Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 20 de enero de 2002
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Cultura
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Carlos Bonfil

Un mundo raro

Armando Casas, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y realizador de Un mundo raro, parece ir ganando paulatinamente su apuesta: "lograr que en poco tiempo el cine universitario pueda ser sinónimo de prestigio". Hasta el momento, su primer largometraje, una sátira del mundo de la televisión, ha tenido una recepción estupenda en sus diversos foros de pre estreno, lo que quizás haya animado a una empresa ligada a la televisión (Videocine) a distribuirlo a nivel nacional. Lo que sin duda se le reconoce de entrada es su potencial comercial y, sobre todo, una originalidad que lo sitúa muy por encima de las comedias light en las que pudo haberse inspirado: Todo el poder y En el país de no pasa nada. A Casas, es evidente, no le interesa conquistar un público masivo mediante los anzuelos de la comicidad burda, ni el recurso obsesivo al lenguaje popular (una carcajada por cada mentada de madre), ni el turismo de sociología instantánea por los barrios más miserables de la ciudad de México. En ninguna entrevista incurre el realizador de Un mundo raro en esa pausa de la imaginación que consiste en declarar: "Mí película no pretende otra cosa más que divertir".

La comicidad, casi siempre involuntaria, corre a cargo de las propias víctimas de la delincuencia, de la estrella de televisión Tolín (Emilio Guerrero, notable), y de su modelo/edecán Dianita (Ana Serradilla), presentado el primero como un prepotente profesional del espectáculo y la segunda como una joven que no teme al ridículo a cambio de unos instantes de gloria en la pantalla. Cuando Tolín es secuestrado, uno de los delincuentes, Emilio (Víctor Hugo Arana), decide aprovechar el rapto para dar el salto soñado a la televisión. De una y mil maneras presiona a Tolín para que lo contrate como cuenta chistes en algún programa suyo. (Una escena divertida: la coacción in extremis en el interior de un sanitario). Contrariamente a Rupert Pupkin (Robert de Niro en El rey de la comedia, de Martin Scorsese), inspiración central de Un mundo raro, Emilio no organiza el secuestro ni muestra el desvarío del hombre sediento de fama capaz de arriesgarse a todo. Es tan sólo un pobre diablo, salido de una farsa a lo Alejandro Galindo (Te vi en TV), que se expone a las humillaciones y al ninguneo de un medio inclemente. Hay secuencias estupendas como la presentación de Emilio en un primer "estelar" donde nadie lo reconoce, y otras que sólo agrandan la espiral de vejaciones. Este exiliado del chiste de vagones del metro y microbuses, este aspirante a payasito de crucero promovido a secuestrador de estrellas, llega a la televisión para exponerse a una suprema ridiculización clasista. La víctima poderosa ejerce su revancha sobre el secuestrador con un elaboradísimo desdén teñido de racismo, y la cinta adopta justamente el punto de vista de los delincuentes para exhibir no sólo la complejidad de sus motivaciones, sino también, y eso es lo más interesante, las diversas tensiones que alimentan el rencor social.

Desde esta perspectiva, poco importa saber si la cinta se inspira o no en personajes reales. Su radiografía del medio televisivo exhibe la mediocridad de estilos y conductas, la arrogancia que avasalla a subalternos, la tiranía del rating que obliga a la chabacanería, el consumo de drogas que compite con la denuncia pública de las mismas, y el trato sexista a las barbies reciclables (Dianita, "la de las vueltecitas", actriz sin talento, capricho momentáneo de Tolín). Y de toda esta feria de simulaciones, manejos y ambiciones frustradas, se desprende la materia cómica, esa farsa social que Armando Casas organiza en sus mínimos detalles, con el entusiasmo del debut fílmico, pero también con la sensatez de quien advierte en la comedia light en boga los riesgos a evitar y los filones que aún quedan por explorar. En un cine mexicano que transita de la exacerbación de las paranoias colectivas (Todo el poder) a la explotación de lugares comunes (crisis social/crisis de pareja) en comedias intrascendentes (Sexo, pudor y lágrimas, El segundo aire), la cinta de Armando Casas es ciertamente una sorpresa estimulante. Buscar el nivel de exigencia más bajo en el espectador no es ya requisito indispensable para lograr un éxito comercial. Al menos eso podría demostrar Un mundo raro. Cabe esperar que efectivamente lo consiga.

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