La Jornada Semanal,  16 de diciembre del 2001                          núm. 354
Margo Jefferson

Fin de otro siglo

Margo Jefferson nos habla de cuatro ciudadanos de dos siglos, el XIX y el XX que, en sus obras de teatro, analizaron los aspectos esenciales de la transición. De Oscar Wilde rescata una frase fundamental: “El pasado es lo que el hombre no debió ser. El presente es lo que el hombre no debería ser. El futuro es lo que los artistas son.” De Las tres hermanas de Chéjov recoge una inquietud perenne: “¿Es posible el progreso humano? ¿Tendrán algún significado las vidas? ¡Si tan sólo supiéramos! ¡Ojalá lo supiéramos!” Strindberg, por su parte, afirmó que “las personas modernas titubean, se desmoronan y son una mezcla de lo viejo y lo nuevo”, y Bernard Shaw, en su prólogo a Heart Great House se refiere a una generación de la vieja familia que “ignoraba cómo vivir y se vanagloriaba de saber cómo morir”.

Ahora todos somos ciudadanos de dos siglos, razón por la que me siento atraída por aquellos artistas que experimentaron la misma sensación cien años atrás –una generación de escritores que había llegado a su madurez cuando cruzaron esa frontera y que, a pesar de ello, arrojaron sus dardos visionarios, o simplemente los lanzaron al aire con astucia, en el momento de la transición.

Mi obsesión actual es por un cuarteto de dramaturgos que, además, fueron novelistas, cuentistas y críticos literarios. Aclaro esto de inmediato porque son muchos los que todavía consideran la redacción de guiones de obras teatrales como un género literario menor. Ningún escritor dejará de obtener enseñanzas de estos autores, ni habrá lector que no halle placer, terror, reverencia, aflicción y un gran estímulo en sus obras.

Strindberg, Shaw, Wilde y Chéjov nacieron con once años de diferencia entre ellos. Wilde (1854) murió cuando iniciaba el nuevo siglo, y ahora más que nunca sigue presente entre nosotros. Su obra se lee, se relee y se presenta en los escenarios sin cesar; su vida ha sido recreada en el cine y en el teatro. Probó lo que afirmaba en The Soul of Man Under Socialism: "El pasado es lo que el hombre no debió ser. El presente es lo que el hombre no debería ser. El futuro es lo que los artistas son."

En 1900, Chéjov, nacido en 1860, tenía apenas cuarenta años de vida. Escribió algunas de sus obras más soberbias, entre ellas, Tío Vania y La orquídea roja, cuando padecía tuberculosis. Que Chéjov fuera doctor resultó importante. Transformó los ideales del médico –generosidad de espíritu y un diagnóstico implacable– en algo estético. Observó, escuchó, tomó nota, interpretó y encontró formas para describir lo que los pacientes (sus personajes) no hubieran sido capaces de narrar. Jamás se han visto personas que, sin poder cambiar, anhelaran tanto este cambio preguntándose, en todo momento, si sus vidas aparecerían como absurdas e insignificantes a ojos de sus sucesores. ¿Es posible el progreso humano? ¿Tendrán algún significado sus vidas? "¡Si tan sólo supiéramos! ¡Ojalá lo supiéramos!", exclama Olga en el último diálogo de Las tres hermanas. Chéjov está firmemente anclado en nuestras conciencias. A través de sus cuentos cortos siempre se le leerá y será llevado al escenario.

Más allá de las escuelas de teatro, Strindberg (nacido en 1849) seguramente es el menos leído de estos grandes escritores. Murió en 1912, después de una serie de colapsos físicos y mentales. Es un escritor atormentado y brillante –probablemente sería digno de atención aunque no hubiera sido el padre espiritual y artístico de Ingmar Bergman (la reciente producción de Bergman, The Ghost Sonata, lo demuestra con diáfana claridad). Strindberg escribió breves obras de teatro, realistas e intensas, como Miss Julie, otras más largas que se leen como novelas expresionistas (The Dance of Death), así como obras de ensueño como The Ghost Sonata y Easter que son, a la vez, poemas y dramas. Se entremezclan en su universo trama y reflexión, ciencia y religión, prosa y verso, dioses, fantasmas y humanos.

Las personas modernas, escribió, "titubean, se desmoronan y son una mezcla de lo viejo y lo nuevo [...] Mis almas [personajes] reúnen las etapas pasadas y presentes de la civilización, son fragmentos extraídos de los libros y de los periódicos, pequeños rasgos de humanidad, harapos y andrajos de una ropa fina en un mismo remiendo, como el alma humana". ¿Existe mejor descripción de lo que somos? Sus personajes desnudan sus necesidades como los animales cuando muestran sus colmillos. Nos presenta una visión letal de las luchas por el poder entre hombres y mujeres, padres e hijos, sirvientes y amos. Emplean todas las armas que sean necesarias. ("¿Debo recordarte una vez más que mi educación es superior a la tuya?", insinúan sus personajes. "¿Acaso no dependes de mí para todo lo que deseas y lo que tienes?") El amor puede destruir de manera tan devastadora como el odio. La intimidad significa que absorbemos no sólo las ideas sino también las "sugerencias" (estados de ánimo, ciertas respuestas) de otros. Los secretos familiares se perpetúan, generación tras generación, al igual que la contaminación del aire o el arsénico en el agua. Ese terrible grito –"¡El horror! ¡El horror!"– que emite Kurtz en la obra "El corazón de las tinieblas de Conrad hace mella en Strindberg. Pero nos hallamos en Suecia, el corazón de Europa del Norte, y las víctimas de las inclinaciones sanguinarias de sus personajes son las personas que les son más familiares.

A pesar de toda su fama, Shaw (nacido en 1856, y que vivió hasta 1950, lo suficiente para ver cómo algunas de sus obras se adaptaron a la pantalla grande y para participar en programas de radio y televisión) me da la impresión de haber recibido, de manera sutil, el mayor patrocinio entre estos cuatro autores. Todavía se dice que era brillante pero despiadado. Un maestro de la comicidad que convertía a los seres humanos en ideas y argumentos. Un hombre que permitió que sus ideas políticas y su crítica invadieran su arte. (Los prólogos de sus obras teatrales podrían ser objeto de cursos de ciencias políticas, y escribió también brillantes críticas musicales y teatrales.)

Shaw fue un verdadero artista, un maestro multidisciplinario. Escribió obras de un solo acto, de cuatro actos, espectáculos, tratados, piezas históricas, futuristas, comedias modernas en donde la tragedia resuena como un amor impronunciable. Me lleva a preguntar: ¿porqué tantos autores crean personajes que son tan sólo emociones en movimiento, confesiones y reacciones sobre ellos mismos y algunos otros? Sucede que el público está ávido de tramas e ideas sin que su calidad tenga importancia. No separamos a estos personajes de la inclemencia que nos caracteriza a todos, y Shaw nunca se situó en un plan superior a sus personajes –o al ser humano– pretendiendo que nosotros sí lo hacemos. Basta escuchar cualquier programa de vivencias (talk show), o bajar de la red un apasionado ensayo, oír a algún conocido recurrir a una lógica ultrarracional para justificar actos irracionales.

Después, leamos Major Barbara. Recientemente se presentó en Broadway, con una opulenta producción visual sin ritmo ni pasión algunos. Aun así, el lenguaje y la complejidad del mundo creados por Shaw todavía nos excitan. No sólo se trata de un conflicto de voluntades entre Bárbara Undershaft –la chica de sociedad que acude al Ejército de Salvación para satisfacer su necesidad de hacer el bien y salvar las almas– y su padre, cuyo imperio de municiones lo compromete con la guerra y la destrucción. Aparecen cockneys desempleados, jóvenes de sociedad y ricas viudas; todos ellos viven en torno a sus costumbres, sus instintos y los planes que idean para cruzar la brecha entre lo que poseen y lo que desean.

En toda la obra de Shaw es palpable, además, la rigurosa musicalidad de su lenguaje. En el prefacio de Heartbreak House, una obra acerca de la primera guerra mundial que definió –en homenaje a Chéjov– como "una fantasía al estilo ruso sobre temas ingleses", nos describe el mundo de los inútiles y de los privilegiados como "este palacio de malvado hechizo. Se extasiaba en el amor pero creía en la crueldad [...] En resumidas cuentas, en Heartbreak House se ignoraba cómo vivir y no quedaba más que vanagloriarse de que, por lo menos, se sabía cómo morir [...] Es así como los primogénitos de Heartbreak House fueron castigados; y los jóvenes, los inocentes y los esperanzados expiaron la locura y la frivolidad de sus mayores".

No pretendo que estos escritores me complazcan en todos sentidos (por ejemplo, Strindberg hacía gala de ideas desesperantes y absurdas sobre la mujer mientras que, paradójicamente, las mujeres de las obras de Shaw no siempre están a la altura de la visión que tiene el autor sobre su papel en la sociedad). Pero no cabe duda de que todos se guiaban por la audacia, buscaban la transformación del conocimiento que tenían de sí mismos y del mundo a través de un arte que permitiera cambiar las vidas de aquellos que les sucederían.
 

Traducción de Alfonso Herrera Salcedo T.