Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 8 de enero de 2002
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Economía
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Ugo Pipitone

Un cuento de invierno

Cualquier experiencia humana permite múltiples lecturas sociales. Quisiera reflexionar hoy alrededor de un caso personal y de las posibles enseñanzas que puedan derivarse.

Supongamos que alguien se quede en casa en vacaciones de fin de año y decida, en un infausto momento, acomodar mejor una pesada maceta. Moviéndola, el individuo en cuestión (en no verde edad) sufre un desgarramiento muscular. Y, de pronto, todo cambia. Cualquier movimiento comienza a resultar doloroso; es cada vez más arduo encontrar una posición confortable y los desplazamientos se hacen más limitados. Súbitamente se descubre de cuántos frágiles equilibrios está hecho el propio organismo. Y como en Kafka, el propio cuerpo se vuelve extraño, es más, enemigo de uno. Un instrumento mellado que traiciona a su portador.

Supongamos también que el individuo en cuestión viva solo y que sus hijos estén lejos, de vacaciones. Cuando vestirse, subir o bajar escaleras, bañarse, cocinar o sólo levantar del suelo algo que se cayó se vuelven empresas imposibles, comienzan a descubrirse los significados de la palabra desamparo. La soledad, a menos que sea producto de una voluntad de retraimiento final, se vuelve insostenible. Hay que contar con alguien. ƑY qué ocurre si nadie está ahí? Ser abandonado como un lobo viejo por el resto de la manada es parte del mismo encanto espartano-realista de las leyes de mercado: lo que deja de servir no sirve, amén. Incluyendo a los seres humanos.

El caso objeto de narración aquí tuvo un desenlace inesperado: la señora de la limpieza decidió venir más horas y movilizó a sus hijos en una especie de red de protección social a favor del achacoso jardinero. De ese episodio menudo pueden derivarse todas las moralejas que se quieran. Yo, por mi parte, quisiera intentar dos o tres reflexiones mínimas. La primera atañe la dimensión humana: es reconfortante saber que a alguien cerca de ti no le es indiferente lo que te pueda ocurrir. Si una sociedad no puede producir en sus ciudadanos la impresión de que la vida de cada uno es importante, el paradigma inevitable es el del retorno a la manada de lobos que abandona en el camino los individuos más débiles.

Tratemos de imaginar la sensación de ser abandonado en el momento de mayor necesidad. ƑCuánta gente lo experimenta cotidianamente en este país y en otros? ƑCuánta ira silenciosa se acumula cotidianamente en nuestra vida colectiva a consecuencia de tantos actos de abandono y de displicencia? La historia que aquí se contó se refiere a un individuo de clase media. ƑQué sucede con los demás que son muchos millones? La conclusión es casi inevitable: cuando mi vida se vuelve irrelevante para la sociedad Ƒpor qué debería sentirme yo parte de ella? Estoy hablando de ancianos, de niños de la calle, de jóvenes mujeres desamparadas, de miseria rural, de pequeña delincuencia de barrio, de prostitución. En fin, el pan de cada día de millones de seres humanos que ven la sociedad organizada como una vulgar retórica cívica o, incluso, como un adversario. Estar excluido significa sentirse excluido.

Lo que me conduce a una primera moraleja: el combate contra la pobreza extrema no es necesariamente una política de desarrollo, pero es esencial para construir ese sentido de pertenencia ciudadana sin el cual el desarrollo no es mucho más que una ensoñación tecnocrática o una quimera populista.

Me atrevería a una segunda moraleja. La protección de los débiles no es un acto caritativo de gobernantes ilustrados: es el acto de fundación, por lo menos moral, de cualquier sociedad. Lo que hace la diferencia con la manada de lobos o con su correspondiente humano, las leyes del mercado.

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