Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de enero de 2002
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Política
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Rolando Cordera Campos

Mito y política: feliz Año Nuevo

Ahora que todos vamos a portarnos bien y a evitar caer en mitos e ilusiones mediáticas, lo que falta es un buen curso intensivo en el arte de distinguir y de evitar confundir las generalidades con verdades absolutas e inmutables. Una vez que el polvo fiscal se asiente y los contadores y abogados de Hacienda y la empresa se avengan, y que la fe de erratas del Diario Oficial sea del dominio público, tal vez se haga posible un debate más pausado en torno a lo que la economía y la política en sus actuales condiciones pueden ofrecerle a una sociedad que no acaba de organizarse bajo la forma de un nuevo Estado. Sin ello, hay que reiterarlo, será punto menos que imposible desplegar una relación positiva, para nosotros, con el nuevo orden que la violencia internacional está haciendo surgir.

De distinguir y detallar se trata, sobre todo cuando se habla de política económica, la que cada día que pasa se vuelve la más difícil de las políticas. Es probable que esta dificultad creciente para hacer política económica nacional en un mundo global sea la que explique por qué se vuelven multitudes los partidarios de tirar la toalla y dejar que el imperio, cuando se decida en verdad a serlo, se encargue de nosotros y de nuestros problemas.

Si se miran bien las cosas, la relación es precisamente la contraria: si lo que se busca es que la apertura funcione bien para quienes la emprenden o, en términos más actuales, si lo que se quiere es "aprovechar" la gran promesa que abrió para México la conmoción del 11 de septiembre, lo que debe hacerse es definir con precisión lo que aquí se quiere y requiere, los recursos con que se cuenta, los sacrificios que hay que hacer y los plazos que deben cubrirse para que estos sacrificios se vuelvan oportunidades realmente ganadas. De otra forma, lo que se hará es dejar un mito, como el que el Presidente ha decidido dejar atrás respecto a las bondades totales del cambio, para cambiarlo por otro, digamos sobre las bondades infinitas y a la mano que nos esperan una vez que dejemos de ser anticuados, nacionalistas y suspicaces, y nos volvamos todos entusiastas partidarios de la asociación y la concesión sin término ni límites.

Es inevitable volver a las lecciones argentinas, no para consolarnos con sus males sino para ampliar el mapa que nos ofrece nuestra propia experiencia con el juego del mundo global. A juzgar por lo que ocurre hoy en aquellas sufridas latitudes, la clase se va a alargar más allá del diplomado. Más todavía si se toma en cuenta la manera en que se ha decidido abordar el tema entre nosotros.

La economía moderna, como realidad y como teoría, no admite ángeles ni demonios. Lo que sí exige, al menos en una de sus vertientes más rigurosas, es asumir que las instituciones, desde luego las internacionales, no son cajas negras y sabias, sino los foros de confrontaciones entre proyectos y visiones y, desde luego, entre intereses y fuerzas de todo tipo y tamaño. Y el caso argentino viene de nuevo a cuento.

No hay base para atribuirle a la globalización, como proceso general o mito, ser la causa de las causas del desastre. Sí hay datos, cifras, argumentos en curso para pensar que en la caída tuvo algo que ver, mucho en realidad, la manera en que los gobiernos argentinos decidieron y manejaron sus políticas monetarias y financieras, viéndolas como las únicas, o las mejores, para acompañar el proceso pampero de inserción en la economía mundial, sin hacer demasiado caso a las repetidas señales de que esto no sólo no era así sino que podía llevar a situaciones peores. Como ocurrió.

Y en esta carrera sin tregua, el Fondo Monetario Internacional, a través de sus directivos y operadores, junto con la gente del Tesoro estadunidense, tuvo mucho que ver. De aquí la necesidad de incluir las convicciones y visiones que los orientan en la reflexión sobre el desplome argentino. Además, porque entre otras cosas podríamos encontrar que las ramificaciones ideológicas, de poder y mito no se reducen al consenso de Washington, sino que nos llevan a lo que bien podría ser el consenso de Wall Street.

No hay demonios que perseguir aquí, pero lo que no puede hacerse es dejar de lado los intereses que se jugaron y siguen en juego. Y aquí sí que la patria de Borges no está lejos.

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