Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 30 de diciembre de 2001
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Política
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Guillermo Almeyra

El poder y los poderes

El poder, en Argentina, vaga por las calles y por los pasillos de diferentes instituciones, civiles y militares. El gobierno fue impuesto por una poblada, a la cual tuvo que rendir tributo recibiendo a las Madres de Plaza de Mayo, levantando el veto a la extradición de criminales y torturadores castrenses, suspendiendo el pago de la deuda, ofreciendo un plan de empleos. No tiene, pues, fuerza propia y descansa sobre una alianza heterogénea y efímera entre la mayoría de los gobernadores peronistas, que está muy tironeada por la esperanza de uno de ellos, el ex corredor santafesino Reutemman, de dirigir ese bloque y candidatearse a la Presidencia de la República. Ni los peronistas (justicialistas), ni aún menos los depuestos radicales, son algo más que fantasmas, ectoplasmas políticos, ya que no tienen apoyo ni sostén.

Pero se mantienen porque en octubre pasado, un mes antes del porteñazo, fueron elegidos en comicios que contaron con récord de abstenciones y de votos de protesta y, por lo tanto, son legales, aunque no tengan legitimidad, y son indispensables para votar leyes y aprobar decretos. No se sabe siquiera si las elecciones se harán en marzo o en 2003, al terminar el periodo del defenestrado De la Rúa. Por supuesto, si son en marzo Rodríguez Saá podría resultar elegido gracias a su efímera apertura (ya que no tendrá tiempo para desgastarse), y por eso los demás juegan a la carta del 2003.

Por su parte, el poder popular, muy reforzado por la conciencia de su fuerza desde la poblada reciente, no está organizado y no tiene un programa común, en parte porque Rodríguez Saá concedió la suspensión del pago de la deuda y la libertad de los presos por saquear supermercados, cosa que todos demandaban, y las otras exigencias muchas veces no son compartidas por todos los grupos.

Quedan los poderes fácticos. Los militares, como toda la clase media, sufrían los efectos de la política neoliberal en la rebaja de sus sueldos, en la congelación de sus haberes, en el manoseo a la soberanía nacional y las privatizaciones que, de paso, les quitaban sueldos y prebendas. Pero al mismo tiempo ven que el nuevo gobierno apoya las extradiciones de los hombres de la dictadura y, por lo tanto, somete a juicio a las mismas fuerzas armadas, que ellos creen intocables, sagradas.

En estas condiciones, si la historia nos enseña algo, en los cuarteles y clubes militares se deben de estar incubando grupos divergentes, divididos por su edad y por su interés en la política financiera, y los oficiales de baja graduación deben dividirse a su vez en nacionalistas reaccionarios, nacionalistas institucionalistas, nacionalistas populistas y "profesionalistas". Sobre todo porque la propia Iglesia, que siempre tuvo fuerte influencia entre los castrenses y apoyó y trató de manipular cuanto golpe de Estado funestó la historia argentina del siglo pasado, ahora es antineoliberal y hasta populista, particularmente porque no ve un inminente peligro obrero y socialista y sí ve, en cambio, el del materialismo del capital financiero, que destruye sus bases ideológicas. De modo que la Iglesia, que en los radicales de la UCR no tiene campo ni lo tiene tampoco en la izquierda, es posible que trabaje como siempre para encontrar en el peronismo las bases de un socialcristianismo conservador, con algún apoyo militar.

El problema central reside en la mayor confianza en sí mismos que tienen los sectores populares después de su triunfo y en qué medida ese espíritu puede o no llevar a la autorganización y a la creación de un polo de izquierda, plural, social, antineoliberal y anticapitalista, capaz de aprovechar el tiempo desde aquí hasta el año 2003, pues es difícil que se realicen elecciones en marzo, para plantear la elección de una Asamblea Constituyente que convierta en leyes las necesidades populares y nacionales, imponga una política clara para las privatizaciones y la deuda externa, fije que las industrias y los sectores estratégicos deben estar en manos del Estado, democratice ese Estado, decida qué tipo de Argentina quieren los argentinos.

Esa discusión práctica y teórica a la vez serviría para organizar y politizar al electorado, impactado por su fuerza, pero paralizado por su falta de dirección y de programa propios.

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