Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de diciembre de 2001
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Cultura
04aa1cul Carlos Bonfil

Día de entretenimiento

A la luz de los atentados terroristas del 11 de septiembre, una cinta como Día de entrenamiento (Training day), de Antoine Fuqua, cuya figura central, el policía Alonzo Harris (Denzel Washington), exhibe la mentalidad de un sicópata, bien puede atizar los temores colectivos y avivar las paranoias. En el actual clima de incertidumbre de las grandes urbes estadunidenses (donde parece indispensable la confianza en los servicios públicos), ¿cómo aceptar la imagen de una autoridad policiaca no sólo corrupta, sino totalmente desquiciada? El lema clásico "Proteger y servir" termina hecho añicos en las enseñanzas que prodiga Alonzo a su colega aprendiz, el idealista Jake Hoyt (Ethan Hawke) de la división narcóticos. La lógica del maestro del asfalto es implacable: en los barrios duros del East Side angelino, con mayoría hispana y afroamericana, imperan a tal punto la impunidad y la violencia, que el único modo efectivo de combatirlas es incorporándolas por completo a la rutina policiaca, penetrar en el ghetto, conocer sus hábitos, eventualmente compartirlos (el consumo de la droga, por ejemplo), y luego golpear violentamente. Acabar primero con los capos y desmantelar después las bandas que dirigen. El método escandaliza al joven novato, aunque termina siendo mayor su fascinación por el veterano que ha enviado a la cárcel a tantos delincuentes (quince mil años acumulados de condenas). Si el cómputo parece exagerado, no lo es menos el resto del guión de David Ayer (Rápido y furioso), con sus peripecias inverosímiles y su desenlace francamente descabellado.

Con todo, lo notable no es la coherencia de la historia ni sus escenas de acción, todas eficaces, sino la estupenda caracterización de los personajes centrales. Denzel Washington juega paralelamente con su colega principiante y con el espectador, prodigando su carisma y sus victoriosos aires de Shaft (Isaac Hayes) versión nuevo milenio. Y el efecto es más poderoso porque lo que se invierte es la fórmula rutinaria del oficial blanco y su colega aprendiz negro (el marginal involuntariamente cómico frente a su superior wasp de sensatez satisfecha), para mostrar a un Ethan Hawke en posición de fragilidad y dependencia frente al dominador pendenciero que no deja de tratarlo, irónicamente, de nigger.

Si la subversión de estas convenciones resulta atractiva, el resto de la cinta es bastante convencional y hasta algo puritano. La pretendida debilidad de Jake Hoyt apenas disimula una fe inquebrantable en los ideales de democracia y justicia que sólo él puede encarnar de manera plausible, y que es finalmente su fortaleza moral (noción a la que continuamente se alude en la película). Hay un episodio elocuente, donde Jake protege a una joven mulata a punto de ser violada. Su valerosidad será tardíamente reconocida, pero ningún otro personaje en la cinta parece capaz de gestos semejantes. Este monopolio de la virtud tiene como contrapartida la perfecta distribución de conductas abyectas en el seno de las minorías negras e hispanas. Cuando el director intenta equilibrar las cosas y extraer virtudes de las gentes previamente caricaturizadas, el resultado es irrisorio (Jake providencialmente rescatado de sus torturadores latinos, por ejemplo). La manera en que se muestra al joven en perpetua guardia contra el poder corruptor de Alonzo es casi heroica. Ni siquiera Al Pacino había mostrado una obstinación semejante en Sérpico al enfrentarse a la policía neoyorkina. Ethan Hawke es un estupendo actor, pero su personaje termina siendo plano y su conducta previsible. Como es costumbre en el cine hollywoodense, el tema de la corrupción en los cuerpos policiacos se trivializa por completo al reducirse a la confrontación de dos individuos que encarnan, de modo muy obvio, las nociones del bien y del mal. De ahí a la concepción de George Bush Jr. de un mundo dividido entre hombres generosos y personajes malvados sólo hay un paso.

Si se desecha el maniqueísmo de la cinta y la burda resolución de sus conflictos, quedan las formidables actuaciones de Washington y Hawke, la viveza de los diálogos y un estupendo manejo de cámaras en las escenas de acción. Todo transcurre en un solo día, el día del aprendizaje acelerado, del intento de corrupción y de la reivindicación moral -una mañana de preliminares, una tarde de perros, y una larga noche de violencia. Es evidente la influencia de los jóvenes directores negros de las dos décadas pasadas, de los creadores de Duro aprendizaje y de La fortaleza del vicio. Lamentablemente la agilidad de la propuesta no tiene como complemento una originalidad mayor en el contenido.

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