La Jornada Semanal,  2 de diciembre del 2001                                núm. 352
 Regina Crespo y Rodolfo Mata

Imágenes de Brasil en la literatura mexicana


Dicen Regina Crespo y Rodolfo Mata, investigadores en la unam y profundos conocedores del tema, que este ensayo “ya está pareciendo pero no pretende ser una ‘teoría’ de la aproximación literaria a Brasil”. Coincidimos con ellos cuando afirman que la relación intelectual entre Brasil y el resto de Latinoamérica tiene su “momento de mayor fuerza” no a través “de la literatura o de las referencias mediáticas, sino de la vivencia, del contacto directo con el país, su paisaje, sus costumbres y su gente”. Así lo han demostrado Vasconcelos, Pellicer, Quintanilla, Reyes, Rulfo, Gutiérrez Vega, Francisco Cervantes y varios más de este “breve recuento” signado en todos los casos por una sorpresa entusiasta que ha sabido traducirse
en un enriquecimiento de nuestras letras.
 
Pellicer a la manera de el Aduanero RousseauLa profunda impresión que Brasil ha dejado en varios escritores mexicanos ha sido un fenómeno que ha tenido una continuidad cercana a lo que podríamos llamar una tradición. Las razones del primer encuentro con este país sudamericano han sido muy diversas: desde visitas políticas y misiones diplomáticas hasta viajes por compromisos académicos ajenos a la literatura. Puede haber sido fruto de la simple curiosidad turística o, al contrario, producto de una firme y planeada voluntad de entrar en contacto directo con aquello que ya se conocía a través de sus expresiones artísticas.

También es frecuente que algún motivo previo abra o amplíe las posibilidades de acercamiento. Ahí están algunas de las tantas imágenes mediatizadas que, a lo largo del tiempo, se han convertido en emblemáticas invitaciones a Brasil: Carmen Miranda con su tocado de frutas tropicales cantando "Tico tico no fubá" y "O que é que a Bahía tem?"; la película Orfeo negro y su estupenda música; Pepe Carioca en Los tres caballeros de Walt Disney; el rey Pelé y el Mundial en Guadalajara; el Carnaval de Río de Janeiro, la música de Elis Regina, Vinícius de Moraes, Tom Jobim, Caetano Veloso y Chico Buarque, entre muchas otras cosas más.

En el campo de la literatura, el evento que despierta esta curiosidad inicial suele ser la lectura de algún autor brasileño. Un recuento de las traducciones que han estado disponibles en México constata que los autores brasileños han tenido una visibilidad significativa en el país, que rebasa la distancia territorial y, principalmente, las diferencias culturales. Ya en 1951, el consagrado poeta Manuel Bandeira ofreció a los mexicanos su agudo Panorama de la poesía brasileña (FCE, 1951).1 A lo largo del tiempo, el panorama de Bandeira se fue complementando con antologías como la de Ángel Crespo (Seix Barral, 1973), que tuvo una gran circulación, o la más reciente de Miguel Ángel Flores, Más que carnaval (Aldus, 1994). Además, se han traducido libros o recopilaciones de Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, João Cabral de Melo Neto, Ledo Ivo, Cecilia Meireles, Haroldo de Campos, Ferreira Gullar, el Concretismo, Adelia Prado y Paulo Leminski. En el ámbito de la prosa, grandes invitaciones a un mayor acercamiento con el universo literario brasileño representaron las novelas de Machado de Assis, Guimarães Rosa y Clarice Lispector, además de Jorge Amado, recién desaparecido, que se volvió una referencia importante entre los mexicanos. A esto han contribuido tareas más recientes como la aparición de las antologías de narrativa brasileña organizadas por Valquiria Wey en la unam y la traducción de autores como Rubem Fonseca, Moacyr Scliar, Dalton Trevisan, Nélida Piñon, etcétera.

Las sorpresas que depara el rico universo cultural y literario brasileño a veces acaban por llevar a los más entusiastas a leer directamente del portugués (sorteando las dificultades de conseguir libros brasileños en México) y, más tarde, incluso a aventurarse a continuar la tarea de traducción de los autores descubiertos (con los tropezones frecuentes e inevitables del contagioso portuñol y los falsos cognados). Un paso más allá conduce –en esto que ya está pareciendo pero que no pretende ser una "teoría" de la aproximación literaria a Brasil– al diálogo con la literatura brasileña a través de epígrafes y citas, prólogos a traducciones, o incluso ensayos. Sin embargo, creemos que el momento de mayor fuerza en esta relación no sucede a través de la literatura o de las referencias mediáticas, sino de la vivencia, del contacto directo con el país, su paisaje, sus costumbres y su gente. Por ello, en el breve recuento que haremos a continuación, intentaremos ceñirnos a este tipo de experiencias que plasmaron en la producción literaria lo vivido.

Vasconcelos y la cuna 
de la raza cósmica

La figura más elocuente en el ámbito de las relaciones entre México y Brasil sigue siendo el filósofo y político José Vasconcelos, que estuvo en Brasil en 1922, como embajador especial del gobierno mexicano para asistir a los festejos del centenario de la independencia brasileña. Además de las recepciones oficiales a que compareció y los encuentros políticos y culturales, en los que, como representante del gobierno de Obregón, buscó acercarse más a los países latinoamericanos para contrarrestar el boicot estadunidense, Vasconcelos regaló al pueblo brasileño, a nombre de su país, una estatua de Cuauhtémoc. Hasta el día de hoy, el último emperador azteca contempla la bahía de Guanabara desde la playa de Flamengo.

Sin embargo, más allá de tales propósitos, la estancia de Vasconcelos en Brasil se plasmó en importantes pasajes de La raza cósmica (1925), Indología (1926) y El desastre (1938), tercer tomo de sus memorias. Si recordamos que Vasconcelos eligió a Brasil como cuna de su utopía de la quinta raza, la raza cósmica, y llegó a pensar en una capital mundial, "Universópolis", en medio de la Amazonia, comprobamos el impacto que el país sudamericano tuvo en su imaginario. La opulencia de su naturaleza, la gente afable, las cultas élites y los militares sorprendentemente "civilizados", son elementos que Vasconcelos se llevó para compartir con sus lectores. Lo superlativo de sus descripciones delata al turista entusiasmado, pero a la vez ilustra el optimismo del observador que jamás volvería a Brasil y que, quizás por ello, pudo mantener una visión idílica de lo que conoció. 

Pellicer y Quintanilla: 
el entusiasmo vanguardista

Alfonso  Reyes en Río de Janeiro, 1935El entonces joven y promisorio poeta Carlos Pellicer, que acompañó a Vasconcelos a los festejos brasileños, se llevó de su único viaje a aquel país muchos recuerdos y una serie de poemas. La sorpresa entusiasta ocasionada por la visión de un paisaje donde "las palmeras desnudas andaban de compras por la Rua D’Ouvidor" y "el cielo se llenaba de automóviles y de sombra a las doce del día" moldeó los "Poemas aéreos" de su Suite brasileña. Cantados desde el avión con un ligero toque surrealista, tales poemas materializaron la experiencia visual de enfrentar la exuberancia del paisaje, experiencia que se complementaría con la visita del joven poeta y del ministro a las en aquel entonces agrestes Cataratas de Iguazú. 

Luis Quintanilla, segundo secretario de la embajada de México en Río de Janeiro de 1926 a 1929, escribió varios poemas que incluyen al paisaje brasileño como protagonista. "Canto lírico del avión trasatlántico" y "Ya no volará más el mayor Carlo del Prete" son poemas aéreos en que fosforece la Cruz del Sur y la Bahía de Guanabara guarda la líquida luz del cielo y del mar. "¡Amazonia!" es igualmente luminoso: "Acuario/ esencia de las esmeraldas/ Selva Madre antropóloga./ Abismo. Interrogación. Paraíso del agua torrencial y de las hojas verdes./ Imperio de la Nostalgia Verde." Quintanilla ilumina con luz americanista otros elementos: caucheros, mariposas azules, "eléctricos cocuyos", "acuátiles nenúfares nupciales" y "tribus mitológicas" que habitan esa "ceiba horizontal". El poeta identifica a la selva con el "velludo cuerpo" de una mujer al que le pide que extienda los "tapetes perfumados de su flora", para "exasperar" su "lujuria insaciable".

Las vivencias de Alfonso Reyes

Si bien es cierto que Reyes se sintió incómodo y desilusionado al dejar Buenos Aires para trasladarse a Río de Janeiro, donde fungiría como embajador de 1930 a 1936, gradualmente se fue aclimatando al país y estableciendo contactos con escritores e intelectuales. Aunque su estancia en Brasil es la más prolongada que un escritor mexicano de su talla haya experimentado, tuvo una repercusión más hacia el interior de su obra que hacia el medio literario mexicano.2 História natural das laranjeiras (1930-1936) reúne una serie de estampas que muestran la riqueza de su experiencia brasileña. De las dificultades y angustias que padeció para orientarse al inicio en el laberíntico perfil de Río de Janeiro, surgió "Aguja de las playas", descripción con croquis de un trayecto que pasa por varias playas (Flamengo, Botafogo, Copacabana, Ipanema y Leblon), algunos morros (Corcovado, Gávea y Pão de Açúcar), y otros sitios como la avenida Rio Branco, la laguna Rodrigo de Freitas, el Hipódromo, el Jardín Botánico y el barrio de Santa Teresa, incluyendo los dos iconos fundamentales de la presencia de México en Rio de Janeiro: Cuauhtémoc y Xochipilli, estatua que le tocó regalar al Jardín Botánico, hoy conocida como la "diosa de las flores".

Para Reyes, en Río de Janeiro, donde "el campo chorrea por la ciudad, una ciudad húmeda todavía de naturaleza", "las casas echarán raíces; las ventanas engendrarán yerbas trepadoras; el hombre y el animal se frecuentarán con cierto respeto, y con más atenuada envidia la mujer y la rosa; el niño se confundirá con la fruta; la penca, con el soldado en armas". Esta fascinación por las omnipresentes fuerzas telúricas se refleja en sus apreciaciones de la fauna y la flora. En lo que llama "bestiario de las Laranjeiras" (barrio señorial donde estaba la embajada mexicana), Reyes incluyó un sinnúmero de criaturas: abejas, baratas (cucarachas), borrachudos (mosquitos), cupins (termitas), tatús (armadillos) y otras más que menciona por su nombre en portugués. También hace apuntes botánicos con "grata mescolanza de lenguas": el árbol del pan, el bacuri, el cajú, el copo de leite (alcatraz), el mamão (papaya), las samambaias (helechos) y muchos más. En "Luz y avispa" su aguda observación nos entrega una experiencia sensorial que parece dejar fuera de duda que la luz es otra bajo los cielos brasileños.

En textos como "El Brasil en una castaña" (1942) Reyes amplió las visiones anteriores con datos de la historia política, económica y social, a la manera de los ensayos histórico-filosóficos de gran aliento, que hablan de tipos humanos y ciclos históricos, y en sus Ficciones, el escritor incluyó varios relatos de corte erótico firmados y situados narrativamente en Brasil. En el campo de la poesía, Reyes adaptó la riqueza plástica de sus impresiones brasileñas al riguroso proyecto de Romances del Río de enero (1932), en cuyas "Notas" incluye una observación filológica interesante: "De cuando en cuando darse el gusto de deslizar uno que otro lusismo."2

Otras miradas e impresiones

El interés por Brasil y su repercusión en la creación literaria tiene diversas manifestaciones en nuestros días. En varias entrevistas, Juan Rulfo habló de la importancia de la literatura brasileña, y llegó a referirse a João Guimarães Rosa como "el más grande prosista de este siglo en América Latina". En 1967, Guimarães Rosa vino al Primer Congreso de la Comunidad Latinoamericana de Escritores y buscó encontrarse con él. Quizá si Rulfo hubiera continuado escribiendo tendríamos textos suyos que revelarían esta mutua afinidad. No obstante, sabemos que Daniel Sada, que conoció de cerca a Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores, por recomendación suya leyó al autor brasileño y se ha convertido en heredero de este contacto. 

En la década de los setenta, las discusiones latinoamericanistas y la industria cultural hicieron florecer en México un interés por Brasil, centrado principalmente en la música. A ello contribuyó la presencia de los exiliados del golpe militar de 1964. Eduardo Langagne se aproximó al universo brasileño por ese camino y se adentró en su literatura y su lengua para finalmente pasar una temporada en Brasilia, entre 1988 y 1989, con un cargo en el Servicio Exterior. En sus poemas, Langagne dialoga con Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Su cuento "María do Carmo" sucede en Rio de Janeiro e incorpora palabras y giros sintácticos en los que reverbera el portugués, como lo sugería Reyes.

La relación de Hugo Gutiérrez Vega con Brasil ha sido intensa. Su primer encuentro con la literatura brasileña fue a través de la lectura de Machado de Assis, Guimarães Rosa y Bandeira. A finales de la década de 1980, fue cónsul general en Río de Janeiro y esto lo llevó a adentrarse más en la cultura brasileña. Conoció de cerca a grandes figuras como Carlos Drummond de Andrade y João Cabral de Melo Neto, desfiló en la escuela de samba Mangueira y llegó a tener su mãe de santo y su terreiro. Su libro Andar en Brasil (1988) es un recorrido por diferentes regiones del país –Bahia, Minas Gerais, Rio Grande do Norte y Maranhão– y una serie de homenajes a escritores como Bandeira, Drummond, Dante Milano y Ciro dos Anjos. Para Gutiérrez Vega, la luz de la ciudad de Salvador "va encendiendo el alma", a la mulata "le mueven la cintura/ los dedos de la tierra", y el escultor leproso de Minas Gerais, O Aleijadinho, "levantó sus muñones/ y la piedra sonrió".

El caso de Jorge Ruiz Dueñas es singular. Entró en contacto con el universo lusitano por la "Oda marítima" de Pessoa, traducida por Francisco Cervantes, y con el idioma portugués por la música de Amalia Rodrigues. Más tarde la música y la literatura hicieron crecer su curiosidad por Brasil hasta que finalmente las exigencias del trabajo académico y de difusión cultural lo llevaron a visitar el país en 1979, con Carlos Montemayor. El viaje fue alucinante y la experiencia en Manaus, indeleble. Las visitas a Brasil se repitieron y las amistades con poetas se fortalecieron: Cabral de Melo Neto, Ledo Ivo, Mário Chamie, Ferreira de Loanda y Octavio Mora, entre otros. De ahí surgió el poema largo "Saravá" (1997), saludo de los cultos afrobrasileños cuya sonoridad se extiende, con la fuerza del Solimões, hacia adentro del poema por la geografía física y sentimental de la experiencia brasileña del poeta. El paisaje fluvial, el olor del maracujá, las figuras míticas de Umbanda (Exú, Pomba-Gira, Iemanjá), expresiones y palabras de la cultura brasileña (cachaça, igarapé, tá legal, etcétera) se integran armoniosamente para fomentar la sensación de que el tiempo en la selva que todo lo asimila es otro.

Desde luego es imposible pensar la tradición que hemos venido comentando sin mencionar a Francisco Cervantes. Sus Travesías brasileño-lusitanas (1989), reunión de una serie de artículos y conferencias escritos a lo largo de muchos años, son quizás el testimonio más completo y panorámico de un mexicano apasionado por la lengua portuguesa. En el territorio de la creación, esta huella se deja sentir en varios poemas de Heridas que se alternan (1985), la mayoría con referencias al universo lusitano, algunos incluso escritos en portugués, como "O que diz cualquer assombração". En Regimiento de nieblas (1994), encontramos sólo dos con temas brasileños: "Nuestra espesa encarnación (O Aleijadinho)" y "Mínimo homenaje a Burle-Marx". Carlos Montemayor también tuvo un papel significativo pues dirigió la sección brasileña de la colección Libros del Bicho de Editorial Premiá que publicó, entre 1980 y 1982, en México, a autores como Bandeira, Cabral, Drummond, Ledo Ivo y Cecilia Meireles. Sin embargo, este interés no pervive en su obra creativa: Poesía (1977-1994) no tiene ningún texto de inspiración brasileña. Edmundo Font, por su parte, ha realizado numerosas traducciones y escrito ensayos y poemas de tema brasileño.

Conocemos algunos otros textos con temas o imágenes de Brasil. Por ejemplo, las crónicas del viaje a Sudamérica de Salvador Novo y los poemas "Ipanema" y "Una invocación: (Guanabara)", de Jaime García Terrés; "La lluvia en Copacabana", de José Emilio Pacheco; "Ipanema", de Gabriel Zaid, e "Iré a Sao Paulo un día", de Fabio Morábito. No es posible mencionarlos todos en este breve espacio y sin duda nos faltan muchos más que deberán integrarse a esta genealogía. Las experiencias y motivos tras ellos serán múltiples. Quizás expliquen qué lleva a los escritores mexicanos a interesarse y muchas veces a enamorarse de Brasil. Si no alcanzamos a responder a tal pregunta, al menos tendremos un intenso retrato literario de Brasil y la oportunidad de compararlo con el que de México existe en aquel país, asunto sobre el que tenemos un camino andado aunque, nuevamente, falta mucho por hacer.

NOTAS

1 A pesar de las dificultades que la lectura del portugués representa para los hispanohablantes, la antología y los ejemplos utilizados en el estudio se publicaron en portugués, sin traducción al español, detalle inusitado pero loable tratándose de una primera publicación de poesía brasileña en el fce.

2 La revista Monterrey, que editó en Río de Janeiro, por ejemplo, no fungió como puente entre las literaturas brasileña y mexicana y tampoco sirvió como espacio de difusión para los escritores brasileños en México.