Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 9 de enero de 2002
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Política
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Carlos Martínez García

Juan Diego y el Presidente

l Presidente de la República aprovechó la primera emisión del nuevo año de su programa radial, Fox en vivo, Fox contigo, para felicitar a los mexicanos por la inminente elevación de Juan Diego a la categoría de santo. Se congratuló de que el atrio de la Basílica de Guadalupe esté limpio y libre de vendedores ambulantes, por lo que ahora "tenemos un esplendoroso lugar para recibir la canonización de Juan Diego". Habló del gusto que le da "que un indígena, un indígena puro, pero además un indígena mexicano, sea canonizado por el Papa, lo que nos dará mucho orgullo a los mexicanos".

Una vez más confunde o exagera el significado de un símbolo de una fe religiosa particular, por muy mayoritaria que sea, con la totalidad de la nación mexicana. Sin duda a millones de mexicanos y mexicanas les tiene muy contentos y halagados que Juan Diego sea reconocido por Juan Pablo II como integrante del santoral romano. Sin embargo, y en contradicción con las creencias del Presidente, en el mundo indígena el ánimo festivo será menor que en otros ámbitos del país. Esta afirmación es resultado de lo que demuestra el Censo de 2000.

En términos generales, entre más grande es la población indígena de una entidad federativa, menor es el porcentaje de católicos. Por ejemplo, estados con altos porcentajes de habitantes descendientes de la cultura maya (Chiapas, Quintana Roo, Campeche y Yucatán) están entre los cinco cuyas poblaciones son las menos católicas. El otro estado de esta quinteta ha recibido importante influencia de sus vecinos con población india, Tabasco. De la misma manera Oaxaca, entidad con el mayor número de pobladores hablantes de lenguas indígenas, tiene lugar prominente en la geografía de la descatolización en nuestro país.

Los indígenas de la nación mexicana distan mucho de sujetarse a la imagen que del indio quieren pintarnos los celebrantes de la canonización de Juan Diego. Tener a éste como prototipo del indígena es, además de una afirmación de blandengues pruebas históricas (aun reputados historiadores católicos ponen en duda la existencia de Juan Diego), una muestra de desconocimiento de la complejidad existente en los pueblos indios de México. Fox pasa por alto que la resistencia indígena a la llamada evangelización en el siglo XVI no sólo comprende los actos abiertamente hostiles a los misioneros católicos, sino que también se evidencia en la aparente adopción de la nueva fe cuando en realidad los indios estaban creando nuevas maneras de darle continuidad a sus cultos proscritos y perseguidos por el proyecto colonial. Si entonces la población india resistió culturalmente a los invasores, con mayor razón ahora reafirma sus derechos a elegir una identidad y recrearla. Por cierto que las identidades indígenas son múltiples, dinámicas y negociadoras con su entorno. Toman, rechazan, adaptan y proponen de y a ese entorno según sus propios criterios, que no necesariamente se empatan con los pareceres institucionales de la Iglesia católica.

El principal inquilino de Los Pinos tiene todo el derecho a estar orgulloso de que "un indígena puro" (pregunto, Ƒhay indígenas impuros?) vaya a ser canonizado, pero no tiene por qué hacer de ese sentimiento casi un asunto de Estado.

Por otra parte, con aseveraciones que refuerzan la presencia pública de una Iglesia, la católica con la que se identifica el Presidente, privilegia políticamente a una confesión cuyos jerarcas en el país anhelan mayor protagonismo en las esferas del poder y la consecuente influencia en ellas.

Vicente Fox hace a un lado que para millones de sus compatriotas, por decirlo en palabras que un católico del Bajío como él entenderá, Juan Diego no es santo de su devoción. Me parece que se pueden sentir hasta ofendidos de que se busque hacer un hito nacional de algo que, viéndolo bien, debiera quedarse en las fronteras eclesiásticas.

Creo que a Fox le gana su temperamento de alcanzar todas las bolas que le lanzan, y a estas alturas no aprende a dejar pasar los toritos que le sueltan. Porque el tema de Juan Diego en su programa radial lo sacó a relucir la conductora invitada. Fue entonces cuando el Presidente se soltó con los pareceres que hemos glosado. En su afán de llegar a ese conglomerado que sus mercadólogos le han dicho que es el pueblo mexicano, recurre hasta la saciedad a lugares comunes. Con esto se niega a los matices necesarios en una sociedad crecientemente plural y compleja como la nuestra.

En lo religioso, aunque desde su campaña dijo ser respetuoso de la libertad de cultos y creencias, su conducta ha redundado en una revitalización de las cúpulas clericales católicas. Al recurrir de manera pública a su identidad religiosa, se debilita en el ámbito privado para el cual busca afanosamente el visto bueno de la jerarquía católica (la nulidad de los matrimonios religiosos de él y de Marta Sahagún). Es así porque la alta burocracia clerical, en distintas oportunidades, le ha hecho llegar el aserto de que es necesario guardar congruencia católica entre el accionar público y el privado. De allí que en el Episcopado mexicano y en Roma no hayan caído nada bien las segundas nupcias del presidente. A Fox, a la equidad entre los cultos religiosos y a los necesarios equilibrios laicos que deben existir en una sociedad plural, les vendría muy bien una clara delimitación de los campos para que el jolgorio por la canonización de Juan Diego tenga lugar en los círculos eclesiales y no en la Presidencia de la República.

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