DOMINGO Ť 9 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť Carlos Bonfil

Absolut Warhola

Miková es un pequeño poblado en la región que forma un triángulo entre Ucrania, Polonia y Eslovaquia. En este lugar casi abandonado ("muchos han salido, nadie ha regresado") se instala a lo largo de los noventa, al mismo tiempo que la democracia, el museo Andy Warhola, el cual retiene el apellido original de la familia del pintor estadounidense, oriunda de estos lares. Las obras del artista, prohibidas antes por el régimen comunista, son ahora fetiche entrañable de la población, para la cual la celebridad de Warhol es motivo de orgullo colectivo. Hasta este lugar se aventura el equipo de filmación de Stanislas Mucha para realizar, en tono de comedia, un documental, no sobre la vida de Andy Warhol, sino sobre sus familiares: la tía de 92 años, Eva Prextová; el primo Michael Warhola, de 73 años; la prima Helena, y la presencia espectral de su madre Julia. El resultado es una excelente propuesta documental en la que domina el espíritu pop desde el título mismo, Absolut Warhola, homenaje al artista y a una de sus pinturas, al vodka y a la célebre marca patrocinadora en parte de la cinta.

Esta producción alemana se estrena en Berlín paralelamente a la magna retrospectiva de las obras del artista en la Nueva Galería cercana a la Potsdamer Platz. En las salas Arsenal de la Cinemateca local también se proyecta un ciclo dedicado al pintor cineasta con los títulos Blow job, Bike boy, Kiss, Nude restaurant y Chelsea girls. El documental de Stanislas Mucha es sin embargo algo muy distinto. No describe la obra del pintor ni menciona su trabajo cinematográfico; tampoco insiste en la infancia y juventud de Warhol en Estados Unidos. No evoca a la célebre Warhol Factory y apenas muestra algunas fotografías del pintor vestido de mujer, en actitudes provocadoras, o alternando con otras celebridades, todo en un montaje rápido y desenfadado, en contraste jocoso con las palabras de su parentela en Miková, empeñada en hacer del hijo predilecto del poblado una figura si no ejemplar, al menos sí libre de difamaciones y sospechas. Cuando Mucha cuestiona a tías y sobrinos sobre la homosexualidad del pintor, las respuestas son hilarantes: "Eso no es posible, Andrei tenía un buen corazón y por lo mismo no podía ser "uno de esos". Eva, la tía nonagenaria añade sabiamente: "De haber permanecido en Miková, lo habríamos casado a la fuerza".

Absolut Warhola describe estados de ánimo, la persistencia y aumento del desempleo, el escepticismo frente a la nueva democracia y la nostalgia de aquellos remotos tiempos de la infancia de Andrei. Los habitantes refieren sus faenas para el sustento diario, la tala forestal o la recolección de hongos gigantes, otro orgullo de la región. También celebran su propia inventiva mostrando un tractor "internacional" reparado y reconstruido con refacciones de todas las naciones vecinas. Este ánimo festivo apenas disimula, sin embargo, un clima de incertidumbre y recelo --el rencor social que aún domina en la región y que se expresa elocuentemente en el trato discriminatorio que se le reserva a la minoría gitana. Los gitanos entrevistados son los miserables entre los pobres, las víctimas al alcance de los nuevos menesterosos, y estos últimos incluso les prohiben la entrada al Museo Warhola.

En el museo/recinto casi sacro/mausoleo, se acumulan obras del pintor, parte de su serie de sillas eléctricas, un cuadro de Lenin, otro de una vaca ("Lo único que tiene relación con nuestra tierra", admite un habitante), cuadros de Marilyn Monroe, y latas de Campbell por doquier; las hay incluso en la calle, donde los pobladores aceptan la comida enlatada que se les regala desde el Museo Warhol de Pittsburgh, y que degustan sorprendidos, como una curiosidad más de ese lugar extraño, Norteamérica, "que algo bueno debe tener, pues de todos los que hasta allá han ido, ninguno ha regresado".

Warhol es a tal punto icono del lugar que incluso se ve vagar por las calles a un acordeonista que se presenta como un doble suyo, con el mismo pelo blanco y con las vestimentas de los últimos días, convencido en todo momento de ser la reencarnación de "Andrei", y adoptado así por el pueblo como un performance pop ambulante.

Resulta interesante ver Absolut Warhola en un cine del antiguo Berlín Oriental, sensible todavía a las problemáticas y contradicciones sociales que expone la cinta, y que son su asunto principal, o al menos el más novedoso y oportuno. Desempleo e incertidumbre en el proceso de integración social: Stanislas Mucha ofrece en su documental un espejo oblicuo de la nueva Europa oriental. Niková es una suerte de microcosmos de la patria perdida y de la incertidumbre en los nuevos climas, con un poco también de lo que en Berlín se conoce como "Ost-algia" (nostalgia del Este), y que es al mismo tiempo exasperación y distanciamiento irónico. Un documental social en tono de comedia, con un magnífico pretexto como punto de partida. Esperemos verlo pronto en México.