Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 9 de enero de 2002
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Política
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Luis Linares Zapata

Impuestos, sociedad y free riders

El reciente fracaso para formular una reforma fiscal que atendiera los requerimientos de México tiene que ver con algo más profundo que el complejo equilibrio entre las fuerzas políticas en el Congreso. Deja también de lado los errores del presidente Fox y el rejuego de personalidades y tendencias al interior de los partidos o a la misma legitimidad de los legisladores que no responden cabalmente a sus electores, sino a los intereses cupulares de sus partidos. Con seguridad una mejor explicación de la corta visión de las elites dirigentes del país se conecte con ciertos componentes de la cultura ciudadana que condicionan el accionar de sus organismos de representación. La altura de miras para embarcarse en aventuras constructivas de escala y la generosidad necesaria para dominar las propias mezquindades, como común denominador en la sociedad, todavía no son una realidad activa. Los ciudadanos de México aún no logran articular voluntades para dotar del suficiente poder realizador a sus distintos gobiernos y transformarlos en dignos agentes promotores del bienestar.

La sociedad mexicana enfrenta a la hacienda pública y sus impuestos con una actitud que mezcla un espíritu profundamente reaccionario y pone trampas a su responsabilidad colectiva. Se aleja así de un pensamiento que haga madurar la categoría ciudadana y la introduzca en la modernidad. Todavía concibe el sistema recaudador como un doloroso mal que, de manera atrabiliaria e injusta, coarta el espíritu emprendedor, maniata al mercado y su libre empresa e impone indebidos sacrificios al individuo al quitarle parte de la riqueza que, con gran esfuerzo, dice generar. También lo juzga como molesta intromisión en la propiedad inalienable del individuo. Recursos que se van, alegan, a un gobierno voraz para alimentar a una burocracia parasitaria y que, como respuesta, ofrece productos defectuosos y, en muchos casos, procrea desleal competencia. Se piensa que con los impuestos se ayuda a levantar un enorme ogro que entorpece la circulación de mercancías y servicios, que se embolsa, para beneficio de unos cuantos políticos corruptos, gran parte de la riqueza de las personas o la emplea para el recreo y deleite de sus allegados, cómplices y dependientes. Por tanto, es lícito y hasta reconocible por los demás evitar pagar impuestos, escamotearlos hasta donde esto sea posible, y por ello la elusión y hasta el fraude son permisibles o, más aún, se entiende que es casi deber hacerlos con el propósito, se dice, de resguardar lo propio. La exigencia de cumplimientos va acompañada, si no es que es posterior, del pago puntual y completo.

El resultado bien puede observarse, en lo general, en el escuálido 11 por ciento que los ingresos públicos alcanzan respecto del PIB y también en la regresiva e insana imposición, injusta con las generaciones futuras, de un severo castigo a las rentas petroleras. De ahí la disolvente dependencia de ellas para financiar el gasto presupuestal. En lo particular, la insuficiencia de numerario con que cuenta el gobierno para su ejercicio se refleja en la penuria a corto plazo y la mala calidad de los servicios que se ofrecen. La inseguridad será, en ausencia de éstos, la temible, pero común constante.

La conciencia que visualiza los impuestos como una aportación indispensable para la creación de riqueza colectiva es aún débil e inconsistente entre los mexicanos y, peor aún, un supuesto todavía discutido en sus organizaciones colectivas. No se aprecia el fisco como vehículo para posibilitar la generación de utilidades de las empresas, para elevar la capacidad del capital a ser usado ahí donde su poder multiplicador es conveniente y mejorar, incrementándola, la productividad de los trabajadores. No se entiende a cabalidad que el gasto y la inversión públicas son complemento indispensable para que el mercado funcione, un vehículo que puede, si los medios con que cuenta son empleados con oportunidad y eficiente justicia, constituirse en un envolvente que le proporcione a la fábrica nacional el complemento muscular para enfrentar, con realismo y eficiencia, la feroz competencia mundial. Con grandes dificultades se abre paso la conciencia que ve al fisco, y su poder de acción, como socio ineludible con quien prosperar y crecer. Como una entidad que puede, si cuenta con recursos, modular, con efectividad, las desigualdades e introducir los correctivos y equilibrios que el mercado y su funcionamiento son incapaces de conseguir.

En fin, falta, o es incompleta, la visión que sitúe al sistema impositivo como la maquinaria, como el conducto por medio del cual se edifiquen y se proporcionen los bienes que hagan más placentera y armónica la convivencia, para que el Estado-nación pueda ser el continente donde los mexicanos produzcan y encuentren, con relativa facilidad y asequible calidad, el sustento para su vida.

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