Jornada Semanal, 27 de enero del 2002                       núm. 360


REBOLLEDO, LOS VIAJES, 
EL DECADENTISMO Y EL AMOR SEXUAL (I)

El profundo refinamiento de Efrén Rebolledo, uno de los grandes de nuestro art noveau, lo llevó a interesarse y a hundirse, en el más decimonónico sentido de la palabra, en el mundo lleno de vaguedades, de líneas difuminadas y de trazos capaces de entregarnos las vibraciones y el aura que rodea las cosas, los seres, los colores y los paisajes, de la poesía japonesa. Esta vertiente de su obra, presente en Nikko, “Hojas de bambú” y en el poemario Ruinas japonesas, publicado en Tokio e ilustrado por Shunjo Kihara, se une a su amor por los países nórdicos y por las sagas y las eddas de la cultura escandinava que encontraron su mejor momento en la épica vikinga y en la lírica que canta los amores entre los infatigables navegantes guerreros y las damas del mar, evocadas por Ibsen y, siempre brillando entre la niebla, los castillos construidos a la orilla del mar y el largo invierno con sus tormentas de nieve y sus noches de amor tendidas en las pieles de oso polar, al lado de las chimeneas menos cálidas que los cuerpos empeñados en el combate amoroso. Joyelero, publicado originalmente en la Cristiania de Ibsen y la Saga de Sigrida la Blonda, recogen los amores escandinavos del poeta y diplomático Efrén Rebolledo, nacido en Actopan en 1877 y muerto en Madrid en 1929.

En 1990, invitado por la Universidad de Oslo, fui a Noruega para dar un par de conferencias sobre poesía mexicana moderna y contemporánea. Era el principio del invierno y el gran fiordo amanecía en los brazos, día a día más estrechos, de la niebla. Desde la ventana de nuestro hotel se veían el Teatro Nacional y las estatuas de Ibsen y de Bjornson. Unos años antes había asistido con Usigli al Festival Ibseniano. Vimos, en el palco que reservaban al teatrero y embajador, las memorables puestas en escena de La dama del mar, Rosmersholm y El pato salvaje. Al terminar íbamos a comer los ilustres arenques y el bacalao hervido acompañado de papas de la gastronomía noruega. En la sobremesa se iniciaba la interminable y alucinante ronda del acquavit y se escuchaban canciones y apasionados preludios de Grieg.

En mi primera charla en la universidad hablé con gran entusiasmo de Rebolledo y sus aficiones noruegas. Leí dos sonetos de Caro Victrix y unos fragmentos de Sigrida la Blonda. En la primera fila escuchaba con atención concentrada un señor muy serio y con apariencia latinoamericana. Hablé, tal vez demasiado, contesté varias inteligentes preguntas y, ya en la cafetería y frente a uno de esos bocadillos abiertos del lunch escandinavo (queso, crema, salmón y caviar), iniciamos los comentarios y el intercambio de opiniones. El señor serio y latinoamericano se me acercó con una especie de tímida cortesía. Hablamos de Nervo, Tablada y González Martínez, de los diplomáticos escritores y, poco a poco, me fue llevando al tema que le interesaba, el de su padre, Efrén Rebolledo. Su lengua materna, el rotundo noruego, estaba presente en su español hablado con tonos peninsulares y suavizado por los barrocamente corteses giros de lenguaje de los mexicanos. Había reconstruido la imagen de su padre partiendo de los testimonios maternos; de su aprendizaje del español y de la lectura de Joyelero, el libro publicado en Noruega que contenía su poesía reunida. Me contó que sus padres, Thorborg y Efrén, se casaron en Oslo en 1922. Me habló de sus hermanos Thor y Gloria, de los periplos diplomáticos de la familia: Bruselas, México, Cuba, Chile y España. Recordó la muerte de su padre en Madrid, el 10 de diciembre de 1929. Efrén Rebolledo Blomkvist regresó a Noruega con su madre y hermanos. El resto de su vida se desarrolló en noruego y en medio de grandes dificultades económicas, pues su madre jamás recibió la pensión prometida por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Los restos de su padre nunca fueron trasladados a México. Se encuentran en la fosa común del cementerio de Nuestro Señora de la Almudena.

El joven Efrén fue traductor de nuestra embajada en Oslo y escribía poesía en su lengua materna, y su sobrino Thor Blomkvist es uno de los principales poetas noruegos actuales. No sé lo que ha sucedido con el resto de la familia noruega del escritor y diplomático Efrén Rebolledo, pero en mi memoria están vivos los momentos pasados al lado de su hijo en la tarde invernal de Oslo. En ellos resonaron los nombres de Petra Rebolledo, la madre de un Santiago Procopio que, más tarde, cambiaría sus nombres para llamarse Efrén; el de un tal Petronilo Flores, ricachón de Actopan y garañón infatigable que, posiblemente, fue su padre; el de David Noble, maestro de Efrén en la Escuela Primaria de Actopan, el del Instituto Científico y Literario de Pachuca, centro positivista que proporcionó al joven estudiante sus primeras nociones de la poesía y de la jurisprudencia. Recordamos su paso por la Escuela de Derecho de la Universidad Nacional, su título de abogado, sus primeros ensayos literarios, su primer poema, “Medallón”, publicado en el periódico El Mundo:

y tu cuerpo de líneas elegantes
evoca las palmeras arrogantes
que crecen en las márgenes del Nilo.
Y su primer éxito literario, el entusiasta poema dedicado a don Emilio Castelar y titulado “Marcha fúnebre”:
todos llevan antorchas en las manos
que agitan como trágicos pendones,
y narcisos –el símbolo del luto–
y dolorosos álamos y bojes
que lloran el dolor de su perfume
en el ánfora negra de la noche...
Hugo Gutiérrez Vega
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