DOMINGO Ť 21 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Angel Luis LaraŤ

La distinción imposible en la lógica del Imperio

Bush se muestra categórico en el axioma amenazante que vierte desde la pantalla globalizada: o con nosotros o con ellos. La doctrina de la elección racional que permea manuales de economía y vertebra la extensión de la lógica del mercado a todas las esferas de la vida, reaparece moralizada en esta vuelta de tuerca definitiva a través de la constitución y reforzamiento espectacular del gran simulacro imperial: en la guerra del bien contra el mal sólo cabe elegir uno de los extremos de la línea.

La Libertad Duradera que envuelve como significante los ataques criminales en Afganistán es una libertad de corto alcance que reduce la posibilidad de movimiento al tránsito entre dos términos: caminos prescritos o caminos proscritos. En la guerra, como en el consumo, podemos elegir entre dos posibilidades: el mal o el bien, leche entera o leche descremada, Coca Cola o Pepsi, Bush o Bin Laden. Es el mismo campo de elección reducida y formal que ofrece la mercadotecnia electoral: la ilusión del binomio izquierda/derecha esconde el consenso básico entre familias. Libertad restringida en el consumo y en la guerra. También en la política hecha consumo y en el consumo de la guerra.

Los poderosos de uno y otro lado siembran olvido y olvidan fácilmente. En la vida todo acto de elección debe estar precedido por un acto de distinción entre las alternativas que determinan el ejercicio de esa elección. Se olvidaron de la distinción y de su condición de premisa básica. En esta guerra televisada, polarizada formal y cínicamente entre Bush y Bin Laden, sencillamente no podemos elegir porque resulta materialmente imposible el ejercicio de la distinción. En los estrechos límites de la lógica de este nuevo capítulo evidentemente bélico de una guerra en realidad permanente, no hay alternativas entre las cuales distinguir: aunque una moneda tenga dos caras, sigue siendo la misma moneda.

En este sentido conviene no olvidar, entre otras cosas, que la guerra es una forma de entendimiento, quizá la forma más perfecta de comunicación: en su ejercicio sus agentes comparten plenamente el mismo código. Para matarse en la circunscripción de sus cánones primero hay que entenderse. Manhattan ha perdido la sombra de sus dos rascacielos más significativos para que ahora la sufra el planeta entero: Bin Laden y Bush son las dos nuevas Torres Gemelas del Imperio.

La construcción política y mediática de esta pugna trata de ocultar histéricamente el carácter idéntico de los dos supuestos bandos. Por eso nos hablan cínica y peligrosamente de choque de civilizaciones, de lucha contra el terrorismo, de defensa de la democracia. Mentiras y más mentiras. Asistimos a un enfrentamiento de elites que defienden sus intereses particulares. El eje formal de sus discursos es el mismo: In God we trust o Alá es grande. Proposiciones sinónimas, coartadas idénticas. Los diversos dueños del dinero bañan sus estrategias en las aguas purificadoras de la religión y la moral. Como la política de los políticos, ofrecen el goce en estado de promesa: mañana cadáveres gozaréis.

El mal de barba y turbante cotiza en bolsa, se arma en los paraísos fiscales y tiene a un multimillonario por referente. El bien occidental y de corbata no tiene sangre, sino petróleo: la sangre la pone el pueblo afgano. Los señores de Washington son literalmente funcionarios de las grandes corporaciones petroleras, fieles servidores de un suicida y depredador modelo de vida: al american way of life se le plantea un límite energético. Para ellos Asia central es solamente un oleoducto, un mar de oro negro.

En este contexto, las fuerzas militares estadunidenses defienden directamente los intereses de emporios y capitales. No hay soberanía nacional que valga, ni sirve para entender la complejidad del asunto el argumento del imperialismo yanki. La patria es el dinero. En la llamada globalización gobiernan los empresarios trasnacionales a través de organismos planetarios, no hay gobierno autónomo estadunidense: Estados Unidos es hoy el gendarme del Imperio.

En el marco de la Cuarta Guerra Mundial los poderosos muestran la tendencia a subsumir y recuperar todos los procesos. El terrorismo no es menos. Independientemente de quién haya hecho lo de Nueva York, las elites dominantes lo han convertido en un instrumento: guerra por el control energético; guerra para frenar la recesión de un sistema económico cuyo motor es la industria de armamento; guerra para congelar el enorme impulso de las fuerzas democráticas que se abrazan de Seattle a Porto Alegre, de Chiapas a Génova.

La globalización revoluciona el tablero de juego. A la desterritorialización de las bolsas de pobreza le sigue la desterritorialización de la guerra. Esta propicia la excepción como modelo, el pánico como clima, la instauración de un estado permanente de emergencia. Cuando la información es propaganda, cuando la excusa bélica recorta las libertades y el ejercicio de la ciudadanía, cuando el miedo es la piel y toda mirada construye una sospecha: Ƒpodemos seguir hablando de democracia?

A los hombres y mujeres de abajo sólo nos queda decir no a esta guerra. Nuestra apuesta es nuestra esperanza: la vivencia colectiva de una fuga, de una sustracción emprendedora. Ni Bush ni Bin Laden. Seguir resistiendo a través de la constitución material de formas de subjetivación alternativas, de nuevas formas de vida. Ni uno ni dos: la potencia de la multitud creativa.

 

ŤMiembro del grupo musical español Hechos Contra el Decoro y guionista de cine