Ecológica, 29 de Octubre del 2001   

 

La salud de los niños, las niñas y el ambiente Salud infantil y ambiente sano: tarea de todos
 
 

Leonora Rojas Bracho

Directora de Medición de Exposición e Impacto

Dirección General de Salud Ambiental Secretaría de Salud

Correo electrónico: [email protected]

Hechtia sp., de la familia de la piña

Los niños y niñas en diferentes etapas de su desarrollo pueden estar expuestos a contaminantes y tóxicos presentes en el ambiente. Los niños y niñas no son adultos chiquitos. A partir del momento de la concepción, el feto, el bebé, el niño o la niña y el o la adolescente son seres dinámicos, en continuo crecimiento, con sistemas y órganos en desarrollo. Este proceso complejo que es el crecimiento presenta ventanas de vulnerabilidad durante las que se pueden afectar, alterar e incluso dañar permanentemente estos sistemas y órganos en desarrollo. Dicha vulnerabilidad existe porque el organismo de los bebés y de los infantes no tiene la capacidad de metabolizar, detoxificar y excretar toxinas, y, por ello, los pone en mayor riesgo que a los adultos ante exposiciones a contaminantes de magnitud similar. Además, también hay factores externos como la desnutrición, la pobreza o la etnicidad que pueden incrementar la susceptibilidad de estos seres en desarrollo a contaminantes ambientales.

El cerebro y el sistema nervioso se desarrollan hasta la adolescencia. Estudios realizados en múltiples países han encontrado que el plomo puede afectar el desarrollo del sistema nervioso y la inteligencia. Los efectos pueden ir desde problemas en el lenguaje, en la capacidad de atención, en la memoria, o incluso disfunciones motoras, visuales-espaciales, dependiendo de la magnitud de la exposición y del momento en que ésta se dé en el desarrollo del bebé, el niño o el adolescente. Afortunadamente, muchos países, como México, han eliminado el plomo de las gasolinas, cuya combustión constituía una de las principales fuentes de emisión de plomo al ambiente y representaba un alto riesgo para la población. Esta modificación de las gasolinas se ha manifestado en una reducción, que se calcula del 90 por ciento, del nivel de plomo en aire, tanto en México como en Estados Unidos, y de aproximadamente 75 por ciento de los niveles de plomo en sangre en la población de los Estados Unidos. No se cuenta con esta estimación para la población mexicana.

A pesar de esta historia de éxito en el manejo ambiental, en México aún prevalece una fuente muy importante de exposición a plomo: el que contiene la loza vidriada elaborada a bajas temperaturas. Esta fuente de exposición, que puede ocurrir al tomar líquidos o alimentos cocinados, almacenados o servidos en este tipo de loza, es un riesgo para la salud de toda la población. Lo es particularmente elevado para los niños, ya que los menores de dos años absorben cinco veces más plomo a través del aparato digestivo que los adultos. Por lo anterior, es indispensable el reemplazo de esta tecnología por aquellas en las que la loza se "cuece" a altas temperaturas que fijan el plomo, o aquellas que utilizan elementos alternativos al plomo y que son más seguros para la salud.

Los niños y niñas también se encuentran bajo mayor riesgo al exponerse a los contaminantes presentes en el aire. Esto sucede por dos razones fundamentales: a) los pulmones siguen desarrollándose durante la infancia y algunas partes de ellos, los alvéolos incluso hasta la adolescencia; b) porque presentan una mayor tasa respiratoria, es decir en ellos entra un volumen relativamente mayor de aire a sus pulmones y, por lo tanto, un mayor volumen de contaminantes atmosféricos.

En comunidades con niveles de marginación altos es muy común la utilización de leña para cocinar. Los niños y las niñas que permanecen cerca de la madre cuando prepara los alimentos se exponen continuamente al humo. Mediciones de partículas suspendidas de fracción inhalable (las famosas PM10) dentro de estas viviendas han mostrado niveles de contaminación cinco veces más altos, en promedio, que los estándares nacionales de la calidad del aire para ambientes extramuros que equivalen a un Imeca (índice metropolitano de calidad del aire) de 100 puntos. Las prácticas de quema de leña al interior de la vivienda, frecuentes en las zonas rurales y principalmente en comunidades indígenas, tienen como resultado una elevada tasa de enfermedades respiratorias. Así, por ejemplo, en una de las entidades federativas de México que es predominantemente rural, las enfermedades respiratorias son la tercera causa de muerte y la principal causa de morbilidad (enfermedad) en niños.

En México, el patrón de padecimientos gastrointestinales está sujeto, entre otros factores, al nivel de marginación; a mayor marginación socioeconómica, mayores carencias, mala calidad de servicios urbanos y menor o nulo control ambiental. En forma general, la mortalidad por enfermedades intestinales ha disminuido en los últimos años gracias a intervenciones preventivas, entre ellas poner cloro al agua que se destina al consumo humano en sistemas de abastecimiento, la promoción del saneamiento y el fomento de mejores prácticas de sanidad y salud. De 1991 a 1998, la cobertura de agua se incrementó de 79 a 86 por ciento y la distribución de agua desinfectada de 85 a 93 por ciento.

Estas medidas han contribuido a resolver, sin duda, uno de los grandes problemas de calidad del agua. Así, para el mismo periodo (1991-1998) se redujo en 75 por ciento la mortalidad por enfermedades infecciosas intestinales en menores de cinco años. Ahora quedan por identificar y solucionar problemas de calidad de agua relacionados con emisiones naturales así como las causadas por el hombre, que pueden contaminar el agua de consumo humano con metales, contaminantes químicos e, incluso, subproductos de la desinfección, que pueden tener efectos adversos en la salud infantil.

En el caso de agentes químicos, debemos subrayar el riesgo para la salud de los niños y niñas a la exposición a plaguicidas. En nuestro país, el mercado de plaguicidas ha registrado un importante incremento en las últimas décadas. Esta tendencia se ha acentuado en parte a partir del Tratado de Libre Comercio que permitió su comercialización entre Estados Unidos, Canadá y México sin cargas arancelarias. Si bien su uso ha sido de gran utilidad para combatir plagas y enfermedades transmitidas por vectores (aquellas transmitidas por mosquitos y otros insectos, como el paludismo), a su vez han ocasionado contaminación de alimentos, del suelo y del agua. Las rutas de exposición para los niños y niñas incluyen la inhalación, absorción por la piel, por contacto con superficies tratadas, ingestión, etc. Varios estudios demuestran que los plaguicidas pueden interferir con procesos del sistema inmune (que protege contra infecciones), del respiratorio, de la tiroides, y neurológicos en niños y niñas. Aunque en México la intoxicación aguda por plaguicidas disminuyó en 27 por ciento de 1997 a 1999; sin embargo en 1999, de 11 millones de habitantes de zonas rurales marginadas, se reportaron 592 intoxicaciones por plaguicidas, de las cuales 141 casos ocurrieron en niños de entre cero y 14 años de edad. Es posible que estas intoxicaciones ocurran en la población infantil que trabaja en el campo ayudando a su familia o que habita en viviendas en las que se usan o almacenan estos productos.

La interacción entre pobreza, estado nutricional y exposición a contaminantes ambientales representa un riesgo que aumenta en niños y niñas. Si viven en situación de pobreza, frecuentemente presentan cuadros de desnutrición, tienen poco acceso a fuentes de agua limpia, habitan en viviendas en condiciones precarias y no tienen acceso a servicios de salud. En lo referente a la desnutrición, ésta puede implicar una mayor dificultad del organismo para eliminar agentes tóxicos, ya que algunos de ellos se pueden absorber más fácilmente o interferir con la absorción a algunos nutrientes. Por ejemplo, una dieta baja en calcio, potasio, zinc, cobre y hierro se ha relacionado con una mayor absorción de plomo.

El Modelo de Atención a la Salud Ambiental que propone el sector salud para México representa un manejo integral de la salud ambiental con fuerte orientación a mejorar la salud pública. El objetivo del modelo es proteger a la población de los riesgos ambientales; es decir, de los que resultan de la exposición innecesaria o excesiva a agentes físicos, químicos y biológicos presentes en el ambiente, siempre y cuando la exposición no dependa de la decisión individual. Las acciones para la protección y prevención de riesgos ambientales se enfocan tanto en las generaciones actuales como en las futuras, y son complementarias con las de otros sectores. Este modelo de atención incorpora los componentes de comunicación del riesgo y participación social, estimación de la exposición de la población, análisis de riesgos y efectos para la salud y, también, desarrollo e instrumentación de diversas políticas para el manejo adecuado de riesgos.

Para lograr la protección de los niños y niñas de nuestro país contra los riesgos ambientales es necesario enfrentarlos en forma intersectorial, incluyendo a una sociedad civil plenamente comprometida en la adopción y participación activa. El reto es enorme, y se requiere un esfuerzo conjunto y el compromiso decidido del gobierno, la sociedad civil y de la iniciativa privada, para reducir los riesgos que representa la exposición a contaminantes en suelos, agua y aire.

La salud ambiental es un reto de la salud pública, lograrla es un objetivo fundamental del sector salud de la presente administración y para ello se requiere el esfuerzo y el compromiso de todos a fin de proteger la salud de la infancia.


Inicio