La Jornada Semanal,  13 de enero del 2002                          núm. 358
Marco Cugno

Constantin Noica: la cuarta vía

Constantin Noica pertenece a la más brillante generación de intelectuales rumanos encabezada por Mircea Eliade y en la cual figuran Ionesco, Cioran, Liiceanu, Steinhardt, Alexandru Paleologu, Plesu, Kleisinger y Vieru. Maestro, preso político, filósofo, crítico literario y pensador de centro en el más centrado sentido de la palabra, Noica, al decir de Cioran, fue un "demoniaco destructor del Mal", un hombre generoso, valiente y sabedor de que "la historia de un pueblo es la historia de su cultura". Testigo de tiempos terribles, Noica, al igual que Canetti, practicaba y enseñaba la alegría. Nulla dies sine laetitia, y tenía como juez supremo al "dios de la cultura". No optó por el exilio y pasó largas temporadas en la cárcel o en arresto domiciliario. Ningún agravio, ninguna humillación, ninguna violencia fueron capaces de destruir su alegría y su fe en los valores humanos de la cultura.

Las "tres soluciones" 
de Steinhardt

En su Testamento político, prólogo del Diario de la felicidad, obra póstuma que se publicó en Rumania después de la Revolución de diciembre de 1989, N. Steinhardt afirma: "Para salir de un universo concentracionario existe la solución (mística) de la fe. En adelante no hablaremos de ella en vista de que, a todas luces, es selectiva. Las tres soluciones a las que nos referiremos son estrictamente mundanas, su propósito es el de ser prácticas y accesibles para cualquiera."

Solyhenitzin nos brinda la solución inicial (El primer círculo, El Archipiélago del Gulag). En ella descubrimos "que todo aquel que rebasa los límites de la Securitate, o de organismos análogos de investigación, se dice a sí mismo con determinación: en este instante me doy por muerto"; en otras palabras "se acepta una muerte que se asume, se anticipa, se provoca". La segunda solución aparece en un personaje de Cimas abismales de Alexandr Zinoviev, y consiste en la "indiferencia" y en la "impertinencia" de todos aquellos que están "completamente desadaptados al sistema", a los cuales "no le pueden extraer ni ofrecerle nada. Son capaces de apoderarse de ellos a su arbitrio, de atormentarlos, de menospreciarlos, de vituperarlos, pero escapan de sus manos". La tercera solución pertenece a Winston Churchill y a Vladimir Bukovski y puede resumirse en estos términos: "Ante la tiranía, la opresión, la miseria, las desgracias, las desventuras y el enojo no sólo no debes darte por vencido; al contrario, tienes que extraer de ellas una férrea voluntad de sobrevivir y de luchar." Coinciden las opiniones de Churchill y de Bukovsky: En marzo de 1939 Churchill le dice a Marthe Bibesco: "Se avecina la guerra: será la ruina del Imperio británico. A todos nos amenaza la muerte. Y yo siento que rejuvenezco veinte años." A Bukovsky lo convocan a la sede de la kgb; no logra conciliar el sueño, no por miedo, sino por la impaciencia de "gritarles a la cara a todos la verdad y arrojarse sobre ellos como un tanque".

El veredicto de Steinhardt es el siguiente: "Cada una de estas tres soluciones es infalible. Puede intentarse el escape de una situación al borde de los límites, de un universo reduccionista, de los burócratas de un juicio kafkiano, de algún tipo de dominó, laberinto o interrogatorio, del miedo y del pánico, de cualquier trampa para topos, de una pesadilla inesperada; desconozco si existen otras. Sólo estas tres. Ninguna de ellas me agrada, ni me satisface ni es salvadora. La elección es de ustedes. Pero deben tomar en cuenta que –entre hombres, en términos mundanos– difícilmente encontrarán una solución alterna para salir de esta encrucijada."1

El "camino" que escogió Noica tiene que ver con cada una de las tres soluciones a las que alude el Testamento de Steinhardt como las únicas alternativas posibles en términos "mundanos" o, ¿acaso nos propone otra? Todo ello me dice que estamos frente a una "cuarta vía" que, en el fondo, no difiere mucho de la propuesta mística de Steinhardt y que, de hecho, podría considerarse como su contraparte laica, "mundana". Esto se confirma, en alguna medida, a través del libro póstumo Recen por el hermano Alejandro, escrito en 1965, justo después de su salida de la prisión,2 lo que puede considerarse como "un diario desde la prisión" al igual que el Diario de la felicidad de Steinhardt, pero en el cual se refiere a otra "alegría" y a otra fe. Esto se confirma en la obra Seis enfermedades del espíritu contemporáneo en el "expediente clínico" que elabora el autor acerca de sí mismo dedicado a la ahoretia, pero que proviene de la filosofía de Noica en su conjunto y, en particular, de la actividad paidética del periodo de Páltinis que evoca de manera tan admirable uno de sus alumnos, el filósofo Gabriel Liiceanu, en Diario de Páltinis que se publicó en 1983.3

Una vida bajo el signo 
de la ahoretia

Constantin Noica (1909-1987) es parte de la generación de Mircea Eliade, Emil Cioran y Eugen Ionesco, aquella nueva generación ("la fórmula mágica que invocábamos con tanto orgullo", dijo Cioran más adelante), motivo de referencia del "manifiesto del ’27"4 de Eliade, quien, a su regreso de India, era "el ídolo". En 1934, el ensayo que dio importancia a Noica, Mathesis o las alegrías sencillas, fue premiado al mismo tiempo que dos "óperas primas" visionarias, En las cimas de la desesperación, de Cioran, y No de Ionesco, mientras que Eliade se había destacado el año anterior con el romance "indio" Maitreyi y, durante el mismo año, llegó a publicar cinco libros sobre narrativa, filosofía, literatura y ciencia. Cioran calificó este momento generacional como un nudo pleno de contradicciones dramáticas de este modo: "La lucha entre generaciones nos parecía la clave de todos los conflictos y el principio explicativo de todos los acontecimientos. Ser jóvenes significaba, para nosotros, poseer una genialidad natural. Puede decirse que esta quimera es propia de cualquier época. Pero dudo que alguien la haya llevado tan lejos como lo hicimos nosotros. En ella se expresaba, hasta la obsesión, una voluntad de forzar la historia, de intervenir apasionadamente, de provocar el cambio a cualquier precio. El frenesí era el pan de cada día." Esa "voluntad de forzar la historia" y la de involucrarse en el "frenesí" se tradujeron también, como es sabido, –aunque resta mucho por decir de este fenómeno que no sólo convulsionó a una generación entera, o a gran parte de ella– en una abierta simpatía o adhesión al movimiento legionario. Incluso el mismo Noica, aunque de manera algo atípica respecto a sus "frenéticos" amigos, se involucró en él durante cierto tiempo. Esto lo afirma en su "expediente clínico", en donde admite haber emprendido un único acto de participación en la vida pública, que decidió emprender en un momento en que "no existía otra alternativa" con el objeto de "mantener la acción cuando todo estaba comprometido". Una aceptación adicional se puede hallar en el Diario de Páltinis, cuando habla a sus alumnos sobre los errores de su vida: "La tercera vez que me equivoqúe fue cuando me adentré, durante dos meses, en la política, después de dar mi palabra durante una discusión; al haber comprometido mi palabra, sentí el compromiso de respetarla. Me contaminé debido a un exceso de pureza, por querer practicar la ética con la virtud, como una apuesta y, de nuevo pagué las consecuencias. No hablaré más acerca de este capítulo de mi vida. El resto es tarea de un biógrafo." Aún no se ha escrito una biografía de Noica, pero sobre este episodio existe el testimonio reciente de Alexandru Paleologu, quien aclara las circunstancias que indujeron al joven filósofo a incorporarse al movimiento legionario: una adhesión que decidió, "en signo de protesta", después del asesinato de Codreanu ocurrido en 1938.

A partir de entonces, el ahorético Constantin Noica rechaza cualquier "determinación", más allá de los libros que escribe. En una de las conversaciones de Páltinis, cuando sus alumnos lo impulsan a hablar de su "biografía", afirma: "No tengo biografía. Sólo tengo libros. Me gradué a los veintitrés años, después cursé un año de matemáticas y durante dos años fui bibliotecario de la facultad. Viví en una reclusión deliberada. Rechacé cualquier tipo de realización social y lo hice sin hipocresía, con voluntad. A los veinticinco años me negué a ser asistente de Negulescu." Dijo también: "Escogí, de nuevo ante el estupor de todos, retirarme durante cuatro años en Sinaia. Rechacé el dinero de mis padres y me dediqué a la traducción para sobrevivir –lo que fue terrible– de ocho novelas policiacas para la casa editorial Herz."

Con el advenimiento del régimen "del pueblo", mientras que sus amigos ya tenían tiempo en Occidente (Cioran desde 1937, Eliade desde 1940, Ionesco a partir de 1941), para Noica inicia lo que él llama el "extraño interludio". ("Como consecuencia de haber errado de campo durante los hechos que ocurrieron", es decir el periodo de su domicilio forzado en Cimpulung. Una vez más el filósofo lo evoca con sus discípulos: "Vivía de clases privadas a cinco lei por hora. Enseñé de todo, incluso el salto de longitud.") Fueron "años de delirio cultural" dedicados al Ensayo sobre filosofía tradicional y al estudio de Goethe y de Hegel, en condiciones que favorecían su "pasividad activa", la "marginalidad": "Desde entonces he llevado una vida marginal, una vida que escogí al inicio y que, después, se me impuso a partir de 1948, pero que sentí también durante los últimos años de prisión." Encontramos casi las mismas palabras en el "expediente clínico" en donde la reclusión, como el "ingreso" en una de las pocas grandes soledades del hombre moderno, se considera como una oportunidad de "recogimiento" y de "regeneración", y que hubiese podido convertirse en "encanto" de no ser por la turbación en el pensamiento por haber involucrado a otros en su propio destino. Definir esta postura como paradójica sería poco decir pero, para los que no ven en ella nada que se asemeje a una banal provocación, la "cuarta vía" de Noica se delinea con claridad. No debe pensarse en un Noica regenerado mediante la "reeducación" que, por otra parte, se le impuso tenuemente, lejos de las atrocidades que se perpetraron en el célebre penal de reeducación de Pitesti durante los primeros años del régimen. Para él, la reeducación consistió en una solitaria lectura de los primeros diecisiete tomos de la Opera Omnia, "expurgada" de Marx, que, más adelante, dará lugar en su obra, Recen por el hermano Alejandro, a algunas páginas memorables de comentarios que concluyen con estas palabras significativas: "Entonces, alguien dirá ‘Perdónenlo porque él también vivió bajo la locura del Bien. Recen por el alma del hermano Karl.’" Sin embargo, no es ésta la frase que resume la postura de Noica, aunque gira en torno a ella. En realidad su formulación es la de Piedad por los fuertes de Montherlant, pero despojada de cualquier significado religioso y cristiano, y que él reinterpreta en sentido láico. "Piedad por los fuertes, digo yo: debes tener piedad por ellos, entender su tormento interior y, de esta manera, mediante un segundo paso, superarlos." Superarlos significa ser más fuertes que ellos. Noica extrae esta fuerza no de la fe cristiana, sino de la fe en los valores "humanos" de la cultura (en el "dios de la cultura") y de su máxima expresión, la filosofía. En su obra Del inconveniente de haber nacido, Cioran nos ofrece un retrato persuasivo de Noica, al explicar su "obnubilación redentora", su "insensato optimismo", como el mismo Noica define su postura. "D. [Dinu, diminutivo de Constantin] es incapaz de asimilar el Mal. Constata su existencia, pero no puede incorporarlo a su pensamiento. Podría salir del infierno y no nos daríamos cuenta; a ese grado se sitúan sus propuestas por encima de aquello que lo daña. Se buscaría en vano algún residuo, en sus ideas, de los oprobios que ha soportado. De cuando en cuando aparecen algunos reflejos, sólo reflejos, de un hombre herido. En su cerrazón hacia lo negativo, no discierne que todo lo que poseemos no es sino un capital del no-ser. Sin embargo, más de uno de sus actos revela un espíritu demoniaco. Demoniaco sin saberlo. Es un distribuidor obnubilado y esterilizado del Bien."

El "sonambulismo fecundo" 
del periodo de Páltinis

Su vocación "socrática", que él define como una "segregación", se manifiesta ya desde el periodo de Cimpulung (y durante sus viajes clandestinos a Bucarest que conducirán a su arresto) y, posteriormente, en la "universidad" de la cárcel (donde sus alumnos son un ex jugador de la selección de voleibol, un campesino y un ingeniero), ésta no se concreta en un puesto de profesor universitario, que jamás se le ofreció y que, con toda seguridad, habría rechazado, pero encuentra su plena realización en Páltinis, un pequeño pueblo en las montañas de Transilvania meridional, cercano a Rásinari, donde nació Cioran. En esa localidad, Noica se retira a mediados de los años setenta y escribe ahí la mayor parte de sus obras del último periodo. Durante los diez años precedentes, su trabajo en el Instituto de Lógica de Bucarest (su "resurgimiento social" después de los seis años de prisión) le permitió entrar en contacto con los prometedores jóvenes que constituirían el círculo estrecho y privilegiado de sus "discípulos" de Páltinis (Gabriel Liiceanu, Andrei Plesu, Thomas Kleininger, Sorin Vieru), donde solían reunirse periódicamente, sometiéndose al rígido programa de trabajo que les imponía Noica. Cioran (cuya ironía demoledora, presente en sus cartas, no excluía a Noica, cuando su "bello delirio" filosófico trascendía, según él, escribió lo siguiente: "Al retirarse en los Cárpatos para alejarse del mundo, Noica se convirtió en el centro espiritual de Rumania [...] No se refugia en los Cárpatos para alejarse del mundo, sino para conquistarlo de lejos [...] En Rumania, Noica desempeñó el papel de un conquistador y, por ello, su retiro no fue una abdicación sino un triunfo." Y en una carta en los años ochenta, Cioran –quien desde hacía tiempo escribía en francés hasta a sus amigos rumanos– llegó a decir: "Visto desde aquí Páltinis aparece como el último reducto del paraíso. Recibí un merecido castigo por querer alejarme sin importar el costo." En la página final del Diario di Páltinis Liiceanu afirma: "Todo descenso al infierno puede soportarse si el paraíso de la cultura es posible. Paradójicamente, era más fácil encontrar aquí este paraíso. Un aquí que significaba también y, sobre todo, algo impronunciable entonces, de no ser por alusiones metafóricas: el aquí de una de las dictaduras más devastadoras."

El Noica "demoniaco, destructor del Mal (pienso que es así como debe entenderse la paradoja de Cioran) crea el paraíso de Pálintis, convencido por su "fanatismo cultural" de que "la historia de un pueblo es la historia de su cultura", una "cultura elevada al rango de entidad metafísica y transformada en unidad de medida de la ‘verdadera historia’", como lo dice Liiceanu. Ni en la obra póstuma Recen por el hermano Alejandro (cuya publicación hubiese sido imposible, de cualquier modo, durante la dictadura), ni en ninguno de sus escritos y de sus "gestas" emerge la figura de un Noica contestatario, disidente u opositor, en el sentido tradicional de la palabra; una actitud que se esperaba y que, de haber estado en el exilio –de donde surgieron pronunciamientos en su contra– y, dado su carisma, talvez habría dado lugar a una oposición interna. La "dimensión paidética" de su actividad, como natural emanación y coronamiento de su actividad de investigación filosófica, derivaba en un "sonambulismo fecundo", como el mismo Noica lo definía, que no podía permitirle "la ebriedad de las grandes hazañas", la "gesticulación ética" ("si combates, combate contra los dioses, no contra los siervos", le decía a un alumno suyo), la intervención precaria en un contingente que fuera fruto de una "malévola lucidez". Aunque él mismo "traicionaba" al "sonambulismo fecundo" a través de algunos de sus actos "sublimemente quijotescos"–la expresión es de Liiceanu–, a los cuales asistían, "anonadados" sus alumnos, como ante un espectáculo de un "potencial inextinguible de utopía": la búsqueda de "futuros genios" a la que se dedicó personalmente; la campaña para que las bibliotecas pusieran a la disposición de los jóvenes fotocopias de los manuscritos de Eminescu; el proyecto de invitar a Eliade –el gran exiliado– a regresar a Rumania para fundar un instituto internacional especializado en el Oriente. La cultura, como se la proponía a sus alumnos, sin duda tenía, asimismo, un "valor soteriológico", cuyo significado entiende bien Liiceanu: "Aprender el griego, el latín y el alemán, traducir y publicar –en un mundo herido de muerte por veinte años de dogmatismo– a Platón y Plotino, a Kant, Kierkegaard, Nietszche, Freud o Heidegger, escribir libros eruditos y refinados, eran, cada vez, parte de un ritual de liberación del espíritu, en un mundo en el que todo se sopesaba y se validaba de acuerdo a los criterios de la ‘acción’ y de la ‘práctica’. Esta liberación lateral, discreta y ajena al espectáculo, tal vez culpable de egoísmo intelectual, ha sido y, aún lo es, una forma de supervivencia de algunos de los grandes valores de la espiritualidad rumana de la actualidad." ¿Acaso era una fuga de la historia?, se preguntaba el mismo Liiceanu. Sin duda, no lo era para Noica; en ocasiones, alguno de sus alumnos era presa de la duda. Pero Noica temía una nueva traición de los burócratas, un temor basado también en la certeza de que la idea de que una "cruzada" era inútil (una idea que tomaba de Leibnitz), cuando "el Imperio otomano había llegado ya a su fin." 

El Diario de Páltinis de Liiceanu suscitó consensos y polémicas. Una de las posiciones más cáusticas fue el breve ensayo I Catari di Páltinis que escribió Steinhardt desde su monasterio en Rohia, en el cual hallamos ulterior confirmación de la incompatibilidad sustancial entre las dos soluciones, aunque tengan en común la misma raíz "fideística". Tanto uno como el otro mensuraban las vivencias humanas sub specie aeternitatis, pero para Noica, el juez supremo era el "dios de la cultura", mientras que para Steinhardt era el Dios frente al cual carecen de sentido las distinciones entre "emperador y soldado", entre "señores y súbditos", entre "el filósofo y el comerciante". ¿Era Páltinis en realidad una "ciudadela del orgullo excluyente", como lo afirmaba Steinhardt, traicionando en apariencia las anteriores aperturas "socráticas" del mismo Noica? No cabe duda de que las virtudes de I Catari di Páltinis no eran virtudes cristianas ("humildad" y "compasión" por las masas condenadas) que Steinhardt invitaba a practicar al concluir su ensayo. Por su parte, Noica practicaba y enseñaba la alegría. "He aquí –decía a sus alumnos– la divisa que he elegido: Nulla dies sine laetitia. ‘Laetitia’ significa disciplina, trabajo, cansancio, sufrimiento, duda, invención, alegría. Sin embargo, la verdadera alegría no sólo está en la cultura; el resto es diversión. No obstante, la alegría verdadera logra abrirse paso. ‘La poesía, el fuego, el amor’ no se pueden esconder. Ni aun la alegría de la cultura puede hacerlo." Tal vez es prematuro medir, en toda su amplitud, el significado histórico de la "aventura paidética" de Noica y, todavía más, responder a la pregunta de si logró, a través de su obra (al rechazar –a la par de Cioran y de Eliade– un homo planetarius) "alcanzar lo universal por medio de lo idiomático", como se lo proponía. Una página de Liiceanu (cuyo tono sutilmente polémico no podía compartir Noica, porque consideraba su destino como diferente y, en el fondo, como privilegiado con respecto al de sus amigos lejanos que habían "forzado a la historia") nos habla de qué manera vivieron los alumnos de este último la experiencia de Páltinis: "Lunes, 13 de noviembre de 1978: Al anochecer bebí un té en la recámara de Noica. Me da a leer una carta en la que se revela que, este año, Eliade conquistó definitivamente París: se publicó el Volumen II de Historia de las creencias... que motivó un cocktail en Payot, la Legión de Honor, de nuevo un cocktail, discursos, entrevistas, las Charlas con Roquet (La experiencia del Laberinto), de lo que se infiere que todo en esta vida le ha resultado un éxito. El cúmulo de estos asuntos mundanos parecía haberle provocado un enorme cansancio. Termino de leer la carta, contemplo la recámara con el techo cuarteado, veo el lavabo con la llave descompuesta, la colcha raída sobre la cama, el periódico que desdoblamos para beber el té, observo a Noica, quien deshace cigarros Carpazi y llena la pipa de tabaco, su pequeña boina de cura en el exilio, sus arrugados pantalones, pienso en los libros que ha escrito con paciencia, como un topo testarudo, sin reconocimiento alguno, sin lauros, es más, injuriado por Ionesco y por otros como "vendido" –y me viene a la mente la frase de Heráclito: "también aquí existen los dioses" y pienso que éstos, que crecieron en los zoclos de su recámara, son más bellos y genuinos que los que asistieron a Eliade cuando bebía la, tan humana, copa de la vanidad."

Seis enfermedades del 
espíritu contemporáneo

Esta breve obra, que se publicó en Bucarest en 1978, fue escrita al margen de la obra mayor, el Trattato di Ontología (de la cual desarrolla los capítulos 21-26), concluido en 1980 y publicado un año más tarde, en conjunto con el Ensayo sobre la filosofía tradicional que se elaboró en el domicilio forzoso que constituye su premisa. El prólogo indica como referencia Cimpulung, Muscel, 1950. Lo que en la edición rumana era el subtítulo se convirtió, en la edición italiana, en el título principal. Con esta elección se buscaba recuperar el antiguo título original que, presumiblemente, se había cambiado por razones editoriales de contingencia: Lo anterior queda de manifiesto cuando el autor (Trattato, p.269, nota) se refiere a esta pequeña obra utilizando el título Seis enfermedades del espíritu contemporáneo, tal y como lo hace Liiceanu en el Diario de Páltinis, en donde, en el capítulo final (dedicado a las "enfermedades" del espíritu rumano y que no se incluye en la edición italiana) se refiere al mismo como un ensayo autónomo.

No obstante, el título no rinde justicia a su contenido. En primer lugar porque el término "enfermedad", que se refiere –como lo precisa el autor "con un dejo de sonrisa", a "las grandes irregularidades del espíritu"– es impropio y aproximativo: las enfermedades ónticas, la "precariedad del ser" se reflejan en el hombre como "enfermedades del espíritu", que pueden incluso volverse creativas y, por ende, resultar benéficas; en otras palabras, convertirse en verdaderos "estímulos ontológicos". En segundo lugar, porque la dimensión sincrónica de la reflexión conduce a una vasta profundidad diacrónica que le permite al autor sobrevolar a través de la historia de la filosofía, de la literatura, el arte, la música, el pensamiento de la cultura oriental, el pensamiento científico, la historia de los pueblos y la historia de las religiones. Se analizan las "enfermedades" de los grandes filósofos, de las grandes figuras históricas, de los grandes escritores y de los personajes creados por ellos, de los ascetas y de los científicos, las "enfermedades" de los pueblos y las del hombre común y corriente, incluso las "enfermedades" de los dioses. La carencia (o la crisis) de uno de estos términos del ser provoca la catholite, lo general (derivada de catholu, "en general"), la cual padecieron, por ejemplo, Kierkegaard y Jacques Monod o Napoleón; la carencia (o crisis) de lo individual conduce a la todelite (que se deriva de tode ti, "esta determinada cosa") que afligirá tal vez a todos los astronautas, pero que ya padecía Platón, quien no lograba realizar su ciudad ideal; la carencia (o la irregularidad) en las determinaciones genera la horetite (de horos, determinación), de la cual sufrían Don Quijote, Fausto y Zaratustra. Si la carencia se convierte en rechazo deliberado, entonces estamos frente a las enfermedades de la lucidez: la atodetia (rechazo de lo individual) de Tolstoi; la ahoretia (rechazo de las determinaciones), ejemplificada en Esperando a Godot) y también en Bhagavadgítá; esta enfermedad la padecieron los estoicos y los ascetas, pero también Kant, ahoretico en su vida, y atodético "en el nivel más alto y creativo de su filosofía" y, finalmente, la acatholia (el rechazo de lo general) que encarna Don Juan y que se transforma, después del Siglo de las Luces, en la enfermedad típica de la civilización europea y que, a pesar de los riesgos que conlleva, puede convertirse en la "sexta promesa de la tierra". Transformándose en nooiatra de sí mismo, el autor traza su propio "expediente clínico", como un ahoretico, y su libro representa, no sólo de manera ideal, un "expediente clínico" del hombre de todos los tiempos, en el cual se invita al hombre actual a reflejarse. En apariencia, es la única terapia posible. De hecho –señala Noica– "una medicina entis no tendría sentido", sólo se trata de "conocer las enfermedades y de reconocer en ellas nuestro propio destino humano".

1 N. Steinhardt, Jurnalul fericicirii, ,Cluj-Napolca, Ed. Dacia, 1991, pp. 6-9. El Testamento político se publicó bajo la supervisión de Lorenzo Recci en El Índice, del 5 de mayo de 1992, p. 47. Steinhardt (1912-1989), un hebreo rumano, crítico y ensayista, fue encarcelado en 1959 durante el juicio infligido a un grupo de intelectuales (Constantin Noica, Alexandro Paleologu, Dinu Pillat, etcétera) que se reunían para discutir acerca de las obras de los exilados (Cioran, Eliade) que se recibían clandestinamente en Rumania. Durante su detención reafirma su conversión al cristianismo y recibe el bautizo. Al salir de la cárcel, después de la amnistía de 1964, se convierte en monje ortodoxo y se retira en el monasterio de Rohia, en la región de Maramures, en pleno norte de Rumania, pero continua publicando en las revistas de mayor prestigio. El Diario de la Felicidad (trad. al it. pendiente para editorial el Mulino) , aunque no fue escrito durante su periodo de encarcelamiento –lo que era a todas luces imposible– es un verdadero "diario de la prisión" y presenta, además, la historia de su conversión, lo que explica el título de la obra.

2 C. Noica, Rugatsi-vá pentru fratele Alexandra, Bucarest, Ed. Humanitas, 1990. El autor explica este título, cuyo significado es metafórico, con estas palabras: "Al finalizar la segunda guerra mundial, las tropas soviéticas victoriosas ocuparon un monasterio en Moldavia. Las monjas buscaron refugio en otra parte. A su regreso encontraron un mensaje en el altar que decía: "El comandante de las tropas que ocuparon el monasterio declara que lo dejaron intacto y les pide que recen por su alma." Desde entonces en cada oficio religioso se recuerda el nombre de Alejandro. ¡Recen por el hermano Alejandro!"

3 Gabriel Lïïceanu, Jurnalul de la Páltínis, Bucarest, Cartea Romanésca, 1983.Publicó posteriormente Epistolar, cuya edición estuvo a cargo de G. Lïïceanu, que resume la extensa correspondencia que se estableció, al publicarse el libro, entre el autor, Cioran, Noica y una pléyade de alumnos y de amigos de Noica, etcétera, así como algunas divergencias.

4 Se trata del Itinerario espiritual que publicó Eliade en doce números del diario Cuvíntul entre septiembre y noviembre de 1927. Reeditados en M.E. Profetismul románesc, Bucarest, ed. Roza Vínturilor, 1990, pp. 18-62
 

Traducción de Alfonso Herrera Salcedo T.