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Olvidadas mujeres de la revolución

La soledad y el fuego de Dolores Jiménez y Muro

-- Periodista, fundadora de grupos políticos de obreros y de mujeres, de diarios y revistas, estratega y dirigente de protestas públicas
-- Su talento, autonomía y energía revolucionaria, constituyen un hito en la historia de las mujeres mexicanas

Oresta López (1) / Varinia Hernández (2)

Ver los poemas de Dolores Jiménez y Muro
Cronología de la vida de Dolores Jiménez y Muro

Bibliografía sobre Dolores Jiménez y su medio socio político
 

Entre el olvido y la memoria, el nombre de Dolores Jiménez y Muro aparece como signo de autonomía femenina y rebeldía revolucionaria por un hecho registrado en la historia: fue ella quien reunió ideas y les dio forma precisa hasta conformar el Plan político y social de Tacubaya y, posteriormente, el prólogo del Plan de Ayala.
A partir de este documento, escrito con la caligrafía cuidada de "la culta y abnegada escritora revolucionaria" -como la calificará Gildardo Magaña en su libro-, se constata su colaboración intelectual y organizativa al lado de los grupos conspiradores que actuaban con Camilo Arriaga.
El Plan de Tacubaya refleja un profundo manejo de las leyes y derechos liberales y desconoce al gobierno de Porfirio Díaz: "... por las omisiones, fraudes y presiones que tuvieron lugar en las elecciones", como franca protesta por la represión y la suspensión de garantías. Reconoce como Presidente Provisional y Jefe Supremo de la Revolución a Francisco I. Madero. Exige el restablecimiento de la libertad de imprenta; la reorganización de las municipalidades suprimidas; la protección a la raza indígena procurando su dignificación y su prosperidad; el aumento de los jornales a los trabajadores de ambos sexos y la disminución de las jornadas de trabajo a ocho horas; la disminución de los alquileres de vivienda y la construcción de casas higiénicas para los trabajadores; la obligación de los grandes propietarios de tierras de dar la que no usan a quienes la pueden trabajar y la abolición de todos los monopolios. Proclama como ley suprema a la Constitución de 1857 en lo que se refiere al voto libre y no reelección y cierra con la consigna "¡abajo la Dictadura!" (firmado en la sierra de Guerrero en marzo de 1911).
¿Cómo fue que una mujer obtuviera el respeto y la confianza para encomendarle por unanimidad tal tarea, siendo que entre el grupo se encontraban gentes como Camilo Arriaga, Carlos y Francisco J. Mújica, Melchor, Rodolfo y Gildardo Magaña, José Vasconcelos, José Rodríguez Cabo y Juana Belén Gutiérrez, entre tantos otros? No todas las mujeres podían realizar tareas que implicaran la escritura y el análisis político. La esposa de Camilo Arriaga por ejemplo, confeccionaba los distintivos para el día de la sublevación y la cuñada de éste, tecleaba a máquina diversas proclamas.
Las mujeres como Dolores Jiménez y Muro, Juana Belén y Elisa Acuña, eran periodistas, fundadoras de grupos políticos de obreros y de mujeres, fundadoras de diarios y revistas, estrategas y dirigentes de protestas públicas, aunque también prisioneras políticas, intelectuales en el exilio o bien organizadoras de diversas actividades en el clandestinaje. Eran unas profesionales de la lucha revolucionaria, capaces de discutir sus propuestas con sus compañeros de lucha o, como lo hizo Dolores desde la prisión, debatir con los enemigos de más alto rango como Aureliano Blanquet.
Su participación en el Plan de Tacubaya y sus cartas desde la prisión son evidencias que redimensionan su biografía y la de otras tantas mujeres que participaron como dirigentes en la lucha revolucionaria. Pero la sorpresa no acaba allí sino se hace más compleja al saber que contaba con más de sesenta años de edad cuando se develó públicamente su participación al lado del grupo de intelectuales precursores de la Revolución. Con ello, no se podrá decir que su ímpetu juvenil la llevaba a la revolución, como a muchos hombres y mujeres veinteañeros de la generación que luchó contra la dictadura de Díaz.
¿Cómo llega entonces una señorita sexagenaria a dedicar su vida a la lucha y convertirse en una enérgica revolucionaria?
Mujer de varias épocas, Dolores fue antes que nada una sólida liberal republicana, testigo de la dictadura porfiriana desde sus inicios hasta su caída y partícipe del surgimiento de la revolución. Desde niña fue formada en los ideales republicanos del liberalismo juarista, como hija de un alto funcionario del gobierno en San Luis Potosí, viviendo de cerca las intervenciones extranjeras, la guerra, la anarquía, con la esperanza de vivir en un mundo más tranquilo y el deseo de tener una Patria respetable, como lo señalaba en sus poemas cívicos de juventud.
Dolores fue interlocutora de varias generaciones de luchadores sociales: viejos liberales como don Benigno Arriaga, los jóvenes intelectuales positivistas como su cuñado Manuel José Othón, (que apenas incursionaba en su carrera literaria) y de los precursores de la revolución como el ingeniero Camilo Arriaga y Antonio Díaz Soto y Gama, de quienes fue cercana y respetada colaboradora. También creció en valor al lado de una generación de mujeres precursoras como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Aurora Martínez viuda de Garza, Elisa Acuña Rosseti y otras. Todas cuando menos 30 años más jóvenes que ella.
Dolores vivió su juventud en el ambiente liberal e intelectual de San Luis Potosí, entre tertulias literarias y la vida en sociedad. Como muchas jóvenes de clase media y alta de la capital potosina, leía y estudiaba en casa, bajo las sugerencias de los padres y amigos de la familia. Su talento para la escritura ya era reconocido desde 1874, cuando fue invitada por el gobierno estatal, al lado de Benigno Arriaga, a participar con poemas cívicos en las fiestas septembrinas.
Entonces, ser liberal -cuando menos en teoría- era sinónimo de ser generoso, dedicado a las humanidades y dispuesto a no dar demasiada atención a los bienes materiales. Los liberales estimulaban las artes, los idiomas, la lectura y la creatividad literaria entre los jóvenes; incluso entre las mujeres la escritura era una de las habilidades bien vistas como parte del ornato y la sociabilidad ilustrada. Fue en este ambiente en el que Dolores vivió su adolescencia, aprendió a escribir en verso y prosa y a descubrir su talento literario. Una fotografía de estos años la muestra como niña ingenua, con peinados y vestidos complicados.
Es durante el porfiriato, en 1883, cuando ella queda huérfana de padre y madre y su participación en acciones filantrópicas le ayuda a tomar conciencia de la condición de los trabajadores, de su miseria y explotación. En notas posteriores hechas desde la cárcel se asume como testigo de la pobreza rural y urbana de muchos mexicanos, justifica su descontento, "me consta" dice: "Desde entonces comprendí que la revolución actual no estaba lejos, porque ideas germinaban por todas partes. Poco después vine a México, donde vi que millares de ciudadanos iban a inscribirse en los clubs políticos, de donde debería surgir la revolución, como fue".
Cultivó la continuidad de su condición de intelectual al lado de las nuevas generaciones, manteniendo relaciones de amistad y solidaridad con los crecientes círculos liberales potosinos, especialmente al lado de Camilo Arriaga, hijo de Benigno a quien ella conoció. Los Arriaga promovían la lectura y la discusión de nuevas ideas desde su enorme biblioteca, con la que Dolores seguramente también fue favorecida.
Las familias liberales, sin dejar de ser patriarcales, permitían a las mujeres una mayor libertad para leer la prensa, novelas, libros de historia y de viajes. No veían con malos ojos que las mujeres obtuvieran enseñanzas modernas y hasta que pudieran dedicarse a oficios como el de escritoras o profesoras. La existencia de grupos de masonas en San Luis Potosí, así como una de las primeras escuelas normales y la escuela de artes y oficios para mujeres, constatan las oportunidades de participación social a las que pudieron acceder las jóvenes de clase media en esta región.
El 11 de septiembre de 1910, Dolores Jiménez, como presidenta del Club Femenil Hijas de Cuauhtémoc, encabezó una protesta en la ciudad de México en la glorieta de Colón contra el fraude en las elecciones, con la consigna "es tiempo de que las mujeres mexicanas reconozcan que sus derechos y obligaciones van más allá del hogar". En el grupo estaban Mercedes A. de Arvide y Julia Nava Ruisánchez. La protesta antirreleccionista la llevó a la cárcel de Belén. Las pocas noticias de su condición de presa política nos muestran el carácter y la firmeza de principios revolucionarios y la conciencia de sus derechos ciudadanos, pues no dejaba de pedir la liberación de las otras aprehendidas, mientras que ella -según relata Aurora Martínez- era sometida a un régimen especial: no le permitían comunicarse con nadie, ni siquiera con sus defensores, a pesar de estar enferma.
Poco después Dolores, por invitación expresa del general Emiliano Zapata, se une a las filas del zapatismo donde realiza tareas de profesora, escritora y oradora. Pese a su avanzada edad, acompañaba a diversos lados al ejército suriano.
En 1914 estuvo recluida nuevamente durante 11 meses por órdenes de Victoriano Huerta. Para ella había un trato más duro que el que se daba a otras revolucionarias más jóvenes, ella era la más vieja y sus habilidades como escritora e intelectual al servicio de la revolución, primero con los clubes liberales, posteriormente con Madero y después con Zapata, eran ampliamente conocidas.
En una época en que carecer del apoyo de un varón era visto como una desgracia, Dolores asume su soltería y soledad con valor y dignidad, como una condición que le permite formarse una conciencia clara de su autonomía y de sus decisiones políticas. En la carta que escribió a Blanquet, en 1914, desde la cárcel, dice: "...huérfana de padre y madre desde muy joven; viviendo siempre de mi trabajo, y, desde hace tiempo también, sola en el mundo, no existe otra influencia para mí que la de mi criterio y la de mi conciencia, no aspirando a nada material ni arrendrándome nada tampoco, si no es obrar torcidamente, lo cual está en mi mano evitar." Sin más pretensiones que ser fiel a la causa del pueblo y a sí misma, aislada en la cárcel, amenazada por Huerta, no cesa de señalar su horror por tanta sangre derramada, su deseo de encontrar justicia en alguna parte, el restablecimiento de la paz, la pacificación del país y el bien de todos.
Sobre los amores de Dolores nada se conoce. Hay la esperanza de encontrar algún día escritos suyos donde hable de sus amores y sus tristezas, pero no será fácil, porque también llevó años de vida clandestina, sin poder tener el lujo de escribirlo todo.
En sus últimos años continuó con tareas periodísticas en el Anahuac y en el Correo de las Señoras. Se sabe también de su colaboración en las Misiones Culturales. En 1925 se apaga la flama de esta "antorcha de la revolución" como se llamaban entre sí estas incansables revolucionarias. Dolores, a diferencia de muchos de sus compañeros, no tuvo más herederos que sus versos perdidos en algunos diarios publicados entre tres épocas y en el recuerdo de sus colegas sobre su significativa colaboración en un plan político social tan apasionadamente compartido.
Su talento, su autonomía y su energía revolucionaria e intergeneracional, constituyen un hito en la historia de las mujeres mexicanas.

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(1) Historiadora y antropóloga, investigadora de El Colegio de San Luis, autora de varias publicaciones sobre historia de la educación de las mujeres. Correo electrónico: [email protected]
(2) Abogada e historiadora, tesista de la Maestría de Historia de El Colegio de San Luis con un estudio sobre la escuela de artes y oficios para mujeres.

 
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Cronología de la vida de Dolores Jiménez y Muro

Bibliografía sobre Dolores Jiménez y su medio socio político