Javier Oliva Posadas

Los procesos en el PRI, PAN y PRD

Una de las principales características estructurales de los parlamentos es que las decisiones fundamentales son tomadas en otra parte. Destacan las negociaciones entre las dirigencias de los partidos políticos y el gobierno como los ámbitos que producen eventuales acuerdos para que sean remitidos a las asambleas, y allí se les proporcione legitimidad (ajustes, si es necesario) y consistencia legislativa. No es peyorativo, es un proceso del sistema político.

Por supuesto, debe considerarse en ese complejo proceso de búsqueda de consensos la incidencia de los medios de comunicación. Así las cosas, puede observarse que el proceso legislativo, por obvio que sea, enfrenta gran cantidad de sucesos coyunturales y estructurales, que lo llevan a un proceso decisional, además de lento, en ocasiones poco efectivo y aún menos lucidor (a la corta).

Estos planteamientos introductorios pretenden señalar los dos elementos que, de no ser considerados en los análisis, se corre el riesgo de conferir mayor fuerza e influencia al Poder Legislativo de la que en realidad tiene. Las negociaciones políticas en México entre el Ejecutivo y el Legislativo comienzan (o deben iniciar) por sopesar la agenda tanto de los partidos políticos como de las contiendas electorales locales y federales. Por el momento, haré referencia a la situación interna de los principales partidos políticos nacionales.

Tanto el PRI como el PAN y el PRD se encuentran en un coincidente proceso de renovación de sus respectivas dirigencias nacionales. También, como antecedente fundamental, las tres principales organizaciones partidistas han modificado sustancialmente su normatividad, con la lógica finalidad de adaptación y preparación para el futuro. Pero hay otros aspectos no menos trascendentes que tienen que ver con la dinámica de trabajo en el Poder Legislativo.

En las duplas que más se mencionan en cada uno de los partidos señalados, por lo menos uno de los aspirantes desempeña funciones como legislador. En el PRI, Roberto Madrazo y Beatriz Paredes (diputada federal); en el PAN, Luis Felipe Bravo Mena y Carlos Medina Plascencia (senador); y en el PRD, Rosario Robles y Jesús Ortega (senador).

Es evidente que en el resultado de sus respectivos procesos habrán de generarse repercusiones directas en la conformación de las dirigencias en el Congreso de la Unión, en los trabajos parlamentarios. Quizá el único factor atenuante es que previsiblemente se encontrará instalada la Comisión Permanente. Pero también, de los resultados internos dependerá la consistencia en las futuras relaciones con la Presidencia de la República.

Independientemente de las modalidades en la selección de las nuevas dirigencias, éstas deberán observar un muy claro soporte de legitimación para, además de ser representantes de sus organizaciones, demostrar capacidad de operación política hacia sus bancadas en el Congreso de la Unión y así estar en posibilidades de alcanzar, cuando así sea, acuerdos duraderos, estables y amplios con el gobierno de la República. En otras palabras, el quehacer de la política como profesión.

En medio permanece el Poder Legislativo y sus decisiones. Nuestros tiempos, que en apariencia exigen velocidad y poco espacio para la reflexión, no son propicios para la deliberación; por eso retomar la esencia del debate como una lenta pero duradera forma de asegurar la consistencia institucional resulta crucial para diputados, senadores y funcionarios del gobierno federal.

Por su parte, el Ejecutivo, a partir de esa realidad, esperemos que muy factible, no podrá ni desconocer la representatividad de las dirigencias nacionales, ni tampoco ignorar la relevancia de los trabajos en las asambleas federales. De los procesos internos de los partidos políticos, sin exagerar, depende buena parte de la gobernabilidad que a tantos preocupa.

Nos vemos en la siguiente entrega y le envío una felicitación con motivo del nuevo año. Salud para usted y los suyos.

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