La Jornada Semanal,  30 de diciembre del 2001                          núm. 356
Eduardo Montes-Bradley

Cortázar y México: un encuentro postergado

En un cuarto de pensión a trescientos kilómetros de Buenos Aires, a fines de los años treinta, Cortázar sueña con hacer un viaje a México para fugarse de la mediocridad. Anterior “al arraigo del escritor argentino en Europa”, el autor de El examen, Los reyes, Octaedro, Un tal Lucas, Libro de Manuel y tantas obras insoslayables, pensó en “una utopía llamada México”. De esa relación nos habla Montes-Bradley en estas líneas.

Para toda una generación de escritores mexicanos, Rayuela es una novela fundamental que señala el encuentro entre una de las personalidades más seductoras de lo que más tarde se conoció como el boom latinoamericano y una juventud de intelectuales cuyas voces irían a trascender el ámbito regional mexicano para proyectarse al mundo entero.

Pero esa relación entre Julio Cortázar y México es anterior a Rayuela, anterior incluso al arraigo del escritor argentino en Europa. Antes de pensar en París como destino, el destino fue para Cortázar una utopía llamada México, en la que siempre "ha vivido (pese a las encontradas tendencias de los gobiernos) una juventud llena de ideales, trabajadora y culta, que apenas se encuentra en Buenos Aires". Cortázar escribe así desde su destierro interior en un pueblo de la provincia de Buenos Aires:

Me gustaría poder apreciar por mí mismo si todo lo que me han contado de México es cierto: desde las pirámides aztecas hasta la poesía popular. Probablemente me iré el año próximo (a menos que ocurra un milagro que me habilite para marcharme mañana o pasado).

Y ya sabemos qué pasa con los milagros. La posibilidad de embarcarse en un buque de carga "un poco pasajero y un poco tripulante" llevó a Cortázar, en el verano de 1939, a recorrer los muelles de Buenos Aires en busca de "un capitán que acepte una pequeña suma y la contribución personal". Así, descubre que los únicos pasajes a México zarpan de Chile y que el tiempo con que cuenta hasta el inicio de las clases en el Colegio Nacional de Bolívar (a trescientos kilómetros de Buenos Aires), no le alcanza para cumplir el sueño.

"¡Triste mundo de las cosas, contra el cual se estrella la tentativa de evasión! [...] Mis investigaciones en las dársenas no dieron otro resultado que el de una sorda desesperación", como lo describió en una carta a Luis Gagliardi, fechada en enero de ese mismo año. La idea de regresar a esa ciudad pampeana en la cual "un vigilante de la capital pasaría por erudito" lo exaspera y hace que se despierte en medio de la noche para decirse: "o te vas o te mueres". La angustia que expresa en ese desvelarse es la angustia del hombre de ciudad confinado a una rutina sin mayores perspectivas, una rutina que le hace temer por un "morir que no es el poco importante morir filosófico; un morir en vida, un progresivo paso de hombre a máquina, de conciencia a simple cosa". Y Bolívar es la "simple cosa" que lo espera a la vuelta de la esquina, al final de las vacaciones de aquel verano de 1939.

Ante la imposibilidad de permanecer en Buenos Aires, ante el despertar "todos los días con el ansia de la fuga", con la idea de un México que lo alienta desde "una juventud llena de ideales, trabajadora y culta", Cortázar define su destino rural de la siguiente manera: "Los microbios, dentro de los tubos de ensayo, deben tener mayor número de inquietudes que los habitantes de Bolívar."

El encuentro con México y todo lo que ello podría ofrecerle, deberá esperar aún muchos años. Cortázar pospone la idea del viaje para el verano siguiente y al año siguiente para el otro. En una librería de amigos compra por tres pesos una colección de once números de la revista mexicana Romance y dice haber convencido a los dueños de la librería para que inicien un intercambio de revistas con otras editoriales mexicanas. "De modo que sabremos de nuestros hermanos mexicanos", le escribe Cortázar a su amiga Mercedes Arias el 9 de septiembre de 1940, "que hacen cosas magníficas como Romance de las que hasta hoy estábamos totalmente alejados." El interés del argentino por América es más antiguo de lo que muchos suponíamos. A mediados de 1940, Cortázar es transferido a Chivilcoy, otro pueblo de provincia, otro destierro desde donde le escribe a sus amigas Lucienne y Marcelle Duprat para contarles que el viaje no pudo ser: "Yo no me moví de aquí, a pesar de sentir unos desesperados deseos de irme a México. (Eso me ocurre todos los años y, naturalmente, se queda en deseos.)"

Las razones por las cuales sus aspiraciones se quedan en deseos son muy humanas. De Cortázar dependen para subsistir su madre, su abuela y su hermana. Él sabe que puede conseguir el viaje de distintas maneras, contempla la posibilidad de trabajar en México para cubrir sus gastos de estadía y para ahorrar lo suficiente como para un posterior regreso. También habla de la posibilidad de no regresar, de continuar el viaje. "No, no me fui a México. Es casi cómico –por exceso de humanidad– el hecho de que los factores materiales rijan casi siempre toda tentativa de orden superior." Sus limitaciones son concretas; las perspectivas de un viaje, nulas. "Es en estos días que comprendo la fortuna que llevan en su alma los verdaderamente aventureros. Un Eugenio O’Neill, que conoce las cuatro esquinas del mundo, que se muere de hambre en Buenos Aires, reacciona el Río, es feliz en Acapulco, se enferma de tifoidea en Singapur, se casa en Yokohama, naifraga en Bali..." Cortázar sueña con ser O’Neill, sueña con la aventura que lo libere del hastío y del sórdido paisaje provinciano que lo asfixia.

Pero a esas cavilaciones y ensueños antepone una realidad contra la que no hay remedio, de la que habla en otra carta dirigida al mismo Gagliardi, fechada en febrero de 1940: "Yo he comprendido, amigo, que no soy un Julio Denis*; yo soy solamente una cifra mensual, que debe llegar a manos de una familia que depende íntegramente de mí." Cortázar es el único sustento, su padre se marchó cuando Cortázar aún era un niño. "Si me voy, la cifra puede desaparecer; y mi cariño hacia esos seres que siempre confiaron en mi burocrático camino hacia las ’24 horas’, es la más sólida raíz que pueda atarme a Buenos Aires, como antes me ató a Bolívar, y me fijará quién sabe cuánto tiempo a Chivilcoy."

Pasarán décadas hasta que el maestro de escuela secundaria que fue Cortázar en la provincia de Buenos Aires, pueda concretar su tantas veces postergado viaje a México. Pero su destino de fuga, su condición de emigrante ya estaba sellada entonces en aquel destierro pampeano, y desde entonces alerta su fascinación por un mundo americano que –para muchos, equivocadamente– sólo despertaría interés en él a partir de un viaje a Cuba en 1963.

* Seudónimo con el que firma Presencia, un primer volumen de sonetos que publica en 1938. Habrá un segundo volumen titulado Del otro lado, con el que Cortázar aspira a ganar un premio de poesía en el concurso que promueve la agrupación Martín fierro (el jurado lo integran, entre otros, Jorge Luis Borges). Cortázar no gana el premio, como esperaba, y ese segundo volumen con sus poemas se perderá para siempre (o hasta que alguien lo devuelva).