Lunes 21 de enero de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Tauromaquia

Orejas sin ton ni son

n Alcalino

Para el aficionado de siempre las orejas son lo de menos. Por el contrario, para el espectador casual se han convertido en la única justificación satisfactoria de su estancia en una plaza de toros. De modo que una corrida como la del sábado, salpicada de detalles plausibles, pero sin esa obra acabada y redonda que es la faena triunfal, debió parecerle a la multitud reunida en El Relicario burda comedia de errores, en lugar de la ansiada película rosa con happy end estilo Hollywood. Se entiende que, al ver que se le iba en blanco la tarde, esa multitud obsesiva y superficial que predomina hiciera uso de la potestad que el reglamento le otorga para forzar la concesión de una primera oreja tan absurda, que del mismo tendido brotó enseguida la protesta que obligaría a El Juli a rechazarla; pero ya el mal estaba inoculado y ningún trabajo costó arrancarle al juez un segundo apéndice -tan injustificado como el anterior, aunque se recibiera con unánime beneplácito- en premio a los valerosos alardes de Ignacio Garibay ante el toro sin embestida que cerraba plaza. La escena final fue digna de tamaños despropósitos, con insólita bronca de despedida al madrileño, mientras un solitario monosabio "sacaba en hombros" a Garibay.
Sangre y emoción rebajadas. El encierro de Real de Saltillo tuvo correcta presentación, y los seis buscaron sin malicia los engaños, incluso con clase alguno de ellos. Pero de bravura y fuerza andaban cortos. Todos -excepto el remiso cierraplaza- dejaron hacer a los toreros, mas como iban al paso y acortaban pronto los viajes, la emoción tenía que aportarla el artista en turno. Reses así están pidiendo de quien las enfrenta imaginación y creatividad, sentimiento e inventiva, mente ágil y planta quieta, y todo lo que Ochoa, El Juli y Garibay ponían a escote era su buena voluntad a secas, traducida en derechazos y más derechazos, con lo que sólo lograron acentuar esa pesada sensación de monotonía. Los mejores -pero también los peores pinchazos, que convirtieron en aviso la anhelada oreja salieron de la muleta de Fernando Ochoa: se los ligó al incierto, aunque noblote cuarto con rítmico temple y mano muy baja; los más fogosos, pero también los de técnica más imperfecta, tuvieron por guía el pico de la muleta de Nacho Garibay -que fue el que mejor toreó de capa, en chicuelinas con más aguante que lucimiento a su primero, y verónicas muy toreras al salpicado cierraplaza, pues El Juli se mantuvo parco y bregador en los primeros tercios y extremadamente vulgar en banderillas-; para escapar de la cárcel del derechazo, receta notoriamente incapaz de conseguir que sus faenas remontaran el vuelo, Julián se decidió por toscos molinetes de hinojos ligados a pases de pecho rodilla en tierra no menos sorpresivos y veloces, el efecto fue instantáneo entre los mismos admiradores suyos, a los que había dejado indiferentes cuando tiró de la corta embestida de "Nicolín" -el de la discutida oreja- en pases naturales, realmente meritorios y mandones. Eso fue la tarde: voluntad torera, detalles sueltos y embestidas fofas.
Resumen a espadas. La primera estocada de Ochoa -entera caidita, pero fulminante- le permitió saludar desde los medios una fuerte ovación. Vendría luego, tras una punzadura de El Juli, y sin que la gente se enterara, media dibujada que partió la herradura del soso "Cachondo". Garibay pinchó mucho al tercero -aun así lo sacaron al tercio-, y Ochoa todavía más al colorado "Richy II". Julián despachó a "Nicolín" de una entera defectuosísima -trasera, desprendida, tendida...- y certero descabello, y Nacho al cierraplaza de pinchazo y entera arriba. Los dos últimos cortaron oreja.