La Jornada Semanal, 30 de diciembre del 2001                           356
(h)ojeadas

La calma y el desasosiego

Rocío Aceves


Ethel Krauze,
El secreto de la infidelidad,
Alfaguara,
México, 2000.

 

Hablado ha mi amado y díjome: levántate, amiga mía, galana mía, y vente. 
Toda literatura asoma al vastísimo campo de la condición humana: cómo es su mundo, en donde se devela única e irrepetible, qué siente, cómo se adhiere a sus sueños, en fin, cómo se mueven en las jornadas diarias, hombres y mujeres de todas las edades a quienes identificamos como personajes literarios algunos ya memorables e indispensables en la cultura de las letras: Juan Preciado, José García, Aura, el general Francisco Rosas, Isabel Moncada, Eleazar y Sara, Camerina Rabasa, Marietta Karappetiz, Delfina Uribe y un largo etcétera. Son personajes que navegan en aguas verosímiles, inquietantes y misteriosas como la vida.

Podrán ser décadas o quizá sólo minutos los tiempos presentes de la narración; no obstante, el lector será testigo de toda una gama de situaciones, sensaciones, estados de ánimo, un caudal de experiencias reconocidas en la singularidad de los mundos narrados. Joseph Brodsky asegura que toda carrera literaria empieza como una búsqueda personal de santidad y de autosuperación. Ahora sabemos que lo válido para el escritor lo es también para el lector. 

El amor y el desamor, la espera del amado o de la amada, la traición, la lealtad, la infidelidad, el exilio, la permanencia... son temas que han llenado grandes páginas en la poesía, en el cuento, en la novela, en los géneros sin nombre; desde La Odisea hasta la más reciente novela de Carlos Fuentes, Instinto de Inez, el amor asoma como la única vía de salvación, lo más sagrado, como el objetivo de una búsqueda en la que los protagonistas lo apuestan todo, aunque saben de antemano que su búsqueda es infructuosa por temporal, por detenerse en un tiempo de horas, minutos y segundos; pues ¿no es condición de quien ama olvidar el tiempo presente? ¿Cómo puede buscarse el amor si sabemos otra vez que quien ama y es amado no viven un tiempo que se pueda medir y acaso tampoco una historia que se pueda contar? A fin de cuentas, ¿a quién le importa si el personaje azul vive feliz con la personaje violeta por siempre jamás? Supongo que debería importarnos a todos. Y por más que lo neguemos, el amor entre dos nos llena o bien de regocijo o bien de mal disimulada envidia. Y a pesar de la máxima literaria de que los buenos sentimientos hacen pésima literatura, se sienten deseos de afrontar riesgos inauditos sobre el papel.

No faltará un crítico o, en el mejor de los casos, faltarán críticos y lectores para algo que se asume muy personal, como de autobiografía y de memorias prematuras, como de confesiones de alcoba, pues ¿de qué otra manera deberán leerse las afortunadas hazañas de una pareja de enamorados narradas en primera persona?

El Cantar de los cantares comparte esta suerte de buena literatura; no es la consumación del amor entre dos seres que se profesan deseo eterno. Es la búsqueda del amor que se ha tenido y que se pretende encontrar. Por eso, el Cantar... también es un poema extenso sobre la nostalgia del amor. A la memoria atribulada de la amada llegan las palabras pronunciadas por el esposo; los olores de fábula, los sabores celestes, los adornos que embelesan, pero, más allá de lo meramente externo, están las palabras pronunciadas por el esposo, por la esposa, y serán estas palabras las que carguen de sentido la búsqueda del uno por el otro. Los amantes del poema del rey Salomón se definen a través de la palabra. Y su búsqueda inicia con la palabra de la nostalgia por el deseo compartido: "Béseme de besos de su boca: porque buenos [son] tus amores más que el vino."

A la búsqueda del amor como tema literario se han dedicado casi por entero la mayoría de los escritores de tiempos pasados como presentes. La búsqueda del amor conlleva tiempos precisos a veces de toda una vida. Son esos momentos afortunados o desafortunados dentro de la búsqueda lo que leeremos en las páginas del más reciente libro de cuentos de Ethel Krauze, El secreto de la infidelidad (2000).

Son catorce cuentos sobre las posibilidades infinitas del adulterio. Los personajes de la primera parte conocerán las variantes de la infidelidad: los amantes expresando el miedo ante la posibilidad de convertirse en un monstruo para el otro y de perderse como individuos. Francisco regresa con su esposa primera y Olivia se encuentra "como un punto en el universo ando en busca de mi perdida madurez. Pero así es como se empieza". La frase inicial del cuento que escudriña, que detona la separación es precisamente cuando ambos protagonistas perciben que con el otro han perdido su madurez. La infidelidad como pérdida de autonomía, como pérdida de una maltrecha individualidad que no se ha convertido hacia lo colectivo y se ha llenado de pequeñas frustraciones que se van sumando.

El secreto de la infidelidad será también el lento pero inexorable cambio por el que atraviesa Genoveva; su esposo descubre como niño una nueva golosina que lo acerca más a su ideal de felicidad: que Genoveva le sea infiel para observarla frente al espejo en movimientos eróticos como anticipo de una larga noche, como Scherezada narrando historias, salvando así su vida. Que Genoveva no cambie, que le sea siempre infiel; el esposo, a cambio, ofrecerá la estabilidad de la permanencia.

Quizá el cuento "La lista" que se incluye en la segunda parte del libro, asome como la nota discordante de una unidad tanto en el lenguaje como en el tema. Sin embargo, dos amigos que se reencuentran en un cónclave de ex colegiales y que se gustaban, ¿no fueron infieles a sí mismos por haberse olvidado uno del otro en el tiempo? Ellos hablan con el lenguaje del reencuentro y de la posibilidad, un habla fresca y cantarina, porque aquí no existe la amenaza de una ruptura sino el placer del pacto.

Desde sus primeros libros, Ethel Krauze ha demostrado un gran dominio, una extraordinaria sensibilidad sobre el conocimiento del hombre y la mujer en las relaciones amorosas: qué los une, qué los desune, cómo se quedan los que se quedan, cómo se van para aplazar la costra fatal del deterioro. En sus novelas y cuentos, hombres y mujeres tienen voz propia, ya sea mediante el artilugio del arte narrativo en donde primero habla un personaje y después otro, o porque un narrador va definiendo personalidades. Sin demasiado derroche de virtuosismo técnico, cada historia –según ha dicho la autora– le llega con su soporte, su andamiaje personalísimo, eso que los vuelve mundos perfectos dentro de la narración. Ambientes y personajes en mundos como el que existe en nuestra casa o en cualquier otro lugar. Todo poeta –nos dice George Steiner– es un hacedor de nuevos dioses y un perpetuador de hombres; ya se sabe que también de mujeres. 

Ethel Krauze inmortaliza la condición humana, logra personajes únicos en una especie de sosiego existencial, sin mayores atributos mientras no sea el de ser hombres y mujeres adultos en situaciones de gran peligro para sus relaciones afectivas: Francisco y Olivia, Genoveva y su profesor, Sara y Sebastián, Sandra y Saúl, los sin nombre de la segunda parte del libro y, en buena medida, los personajes de la tercera parte, así como Amada. Son antihéroes extremadamente sensibles respecto del otro. Son de estos tiempos. No buscan éxitos neoliberales, ni son genios de nada. El mundo de los personajes de Ethel Krauze gira y se olfatea siempre en torno al amado, al amante. Un tercero, en ocasiones innombrable, mera sombra presente, arrojará el pathos de la narración. 

Lo hemos visto en dos de sus novelas: Donde las cosas vuelan (1985) e Infinita ( 1992), y ahora lo leemos en estos cuentos. Este ser etéreo, innombrado no siempre aparece bajo la forma de un ser humano; puede ser "La pera cocida" o un aguacero que obligue a los amantes a escudriñar las formas de su amor. Este tercero acciona como el gatillo de la comunicación interrumpida por la costumbre y la rutina. Es el diván del consejero en artes amatorias y el referee de la contienda.

Viene después la calma en la reinstalada comunicación, así se haya dado mediante gestos bruscos y palabras pronunciadas en altísima voz. Al final los amantes se sentirán satisfechos pues han vencido al comején de la inercia; se saben permanentes –aunque sea por esta vez–, parece decirnos Ethel Krauze.

Un hálito de permanencia inclina la balanza en las relaciones amorosas de El secreto de la infidelidad; diez parejas de amantes en diez historias diferentes aprenden que la salvación es muchas veces la búsqueda del amor en la permanencia: "lo que quiere es que se muera algo [...] Eso que ya no sabe cómo contener y a lo que todavía no atina a ponerle nombre [...] Mientras no lo diga tal vez haya esperanzas", dice el narrador refiriéndose al personaje femenino de la historia. Permanecer y no ponerle nombre al deterioro, a la basura acumulada bajo la cama y en los rincones de la casa aun cuando los personajes saben que es tan sólo el comienzo, es cuestión de tiempo y esa basura acumulada terminará por sacar y secar a los amantes. En suma, los personajes krauzianos son lo que no quieren decir, "perecer por el silencio". El secreto para ellos estará en quitarle la poesía, la cadencia y el ritmo a la comunicación para seguir juntos en un estado de fingimiento, de simulación hasta lo inevitable. Cuestión de tiempo, parece decirnos Ethel Krauze. Como la Solimitana, que llena de atributos a su amado, lo colma de besos en sueños, lo sueña en las puertas de su recámara, y pide a los suyos que le ayuden a encontrarlo. Así se va una vida: "Hasta que sople el día y las sombras huyan. Tórnate semejante, amado mío, a la cabra o al corzo sobre los montes de Beter."

Así también los personajes de Ethel Krauze. En la búsqueda y en la permanencia se les va la vida; quizá esta sea la reflexión a que nos llama la autora, si es que nos llama a alguna reflexión: el amor se encuentra en la búsqueda y sólo permanece en ella. Si no se busca, si se cree tener se corre el riesgo de acelerar el fracaso. Tocar a las puertas de la decadencia en nombre de la certeza y la inmovilidad es lo que la permanente búsqueda detiene... ¿Por cuánto tiempo? Sólo los amantes sabrán reconocer sus signos.

Los lectores de Ethel Krauze leerán el trabajo de una escritora en pleno dominio de una temática que va siendo constante en su obra, que de hecho va siendo su obra, con un lenguaje que se acerca a la poesía y que en momentos de gran lirismo nos recuerda los lamentos e imaginerías de la Sulamita, con su riqueza de imágenes y metáforas. Asistimos, de hecho, a un festín del lenguaje y cada línea narrada nos suspende en el aire de la delectación; detrás de cada palabra está la autora, sí, pero también están San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, el traductor; García Lorca y nuestro tiempo que se parece en algo al reino de Salomón en el Cantar de los cantares •
 

p o e s í a

Eco de voces

Guadalupe Bucio Gaona


 
 
 

Sergio Vicario,
Barítono de Luz,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2000.
 
 
 

 

De niño le preguntaban: "¿Qué quieres ser cuando seas grande?" Él respondía: "Médico, bombero, o fotógrafo." Hasta ahí las cosas iban bien, se trataba de un niño con la imaginación desatada. Creció y se percató de que los bomberos no escribían, los médicos tenían la letra ilegible y los fotógrafos escribían la historia con imágenes. Decidió estudiar fotografía para capturar historias eternas, pero muy dentro de su corazón danzaban otras palabras; una fotografía era sólo el espejo de corazones distantes, el suyo se quedaba con ansia de decir más, de expresar sentimientos propios. Entonces tomó un lápiz, una hoja en blanco y escribió poemas.

Sergio Vicario es un poeta joven que le canta a la mujer, a la amiga, a la hermana, a los amigos, al padre, a los pintores, al mar, a las piedras, a la vida y a la muerte. Su poesía no se somete a los cánones de la academia, los versos son asimétricos, de pronto usa puntos y comas para después dejar de usarlos con la única intención de plasmar mejor su idea.

Para ganarse el pan de cada día , Vicario ha colaborado haciendo reseñas en El Sol de México y Mundo Celular; es ensayista y articulista en la revista digital In 2000, reportero del semanario Tiempos Modernos y director editorial de la revista Natura.

Sin embargo, tanta actividad no apaga los gritos de su interior. Una prueba de ello es el poema "Propósito": "Queremos nombrar lo indefinible/ y reconocernos en el eco de la palabra eternidad./ Tocar y fundirnos en otro cuerpo,/ Sin esperar acaso la claridad de nuestros secretos./ Hablamos porque creemos en lo dicho,/ jamás en el poder del olvido." Al recordar al padre dice: "Cuando con tremendo esfuerzo/ el cielo revela sus venas./ Es el momento en que toma su naturaleza exacta/ aquel torrente que me roba la calma,/ como un secreto íntimo de fuego./ Así ocurre, y tu recuerdo me despierta el instinto,/puesto que tu corazón fue mío, padre."

Dentro de su obra poética destaca un poema largo y casi infinito como el mar. En "La caracola" hace un recorrido por el pasado, cruza por el presente y se pregunta por el futuro. El mar es el origen y fin de la vida, es silencio y es voz, es olvido y recuerdo, es duda y certeza; lo curioso es que al leer el poema podemos escuchar la voz pausada y sensible del poeta en una alegoría del Ser que se pregunta y se responde como si estuviera dentro de un caracol dando vueltas en círculo, formando la concha marcada por grandes hendiduras temporales: "Deseo: Lucha interior, guerra./ Rutas del pensamiento donde transcurren/ silencios/ seres trashumantes de origen incierto:/ Ellos acogen un sueño que cabalga de prisa/ sobre los escombros de nuestra era;/ niños muertos antes de nacer/ madres muertas que nunca nacieron."

Y el poema sigue haciendo surcos, cuestiona todo lo que encuentra a su paso como si fuera un mar embravecido, de pronto se calma y aconseja a los seres humanos, a las piedras y a los ríos.

De esta forma el libro Barítono de luz vive habitado de voces, de ecos, de recuerdos rescatados en una tarde de lluvia, en una madrugada fría, en un cuarto de vecindad, en el deseo nunca satisfecho, en la melancolía de saberse perdido y de sentirse un poco loco para poder seguir escribiendo en la madrugada, sacando el eco que se repite una y otra vez en el corazón •


n o v e l a

Historias húmedas

Marduck Obrador Cuesta

Irving Ramírez,
Boleto a todos los destinos. Mi único sueño voluntario,
Universidad Autónoma del Estado 
de México,
México, 2001.

Hay ciudades que viven con la niebla anclada a sus calles; la humedad deshace los cuerpos junto con los pasos de quien la recorre; los recuerdos van y vienen entre el olor a naftalina y a leña quemada; el frío se abraza a los cerros y a las piedras llenas de moho; el duermevela aligera el peso húmedo de nuestros hombros y la saliva gruesa en nuestras bocas devuelve la realidad de los amaneceres impostergables.

"Latveria", la ciudad, respira en los árboles, en cada barda, en cada ventana de sus casas que encierran historias. La ciudad es el mudo testigo cotidiano que transforma los destinos de sus habitantes, agobia con sus voces y mortifica con su encierro.

Irving Ramírez logra este ambiente en su novela, nos sumerge en caída libre, apenas dejándonos respirar. A través del pasado y los recuerdos confundidos con los sueños, el autor nos lleva a descubrir una historia de amor agotada desde el principio. Los desencuentros son el pasto, la melancolía repite la figura de la bienamada hasta volverla un motivo de locura; los vientres hinchados de los padres celosos se encargan de proteger, obstinadamente, la virginidad de sus hijas; los hermanos enamorados son un impedimento, y el miedo que produce indecisión basta para acabar lo inacabado.

Ubicada a finales de los años setenta, cuando el Infonavit construía las colmenas de hacinamiento humano y el petróleo y sus plataformas de extracción en el Golfo de México representaban el sueño de una lana rápida para los jóvenes, se instauraba la anarquía como el alimento ideal, las huelgas retomaban las calles y la moda Travolta pegaba fuerte. Años en que el cine estigmatizó toda una época a través de películas como Fiebre de sábado por la noche y también con la llegada de la televisión a los hogares de millones de mexicanos, para jamás irse. 

Irving Ramírez plasma con un lenguaje sencillo el sentimiento de vacío de los personajes en su novela. Todos se conducen a través de la voz de los recuerdos de alguien más, a veces sabemos lo que piensan, pero lo importante es resaltar la memoria confundida de los sueños, ésa que muchas veces no reconocemos como nuestra, pero que altera el destino de cada cual.

Mientras avanzamos en su lectura, los fantasmas de los personajes se nos revelan y nos hacen ver el lado más oscuro de sus reflexiones. A veces son asesinos en potencia, cuya sed de venganza los ciega, y otras se vuelven escapistas de lo inminente.

Fuensanta es el nombre de quien teje la paciencia, no es a un héroe a quien espera, sino por el contrario a un hombre indeciso, que al final es el vehículo para romper con las prohibiciones que acotan su panorama como mujer, dentro de una sociedad caduca, llena de tabúes y que se ahoga en sus propias reglas. La nostalgia está presente y reconoce en el futuro la arena que erosiona todo en las relaciones humanas.

Irving Ramírez ha sido ganador del premio a primera novela Juan Rulfo, en 1997 por Yo le canto al cuerpo gélido (Joaquín Mortiz, 2000) y Mi único sueño voluntario obtuvo el premio de narrativa Ignacio Manuel Altamirano en 2000 •


n o v e l a
Entre dios y José Alfredo

Natalia Núñez


Luis Humberto Crosthwaite,
Idos de la mente,
Planeta (Joaquín Mortiz),
México, 2001.

Ramón y Cornelio se aventuran en el mundo de la música norteña y deciden formar un dúo, acordeón y bajo sexto, Los Relámpagos de Agosto. Se tienen fe y salen a recorrer las calles de Tijuana en busca de un oído dispuesto, de un corazón herido o de un torrente sanguíneo lo suficientemente alcoholizado como para pagarles una canción. 

Idos de la mente es un relato en el que el destino se apropia del héroe popular. Ramón y Cornelio confían en sí mismos, pero un día, por aquello de los designios, una de las múltiples voces de Dios hace eco en Cornelio, que contesta entablando el diálogo entre el creador y el mundo. El don divino cae sobre el profeta y rapsoda, y un seguidor, desde el cielo, baña con su luz de fama y fortuna a Los Relámpagos de Agosto. 

José Alfredo Jiménez "también hablaba con Él", se repite Cornelio en ostinato; alter ego, ídolo de México, José Alfredo es homenajeado en esta historia de manera curiosa, entre la dualidad de la figura pública y la grandeza de lo cotidiano. A manera de disección del alma y de cortes en el espíritu creativo, la muerte coquetea con él como con Cornelio. Son los elegidos que a través del sueño revelador cruzan la puerta de la creación. Un análisis profundo y una exploración del sentir del compositor: un segundo en que el cielo se abre, un halo luminoso de extraña hermosura y profundidad que revierte la tristeza y los bocados amargos de la vida, cuando se transforman en una canción con espíritu propio. La obra recién nacida sale al mundo y se vale por sí misma, cruza las calles de la ciudad y se adentra en el corazón de la gente. El compositor se siente vacío otra vez y recomienza la búsqueda obsesiva, como José Alfredo, que apunta frases en pequeños cuadros de papel, las que encuentra "tiradas en la banqueta, en el asiento de un camión, en una mesa de billar [...] Las guarda en una caja bajo la cama [...] Cuando el momento llega, agrupa las frases, las reacomoda y después de varias horas surge una canción. Perfecta, una unidad indivisible, que sólo necesita una guitarra o un mariachi."

Luis Humberto Crosthwaite narra las aventuras, los amores y desamores de Ramón y Cornelio; de Dios, que encuentra en la composición y la inspiración fogosa y arrebatada del artista, la forma de mitigar su inexorable soledad. 

Idos de la mente es un libro sumamente divertido, fácil de leer, rítmico, acompasado y parrandero, escrito en un formato donde los géneros se entretejen acertadamente y que podría llamarse novela, reportaje o cancionero, ya que el lenguaje despechado y directo del corrido deviene de capítulo en capítulo, ya sea en forma de entrevista, de relato o de carta, según el tinte de la emoción, el color del cariño, la musicalidad del momento. Es como una película a la que Luis Humberto Crosthwaite le hubiera puesto música y en la que hace participar al lenguaje musical y las imágenes de la variada coloratura fronteriza. El ritmo interno de esta novela lo trazan la amistad y los sentimientos profundos, tan escondidos que a veces las palabras representan una realidad velada en las voces de los personajes, que no aciertan a decirse a sí mismos lo que sienten. Situaciones que se producen en el devenir de un contexto de múltiples voces, en el que Tijuana se despega con vida propia, crece desde el imaginario de Crosthwaite y se representa a sí misma, la frontera del siglo xxi, y México siempre, siempre México y "volver, volver, volver". 

Luis Humberto Crosthwaite nació en Tijuana en 1962. Ha publicado Estrella de la calle Sexta (2000), La luna siempre será un amor difícil (1994), El gran pretender (1992), Mujeres en traje de baño caminan solitarias por las calles de su llanto (1991), Marcela y el rey al fin juntos (1988), entre otros libros. 

Este escritor y editor es un destacado representante del rico mundo cultural que se gesta en la frontera norte de México. En 1993 recibió el premio nacional de cuento del Centro Toluqueño de Escritores por No quiero escribir no quiero; en 1992, por Lo que estará en mi corazón, obtuvo el Premio de Testimonio Chihuahua •

p o e s í a 

Testigo de los rituales

Eduardo Hurtado


 
 

Silvia Pratt,
Crujir de la hojarasca,
Praxis,
México, 2001.
 
 
 

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Fiel a su prosapia romántica, Silvia Pratt escoge el silencio de la naturaleza como trasfondo de los poemas que componen Crujir de la hojarasca. Desde el título mismo y también mediante los fragmentos de Novalis y Nerval tomados como epígrafes, la autora deja ver que ese trasfondo silencioso cubre un papel capital en esta obra: el de aproximarse a ese momento inicial, anterior al lenguaje, en que los hombres reconocían el pulso de lo sagrado en esa especie de quietud precursora que permea el mundo natural. Se trata, pues, del silencio como inmediación, compendiado en la imagen de las hojas caídas.

En efecto, antes de que la hojarasca resuene, sacudida por el aire o bajo la carga de unas pisadas, el silencio es el aire en que respira. Ese intersticio sigiloso es el verdadero leit motiv de esta poesía. Aquí, la naturaleza es el pre/texto que anticipa el surgimiento de una voz empeñada en explorar los meandros de la melancolía, otro tema central en estas páginas. En ellas, la comparecencia frecuente de la añoranza y la zozobra, dos sentimientos que se anudan en el ánimo melancólico, es una nueva señal de la genuina raigambre idealista de una poética que, como la de Silvia Pratt, jamás se distancia de sus referentes míticos. Para la autora, la escritura y la experiencia religiosa (en el sentido, claro está, de religar estrechamente lo terrenal y lo sagrado) son una misma cosa: un modo de ver la realidad y el mundo y de estar en ellos. Ambas, escritura y religiosidad, responden aquí a una misma urgencia y aparecen regidas por un movimiento que oscila entre el silencio y la voz, el arraigo y la orfandad.

A lo largo de las setenta páginas que forman este delgado pero sustancioso volumen, Pratt se da tiempo para replantear las numerosas paradojas que se desprenden de un hecho esencial a toda poesía: el de acudir a la palabra en busca del silencio. El silencio que antecede al poema, nos deja ver la autora, no es el mismo que el silencio en el que desemboca. La diferencia, sin embargo, es sutil.

Aquél es una suerte de espacio vacío, sin forma, una nada. El otro también es una nada (un "escenario hueco", según lo define la misma Silvia), pero una nada de la que se desprenden voces inaudibles o, si se prefiere, inauditas. El silencio previo, detonador del poema, puede verse como un escenario vacío donde la palabra lucha por nombrar al mundo. El silencio ulterior, aquel que despunta al final del texto, es un espacio sembrado de signos; antes que respuestas, estos signos son aproximaciones a todo aquello que las palabras no pueden, por sí solas, decir.

Con un simple crepitar, la hojarasca del título deja de ser un conjunto de hojas excesivas e inútiles para sugerir en un solo movimiento el ciclo entero de sus metamorfosis: los días de la nutricia clorofila, los de la plaga bermellón y los del agostamiento ineludible. Luego de recorrer los poemas del libro, el lector encuentra que esta hojarasca emblemática acarrea también una metáfora de la poesía misma, la cual se nos revela aquí como una suerte de mensaje cuyo destino es permanecer ignorado hasta que alguien consulta otras hojas (las del libro) y suscita la aparición de esa otra voz que, por obra del azar y de la gracia, resonará como la afirmación de sus intuiciones más hondas. Y la palabra hojarasca, ¿no nos remite asimismo, en otra de sus acepciones, a un montón de vocablos que no tienen ni pretenden tener ningún sentido? "Los poetas abusan –se dice– de la hojarasca verbal." Silvia Pratt es muy consciente de estas secretas correspondencias:

Las hojas de mis libros no son lápidas...,

Afirma en un verso memorable. Toda poesía adquiere sentido a partir del lenguaje que la anima y de la conciencia que el poeta tenga de ese lenguaje. Silvia Pratt ha sembrado el suyo de alusiones al mito, entendido en su significación más inmediata: la manifestación de una necesidad primitiva. En Silvia, esta manifestación aflora como un intento de restañar una profunda carencia religiosa y moral, es decir, como una manera de otorgarle un sentido a un mundo que no lo tiene. Desde ese punto de vista, ¿no son una misma la necesidad del mito y la necesidad de la poesía? El universo mítico en esta obra no recibe jamás un tratamiento alegórico: aparece como el medio para desvelar un sentido y no como una falsa solución arrastrada por la fuerza desde un reputado canon literario. Como las vigas de una casa, los mitos no cubren aquí una función decorativa: son elementos constitutivos cuya real finalidad es apuntalar un espacio habitable. Es por eso, sin duda, que el lector puede recorrer sin mayor extrañeza la vasta nómina de nociones y personajes mitológicos que habitan esta poesía: musas, parnasos, liras, sirenas, salmos, cánticos, olimpos, furias, oráculos, vaticinios, ulises, penélopes, prometeos, alfas, omegas, pandoras y una extensa relación de animales y plantas que reclaman una lectura mágico-simbólica.

El universo es para Silvia Pratt un campo de continuas mutaciones; en sus poemas la materia quiere tornarse espíritu y es por ese impulso que se reivindica, o mejor aún, se naturaliza el uso reiterado de un imaginario simbólico. Gracias a la utilización de estas imágenes el mito deja de aparecer como añoranza y se transforma en una herramienta capaz de darle forma a lo que Nietzsche llamó "el hogar mítico, la cuna mítica". El mismo Nietzsche asegura que nuestra codicia de mitos es aspiración de comunidad. La persona sin mitos es persona sin ciudad. Silvia pertenece a esa clase de seres incapaces de abrazar los mitos compartidos por la inmensa mayoría de sus contemporáneos. No es fácil imaginarla, por ejemplo, metida en un estadio coreando las hazañas de algún héroe deportivo, o entusiasmada hasta la devoción con la última película de Brad Pitt (aunque de esto último no estoy tan seguro). La comunidad mítica de Silvia se instala en el terreno poético. Es la comunidad posible de la palabra, una utopía que no cesa de apelar a la memoria inaugural de la tribu:

El ave emprende un vuelo de ermitaño.

En despliegue de alas
la simiente más recóndita despierta.
Teme a las dentelladas del invierno,
al zarpazo de la noche.

El pájaro quebranta el aire,
anhela fundirse con la luz.
Brecha de los siglos,
Viento impostergable.

Este comulgar con la memoria de la especie trasciende, qué duda cabe, los convivios más o menos contingentes alrededor de los mitos compartidos hoy en día por nuestras sociedades. Dispuesta a encontrar sus propias imágenes entre las más remotas antigüedades sin que su nombre desaparezca del libro de los vivos, Silvia Pratt se opone a vivir en la periferia de la experiencia de lo sagrado. Y no se trata, en su caso, de esa impostura misticoide que uno percibe muy bien al acercarse a los engendros pospachecos de ciertos poetas. Se trata de algo mucho más esencial y al mismo tiempo más sencillo: del intento de vincular a la poesía, esto es, a la vida, con el entendimiento de que las cosas están siempre más allá de su apariencia inmediata, o, para decirlo en palabras de Juarroz, con la comprensión de que "cualquier cosa es lo que es, pero es también lo que no es, su sombra, su posibilidad, su proyecto". La reescritura de ciertos mitos que intenta Silvia Pratt busca devolverle esta punta de misterio a nuestra existencia, tan ajena al vértigo de las cosas, de los seres, del mundo y sus criaturas.

Dice María Zambrano que el poeta no vive propiamente en la angustia sino en la melancolía. Y esto es así, señala, porque la poesía quiere la libertad para volver atrás, para reintegrarse al sueño primero de donde emergió. Es bajo esta mirada que debe entenderse la melancólica rebusca en los territorios del mito que anima la poesía de Silvia Pratt:

En la salamandra habita el fuego,
pervive en lo sagrado,
transfigura el rostro de alguien que 
   nos ama,
testigo de los rituales asoma en las 
    antorchas... •
FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCIÓN
biografía

• Se busca un alma. Retrato biográfico de Francisco Toledo, Angélica Abelleyra, Plaza y Janés, Barcelona, España, 2001, 291 pp.

economía

• El amero. Una moneda común para América del Norte,Herbert G. Grubel, adaptación para México y actualización de Manuel Suárez Mier, Ediciones Cal y Arena, México, 2001, 186 pp.

ensayo

•El secreto del verso. Manual para la enseñanza-aprendizaje en los talleres de apreciación poética, Óscar Wong, Editorial Linajes, México, 2001, 141 pp.

ensayo (político)

•La decisión. Un estudio sobre Ernst Jünger, Carl Schmitt y Martin Heidegger, Christian Graf von Krochow, traducción y estudio premilinar de Agapito Maestre Sánchez y Javier Campos Daroca, Col. Teoría política 4, Centro de Estudios de Política Comparada, AC, México, 2001, 263 pp.
•La incierta libertad. Totalitarismo y democracia en Claude Lefort,Esteban Molina, Col. Teoría Política 5, Centro de Estudios de Política Comparada, AC, México, 2001, 372 pp.
•PRI: de la hegemonía a la oposición,José Antonio Crespo, Col. Estudios Comparados 7, Centro de Estudios de Política Comparada, AC, México, 2001, 229 pp.

ensayo (sociológico)

•La tentación de la eutanasia, Marie de Hennezel, traducción de Adriana Margarita Peña Olguín, Col. Ciencias sociales, Editorial Nueva Imagen, México, 2001, 285 pp.

entrevista

•Fotos de raíces. Memorias y escritura, Hèléne Cixous y Mireille Calle-Gruber, traducción de Silvana Rabinovich, Col. La huella del otro, Editorial Taurus, México, 270 pp.

historia

•Memoria. XIII Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispano, compilación y cuidado de la edición Enrique Luján Salazar, Universidad Autónoma de Aguascalientes/Instituto Cultural de Aguascalientes, México,
2001, 551 pp.

narrativa

•Borges y el Che y otras historias hechizas, Leo Mendoza, Biblioteca de cuento Anís del Mono, Ficticia, México, 2001, 118 pp.
•Ciudadanos de ficticia, Autores de México, Argentina, Colombia y España, Biblioteca de cuento Anís del Mono, Ficticia, México, 2001, 127 pp.
•El teatro de carpo y otros documentos extraviados, Flavio González Mello, Biblioteca de cuento Anís del Mono, Editorial Ficticia, México, 2001, 118 pp.
•Extravíos y maravillas, Arturo Azuela, Col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño/Seminario de Cultura Mexicana, México, 2001, 237 pp.
•Historia de la princesa Jaiven reina de México. Novela de la Ilustración francesa, traducción e introducción de Alicia Bazarte Martínez, Col. Las cascadas prodigiosas 54, Verdehalago, México, 2001, 125 pp.
•Hunapuh. La epopeya de un príncipe maya contra los conquistadores españoles, Roberto Cuevas, Editorial Planeta, México, 2001, 252 pp.
•La danza del amor. Una hermosa historia de danza, amor y amistad, Eva Ibbotson, traducción de Carlos del Valle, Col. Mitos originales, Editorial Grijalbo Mondadori, Barcelona, España, 306 pp.
•María Elena y las aguamalas, José Antonio Ruiz Moreno, Col. Caracol, Ediciones Mixcóatl, México, 2001, 43 pp.
•Noche tibia, (libro y cd), Federico Reyes Heroles, Col. Voz viva de México, voz del autor, unam, México, 2001, 71 pp.
•Ver suceder, (libro y cd), Daniel Sada, Col. Voz viva de México, voz del autor, unam, México, 2001, 71 pp.
•Sandra. Secreto amor, Reyna Barrera, Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 181 pp.

teatro
• El galán de ultramar/ La amante Fermento y sueño/ Tres perros y un gato, Luisa Josefina Hernández, Col. Ficción, Universidad Veracruzana, México, 2000, 224 pp.
• El mundo al revés y la sonrisa romántica: un viaje por la comedia de Ludwig Tieck, Víctor Grovas, Col. Seminarios, Facultad de Filosofía y Letras/ Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2001, 205 pp.
• La huida, Gao Xingjian, introducción de Sergio Pitol, Col. Teatro, Ediciones El Milagro, México, 2001, 208 pp.

revista
•Arqueología Mexicana, núm. 52, noviembre-diciembre de 2001, vol. IX, textos de Joaquín García-Bárcena, María de la Luz Gutiérrez Martínez, Lorena Mirambell S., entre otros, Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 94 pp.