Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 21 de enero de 2002
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048n1con En La Mesa, celdas hasta de 50 mil dólares

Se generan cuatro millones de pesos al mes por la concesión de negocios

VICTOR BALLINAS JORGE ALBERTO CORNEJO ENVIADO Y CORRESPONSAL

Tijuana, BC, 20 de enero. En lo que alguna vez fueron canchas y patios centrales de la penitenciaría de La Mesa, los reclusos con poder económico ?fundamentalmente narcotraficantes?, en complicidad con autoridades de la cárcel, edificaron un pueblito conformado por 400 casas ?algunas con baño, sala, comedor y recámara?, cuyo costo oscila entre 30 y 50 mil dólares.
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Existen además 144 negocios ''concesionados'' a algunos internos, en los que se venden cervezas, refrescos, cigarros, comida "a la carta'', china o corrida, así como antojitos. Pero también se trafican drogas ?mariguana, heroína y cocaína--, licores y sexo.

Cifras no oficiales estiman en cuatro millones de pesos al mes los recursos obtenidos por el comercio legal e ilegal. Oficialmente, las autoridades penitenciarias reconocen que sólo ''la concesión de cigarros y refrescos'' genera 20 mil dólares al mes.

El penal de La Mesa fue construido en 1957 para albergar a mil 800 presos. Posteriormente "se hicieron obras de ampliación para recibir a 2 mil 400 personas", pero en la actualidad cuenta con 6 mil 500 detenidos, más mil familiares ?parejas e hijos?, que "voluntariamente conviven con sus cónyuges en prisión", además de una población flotante que llega a ser de 2 mil 500 personas al día.

Para garantizar la seguridad de los internos, de las familias residentes en el penal y de las visitas, el presidio tiene 240 integrantes de seguridad, distribuidos en tres turnos de ocho horas cada uno, es decir, 80 guardias vigilan alrededor de 10 mil personas diariamente.

La mitad de los presos son del orden federal y el resto está ahí por delitos comunes. Esto es, conviven indistintamente indiciados, procesados y sentenciados sin la separación obligatoria que establece la ley.

El hacinamiento

Las puertas del penal de La Mesa, también conocido aquí como El Pueblito, se abrieron el martes 11 de diciembre para que el procurador estatal de Derechos Humanos, Raúl Ramírez y miembros del Instituto Interamericano de Derechos Humanos realizaran una visita ?en la que participó La Jornada. El funcionario calificó de histórica la visita, toda vez que la administración pasada "no permitió el paso a esa procuraduría y mucho menos a la prensa".

Carlos Lugo, director de la prisión, quien en la mañana de ese día participó en el taller Sistema penitenciario y derechos humanos, informó que el espacio de que dispone cada preso es igual a ''un block de vitropiso''.

El funcionario organizó un recorrido por la barda perimetral. Nada se alcanzaba a ver desde ese lugar, pero explicaba: "aquí todo es muy reducido, son espacios pequeños que se aprovechan al máximo. Las celdas son para seis personas, pero las ocupan 12 y hasta 14 internos".

Con el dedo señalaba el lugar y refería: "hace años ahí estaban las canchas y el patio. Ahora hay casas ?carracas, les denominan los presos? hasta de tres niveles". Se refería a las construcciones que algunos reclusos hicieron con la tolerancia de las autoridades penitenciarias.

Por la barda perimetral ?que tiene un metro de ancho y una altura equivalente a tres pisos? deambula el personal de seguridad en sus rondines. "Desde aquí deberían verse patios y celdas, pero las construcciones del centro del penal impiden la visibilidad", se lamentaba.

Iba expresando: "Aquí está el área escolar. En esas celdas están policías judiciales y municipales que por alguna razón están detenidos, y los tenemos en una zona confinada por su propia seguridad. Son decenas y se les resguarda para que no sufran alguna agresión por parte de otros reclusos".

En uno de los tramos de la barda, Lugo se recarga y señala hacia abajo: "Alrededor de la prisión hay una red de rayos infrarrojos, de manera que cualquier persona que entra a esta zona ?la cual divide mediante un pozo pequeño de aguas negras al penal de la barda? automáticamente enciende las alarmas de seguridad".

Abajo, entre la barda y el pozo, paseaba tranquilamente un gato, lo cual despertó la curiosidad de los reporteros, quienes preguntaron:

?¿Cualquiera que traspase la zona hace funcionar la alarma?

?Sí ?dice a media voz?, los gatos la hacen sonar a veces, pero es preferible así.

Arriba está ubicado un taller de maquila, donde los presos hacen trabajo de joyería, dice Lugo señalando nuevamente hacia el lugar.

Desde la barda se ven abigarradas filas de tendederos con ropa de los internos. "Parecen telarañas ?dice?, pero ellos reconocen perfectamente la de cada quien."

Desde esa parte de la penitenciaría se aprecian sólo los techos de las carracas, con calentadores de agua y antenas de televisión.

Más allá se observan reclusos que se afanan sobre los motores de varios automóviles. Lugo dice que algunos vecinos llevan sus vehículos para que se los arreglen.
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Una vez que concluye el recorrido por el exterior, el director del penal invita a entrar. Una decena de elementos de seguridad, armados, guían por el reclusorio.

Tan pronto se traspasan las puertas, Lugo muestra cobijas que han sido donadas para los presos. "Llegaron 2 mil, pero aún faltan por llegar 4 mil más", apunta.

Unos metros más adelante se pasa por el área de acceso al Pueblito. A la entrada está el área donde los abogados se entrevistan con los internos, y más adelante está el servicio médico. Ahí, explica el director, "se atienden de 35 a 45 consultas al día".

?¿Cuáles son los padecimientos más comunes? ?se le pregunta.

?Hepatitis, tuberculosis y sífilis.

?¿Hay enfermos de sida?

?Sí, como 12 ?reconoce.

El recorrido continúa por pasillos que se estrechan. Ahí Lugo saluda a la madre Antonia, una mujer de edad avanzada que sin ser monja viste hábito y tiene, según cuenta, 25 años realizando trabajos al interior del penal.

Le toma la mano al director y dice en un castellano cargado de acento extranjero: "En el tiempo que tengo conviviendo con los internos, no he podido llegar a hablar bien el español".

?¿De dónde es? ?se le interroga.

?Soy estadunidense, de origen irlandés. Trabajo aquí, en favor de los presos, porque los amo.

Mamá Antonia, como también se le conoce en el penal, tiene la concesión de la venta de cigarros y refrescos. Hace tres años la anterior administración se la quitó a unos presos que fueron liberados antes de cumplir su sentencia, y desde entonces ella la administra.

Se calcula que mensualmente obtiene 20 mil dólares, mismos que se depositan en un fondo con el cual Mamá Antonia paga fianzas a los presos de los penales del estado.

Tensión, promiscuidad y drogas

En el centro del penal hay una docena de locales comerciales concesionados: Sr. Froggs, Best Friends, Snack Bar, Nintendo Club, Tienda Fiesta y Brothers Barbers Shop son algunos de los nombres con los que se anuncian.

Y atrás de ellos se encuentran las carracas que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en su recomendación 103/92 definió como "auténticas casas concentradas en el centro del penal".

En efecto, esas viviendas están como amalgamadas, pegadas una sobre otra, hasta alcanzar una altura de tres pisos. Las hay pequeñas, de tres por tres metros cuadrados, pero algunas alcanzan hasta 45 metros cuadrados.

De acuerdo con la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, "las carracas tienen todos los servicios: camas, sala, comedor, aire acondicionado, baño integrado y algunas hasta tina tienen, además de aparatos electrodomésticos, refrigeradores y bares. Dentro de las carracas de mayor lujo ?cuyo precio oscila entre 30 y 50 mil dólares? hay licores de importación".

En ellas habitan los presos con mayores recursos, fundamentalmente los que tienen relación con el narcotráfico, en compañía de sus esposas e hijos. Extraoficialmente se sabe que en el penal hay cerca de 200 menores y como 800 mujeres, aunque las autoridades reconocen apenas algunas decenas de niños. Todas las mañanas los menores salen del penal para ir a la escuela y vuelven por la tarde.

Es imposible ocultar el tráfico de drogas, que abunda en el penal de La Mesa. Incluso las propias autoridades penitenciarias reconocen que de no existir ya se hubieran producido motines de enorme violencia, toda vez que, dicen, 70 por ciento de los presos son adictos.

Algunos reos, que a pesar de la vigilancia se acercaron a platicar con los reporteros, manifiestan: "La droga nos cae del cielo ?desde afuera del penal avientan pelotas de tenis rellenas de estupefacientes. El churro de mota vale ocho pesos, lo mismo que una cerveza. La dosis de heroína 20 baros, y la de cocaína 12".

Sin embargo, Lugo asevera que el problema de la droga se ha reducido de manera considerable.

?Dicen los internos que desde el exterior les avientan pelotas rellenas de estupefacientes.

El director se ríe y afirma que eso era antes, "porque ahora el Ejército patrulla el penal en un operativo nocturno. Comienza a las nueve de la noche y concluye hasta la mañana siguiente".

?¿Se revisan los paquetes que trae la gente que ingresa al penal, se les catea, pasan por arcos?

?Sí, en efecto, hay arcos, se les revisan los bultos, se les catea, pero esto no es eficiente. No contamos con la tecnología adecuada.

En un día de visita se forman largas filas de quienes pretenden ingresar al penal a visitar a sus familiares. Traen televisores, hieleras y bolsas con comida. Todos pasan por una sola puerta, lo cual dificulta enormemente la revisión.

Se sabe que hay mujeres que pasan droga escondida en la vagina, pero no sólo eso. Muchas visitas "se quedan días, semanas o incluso meses, y salen cuando quieren".

Prueba de ello son los más de 25 elocuentes anuncios con fotografías que la dirección del penal ha pegado en la entrada, en los cuales se advierte: "A partir de esta fecha queda prohibida la entrada de Carlos (y aparece la fotografía del hombre al que se refiere), por haberse quedado seis meses dentro del penal sin permiso (...). Se prohíbe la entrada a la menor de edad... (y se pone la foto de la niña), porque a quien viene a visitar no es su padre, sino el amante de su madre. Se prohíbe la entrada a Sara, por permanecer durante semanas en el penal sin resellar su permiso ni reportarse".

Vivir a la intemperie
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Los guardias no se despegan. Se comunican por radio para despejar el área. El ambiente se enrarece, se vuelve tenso.

Alrededor de las carracas y de los restaurantes se encuentra una cancha de volibol, donde algunos presos juegan. Rodeándola, decenas de internos permanecen acostados en el piso.

?¿Qué hacen ahí? ?se le pregunta al director.

?Apartan su lugar. Muchos duermen en el piso, aquí en las canchas, en los pasillos, donde mejor se acomoden. No hay lugar suficiente. Tenemos una sobrepoblación de 200 por ciento.

Ese es uno de los principales problemas de esta penitenciaría, además de la enorme población flotante.

Los reos que estaban acostados se arremolinan alrededor de los reporteros. Se escuchan sus voces en un coro patético: "¡Dormimos en el piso! ¡Cuando llueve nos mojamos! ¡No tenemos celda!"

Los internos se ven extrañados por la insólita visita, y eso genera cierta agitación. Se asoman por las ventanas de las carracas. Los que están en el piso se levantan y se pegan a las paredes. Los guardias apremian a seguir adelante. "Rápido, rápido, no se detengan ?se percibe su nerviosismo, sudan, ordenan?. Rápido, rápido, avancen."

Entonces unos presos comienzan a correr hacia los reporteros, por uno de los pasillos. "¡No corran!, ¡deténganse!", gritan los guardias, y se ponen al frente, en una suerte de valla protectora.

A la salida del Pueblito se topa uno con edificios nuevos. "Esta área es para la rehabilitación. Aquí hay 700 reclusos que eran drogadictos, que son sentenciados y que están en tratamiento para dejar ese vicio", explica Lugo.

Una condición para integrarse a este programa de rehabilitación es que sus condenas sean por lo menos de un año. El director da una rápida explicación: "A esta parte se le denomina estancia de segunda oportunidad. En seis meses, a partir de terapias, los internos abandonan el vicio. Entonces se les deja en preliberación. Salen de aquí para enfrentarse a la vida", asevera Luego orgulloso, momentos antes de dar por concluida la visita.

Un precio para todo

De entre la larga fila de familiares que intentan ingresar al penal, algunos se atreven a hablar. Uno refiere: "Vengo a visitar a dos hermanos. Uno está preso por tráfico de indocumentados, y otro por robar un automóvil. Pero aquí todo es dinero. Pagan 700 pesos al mes para dormir en una galera. La comida que les dan no alcanza, y hay que traerles. Además pagamos para que nos dejen pasar las bolsas. Ahorita traigo pan, fruta, jugos, refrescos, cobijas y ropa".

Una mujer también se anima a platicar, aunque pide el anonimato "para no perjudicar a mi hijo. Pago 500 pesos semanales para que le den espacio en una carraca para pasar la noche. Si no pago, me lo mandan a dormir a la cancha, al frío".

Estas denuncias hacen recordar lo que dijo un preso en La Mesa: "Lo más difícil es tener un lugar para dormir. Eso cuesta, y mucho. Luego hay que asegurar la comida, porque uno se forma, pero a veces no le toca. Se acaba. Y ahí hay que dar dinero, si no qué hace uno. Por eso aquí adentro hay prostitución. Las mujeres presas que no reciben visita cobran 50 pesos por acostón, o lo hacen por tres pases de cocaína. Sin embargo, las que tienen dinero prefieren a los hombres, que también le entran al asunto".

Al verlo desde fuera, el penal de La Mesa no parece lo que en realidad es, pero así es la vida en este reclusorio de triste fama, en este Pueblito que no es más que un hormiguero en el que se hacinan todo tipo de delincuentes con niños y mujeres, donde la droga corre o vuela por pasillos o sobre las bardas. El inframundo puesto sobre La Mesa.


El camuflaje de El Rana

A mediados de junio de 2001 una llamada anónima ?hecha desde Tijuana? alertó a la Procuraduría General de la República (PGR). Jorge Rodríguez Bañuelos, El Rana, identificado como jefe de los sicarios del cártel de los hermanos Arellano Félix, se encontraba en la penitenciaría de La Mesa, con una identidad falsa, acusado de homicidio.

En efecto, El Rana había pasado inadvertido. Para las autoridades era Carlos Durán Montoya.

Con ese nombre se identificó al ser detenido, el 23 de marzo pasado, tras haber participado en una balacera y asesinado a dos personas sin motivo aparente.

Al conocerse su verdadera identidad, la Procuraduría General de Justicia del estado argumentó que la confusión se debía a "la falta de un sistema de digitalización entre las distintas procuradurías estatales para ubicar a criminales, lo cual impidió que Rodríguez Bañuelos fuera identificado desde su ingreso al penal con su verdadero nombre".

La delación a la PGR se produjo luego que alguien lo identificó, "cuando declaraba en el juzgado octavo de distrito por los delitos que cometió en marzo".


Concesión y connivencia

Hace poco más de dos años la concesión de cigarros y refrescos en el penal de La Mesa estaba en manos de los reclusos Miguel Angel y Francisco García Garrido, procesados por secuestro.

Sin embargo, éstos entregaron a la dirección del penal, entonces a cargo de Rodolfo Castillo López, dichas concesiones, y con ellas se formó un patronato cuya administración encabeza "la madre Antonia". Con los 20 mil dólares mensuales que obtiene por la venta de cigarros y refrescos, Mamá Antonia, como también se le conoce en el reclusorio, cubre fianzas de algunos reos para que obtengan su libertad.

Empero, Rodolfo Castillo fue detenido en septiembre pasado, a petición del juez tercero de lo penal, por los delitos de coalición de servidores públicos en contra de la administración de justicia, acusado de participar en la preliberación de los hermanos García Garrido en marzo de 1999, sin que tuvieran derecho al beneficio.

En el proceso que se le sigue al funcionario también fue inculpado Fernando Rosales Figueroa, ex director de Prevención y Readaptación Social, por haber firmado los oficios de libertad a los secuestradores. Castillo López se encuentra en libertad bajo caución.

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