Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 21 de enero de 2002
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Cultura
05an1cul PREMIOS NACIONALES

Vicente Leñero

''Sin el periodismo no hubiera encontrado el camino de la escritura''

La Jornada comienza hoy una serie de entrevistas con los acreedores al Premio Nacional de Ciencias y Artes 2001, la primera versión que organiza el nuevo gobierno. La fecha de la ceremonia de entrega, que deberá ocurrir antes que termine enero, no se ha dado a conocer

CESAR GÜEMES

Su estudio, en San Pedro de los Pinos, es el de un escritor en pleno, con todas las de la ley, aunque diga, como siempre, que ahora sí va a dejar la pluma en paz. Vicente Leñero, premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura, se pasa en él varias horas al día, como durante muchos días a lo largo de sus años de trabajo.

Al lado del escritorio, cuenta con un ajedrez electrónico. Leñero lleva blancas, la máquina tarda en responder: "Tiene un procesador viejito, es de las primeras que llegaron a México". No es verdad del todo: el nivel en el que juega es muy alto y a mayor dificultad la máquina emplea más tiempo en "pensar" la respuesta.

Lo rodea el mundo que lo ha acompañado en la creación de novelas, obras de teatro, guiones de cine, cuento y una obra periodística memorable. Al alcance de la mano, más tableros de ajedrez, uno con piezas de estilo mexicano, uno con personajes vikingos más otro de madera, caoba y pino, que espera turno en un especiero. Allá arriba, sobre el dintel de la puerta de acceso, un busto del Che. Estantes de libros de diez niveles, de piso a techo. Luces propias de la iluminación teatral. Un ejército de soldados de plomo, que miden no más de un centímetro cada uno. Reproducciones de máquinas de escribir en miniatura, todas de metal. Algunas fotografías familiares. Un títere de torero que carece de la pierna izquierda. Una bicicleta de alambre, un auto y una rueda de la fortuna del mismo material. Un sobre de tela, del tamaño de uno de té, que contiene un trocito del Monte Calvario. Un teatro de cartón. Una chimenea con señales de ser usada. Trofeos atléticos. Un centenar de manuscritos engargolados. Y la máquina de escribir, mecánica, portátil, Brother, modelo 250 TR, de luxe, que acusa el paso de miles de cuartillas. La ilumina una lámpara discreta y la acompaña un atril de madera más varias plumas fuente.

-En recientes años se ha visto más reconocido el Vicente Leñero escritor que el periodista, aunque ambos comparten casi el mismo tiempo de publicar.

Lo piensa, revira con calma: "Bueno, he recibido premios de periodismo, incluso más de los que pensaba, desde el Manuel Buendía hasta el homenaje que lleva el nombre de Fernando Benítez, en Guadalajara".

-De modo que las dos personalidades se han visto satisfechas.

vicente_lenero_d92-Pienso que sí, sobradamente. Siempre he tendido a considerar que el Leñero periodista es el mismo que el escritor. Le debo mucho al periodismo, sin él no habría podido encontrar un camino para la escritura. Mientras estudiaba ingeniería, me inscribí en la escuela de periodismo no con ánimos de ser reportero sino de escribir. Quería encontrar un método para redactar bien, algo que toda la vida me ha costado trabajo. Entre la ingeniería y la literatura había un doble salto mortal y la red de protección era aprender a escribir dentro del periodismo. Ya en el oficio, además de un medio de subsistencia, encontré el hábito de escribir.

-¿Escribías a mano por entonces?

-No, a máquina. Recuerdo que vi una película de guerra en donde un personaje a bordo de un submarino escribía sus memorias a máquina. Me dije: mira, el escritor trabaja en una máquina, no en un cuaderno. La primera que tuve fue una Remington, pesadísima, que en realidad era de mi hermano. Luego fue una pequeñita, Smith Corona, en la que trabajé varios años. Aunque era molesta porque tenía un tamaño de letra muy reducido y siempre me pasaba del tamaño legal de las cuartillas. Luego me seguí con las Olivetti. Y ahora colecciono las Smith Corona portátiles, porque ya no las hacen. Cuando me entró miedo de no tener con qué escribir, de plano me fui a la calle de Allende a buscar algunas y no encontré. Hoy tengo tres que me han regalado. Las cintas las compro por caja.

No lo seduce el dócil teclado de un ordenador: "Me resistí siempre a la computadora. Hice breves intentos de aprender, supongo que es fácil, pero los instructores se pasan de sabios y lo introducen a uno en un mundo muy complicado de formatos y posibilidades que no sirven para nada, al menos no para lo que la escritura es".

Una gentil asistente trae café, como siempre, con sólo una cucharada de azúcar para Leñero. Un cigarro da vuelta entre sus dedos. Lo enciende. "Pero no me tomes fotografías fumando, luego las veo y me siento culpable", le dice a Marco Peláez que lo desoye olímpicamente, como debe ser. Retoma el asunto:

-La relación con la palabra escrita fue para mí muy importante y dramática. Hay una historia detrás de la cuartilla que se escribe y se siente. Es muy distinto corregir un texto hecho a máquina que uno realizado en una pantalla. El respeto por la palabra escrita me parece fundamental. Recuerdo que en tiempos de silencio literario tenía la obsesión de que las cuartillas debían salir absolutamente limpias, entonces modificar una sola palabra me implicaba empezar todo de nuevo. Eso puede ser paralizante, lo acepto.

-Por la cantidad de obra periodística y de creación no parece que te detuviera ese proceso.

-No te creas, esta característica me aparecía justamente con los trabajos periodísticos. Claro, como nunca trabajé como reportero de diario sino de revista semanal, contaba con tiempo para invertirlo en mis métodos. El caso es que el contacto con la palabra escrita físicamente es lo que lo hace a uno escritor, oficiante, y ya luego el oficio tiene niveles desde el que redacta bien al que escribe bien y al artista, categoría que alcanzan casi sólo los poetas.

Un poco más de café, otro cigarro, una llamada telefónica que Leñero atiende mientras mueve una pieza en el tablero electrónico. La máquina responde inusualmente rápido y antes de colgar el teléfono todavía tiene tiempo el escritor de responder la jugada.

-¿De dónde te vino la idea de escribir antes de que pusieras manos a la obra?

-Supongo que de mi familia, aunque lo que se necesita para ser escritor es una mujer como mi esposa, quien en ese tráfago de la vida me apoyó. Ella me quitó de tener cuatro trabajos en lugar de uno más la escritura. En cuanto a la familia, mi padre fue comerciante pero en la casa se vivía un clima muy literario porque él era gran lector de novela. Seguí sus pasos por la biblioteca, leer era una actividad muy natural en casa, no una proeza como se ve ahora en un joven que toma un libro. Y escribir en realidad era algo que practicaba mi hermano Armando, sobre todo cuentos que a veces leía en público. Quise imitarlo para desarrollar esa habilidad que era muy estimada en mi casa. En las reuniones familiares, mi padre y mis tíos recitaban largos poemas. El ambiente era muy cercano a la literatura. Quizá por esa cercanía con las letras pensé que no se podía uno dedicar a eso sino que era necesario elegir una carrera distinta. Cuando andaba noviando con Estela, que luego sería mi esposa, recuerdo que mi padre le pedía que me desalentara de la escritura porque las letras daban reconocimiento pero no solvencia económica. Mi mujer hizo lo contrario y al final mi padre quedó muy satisfecho con que yo publicara.

-¿Alcanzó a ver tus libros?

-Vamos a ver, si murió en el 63, vio dos libros míos. El pensó siempre que iba a jalar más por el lado de la ingeniería, que terminé dejando. Opté por trabajos alternativos que me dieron oficio, como hacer radionovela y luego periodismo. La literatura en serio vendría después, con el manejo de los elementos narrativos, con la malicia. Eso se adquiere pero sobre la base de redactar bien. A mí me importó siempre más, en los talleres literarios, una redacción impecable a una idea genial. Soy muy obsesivo con la forma y la estructura.

-Aunque haya una explicación técnica para completar una trayectoria periodística por cierto amplia y una considerable obra narrativa, ¿a qué hora escribías?

?Era muy aislado. Y como mi esposa se encargaba mayormente de nuestras hijas pese a que también tenía que atender su profesión, conté con un tiempo aparte. Al final de mi carrera siento que escribí más de lo que debía. Podría hacer una purga de mis obras de teatro y de las novelas de tal suerte que sólo quedaran la mitad, el resto las tiraría a la basura. Mi trayectoria literaria fue un exceso.

-¿Con qué te quedas?

-Con Los albañiles, Los periodistas, La gota de agua, El evangelio de Lucas Gavilán, Asesinato y La vida que se va. Incluso a Los periodistas le simplificaría la estructura y a Asesinato le reduciría buena parte de la investigación. El aparato estructural fue demasiado, me parece.

-Porque vienes de la ingeniería.

-Y de las matemáticas. Fui muy bueno para el álgebra y el cálculo diferencial. En algún momento quise derivar hacia físico-matemático. Pero los ingenieros no se andan con las abstracciones de la matemática. Por eso entré a ingeniería, una profesión donde los números fueran importantes, sólo que ya aplicados a la vida de la construcción tenían un modo distinto de operar.

-Esa afirmación de que estás al final de tu carrera como escritor no corresponde con la realidad que vemos aquí, este es el estudio de un escritor en pleno. ¿No crees que te va a ganar la escritura?

-Me gana la lectura y el trabajo como guionista cinematográfico, que ya no es ser precisamente escritor. Ahora que ya casi no ejerzo el periodismo, me dedico a leer; es mucho más gozoso leer que escribir.

Hace una pausa, viene café fresco, otro cigarro da vuelta entre sus dedos. Concluye con una sonrisa cómplice:

-Escribir es una lata.

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