No parecen haber pasado 470 años desde que un día como hoy, en las faldas del cerro del Tepeyac, la imagen de una Virgen, plasmada en el ayate de un indio conocido como Juan Diego Cuauhtlatoatzin, probablemente originario de Cuautitlán, se convirtió en la más poderosa argamasa para la identidad de una nación.

Y es que el paso de los siglos no ha opacado un ápice el culto guadalupano, que sigue movilizando a millones de peregrinos, quienes año tras año, generación tras generación, bajo cualquier circunstancia histórica o política, en las buenas y en las malas, abierta o clandestinamente, han venerado a la Virgen como a una madre fundadora.

Si bien es cierto que la fe ahí está, inamovible, el culto guadalupano, sin embargo, sí ha desatado polémicas encendidas, cuyas fronteras más visibles están demarcadas por los aparicionistas y sus contrincantes, desde fray Servando Teresa de Mier hasta don Edmundo O'Gorman, lo mismo fray Juan de Zumárraga que Octavio Paz. En fin, que volúmenes enteros se han destinado a discutir la pertinencia histórica de un hecho que, en verdad, está más allá de cualquier debate, porque no hay razón más poderosa ni argumento más contundente que esa incólume capacidad de convocatoria que ha servido lo mismo como estandarte para la lucha independentista que como refugio ante la iniquidad y el desamparo.

Así, el historiador Miguel León-Portilla asegura que "quizá no hubo tal milagro, quizá se perdieron los documentos donde se da cuenta del portento (...) Unos intentan probar que sí hubo apariciones, otros que no las hubo. A mi juicio, ni una cosa ni la otra son demostrables. La fe no se puede demostrar". En tanto, el sacerdote Carlos Cantú, del Opus Dei, afirma que "nadie está estrictamente obligado a creer en la aparición de la Virgen de Guadalupe como milagro, ya que no es un dogma de fe"; no obstante, señala: "el milagro más importante de Guadalupe no consiste tanto en que se haya plasmado o no en tilma, sino su capacidad para haber convertido y evangelizado de manera casi inexplicable a tantos millones de indígenas"; es, agrega, "el vehículo de evangelización más importante de América".

Y ahí está también el reciente descubrimiento de un trozo de piel animal de 20 centímetros de largo por 13.3 de ancho, conocido como Códice 1548, que se suma al Nican Mopohua, documento atribuido al indígena Antonio Valeriano, que muestra datos reveladores sobre la existencia de Juan Diego y las apariciones de la Virgen.

Hoy, en otro ámbito y en otro tiempo, a punto de ser canonizado, Juan Diego es, al mismo tiempo, motivo tangencial de litigio ante los tribunales entre la empresa Arquitectura a la Vanguardia y la jerarquía católica, toda vez que la primera acusa a la segunda de incumplir un pago millonario por el proyecto ejecutivo de una nueva basílica dedicada al indio del Tepeyac, que se edificaría en la cima del cerro de Zacahuitzco.

Y las acusaciones van desde la coacción para "donar" cien mil pesos como garantía de la adjudicación de la obra, hasta el despojo arbitario del proyecto "sin que las instancias de la Iglesia católica cumplieran sus compromisos ni finiquitaran sus adeudos", según afirma Erika Aguilar Urrutia, representante legal de la empresa de arquitectos.

Van y vienen las discusiones, las polémicas y los pleitos, pero muy lejos y muy cerca, a un tiempo, campesinos indígenas se agolpan desde hace días en al atrio de la Basílica de Guadalupe para pedirle, por ejemplo, como lo hace Mateo Jiménez, de Filomeno Mata, Veracruz, "que interceda para que nos suban los precios del café y del maíz, porque ahora sí estamos bien jodidos".

Y él y sus coterráneos se abren paso entre la multitud para bailarle a la Virgen la Danza de los Quetzales, como sus abuelos y los abuelos de sus abuelos lo hacían para agradecerle la presencia de esas aves multicolores "que bendecían las cosechas en nuestra tierra. Las aves se acabaron y el maíz también", remata lacónico Mateo, ante la dulce mirada de Guadalupe que acoge a sus hijos bajo su manto hoy, como ayer, como siempre.