fundamentales de la obra: la peculiar y distorsionada percepción que en la Europa del siglo XVIII se tenía de todo aquello que sonara raro, exótico, oriental o lejano.

En efecto, gracias a aquella potente entrada de la percusión, la palaciega orquesta vienesa desapareció por un momento para dar paso al sonido de una charanga de jenízaros turcos. De ahí en adelante, fieles a sus principios artísticos largamente madurados, Kuijken y La Petite Bande realizaron una deliciosa interpretación en concierto del sabroso singspiel mozartiano, llena de matices, de refinados conceptos vocales e instrumentales y, de manera importante, muy divertida. Desde el punto de vista orquestal, Kuijken volvió a demostrar una enorme sabiduría en el número y la distribución de sus músicos, así como en la paciente aplicación de fascinantes conceptos de dinámica, fraseo y articulación. A quienes suponen que en la práctica moderna de la música antigua es válido sacrificar la técnica en aras del sonido arcaico, los remito a la pulcritud de afinación y la precisión de ataque mostrada por La Petite Bande a lo largo de toda la obra.

En el ámbito de lo vocal, Kuijken contó con la colaboración de un estupendo sexteto de solistas y con un pequeño coro de ocho voces que resultó más que suficiente no sólo para cantar deliciosamente a Mozart sino también para demostrar, de nuevo, que menos es más. Si el trabajo individual de los solistas resultó sorprendente por su claridad y frescura, fue en los ensambles donde se lograron momentos de color vocal realmente únicos. Entre ellos, rescato particularmente el terceto con que concluye el primer acto, el cuarteto de la reconciliación de los amantes y el delirante dueto de beodos entre Osmin y Pedrillo. El trabajo vocal de los colaboradores de Kuijken permitió olvidar, al menos por una noche, a los tenores perpetuamente constipados, a las sopranos estranguladas y a los bajos y barítonos que olvidan el color y la afinación en sus registros profundos creyendo que nadie se da cuenta.

Una ópera en concierto suele ser un hueso difícil de roer, por la falta del elemento teatral, aunque los diálogos hablados de un singspiel ayudan mucho en este sentido. Kuijken, sus músicos y sus cantantes ayudaron notablemente al flujo orgánico de la obra de Mozart aplicando un fino sentido de la continuidad y del timing para lograr una versión unitaria, sin costuras ni interrupciones de la obra de Mozart. Si se extrapolan especulativamente los discretos apuntes teatrales realizados por los cantantes, habrá que suponer que una puesta en escena completa de El rapto del serrallo con estos intérpretes debe ser una delicia absoluta. De un trabajo colectivo sólidamente coherente vale la pena destacar el contagioso joie de vivre aplicado por Cornelius Hauptmann a su interpretación del oleaginoso y oportunista Osmin.

Lo que resultó incomprensible, dada la calidad de la música y los intérpretes, y a la luz del éxito reciente de La Petite Bande en Bellas Artes con la Misa en si menor de Bach, fue la escasa asistencia de público a este mozartiano Rapto del serrallo. Es evidente que la difusión del concierto fue magra y raquítica, y quienes están al tanto de lo que ocurre tras bambalinas afirman que, además, los recursos necesarios para financiar y promover esta visita de La Petite Bande fueron escatimados.

Estos datos, añadidos a otros acontecimientos recientes, permiten percibir un desalentador panorama en el que las distintas instancias del quehacer cultural en México parecen estar más ocupadas en ponerse zancadillas mutuamente que en hacer su trabajo. Que si este director está peleado con aquel festival, que si este nuevo funcionario sabotea la continuidad de los proyectos de su antecesor, que si acá se organiza un evento para restarle importancia a aquel otro. ƑSerá posible que alguien ponga un poco de orden y organice prioridades, antes de que esto se convierta en una batalla campal?