La Jornada Semanal, 20 de enero del 2002                           359
(h)ojeadas

Un Lizardi entrañable

Marco Antonio Campos

María Rosa Palazón,
Imagen del hechizo que más quiero,
Planeta,
México, 2001.
Desde 1810 hasta la muerte de Maximiliano en 1867, cuando Juárez empieza a consolidar, o quizá consolida, el sentido de nación, México fue un país haciéndose y deshaciéndose, habituado a las fugas vergonzosas y a los multitudinarios recibimientos por parte de las sociedades de entonces a Antonio López de Santa Anna, personaje por excelencia de la picaresca histórica.

Buen número de nuestros intelectuales de entonces, liberales o conservadores, se jugaban la vida por la libertad y las ideas en las guerras, en la cosa pública y en las lides del periodismo valiente o temerario. De la primera mitad del siglo XIX hay un grupo de poetas y escritores profundamente querible: baste recordar a Fernández de Lizardi, Quintana Roo, Fernando Calderón, Ignacio Rodríguez Galván, Luis Martínez de Castro, y desde luego dos jóvenes, quienes serían después prohombres de la Reforma, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, que ya hacían una intensa vida cultural en la Academia de Letrán y en revistas y periódicos de la época.

Como todo investigador de nuestro siglo XIX sabe, nadie como María Rosa Palazón tiene las mejores cartas credenciales para hacer un libro como éste. Lo dice la misma autora en un diálogo imaginario con Lizardi: "treinta años de investigación, catorce tomos impresos, miles de fichas y sobres repletos de fotocopias de [tus] publicaciones y manuscritos". Estimulada por Fernando Curiel y Margit Frenk, María Rosa decidió escribir una semblanza que por fortuna terminó en una bellísima autobiografía apócrifa (que se lee como una novela), que tiene de título un verso de Sor Juana, Imagen del hechizo que más quiero, en la que a base de frases, sentencias y versos del Pensador, así como de ella, enlazados con gran habilidad, nos da de nuestro gran cronista un retrato a la vez crítico y entrañable, con sus acciones suicidas y sus retractaciones dolorosas.

El vivo y ameno estilo de María Rosa se había circunscrito a los ensayos y estudios; en esta autobiografía imaginaria ha sido fiel a Lizardi y fiel a su estilo. Un lenguaje vivo y en vivo, que llega en momentos a una hermosa cohetería verbal. Hay una admirable precisión en el uso del adjetivo, de las imágenes y las metáforas, pero se halla también el sabor deleitoso de los arcaísmos y las expresiones perdidas.

Desde su lecho de agonizante en un cuarto de su casa de Puente Quebrado 27, María Rosa hace a Lizardi contar su vida, o la que ella, con lo que dejó escrito Lizardi, le hace contar, sin traicionar la verdad biográfica. María Rosa nos muestra al Lizardi que fue testigo de su tiempo, o quizá mejor, el Testigo, y pinta a un hombre, que en aquella época de intolerancia feroz, trataba de abrir puertas y ventanas en la casa de la libertad, cerradas por las tiranías virreinales y una iglesia ávida.

María Rosa abre el libro espléndidamente con el capítulo sobre la Ciudad de México de principios del XIX, donde retrata, no la urbe paradisiaca de Balbuena, ni la humboldtiana de los palacios, sino una ciudad compleja con múltiples bellezas urbanas y paisajísticas, pero también repelentemente antihigiénica: es la ciudad de los paseos y los puentes, de las iglesias barrocas y las casas aristocráticas, de los palacetes de los condes y los bailes y las obras religiosas en el Teatro Principal, pero también de los canales pestíferos, los mercados catingosos y las calles repletas de mierda humana y de solípedos, en fin y en suma, "el imperio de los detritus". Una ciudad, imposible de imaginar ahora, la cual, después de la Alameda, dejaba de ser urbe y se entraba a la frescura del campo.

Es la ciudad de los cortesanos zánganos, de los políticos trapaceros con traje de camaleón, de militares sin gloria, de curas prestamistas, de abogados tahúres y tinterillos rábulas, de comerciantes enriquecidos y de damas en los balcones del Teatro Principal y en los bailes de los palacetes, y también es la ciudad donde pululan "arrieros, campesinos, albañiles, comerciantes en pequeño", rateros de callejón, mendigos simuladores, léperos sin ningún oficio, ese otro mundo que dibujó magistralmente Guillermo Prieto en sus páginas pero que a la exigente marquesa Fanny Calderón de la Barca le causaba horror y no quería tocarlo ni con un hilo de seda de su vestido. Esa ciudad donde los criollos, "los españoles de acá", eran desplazados por los peninsulares, "los españoles de allá", de los puestos importantes de la administración, del comercio exterior y de los grandes negocios, aunque, como en el caso de la familia de José Joaquín Fernández de Lizardi Gutiérrez, tuvieran escudo de nobleza y utilizaran "un de en el apellido a modo de sonaja o cascabel".

María Rosa nos cuenta la vida de Lizardi, o hace que éste a su manera nos la cuente, en los tres sitios donde vivió. Tepozotlán, llena de olivos y de árboles del trueno, con sus tres colegios que hasta hacía poco fueran de jesuitas; Taxco, donde fue delegado interino y el lugar donde quizá definió, o acabó de definir, su posición antiespañola, y desde luego, Ciudad de México, donde moró en varias casas de vecindad, siempre viviendo a la quinta pregunta, para mantener difícilmente a seis personas.

Como Prieto, Lizardi vio tres grandes enemigos para México: el trono, la sotana y la espada, es decir, la tiranía virreinal, la funesta iglesia y un ejército corrompido. Lizardi padeció el poder de los virreyes y la persecución del clero. Se le llevó desde joven ante la Inquisición (la experiencia fue tan terrible y humillante que se volvió, desde 1812, con la libertad de imprenta dictada por la Constitución de Cádiz, un enemigo sin paz contra los métodos insidiosos del infame Tribunal), se le excomulgó en los años diez por defender a los masones (sufrió lo indecible al sentirse entonces como un apestado social), padeció varias cárceles que lo minaron corporal y anímicamente (ninguna tan terrible como la que le obligó a resistir siete meses Venegas), y fue insultado sin fatiga en folletos, periódicos, hojas volantes y pasquines.

En el libro hallamos apuntes que Lizardi hace de virreyes, como el vengativo Francisco Javier Venegas, "mal orador e insuperable tirano", y Félix María Calleja, "otro mal nacido", de oprobiosa memoria para los mexicanos, y asimismo de próceres de la Independencia, como Miguel Hidalgo, "tan extraordinario ideólogo como pésimo estratega", José María Morelos, a quien inviste como "héroe sin segundo" pero al que califica también negativamente como "estratega fracasado", y el español Francisco Javier Mina, de quien le conmueve su "lucha auténtica y valiente" contra el despotismo. Desde el principio de la lucha por la independencia, desde que fue delegado interino en Taxco, Lizardi supo que la causa realista no era la suya. No por algo sentía suyas esas líneas del pasquín que apareció el 27 de septiembre de 1821 a la entrada del ejército trigarante: "Ya fenneció el despotismo,/ el orgullo y la insolencia./ Ya triunfó la independencia/ de las huestes del abismo./ La América ha conseguido/ del gachupín el destete./ Ya la mamaste tres siglos,/ por donde viniste, vete." Defendió con la verdad pelada no sólo la Nueva España, sino la "América nuestra".

Lizardi quiso para México la pluralidad y la tolerancia, la educación universal y la salud pública, el crecimiento de la industria y un ejército patriota. Sus denuncias continuas contra la jerarquía eclesiástica lo malquistaron con sus miembros, que lo tenían en la mira, y buscaron aniquilarlo. Lizardi denunció una y otra vez a la iglesia anacrónica, las imaginaciones las arbitrariedades de las autoridades de la iglesia, la simonía, las sandeces oscurantistas del catecismo del padre Ripalda, la venta de indulgencias y sacramentos, los frailes gordos, el exceso de templos y el impráctico celibatismo, en fin, luchó contra ese clero anacrónico, que asfixiaba la atmósfera del país, que peleó lo indecible para que no se diera la independencia de México y que era dueño de la mitad de los terrenos cultivables de la Nueva España. Sabía que México no sólo debía independizarse en lo político y lo económico de España, sino también mentalmente. No sólo en lo real sino en las formas y los símbolos, como dejar de venerar los restos de Hernán Cortés en el Hospital de Jesús o pasear el pendón del conquistador los 12 y 13 de agosto.

Hombre débil de constitución, de apasionada congruencia –aunque a veces, ante los enemigos terribles, debió doblar las manos–, sus lides no fueron en los campos de batalla, sino en la redacción de periódicos y folletos y en la escritura de fábulas y novelas, donde ejercitó su crítica corrosiva. Tuvo la esperanza, como así sucedió, de que su obra, que honró la virtud y burló el vicio, no moriría del todo. O para decirlo con unas líneas escritas con la mano en el corazón y el libro de El Quijote en la cabecera: "En lo personal, rompiendo grilletes hasta donde me fue posible, declaro a gritos que, con la pluma, hice lo que pude por mi patria."

Es algo que nosotros quisiéramos decir al final de nuestros días •


E N S A Y O


Joaquín Murrieta, 
el argonauta exterminador

Javier Perucho

John Rollin Ridge (Pájaro Amarillo). Introducción, traducción y notas de Carlos López Urrutia,
Vida de Joaquín Murrieta,
Libros del Umbral,
México, 2001.

Joaquín Murrieta fue el último rebelde que defendió a su comunidad del despojo, el avasallamiento y el racismo. Pájaro Amarillo, el nombre cheroqui del periodista John Rollin Ridge, estableció el mito del héroe y el bandido californiano en Life and Adventures of Joaquin Murieta, the Celebrated California Bandit (San Francisco, 1854), obra que en su ejecución combinó el testimonio, la crónica y la ficción, ayuntados a los recursos del reportaje.

Vida de Joaquín Murrieta es el primer trasvase al español de ese cronicón, debido a un profesor universitario radicado en California, una descripción sin artificios de "la vida y el carácter" del bandolero que asoló los antiguos dominios mexicanos arrancados por el gran zarpazo de 1848.

En su temprana juventud, cansado de la incertidumbre que imperaba en la nación en germen, Murrieta decidió probar suerte en el país vecino. El Golden Rush entonces se encontraba en su más cálida temperatura. "Tenía entonces dieciocho años, era un poco más alto de lo normal, delgado pero de robusta complexión y activo como un tigre joven. Su tez no era ni muy morena ni muy blanca, sino clara y brillante, y de su apariencia se ha dicho que era, en esos tiempos, en extremo guapo y atractivo", escribe Ridge.

En California trabajó en la explotación de un rico filón de oro, en compañía de "una bella muchacha sonorense", mas la buena fortuna fue truncada por la intromisión de una banda integrada por white trash, que les exigió, con los argumentos que mal otorgan los prejuicios del color de la piel y la antipatía de su raza, abandonar el yacimiento. Joaquín no se arredró y se opuso a la ofensa, pero fue reducido y su esposa mancillada. Junto con su mujer, abandonó la mina para establecerse en un fértil valle arrinconado entre las montañas. Empero los sueños del argonauta estaban lejos de cumplirse: otro grupo de facinerosos localizó su apacible refugio y lo expulsó con la demanda de ser un "infernal intruso mexicano". Tales expulsiones no bastaron para negar su derecho y acallar su honor mexicanos. Luego abandonó la minería para establecer una casa de juego. Al volver de una visita familiar, fue acusado de robar la montura en que cabalgaba: su castigo fue amarrarlo a un árbol para azotarlo; el hermano, quien le había prestado el caballo presuntamente robado, sin juez ni juicio, fue ahorcado.

La tiranía de los prejuicios, la crueldad, el despojo y el ultraje que se ciñeron sobre su vida y propiedades, lo empujaron a clamar venganza. De ahí en adelante, se tendió una estela de sangre y muerte en su nombre. Asaltos, secuestros, correrías; atracos, ejecuciones, tropelías y asesinatos; más venganzas, otra sangre derramada.

Por el carisma, instrucción, inteligencia y naturaleza de líder nato, a Joaquín Murrieta lo acompañaba una horda de forajidos mexicanos, capitaneada por el sanguinario Juan Tres Dedos, el adolescente Reyes Feliz, el combativo Claudio, Joaquín Valenzuela (compañero de armas del cura guerrillero Jarauta) y Pedro González, espía y ladrón de caballos. Con ellos sembró el terror al rendir su venganza contra los anglosajones, aunque chinos, holandeses y franceses que se tropezaron con él, también se convirtieron en sus víctimas.

La odisea del argonauta vuelto ángel exterminador finalizó cuando una partida de rangers, encabezada por el capitán Harry Love, le dio caza en una hondonada. Ahí murió acribillado. Al cadáver de Joaquín Murrieta le fue cercenada la cabeza para probar su identidad y así poder hacer efectiva la recompensa –vivo o muerto– que se ofrecía de mil dólares. De entonces nació el mito, que se incrustó en los cuerpos extraños del cine, la literatura, el teatro y la poesía, y en los géneros más afines de la leyenda y el corrido. Ese mito hoy pertenece a tres de las comunidades que conforman el melting pot estadunidense: mexicanos, chicanos, anglosajones y cheroquis.

Por su formación universitaria y procedencia geográfica (Chile), Carlos López Urrutia sólo da cuenta, aunque minuciosamente, de las historiografías estadunidense y chilena relativas a Murrieta y de sus repercusiones en el corpus literario chileno, de igual modo puntillosamente. Sin embargo, olvida sus incrustaciones en las respectivas tradiciones culturales mexicana, chicana y latinoamericana.

La primera aparición mexicana de esta "figura de la mitología bárbara", se debe a la pluma y afanes editoriales de Irineo Paz, quien en 1908 publicó, al decir de López Urrutia, la versión nacional de Vida y muerte del más célebre bandido sonorense, Joaquín Murrieta; al decir de su nieto, Octavio, el abuelo inicia la publicación de la saga latinoamericana del argonauta exterminador con "el primer relato en español de sus aventuras". El Nobel también nos explicó una minucia lingüística: la variación de la vibrante múltiple: "Al pasar del inglés al español, Joaquín ganó una ere en su apellido."

A su vez, las diversas metamorfosis de esa figura de la barbarie, en la literatura chicana se encuentran en fecha tan temprana como 1860, en Joaquín Murrieta, de Brígido Caro, o en la cuentística de Adolfo Carrillo, quien en Cuentos californianos (1922) inserta otra reinvención del mito en el relato "Joaquín Murrieta"; más tarde, hacia el apogeo del renacimiento chicano, Rodolfo Corky Gonzales publica I am Joaquín (1969), título que retoma un diálogo de afirmación e identidad de Murrieta, en la narración de Pájaro Amarillo, quien montado en su corcel, se agacha para susurrar al oído de sus enemigos, "Yo soy Joaquín".

Jorge Luis Borges nunca incluyó en su Historia universal de la infamia el relato que recrea, una vez más, el mito del bandido convertido en héroe aztlanense. Quien quiera localizarlo, en la revista Sur lo encuentra desgajado de las Obras Completas.

La nacionalidad del mito Chile se la disputaba a la patria de la que surgió. Disputa que quedó zanjada en Joaquín Murrieta, el Patrio, de Manuel Rojas (Baja California, edición de autor, 1986), quien demuestra ahí irreprochable y documentalmente la nacionalidad del protohéroe chicano.

Personaje con tema y circunstancia que finalmente heredó Pablo Neruda, con quien logró la celebridad poética en el mundo de habla hispana por el drama en verso Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta, bandido chileno (1976).

Carlos López Urrutia afirma en una de sus notas a la edición que se conoce una sola foto del patriota; reproducirla en páginas liminares del volumen hubiera sido uno de sus aciertos. (Uno solo, pues la edición inusualmente está muy descuidada y la traducción es un engendro.) La fotografía que acompaña este escolio es la que refiere; se encuentra reproducida en Carlos G. Vélez-Ibáñez, Visiones de frontera. Las culturas mexicanas del suroeste de Estados Unidos (México, Miguel Ángel Porrúa-Ciesas-Segob, 1999), libro que sugiero para subsanar el vacío que dejó el profesor chileno, ya que las perquisiciones historiográficas de los chicanos relativas a Murrieta ahí se encuentran perfectamente asentadas y comentadas.

Al final del "Apéndice", López Urrutia afirma que "Murrieta, el Patrio para los mexicanos, el feroz Murrieta de la leyenda, no fue chileno. ¡Gracias a Dios!" Dejo pasar la ironía y su sarcasmo. Olvida que, junto con Jacinto Treviño, Gregorio Cortez y Juan Nepomuceno Cortina, los otros bandidos sociales, Joaquín Murrieta dio origen a uno de los mitos fundadores de la comunidad chicana; es la raíz, la razón y el símbolo de su resistencia cultural •


N O V E L A


Conjuras y conjeturas

Enrique Héctor González

Alejandro Mier et al.,
Premio UPC 1999,
Ediciones B,
España, 2000.

El Premio UPC (Universitat Politècnica de Catalunya) de novela corta de ciencia ficción, con ser el más prestigiado de nuestra lengua en el vasto campo del asunto que le compete, no ha alcanzado la difusión correspondiente a la calidad de los textos que convoca, pues apenas rebasa el ámbito en que se promueve: la ciudad condal. No sólo estimula la creación de un tipo particular de obras que tienen casi un público asegurado (tal vez, junto con la literatura policiaca, una de las subespecies que ha sobrevivido con mayor decoro a la hibridación de los géneros), sino que la misma longitud de los textos solicitados –dispuestos a satisfacer la imprecisable condición de leerse como novelas cortas– trabaja en favor, asimismo, de una extensión cuya comodidad está ganando adeptos en la narrativa de los años recientes.

La novena, penúltima edición del Premio UPC (los textos seleccionados en la versión del año 2000 deben estar en prensa, muy prontos a aparecer) está conformada por cuatro relatos de diversa factura pero similares en su propósito de ensanchar las fronteras de la ciencia ficción, toda vez que no se preocupan por infestar sus anécdotas de aparatos inverosímiles o descubrimientos impensables sino, por cierto, de burilar un texto en el que la literatura no esté supeditada a los desafueros de la imaginación paracientífica. A dos de ellos les fue otorgada una mención honorífica que, si nos atenemos a la noticia inicial del editor, parece más una concesión a la asiduidad (la "enésima entrega" de un participante anual) y al fortalecimiento institucional del concurso ("mención dedicada a los miembros de la UPC") que la consecuencia natural de la calidad de las ficciones, dudoso criterio que se libera de toda sospecha cuando se leen Homunculus e Iménez, las novelas que obtuvieron, ex aequo, el primer lugar.

El segundo es un texto cuya visión futurista se alimenta de la curiosidad (una manía cara a Jardiel Poncela y Óscar de la Borbolla) de no utilizar la jota ni para simular el paso doble de la escritura a la manía –y viceversa. El primero es el que mejor le devuelve a la literatura de ciencia ficción su estatuto de ficción sustentada en la ciencia vista como teratológica tecnología de la imaginación.

Su estructura es muy simple: la alternancia de dos historias destinadas a entrecruzarse en la mente del lector. La que ocupa los capítulos nones es la de Nael (palindroma anacíclico de una orden, un cuidadoso aviso del autor), náufrago cuya identidad, esa cosa del pasado, se desgarró en los arrecifes de tal modo que sólo tiene presente: el de la mujer y el abuelo que lo salvan; la de los capítulos pares es la de Jorsky, un matemático y maratonista que sabe desayunar como Dios manda y se alimenta durante el resto del día con un ocioso enigma (esa clave del futuro) que llega a él a través de una serie de e-mails: el descubrimiento del "método oblicuo", para cuya solución es necesario el concurso de una mente como la suya –entre disciplinada y onírica, entre obsesiva y displicente–, así como la seductora supervisión de la señorita Merle (anagrama de "leerme").

La prosa del mexicano Mier, más allá de este curioso guiño de la alternancia, es delicada, pulcra, económica, llena de sutilezas; preside –y no sólo ordinalmente– los textos que conforman la edición y obtiene, por primera vez, un galardón destinado casi en exclusividad a autores españoles. Cuidadoso lector del género, el autor de Homunculus asume con Bradbury que la ciencia ficción, antes que inocua conjetura científica de mundos por descubrir, es una conjura literaria de nuestros fantasmas interiores •



Feria del Tamal 2002. Tamaleros de varios estados de la República se reúnen para mostrar sus productos. La cita es del sábado 26 de enero al domingo 3 de febrero, de las 10:00 a las 20:00 horas en el patio Jacaranda del Museo Nacional de Culturas Populares ubicado en Av. Hidalgo # 289, col. Del Carmen, Coyoacán.

Concurso Viste a tu Niño Dios. Convoca el Museo Nacional de Culturas Populares. Con motivo de la celebración del Día de la Candelaria, el 2 de febrero, el concurso queda abierto a todas las personas sin distinción de edad, sexo o nacionalidad. Los participantes podrán registrar su Niño Dios de todos los tamaños y materiales con vestimentas y arreglos tradicionales el viernes 25 de enero de las 10:00 a las 20:00 horas, y el sábado 26 de las 10:00 a las 15:00 horas, en el departamento de difusión del Museo. El concurso Viste a tu Niño Dios otorgará premios de mil pesos al primer lugar, de $500.00 al segundo, de $250.00 al tercero y seis menciones honoríficas de $150.00 pesos cada una. Cada participante podrá inscribir sólo una pieza y todas quedarán al resguardo del Museo para su exhibición el domingo 27 en la Quinta Margarita del Museo, donde también se llevará a cabo la premiación. La cita es en Av. Hidalgo # 289, col. Del Carmen, Coyoacán.

Teatro. La puesta en escena para espacios alternativos La rosa de los vientos, bajo la dirección de Bruno Bert, se presenta en segunda temporada hasta el 15 de febrero, los viernes, sábados y domingos, a las 16:00 horas, en los espacios verdes del Centro Nacional de las Artes ubicado en Río Churubusco y Calzada de Tlalpan, col. Country Club, Metro General Anaya. Entrada libre.

Exposición. Proyecto para una ciudad, pintura de Inda Sáenz en la La Casa del Lago ubicada en Antiguo Bosque de Chapultepec. 1a. Sección, cp 11850, entrada vehicular por Acuario (Reforma). Informes a los teléfonos 5211 6093 y 94.

Francia y México. Exposiciones, conferencias, lecturas, música, danza, talleres, cine y varias actividades más organizadas por la Embajada de Francia en México, el CCC-IFAL y la Alianza Francesa, durante los meses de enero y febrero. Para mayores informes, favor de consultar la publicación Kiosque, cartelera francesa en México, teléfono 5511 3151, extensión 1124, correo electrónico: [email protected]; en la dirección: www.francia.org.mx. o dirigirse a las instituciones organizadoras.

Taller y curso. "La aventura de la imaginación", taller de escritura creativa, impartido por Guillermo Vega Zaragoza, del 28 de enero al 13 de mayo, los lunes de las 14:00 a las 17:00 horas. Y "El lenguaje de lo imposible", una introducción a la obra de Juan García Ponce, curso que también impartirá Guillermo Vega Zaragoza, del 21 de enero al 16 de mayo, los jueves de las 14:00 a las 17:00 horas. En ambos casos las inscripciones son a partir del 21 de enero y la entrada es gratuita. Cupo limitado. La cita es en la Universidad del Valle de México, Campus San Rafael Alma Mater, ubicado en Sadi Carnot # 57, Col. San Rafael, a una cuadra de Insurgentes Centro. Informes a los teléfonos 5628 6375 y 5628 6300, extensión 01663.



FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
cd
• José Gorostiza, voz del autor, Col. Voz viva de México, UNAM /ICT, México, 2001.

ensayo
• Acción y reacción. Vida y aventuras de una pareja, Jean Starobinski, traducción de Eliane Cezanane Tapié Isoard, Breviarios 537, FCE, México, 2001, 541 pp.
• El discurso-testimonio y otros ensayos, Renato Prada Oropeza, Col. El estudio, unam, México, 2001, 218 pp.
• Epigramática, Ignacio Díaz Ruiz, Col. El estudio, UNAM, México, 2001, 617 pp.

ensayo (literario)
• Prosa. Seis ensayos, Odysseas Elytis, prólogo de Hugo Gutiérrez Vega, traducción, introducción y notas de Francisco Torres Córdova, Col. Poemas y ensayos, UNAM, México, 2001, 263 pp.

filosofía
• De archivos muertos y parques humanos en el planeta de los nimios, Josu Landa, Ediciones Arlequín/Sigma Servicios Editoriales, SC, México, 2002, 62 pp.
• El tiempo de los profetas. Doctrinas de la época romántica, traducción de Aurelio Garzón del Camino, Col. Lenguaje y estudios literarios, FCE, México, 2001, 550 pp.

música
• El jazz en México. Datos para una historia, Alain Derbez, Col. Popular 603, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 480 pp.

narrativa
• El orgasmógrafo, Enrique Serna, Plaza y Janés, México, 2001, 237 pp.
• El teatro de carpa y otros documentos extraviados, Flavio González Mello, Col. Biblioteca de cuento/Anis del Mono, Ficticia, México, 2001, 118 pp.
• Las historias de alcoba de doña Omogoro, Alison Fell, traducción de María José Rodellar, Col. El día siguiente, Océano/Muchnik Editores, México, 2001, 251 pp.
• Los muertos estaban quietos, Juan Miguel de Mora, Serie Rayuela, unam, México, 2001, 233 pp.
• Prosas, Alejandro Rossi (libro y CD en voz del autor), Col. Voz viva de México, UNAM/El Colegio Nacional, México, 2001, 71 pp.
• Saraminda, José Sarney, traducción de Valquiria Wey, Antelma Cisneros y María Auxilio Salado, Col. Tierra firme, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 212 pp.

poesía
• Carlos Drummond de Andrade,selección, traducción y nota introductoria de Maricela Terán, Col. Material de lectura 45, Poesía moderna, UNAM, México,2001, 35 pp.
• El ojo de la ballena. Poemas, 1999-2001, Homero Aridjis, Col. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 95 pp.
• Efraín Huerta, selección del autor, Col. Material de lectura 9, Poesía moderna, UNAM, México, 2001, 36 pp.
• Fernando Ferreira de Loanda, selección, traducción y nota introductoria de Maricela Terán, Col. Material de lectura 81, Poesía moderna, UNAM, México, 2001, 30 pp.
• Los días prolijos, Armando González Torres, Col. Los ojos del secreto 17, Verdehalago, México, 2001, 65 pp.
• Pesar todo. Antología, Juan Gelman, selección, compilación y prólogo de Eduardo Milán, Col. Tierra firme, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 412 pp.
• Tierra sin entonces, María Rangel, Col. Las cuatrocientas voces, Ediciones El Aduanero, México, 2001, 83 pp.

revista
• Autodafe, núm. 2, otoño 2001, textos de Mary Gaitskill, Carlos Monsiváis, Malek Alloula, entre otros, Parlamento Internacional de los Escritores, 263 pp.
• Archipielago, núm. 34, octubre-diciembre 2001, textos de Marcos Loayza, Leopoldo Zea, Daniel Reséndiz, entre otros, Confluencia, sa de cv, 80 pp.
• Periódico de Poesía, núm. 2, otoño 2001, nueva época, textos de Jorge Aguilar Mora, Elsa Cross, Sofía González de León, entre otros, UNAM/Conaculta/INBA, México, 69 pp.