La Jornada Semanal,  13 de enero del 2002                          núm. 358

Santiago Espinosa de los Monteros

Por su mierda los conoceréis

Demonios-mujeres, calacas de todo tipo, caballos, alcaravanes, perros, hombres y hasta un pene-caca, son parte de "ese enorme, vastísimo universo de seres que defecan" creado por Francisco Toledo, en donde la mierda, la manera de producirla y lo que con ella se hace son la más alta carta de identidad. Santiago Espinosa de los Monteros nos explica el itinerario de los ventisiete apartados que componen Los cuadernos de la mierda, con los que el pintor oaxaqueño le pagó a una Secretaría de Hacienda que ahora deberá poner a "cagar" un treinta y cinco por ciento extra a todos los creadores de este país.

Posiblemente una de las exposiciones de mayor relevancia en la trayectoria reciente de Francisco Toledo sea la exhibición de Los cuadernos de la mierda, presentada originalmente en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (maco). Se trata de una serie de apuntes realizados durante la segunda estancia de Toledo en Francia entre 1985 y 1987 (excepto el cuaderno de Los gatos de Sara, su pequeña hija, que fue realizado en 1990), y que dejan en claro los alcances de este pintor sobre todo en las disciplinas del dibujo y la acuarela.

Realizados durante su segunda estancia en París, esta serie compuesta de veintisiete cuadernos y que en su totalidad contiene alrededor de mil quinientas imágenes, fue mostrada de manera completa en esa sede por primera vez. Se entresacaron y expusieron obras de diecinueve cuadernos; cinco de ellos fueron fotografiados en diapositivas y mostrados también en una sala acondicionada para ello; los tres cuadernos restantes fueron escaneados en su totalidad y vaciados a un cd-Rom, mismo que también se encuentra en exhibición.

Estos veintisiete cuadernos son los que Francisco Toledo utilizó para pagar sus impuestos a la Secretaría de Hacienda, acogiéndose al programa de pago en especie. Posterior a eso, hizo las gestiones necesarias para que la serie completa fuese destinada en comodato al maco.

En la hoja de sala de ese museo, escrita por Fernando Gálvez de Aguinaga, se apunta que "Es evidente el gesto humorístico de pagar impuestos con un conjunto de trabajos titulado Los cuadernos de la mierda, pero [que] esto sigue en línea con la actitud irreverente y desacralizadora con que Toledo ha trabajado artísticamente y, también, con la forma en que ha manejado esta colección."

Al margen de la ironía que esto pudiera significar, el apego de Francisco Toledo a las viejas tradiciones simbólicas se hace evidente al considerar que la mierda ha significado muchas veces también dinero. Si no, que lo digan aquellos que creen que pisar mierda accidentalmente trae buenos ingresos, o quienes sostienen que soñar que se caga es sinónimo de liberación, de que se acabaron las dificultades, excepto que el producto de la evacuación sea anormal, en cuyo caso puede haber complicaciones. Si en los sueños la mierda es arrastrada por el agua, es sinónimo de que el dinero que hubiera podido significar su aparición, será alejado de nuestro alcance y estaremos, en consecuencia, impedidos de su disfrute.

En este tenor, la mierda ha sido también el dinero. Pero Toledo no hace en Los cuadernos de la mierda una alusión pictórica o simbólica directa en donde relacione al excremento sólo con lo monetario. En sus dibujos está más la cotidianidad de humanos, calacas y animales de toda ralea que en algún momento del día cagan y, para nuestro deleite, son pillados por Toledo, que los constata en esta serie de piezas de verdadera excepción.

Dado que los cuadernos no podían ser exhibidos como tales por su formato, ni en su totalidad por su extensión, se hizo una selección de las mejores piezas, curaduría hecha por Femaría Abad en mancuerna con Patricia Álvarez, quienes además debieron diseñar la estantería especial para que las páginas de los cuadernos (que debieron ser descosidos) pudieran ser vistas por ambos lados. Para responder a esta necesidad museográfica se fabricaron vitrinas especiales para que contuvieran algunas de las portadas y dibujos seleccionados. Igualmente se manufacturaron para esta muestra unas cajas de vidrio que contienen en su interior páginas de los libros. Estas se colocaron de canto en los irregulares muros del maco (edificio del siglo xviii), de tal suerte que los visitantes pudieron observar ambos lados de la hoja. La exposición, aunque preparada para viajar y ampliamente solicitada por algunos de los más importantes museos de la República Mexicana e incluso dos del extranjero, enfrenta para su itinerancia las limitaciones que su condición de pago en especie le impone la legislación vigente. ¿Sería posible que ésta y otras obras más de ese acervo viajasen y se apreciasen ampliamente por el mayor número de público interesado en conocer, además de valiosas propuestas plásticas, el destino de los impuestos de los creadores? Hagamos votos porque así sea.

Y ahí está ese enorme, vastísimo universo de seres que defecan. Un intento verbal de describir este torbellino queda como algo menor ante la apabullante multitud de imágenes: una avispa vuela a la derecha; mientras lo hace, va dejando tras de sí una gruesa estela de mierda que abarca hasta dos páginas del cuaderno. Filas de
cacas, boñigas de todos tamaños; un catálogo de mojones. Una calaca descarnada caga enormes cantidades en chorro sobre un charco de caca.

Un demonio-mujer en posición de cagar está frente a un personaje tipo gárgola o quimera de fieros dientes al que acerca la mano sin temor. Detrás de ella una calaca con la cabeza invertida está a punto de hurgarle el culo con un bastón, tal vez buscando que salga la mierda o para penetrarla analmente y proporcionarle el placer post-defecación.

Los cerdos persiguen a los hombres cagando. Les husmean el culo para que la caca llegue lo antes posible a su boca. Las tortugas admiran a un hombre que caga y han estirado al máximo sus cuellos para verlo. La palabra mierda del lado izquierdo. A la derecha una mosca vuela sobre una boñiga.

Un alcaraván arrastra su pico y deja una estela de mierda. Un zorrito come caca del suelo. Un chango asomado a un balcón está en posición de cagar. Hay hombres que cagan y dejan estelas de mierda. Los conejos las dejan de larvas.

Las calacas comen caca. De todas las formas posibles, ella toma una escogida al azar y se la lleva a la boca. La mujer de las cacas y las mierdas está enseñando el sexo mientras se alza las enaguas. Tres calacas cagan. Un perro observa a alguien cagar. El pene-caca baila de la mano de una calaca que tiene fragmentos de hoja de oro en su cuerpo. Un hombre caga monumentalmente sobre el caparazón de una tortuga.

En la portada del cuaderno rojo y negro, vemos a un hombre de pie con el pene erecto. Es importante aquí la relación de placer ano-falo, como también es crucial la imagen de una calaca que saca la mierda de una madre, mientras ésta da de comer a su hijo con una cuchara muy similar a la utilizada por la calaca para extraerle su excremento. Más adelante, la muerte se masturba.

Los Cuadernos del insomne poseen en cambio una serie de figuras geométricas que no se aprecian en las demás libretas de apuntes. Ahí, entre otras curiosidades, están los autorretratos de Toledo en los que él mismo se ha dibujado a lápiz, sentado en el retrete. Pero también hay otras partes suyas entrelazadas en la composición muy a la manera de los trabajos que hizo en Polaroid, y que son de alguna manera igualmente autorretratos, aunque en este caso fragmentarios, de la persona del creador. Así se aprecian manchas de su pene y testículos entintados (¿cagados?), y aparentemente puestos sobre el papel en el que ahora han dejado una marca a manera de sello sexual-escatológico.

Es destacable el retrete con hoja de oro, bellísima pieza de dimensiones pequeñas, aunque no tan diminuta como la bolita de excremento que el escarabajo hace rodar por todas partes.

Están los peces-mujeres que sacan del ano de otra mujer una línea de mierda; el sapo al que le cae una gota de semen; la calaca con un ojo grande; las tetas de las que salen gases y leche; un hombre de cabeza enorme que se masturba y presiona su pene hacia abajo. Un caballo que lame el líquido que corre por el suelo.

Máscaras; el color marrón-caca por todas partes. Los animales cagan. Pero también se hacen mierda en el sentido figurado de la palabra: la avispa a la que le cae el flit tiembla y vibra mientras el aerosol hace su trabajo, saliendo de una tradicional bomba mata moscas de las antiguas, con manivela. Al final le llega la muerte, es decir, se caga.

En el último plano, una mujer defeca mientras otra en primer plano hace lo mismo. Sus cacas son en realidad animales dentados que están a punto de entablar una pelea.

Esta vorágine de imágenes divertidísimas, escatología sin filtros ni afeites, nos planta frente a situaciones cotidianas tanto de nuestra realidad exterior como de nuestra intimidad más acendrada. Tan es así que nada queda oculto a los espectadores una vez que han abandonado la sala. Ya está claro: todos cagan, y si no están constatados en Los cuadernos de la mierda, es por un mero accidente temporal o geográfico. O quizás –lo peor– por un estreñimiento drástico y mortal.