Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 5 de enero de 2002
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"Si se cree en la jihad, todo es fácil"

Bin Laden declaró en 97 el comienzo de la acción militar contra las fuerzas de EU

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

La primera vez que me encontré con Osama Bin Laden en Afganistán fue una noche calurosa y húmeda del verano de 1996. Enormes insectos cruzaban el aire de la noche posándose como erizos sobre su túnica saudita y en las ropas de sus seguidores, que estaban armados. Los insectos se posaban sobre mi libreta hasta que los aplastaba de un manotazo y su sangre manchaba las páginas. Bin Laden fue siempre estudiadamente cortés; siempre que nos reunimos ofrecía la comida árabe que se acostumbra convidar a un visitante extranjero: una charola con queso, aceitunas, pan y mermelada. Lo había conocido antes en Sudán y casi un año más tarde habría de pasar la noche en su compañía, en uno de sus campamentos guerrilleros de las montañas, donde hacía tanto frío por la mañana que desperté con hielo en el cabello. dca03-160358

Me habían dado una cobija rasposa y dejé mis zapatos en el exterior de la tienda. Siempre que nos encontrábamos teníamos que interrumpir nuestras entrevistas para que dijera sus oraciones. Sus seguidores -provenientes de Argelia, Egipto, países del Golfo, Siria- se arrodillaban junto a él y ponderaban cada una de sus palabras como si fuera un mesías.

En marzo de 1997 me reuniría con él de nuevo. Aunque entonces sólo tenía 41 años de edad, su barba toscamente arreglada lucía cabellos blancos y había bolsas bajo sus ojos. Percibí cierta vulnerabilidad; la tiesura de una pierna lo hacía cojear ligeramente. Aún tengo las notas que escribí en la congelada semioscuridad mientras una lámpara de aceite chisporroteaba entre ambos. "No estoy contra el pueblo de Estados Unidos -afirmó-, sólo contra su gobierno." Le dije que yo pensaba que el pueblo estadunidense considera al gobierno su representante. Bin Laden escuchó en silencio. "Aún estamos al comienzo de nuestra acción militar contra las fuerzas armadas estadunidenses."

Recordé esas palabras cuando vi aquellos aviones cercenando las torres del World Trade Center. También recordé cómo en aquella ocasión Bin Laden tomó los periódicos en árabe que llevaba en mi mochila (una bolsa escolar que uso en países que atraviesan por situaciones complicadas) y se escurrió hasta un rincón de la tienda para leerlos, ignorándonos a sus combatientes y a mí.

Cuando nos encontramos en Sudán, convencí a Bin Laden de que me hablara -muy a su pesar- de otros tiempos. Recordó cómo, durante el ataque a una base militar rusa no lejos de Jalalabad, un obús de mortero cayó a sus pies. Esperó que explotara. Y en esos milisegundos de racionalidad, según dijo, sintió la más grande sensación de tranquilidad, un sentimiento de aceptación en calma que atribuyó a Dios.

Uno de sus seguidores en Afganistán me llevó "por el camino Bin Laden", aterradora odisea de dos horas a lo largo de barrancos, en medio de la lluvia y la aguanieve; el parabrisas del automóvil se empañaba a medida que ascendíamos por la helada montaña. "Cuando se cree en la jihad (guerra santa), todo esto es fácil", me informó el guerrillero forcejeando con el volante mientras las piedras salían impelidas de abajo de las llantas, cayendo hacia los valles cubiertos por la neblina que había bajo nosotros. Tardamos otras dos horas -esto fue en 1997- en llegar hasta el viejo campamento guerrero de Bin Laden. El jeep derrapó en reversa hacia los barrancos, los faros delanteros iluminaban las cascadas congeladas en lo alto de la montaña.

Bin Laden es un hombre alto y delgado que rebasa en estatura a todos sus acompañantes. Tiene unos oblicuos ojos oscuros que me miraban con intensidad al tiempo que hablaba de su odio hacia la corrupción saudita. En efecto, durante mi larga conversación de 1996 -la noche calurosa de los mosquitos- dedicó más tiempo al imperio saudita y sus apparatchiks que a su visión de Estados Unidos.

La historia -o su versión de la misma- era la base de casi todas sus aseveraciones. Y la fecha medular para él era 1990, el año en que Saddam Hussein invadió Kuwait. "Cuando las tropas estadunidenses ingresaron en Arabia Saudita, la tierra de los dos lugares santos, hubo una fuerte protesta de los ulema (autoridades religiosas) contra la interferencia de los hombres de Estados Unidos.

"Este gran error del régimen saudita, de invitar a tropas estadunidenses, evidenció su engaño. Estaban dando su apoyo a naciones que combatían a los musulmanes. Después de insultar y encarcelar a los ulema, el régimen saudita perdió toda legitimidad", dijo.

Bin Laden hizo una pausa para ver si había yo escuchado su cuidadosa, si bien aterradoramente exclusiva, lección de historia. "Creo que tarde o temprano los estadunidenses se irán de Arabia Saudita y que la guerra que ha declarado Estados Unidos contra el pueblo saudita significa la guerra contra los musulmanes en todo lugar..."

También me dijo que "fuerzas veloces y ligeras que trabajaban en absoluto secreto" serían necesarias para expulsar a Estados Unidos de Arabia Saudita. En los dos años que siguieron, Bin Laden habría de formar el movimiento Al Qaeda y declarar la guerra contra el pueblo estadunidense, no sólo contra el gobierno y el ejército de Estados Unidos.

Traducción: Gabriela Fonseca

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