Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Domingo 27 de enero de 2002

Cultura

Pierre Bourdieu, pesimismo liberador

Marc Saint-Upéry

Pierre Bourdieu era uno de los gigantes del pensamiento sociológico del siglo XX. En la última década de su existencia, rompió con el relativo mutismo político que había caracterizado su carrera hasta los ochenta y se lanzó a la batalla por la justicia social y contra la globalización neoliberal. La mezcla de osadía y de ingenuidad con la que puso su inmensa autoridad al servicio de esta lucha pudo irritar a muchos militantes más experimentados, pero nadie puede negar la generosidad de este impulso.

Cuando comenzó a difundirse ampliamente en los setenta, la obra de Pierre Bourdieu constituyó una alternativa alentadora para los intelectuales de izquierda disgustados por los cuentos chinos o rusos del marxismo dogmático o la escolástica de Althusser, pero deseosos de no caer en la trivialidad positivista de cierta ciencia social estadunidense. Uniendo rigor y radicalidad, precisión empírica y ambición teórica, el trabajo de Bourdieu ofrecía una síntesis de lo mejor de la gran tradición sociológica de Marx, Durkheim y Weber, lejos de las oposiciones estériles y de los ideologismos groseros.

Para muchos, fue también una revelación casi existencial. El inicio de su popularidad en Francia coincidió con la explosión demográfica de la universidad de masas. Para los jóvenes intelectuales, a menudo provenientes de los sectores populares, la obra de Bourdieu tuvo un efecto de iluminación terapéutica. Los análisis minuciosos del capital cultural y del campo simbólico les liberaba espiritualmente de los obstáculos a veces humillantes que encontraban en un mundo social que no había sido construido para ellos.

De varios lados se reprochó a Bourdieu un determinismo sutil pero no menos férreo que el del marxismo clásico. Se dijo que su misma práctica política desmentía su teoría social. A pesar de ciertas sugerencias de su obra, que la dejan ver como un mecanismo bien aceitado (como si fuera un reflejo del mismo sistema de dominación que él quería deconstruir), su trabajo deja un legado de cuestiones abiertas.

¿Cómo se articulan los varios "campos" de lo social? ¿Se puede medir el capital cultural o se trata de un concepto metafórico? ¿Cuál es su "tasa de conversión" con el capital económico, y su relación con la noción de "capital social" de los economistas institucionalistas? ¿Cómo analizar las prácticas populares evitando tanto el miserabilismo (que supone la irremediable subordinación cultural de los dominados) como el populismo (que ve toda la cultura popular como un acto de resistencia o de auto-afirmación)? ¿Existe una competencia cognitiva y moral de los actores sociales que no sea plasmada por la dominación? Sin Bourdieu estas interrogaciones no hubieran podidos ser formuladas inteligiblemente.

No es una casualidad si uno de sus últimos libros se llama Meditaciones pascalianas. Tras la pesada armadura teórica, se puede percibir un descendiente de esos moralistas franceses del siglo XVII que describían con una amargo estoicismo los espejimos de la comedia social y la fanfarria de los cortesanos. Esta postura no iba sin una cierta afectación de superioridad incomprendida. Sin embargo, traicionaba también un verdadero malestar, el dolor de ser condenado a la lucidez en un mundo de engaños.

Eso volvía al personaje público Bourdieu horripilante y sumamente atractivo a la vez. Uno no puede aferrar la paradoja profunda de su obra si no entiende que aún su narcisismo intelectual, que no era escaso tras la máscara de impecable objetividad, estaba al servicio de una empresa de desmitificación de la sobrevaloración del yo.

Quedaba fascinado por la figura de Sartre, pero al mismo tiempo analizaba con brío la construcción social del "intelectual total". Aunque su propia trayectoria alimenta la nostalgia poco democrática de los grandes intelectuales-guías, él mismo había forjado las herramientas que permiten deconstruirla.

Al igual de tantas producciones intelectuales, sus conceptos pueden acabar por ser recetas para cavarse un nicho cómodo en la división académica del trabajo. Como siempre, no hay peores enemigos de un gran autor que sus mediocres epígonos. Sin embargo, muchos de los que aprendieron a leer el mundo en sus textos nunca olvidarán el efecto liberador de su pensamiento.

Citando el poeta Francis Ponge, Bourdieu dijo una vez que su trabajo trataba de ayudar a que la gente pueda "hablar con sus propias palabras", escapar de los mecanismos ventrílocuos de la dominación y de las modas impuestas por los poderes o los falsos contrapoderes. Hay muchos hombres y mujeres en el mundo, incluso fuera de los círculos académicos, que pueden testimoniar que este anhelo no fue en vano.