La Jornada Semanal,  16 de diciembre del 2001                          núm. 354
 Elsa Cross

Concha Urquiza: el corazón preso

Elsa Cross se refiere en este ensayo celebratorio a los trabajos que Gabriel Méndez Plancarte y José Vicente Anaya escribieron sobre la vida y la obra de una de las principales poetas de la lengua española, Concha Urquiza. La poesía de Concha Urquiza pasó inadvertida y fue objeto de las catalogaciones bobaliconas y apresuradas de algunos antologadores e historiadores de nuestra literatura. Esto no tuvo demasiada importancia pues, con el paso del tiempo, ha sido revalorada y se sostiene en su pura esencia lírica y en la aventura espiritual de la que da testimonio. Comunista hasta 1937 y católica conversa, hizo su “cántico espiritual” y vivió “la noche oscura” que se despeñó sobre sus últimos días en el mundo.

Celebro con entusiasmo la aparición de El corazón preso de Concha Urquiza, en la Cuarta Serie de Lecturas Mexicanas de Conaculta. Reimprime la edición publicada en 1990, en la serie anterior, de la obra de esta autora que es una de las más interesantes poetas mexicanas de la primera mitad del siglo XX.

A la compilación que hizo Gabriel Méndez Plancarte, publicada por la Universidad Autónoma del Estado de México en 1985, ésta añade nueve poemas dispersos que reunió José Vicente Anaya, a quien se debe también un hermoso ensayo introductorio sobre la vida y la obra de Concha Urquiza. Sabemos que José Vicente prepara una biografía de esta poeta, que va a sumar otro trabajo a los muchos de la valiosa y callada labor literaria que ha realizado y que por largo tiempo ya, "se amerita en la sombra".

En su prólogo, que lleva como título "La poeta enamorada de Dios", José Vicente cuenta que Concha Urquiza nació en Morelia, en 1910, realizó una actividad literaria e intelectual intensa desde muy joven, vivió en Nueva York y luego militó en el Partido Comunista durante cuatro años, hasta 1937, en que tuvo una experiencia de revelación interior, sumamente poderosa.

Sobre aquella experiencia, ella escribió: "Nunca amé a nadie con tal pasión del entendimiento y la voluntad, ni creo que después de haber sentido esto, pudiese contentarme con el amor de un hombre." A raíz de esto sufrió una transformación que la llevó a emprender un camino espiritual y a ingresar como postulante en un convento de las Hijas del Espíritu Santo. Incapaz de soportar el rigor de la orden –al igual que Sor Juana con las Carmelitas–, Concha Urquiza la abandonó: dio clases en la Universidad de San Luis Potosí y realizó otras labores; pero lo que no pudo dejar nunca fue su búsqueda interior.

Su muerte ocurrió en circunstancias ambiguas: siendo muy buena nadadora, murió ahogada, posiblemente a causa de las fuertes resacas que hay en las playas de Ensenada. Murió junto con ella un compañero de excursión. Aunque no se precisa en sus biografías la naturaleza de esa relación y de otras, una con una mujer, lo que es claro, a juzgar por sus últimos poemas, es la crisis espiritual tremenda en que se encontraba en sus últimos meses de vida.

Fuera de un círculo de amigos cercanos que rescataron su obra, los trabajos de Urquiza han pasado inadvertidos y sólo hasta fechas recientes comienzan a revalorarse. Algunas posibles razones de ese largo olvido pueden ser la marginalidad en que vivió con respecto de los círculos literarios; otra razón, que fuera católica en tiempos de un claro predominio liberal en las artes y las letras. También pudo ocurrir que, ya entrado el siglo XX, sus poemas se consideraran anacrónicos, tanto por el enfoque de los temas como por sus procedimientos formales; aunque esta no es una razón de peso, pues en México se cultivaron mucho las formas clásicas todavía en la primera mitad del siglo XX. También pudo contribuir el hecho de que fuera mujer, pues en ese momento las mujeres no tenían un acceso tan libre a la cultura como lo hay ahora y había muy poca receptividad hacia su trabajo.

Su poesía proviene, formalmente, de una amplia cultura literaria, que sin duda determinó su gusto por el cultivo de las formas clásicas. No había en ella ninguna pretensión de innovación formal, sino un ejercicio literario que sigue de cerca las huellas de la larga y venerada tradición española. Siendo una excelente paisajista, que recoge mucho del esplendor de Manuel José Othón, puebla también sus descripciones con referencias a tópicos bucólicos de gran refinamiento, creando con ello paisajes idealizados y bellos; pero lo más importante de su trabajo está, a mi juicio, en los poemas que revelan un impulso místico que no es fácil encontrar en ninguna tradición poética. Puede haber abundante poesía religiosa, pero la poesía mística es otra cuestión: lo que la distingue es justamente ese enamoramiento de Dios.

Urquiza escribió sobre todo sonetos, tercetos, liras y romances. Sus sonetos son necesariamente lo más concentrado e intenso de su producción, y llevan mucha ventaja con respecto de las otras formas, en las que se advierte, a causa tal vez de una facilidad excesiva para la escritura, una reiteración prolija de elementos muy referenciales. Están llenos de zampoñas, dardos, ínsulas y ciervos, y a veces, en un gesto de virtuosismo, llegan incluso a la recreación arcaizante, como en "Al yoglar de Nuestra Señora".

En descargo de lo anterior, puede aducirse que Concha Urquiza no escribía con intención de publicar libros, y se dice que muchos de sus poemas, escritos casi al azar en cualquier papel que regalaba a sus amigos, se salvaron de perderse por el cuidado que ellos tenían, y ahora forman parte importante de su obra. La impresión que dejan es que su escritura respondía a una necesidad interior y a un deleite de recrearse ella misma en esos motivos poéticos que le eran especialmente caros. Su factura es muy cuidadosa, como lo es también la de sus elegantes traducciones de la Égloga V de Virgilio –aunque redondea de más algunos versos– y de un fragmento de Dioscórides.

Algunos de sus Sonetos bíblicos, sin embargo, se cuentan entre los más perfectos de la poesía mexicana; en especial el titulado "Job", uno de sus poemas más lúcidos e intensos. Tiene como epígrafe un fragmento de la traducción de Fray Luis de León al Libro de Job: Y vino y puso cerco a mi morada/ y abrió por medio della gran carrera. "Él fue quien vino en soledad callada,/ y moviendo sus huestes al acecho/ puso lazo a mis pies, fuego a mi techo/ y cercó a mi ciudad amurallada.// Como lluvia en el monte desatada/ sus saetas bajaron a mi pecho;/ Él mató los amores en mi lecho/ y cubrió de tinieblas mi morada.// Trocó la blanda risa en triste duelo./ Convirtió los deleites en despojos/ ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,// hirió la tierra, la ciñó de abrojos,/ y no dejó encendida bajo el cielo/ más que la obscura lumbre de sus ojos."

Esta devastadora imagen de Dios es quizá lo que enfrenta alguien que emprende una vía mística extrema que separa de todo lo demás, que destruye las cosas que antes constituían el mundo acostumbrado y seguro, que aísla en la oscuridad de la noche espiritual o en el desierto. Este soneto es el que mejor refleja la desesperanza y el despojo que a mitad del camino sufre quien ha perdido el mundo sin alcanzar todavía a Dios. "Él mató los amores en mi lecho/ y cubrió de tinieblas mi morada", dice, con una imagen que podría resumir la tónica de toda la vida y la poesía de Concha Urquiza, que parece adquirir hacia el final acentos cada más sombríos.

Otros de sus poemas, sin embargo, reflejan un ángulo distinto de su experiencia, la otra cara de ese Dios destructor y terrible que es la del Dios amante. Como sabemos, el Cantar de los Cantares, los Salmos y la poesía bucólica grecolatina proporcionaron el modelo para mucha de la poesía mística cristiana posterior. Puede a veces resultar muy forzado querer ver el Cantar sólo como una alegoría del amor entre Dios y su pueblo, o entre Dios y el alma. No obstante, es la interpretación que ha prevalecido, dando validez a la vía poética de místicos como San Juan de la Cruz, cuyo Cántico espiritual, hermosísima glosa del Cantar, ha sido a su vez un paradigma hasta nuestros días. Esos amores divinos son un tema literario muy tentador y las huellas del Cántico espiritual se pueden rastrear hasta Concha Urquiza y otro poeta muy olvidado también, en quien se revela un impulso místico similar: Alfredo Román Placencia.

Concha Urquiza dedica expresamente a este tema los diez Sonetos de los Cantares, titulados "La canción de Sulamita", que contienen muchos notables hallazgos, y las "Canciones en el bosque. Variaciones de los Cantares", dentro de sus Églogas, aunque diversos tópicos y elementos líricos de los Cantares son constantes en el resto de su obra. Cito el brillante final de estos Sonetos: "nada deseo, amor, si ya no ha sido// guiño de astros en la noche oscura,/ o el deleitoso canto desceñido/ en que la joven rima se madura."

Siguiendo también los Cantares, Concha Urquiza hace este "Retrato del amado", que en momentos lleva a recordar la muy sensual descripción del Bautista que Oscar Wilde pone en labios de su Salomé. Dice Concha: "la mano a torno, en giros luminosos/ prende fuego al jacinto que fulgura/ profusamente en su áurea curvatura;/ y un cerco de zafiros preciosos/ le llaga de destellos azulosos/ el redondo marfil de la cintura.// Cual columna de mármol exornado/ su pierna en basa de oro se levanta/ sobre el noble artificio de la planta..."

La enorme sensualidad de estos poemas roza muy de cerca los confines de la poesía erótica; de hecho son poemas eróticos, aunque hayan surgido de un impulso místico. Y dentro de esta ambigüedad, cabe la pregunta: ¿por qué habiendo Concha Urquiza visto –en la forma que sea– a Dios, no resiste la atracción de la criaturas efímeras? Dice en uno de sus opulentos "Cinco sonetos en torno a un tema erótico": "a exilio perpetuo me provoca/ la chispa de tus ojos turbadores,/ la roja encrespadura de tu boca".

Esos sonetos, que hablan de "El alma, en redes lánguidas cautiva", hablan de una sensualidad oscura, esplendorosa y llena al mismo tiempo de una sensación de caída. El tema erótico no aparece mayormente; sólo se muestra la sombra que produce y que invade todo. Dice: "Cuando la sangre el corazón satura/ de sólo tu sabor –término medio/ en loco silogismo de amargura–,// inaccesible al implacable asedio,/ como trozo de plomo el agua obscura/ húndese el alma en silencioso tedio."

Esta brutal imagen del alma como un trozo de plomo, toca el otro extremo de la luminosidad de los primeros poemas. Y de tinieblas habla también Concha Urquiza en su último poema, titulado justamente "Nox", es decir, noche en latín. Se perciben en él la oscuridad interior, la duda, la pérdida casi total de referencia. Por desgracia, ella murió muy poco tiempo después de haberlo escrito, y no sabemos si entrevió, en medio de los castrantes sentimientos de la culpa cristiana, que la "noche oscura", como han mostrado tantos místicos de distintas tradiciones, es sólo una fase del proceso espiritual, y que, según las propias premisas del cristianismo, Jesús, lleno de compasión infinita, salva.

Cito el segundo soneto de "Nox", que se dirige a Dios: "¿Cómo perdí en estériles acasos,/ aquella imagen cálida y madura/ que me dio de sí misma la natura/ implicada en Tu voz y en Tus abrazos?// Ni siquiera el susurro de Tus pasos,/ ya nada dentro el corazón perdura;/ te has tornado un "Tal vez" en mi negrura/ y vaciado del ser entre mis brazos.// Universo sin puntos cardinales./ Negro viento del Génesis suplanta/ aquel rubio ondear de los trigales.// Y un vértigo de sombra se levanta/ allí donde Tus ángeles raudales."