Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 19 de diciembre de 2001
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Política
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ENTREVISTA

Laura Bonaparte, víctima de la dictadura argentina

"Las desapariciones, una atrocidad que la razón no procesa"

Las madres, cuando buscan a sus hijos, en realidad esperan no hallarlos, porque encontrar sus huesos es un choque frontal con la brutalidad del genocidio

BLANCHE PETRICH

Tres mujeres, todas en sus sesentas, han secuestrado a un genocida en Argentina y lo tienen a su merced. Pueden hacer con él lo que quieran, sin pagar las consecuencias. Las tres tienen hijos desaparecidos. En diálogos agridulces planean cómo matar al tipo. ƑAhorcarlo, apuñalarlo, un tiro limpio en la nuca? Miles de formas con las que, en la vida real, las madres de víctimas del genocidio han especulado muy en el fondo de sus secretos. Mientras deciden, charlan y discuten. Sin poderlo evitar, desembocan en una competencia sobre cuál de las tres lleva la carga de dolor más pesada. Eso también ocurre en la vida real.

Al final, las "tres buenas mujeres", representadas por tres grandes de la dramaturgia porteña, dejan que el genocida se vaya, "por cobarde y por cagón". No tomaron venganza. Y estuvieron cerca de hacerse justicia. El público en el Teatro del Pueblo ríe y llora al mismo tiempo. La obra, escrita por la sicoanalista Laura Bonaparte, dirigente de Madres de la Plaza de Mayo-Línea Fundadora, ha sido descrita por el escritor Noé Jitrik como "iniciática" en el proceso de representar y expresar el drama de la historia reciente de Argentina, con el genocidio y la impunidad a cuestas, un cuarto de siglo después.

Laura Bonaparte es sobreviviente de una familia emblemática de ese pasado vivo. Ha viajado a México para estar presente, hoy a mediodía, frente al primer juzgado "B" en materia de amparo, donde se realizará la audiencia final del juicio de garantías promovido por el ex militar argentino Ricardo Miguel Cavallo, el ex director del Renave que resultó ser uno de los dirigentes del centro de exterminio que fuera la Escuela Superior Mecánica de la Armada, en Buenos Aires.

Detenido fortuitamente hace 15 meses cuando intentaba huir de México, Cavallo enfrenta un pedido de extradición presentado por el juez español Baltasar Garzón para juzgarlo por los delitos de tortura, genocidio y terrorismo cometidos durante la dictadura, entre 1977 y 1982.

A partir de la diligencia de este miércoles, el juez Juan García Orozco podrá resolver de inmediato, o en un plazo hasta de tres meses, si le concede el amparo al militar o si procede su extradición a España.

Cuando Cavallo finalmente esté en el banquillo de los acusados en Madrid, empezará para la familia de Laura Bonaparte, y para miles como ella, la acción de la justicia que hasta ahora, 25 años después, aún les es denegada. "Y habrá que reconocer, entonces, que el presidente Vicente Fox tuvo un gran mérito en ello. Es importante que el mandatario mexicano sepa que si sus jueces hacen esta aportación a la ley universal humanitaria, demostrará al mundo que la justicia en su país sí vale. Que la justicia puede ser el espinazo de Dios ... o del diablo."

"Los grises son los desaparecidos"

Para facilitar el relato de la devastación de su familia, Laura se apoya en unas plantillas donde ha impreso su árbol genealógico mutilado. "Los grises son los desaparecidos", advierte. En recuadros grises, en efecto, aparece Aidé Leonor Bruschtein Bonaparte, su hija, quien fue desaparecida el 24 de diciembre de 1975 (antes del golpe militar), y su compañero Adrián Faidon, secuestrado dos meses después.

La Noni estudiaba ciencias exactas y con su voz de mezzosoprano alfabetizaba en las ciudades perdidas mediante canciones y poemas de las revoluciones española y mexicana. Dos meses antes de serbonaparte_laura_ds7 capturada había parido al pequeño Hugo, quien al quedar sin padres fue adoptado por su hermana.

Los padres de La Noni, enterados de que su hija había muerto en manos de los militares que la capturaron y que les negaban la entrega del cuerpo, interpusieron una demanda penal en contra del ejército. Santiago Bruschtein, postrado por un enfisema terminal, fue sacado una noche de su cama en junio de 1976 al grito de "šjudío, hijo de puta, quién sos vos para acusar al ejército!" Desapareció.

En mayo de 1977 es allanada la casa de la segunda hija de Laura, Irene, quien además de adoptar a Hugo tenía una hija, Victoria. Contaba con 21 años. Ella y su marido, Mario Ginzberg, son desaparecidos. Ese mismo mes son detenidos-desaparecidos un tercer hermano, Víctor Bruschtein, y su compañera, Jacinta Levi.

Laura, que en su profesión era vanguardia del sicoanálisis, que llevaba diez años prestando servicios hospitalarios, que tenía una familia grande, que impartía cátedra, quedó repentinamente sola. Ella y su único hijo sobreviviente, el periodista Luis Bruschtein, salen al exilio en México con los nietos.

Osamentas y fosas comunes

En 1985 abandona México y regresa a Argentina decidida a enfrentar lo que pocas madres de desaparecidos se atreven: seguir hasta lo imposible el rastro de sus hijos. Cada hallazgo es un golpe terrible. Ya lo había experimentado cuando buscaba a La Noni. Los militares se negaron a entregarle el cuerpo. A cambio, le ofrecieron las manos de su hija en un frasco con alcohol.

"Cuando una mujer pare, queda marcada no sólo en la conciencia, sino en el cuerpo. Y necesita confirmar esa maternidad a lo largo de toda su vida. Por eso la desaparición de los hijos es una atrocidad que la razón no procesa". Por eso tomó el camino de buscar en osarios y fosas comunes, "para buscarlos donde estén. Y si las investigaciones antropológicas llegan a la identificación de un cuerpo, hay que dejar que nuestros hijos den su postrer testimonio. Darles el derecho de tener la última palabra".

Especialista del consciente y el subconsciente, en otros momentos de su vida entró "a los vericuetos de la locura". Laura Bonaparte reconoce que las madres, cuando buscan así a sus hijos, en realidad esperan no encontrarlos. "Porque encontrar sus huesos es un choque frontal con la brutalidad del genocidio. Y para ello hay que tener una estructura ideológica y moral muy fuerte. Por mucho que nos duela, como madres tenemos una relación interrumpida con ellos y un nunca más."

Con todo, siguió esa ruta convencida de que si no hubiera sido por el hallazgo de las fosas nazis, los grandes criminales de la Segunda Guerra Mundial no hubieran ido a juicio en Nuremberg.

En aquellas fechas la revista Life, que entonces gozaba de influencia mundial, publicó un reportaje sobre el hallazgo de una fosa común en el cementerio de Avellaneda. La organización de Bonaparte exigió y logró por las vías legales una exhumación. Pidió en forma urgente la presencia de un antropólogo forense. Se inició así el trabajo antropológico que haría escuela en el continente.

Ni el derecho de bien morir

Sin embargo, en un principio esas presiones y diligencias en Avellaneda desembocaron en una macabra historia de horror y frustración. Abierta la fosa, lo único que se encontró fue un revoltijo de huesos y restos imposible de reconstruir. Solamente en el primer intento salieron 12 fémures y dos cráneos. Gracias a los testimonios de los sepultureros se pudo concluir que ahí enterraron a unas 80 personas. Muchos de los cuerpos llegaron ya en estado de descomposición, cargados en camiones de volteo. Pero ese episodio sentó precedente en la lucha por el esclarecimiento de esos genocidios que aún hoy siguen marcando el paso en el esfuerzo por reconstruir la historia de Latinoamérica. Apenas ayer hubo una exhumación en Chile. Hace pocos meses, en Guatemala. A veces estas acciones dolorosas arrojan alguna luz a las familias y a la historia. Otras veces nada.

Poco después se supo de un hallazgo en el Club Cabañuelas, en La Plata, que era un sitio de reunión de paramilitares, los homicidas de la Triple A. Eran fotografías de una incineración de cadáveres. Gracias a esas fotografías atroces Laura pudo reconocer semicalcinado a su ex marido, Santiago, con un tiro de gracia. El matrimonio Gualdiero pudo ubicar ahí a su hija María del Carmen, secuestrada cuando tenía ocho meses de embarazo. Junto a ella, aún unido por el cordón umbilical, un bebé. Hasta la fecha no han recuperado los cuerpos, resguardados en un osario en Buenos Aires.

Laura Bonaparte tiene 76 años. Rosario Ibarra, 74. Muchas madres de desaparecidos se acercan al final del camino. Y algunas mueren sin el derecho natural de los progenitores de que los hijos les cierren los ojos. "Ni ese derecho nos dejaron, el derecho de bien morir."

Así murió su amiga Yoyi Epelbaum. A ella le desaparecieron a sus tres hijos. Murió sin entender, porque esta es una tragedia que no tiene explicación.

Ruptura en la Plaza de Mayo

La lucha de las Madres de Plaza de Mayo está cruzada por una ruptura, en 1985, de la cual, insiste Laura, hay que hablar. Asegura que no hubo divergencias ideológicas con el grupo de Hebe Pastor de Bonafini, sino "un problema de dinero, de honestidad".

Pero las organizaciones tienen posturas divergentes. Unas, las de línea fundadora, reclaman ir hasta el final en la investigación sobre el paradero de sus hijos, sea cual fuere la cruda verdad. Otras exigen aparición con vida. Para Bonaparte este es un reclamo que frena la investigación real. Al final, es una exigencia más cómoda para los militares.

Otra diferencia es la de las indemnizaciones. La organización de la señora Bonafini ha acusado al grupo de la señora Bonaparte de "haberse vendido" por haber aceptado la reparación económica. Esta última explica su criterio: "Luchamos porque se instaurara una indemnización, una renta vitalicia para los chicos de padres desaparecidos. Esto significó que el Estado se reconoció culpable y por lo tanto obligado a reparar el daño. Con ello se reconoce implícitamente que no hubo tal cosa como guerra sucia, sino asesinatos de personas que luchaban por un ideal. Así enterramos la teoría de los dos demonios, la versión oficial de la historia que responsabiliza por igual a víctimas y a victimarios, al ejército y a las organizaciones armadas".

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