Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 9 de enero de 2002
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Economía
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Alejandro Nadal

Receta equivocada para la recesión

En política es malo equivocarse de enemigo. Pero en política económica, escoger objetivos erróneos podría conducir a una recesión mundial de proporciones históricas.

Los indicadores económicos más importantes revelan que es poco probable que se produzca una recuperación rápida de la economía mundial porque por primera vez en treinta años, los países industrializados se encuentran en sintonía en su mediocre crecimiento.

Sin embargo, en casi todas las economías del mundo la política económica se encuentra orientada hacia la reducción de la inflación. El miedo a caer en el síndrome del estancamiento con inflación de los años setenta ha llevado a la macroeconomía a descansar en el supuesto de que, por sí misma, la estabilidad de precios garantiza el crecimiento.

Esto incluye a la economía estadunidense, a pesar de las once reducciones consecutivas de la tasa líder desde mayo de 2000. Y como el Congreso todavía no aprueba un paquete de reactivación económica, se espera otra reducción este mes, llevando a la tasa líder a su nivel más bajo en cuarenta años.

Pero para el resto del año la mayor parte de las corredurías en Wall Street considera que la Reserva Federal regresará a su manía antinflacionaria. Funcionarios de bancos que intercambian directamente con esa dependencia pronostican que aumentará este año la tasa de interés con el fin de evitar que la recuperación de la economía estadunidense intensifique las presiones inflacionarias.

El pronóstico para la tasa líder a fines de 2002 oscila entre 1.5 y 2.75 por ciento. Esta opinión se basa en el comportamiento del índice de confianza de los consumidores, el desempeño de la industria manufacturera y las ventas de casas. Además, la nómina total en diciembre cayó menos que en los últimos cuatro meses. Pero frente a estos indicadores, persisten otros síntomas muy negativos. Entre ellos se encuentra el alto nivel de endeudamiento de empresas y familias. La recuperación no será rápida, uniforme ni exenta de descalabros. Y ese proceso será todavía más delicado si la Reserva Federal regresa a su obsesión antinflacionaria.

Lo grave es que la visión de la Reserva Federal es compartida por la mayoría de las economías industrializadas. Entre ellas se encuentran las doce economías europeas que ahora tienen una moneda común. El Banco Central Europeo (BCE) piensa que la estabilidad del índice general de precios es requisito indispensable del crecimiento económico. Ahora el BCE tiene una meta cuantitativa de 2 por ciento de inflación, por eso ha sido tan lento en reducir la tasa de interés.

Además, los compromisos macroeconómicos del Tratado de Maastricht incluyen restricciones sobre el tamaño del déficit fiscal que reducen todavía más el margen de maniobra para estimular el crecimiento. Alemania, por ejemplo, creció a una débil tasa de 0.7 por ciento en 2001, pero no puede darse el lujo de incrementar el gasto público por encontrarse ya en el umbral del límite de Maastricht para el déficit fiscal (3 por ciento del PIB para miembros de la Unión Europea). Inglaterra, que está fuera de la zona del euro, no es excepción, pues el banco central se rige por una meta de 2.5 por ciento de inflación anual.

En Japón la obsesión de la lucha antinflación es tan fuerte que en el año 2000 el banco central incrementó la tasa de interés, a pesar de que esa economía estaba en su tercera recesión de la década y experimentaba una deflación (reducción generalizada y sostenida del nivel general de precios). En la actualidad, la economía japonesa se encuentra sumergida en un profundo letargo, los precios descienden y la crisis financiera y del sistema bancario perduran. Por eso el banco central busca volver al entorno con aumento moderado de precios. Pero cuando reaparezcan indicios de que esa economía vuelve a ese estado de cosas, comenzará a aplicar una política monetaria restrictiva y los estímulos al crecimiento ocuparán un lugar secundario.

La mayoría de las economías subdesarrolladas también busca reducir la inflación al nivel de los países ricos, sin importar las profundas diferencias en la estructura del aparato productivo. En esa lucha todo se vale, desde la restricción monetaria hasta la apertura financiera, la desregulación de la cuenta de capital y la liberalización comercial.

El control de la inflación es importante, pero en América Latina esa idea se ha distorsionado y la reducción del crecimiento se ha convertido en la variable clave para someter la inflación. La advertencia es clara: las políticas restrictivas en los países ricos y la obsesión por controlar la inflación en los subdesarrollados acabarán por profundizar la recesión mundial.

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