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Lunes 11 de febrero de
2002 |
Semanálisis Carnaval amargo n Horacio Reiba |
Salt Lake City,
viernes 8. La jornada estuvo marcada por una violenta
ventisca a mediodía -capaz de clausurar autopistas y
retrasar el inicio de las primeras pruebas del programa-
y la austera coreografía de la ceremonia nocturna,
desprovista de cualquier asomo de calor y expresividad,
como atrapado todo en una telaraña invisible pero muy
real, relacionada no tanto con la notoria ausencia de luz
y color como con el reflejo de esa morbosa delectación
en el dolor y los sentimientos de venganza que acompañan
y acompañarán inexorablemente la imagen del actual
Presidente del país más poderoso de la Tierra. Era como
si la pesadilla de las Torres Gemelas -representada por
la rasgada bandera y el obsesivo aparato antiterrorista-
estuviera arrojando constantemente su sombra sobre lo que
ahí acontecía. Y lo que ahí acontecía era nada menos
la inauguración oficial de los XIX Juegos Olímpicos de
Invierno, acogidos a pesar de innumerables denuncias de
soborno e ilegalidad en su contra por la ciudad capital
del estado de Utah, importante enclave mormón del
profundo sur de la Unión Americana. México va a
participar con un contingente mínimo, incapaz de
suscitar la menor expectación entre la teleaudiencia,
que es el destinatario real de esta clase de
costisísimos eventos. Ya veremos qué pasa, a sabiendas
de que nada podrá quitarles a estos juegos su avinagrado
sabor de origen. Estadio Cuahutémoc, sábado 9. El Puebla-Veracruz, que no hace mucho reunía público y alegría a raudales, fue presenciado esta vez por unos cuantos valientes y afrontado con ánimo taciturno por ambas escuadras. La formación de Hugo Fernández tiraba descaradamente al empate, con seis o siete defensores delante del arquero Bravo, Arce en plan sonámbulo y el goleador Martín Rodríguez convertido en llanero solitario. Por su parte, la Franja siguió padeciendo la ausencia de un conductor, papel que no encaja en las características de Aspe ni se ha atrevido a asumir Adomaitis, el hombre en quien Boy parecía haber depositado sus confianzas. Pero tanto o más alarmante fue padecer los desacoples de la defensiva, con parches mal pegados e indecisiones al por mayor. Se disimularon mientras estos freseros disfrazados de Tiburones se mantuvieron apiñados atrás. Y cuando, recién iniciada la segunda parte, llegó el golazo de García Aspe, hasta asomó el espejismo de una inesperada victoria poblana. Pero llegaron los absurdos tarjetazos del árbitro y, con la superioridad numérica resultante, ciertos retoques en la formación roja, preludio de algunos tímidos intentos ofensivos que se traducirían sin mucha dificultad en el par de goles de la victoria visitante. Abramo Lira decidió agregar entonces a su torpe labor la más pintoresca de las expulsiones: echó al anotador Isaac Terrazas por roqueseñalárselas sin ningún pudor a sus alicaídos adversarios. Desde la banca, el profeta Boy asistió sin mayores aspavientos a los nuevos y sin duda exitosos intentos por "tocar fondo" del equipo que dirige, versión ésta última solamente compartida a estas alturas por la directiva camotera y el propio Tomás. En los hechos, la comunicación entre entrenador y jugadores parece rota, sospecha confirmada por el desorden y la abulia imperantes en el equipo, al margen de los inquisidores tarjetazos de un árbitro que detectaría faltas gravísimas hasta en la más inocente cascarita escolar. El escaso público, sin ánimos siquiera para abuchear, abandonó el estadio en un estado de letargo próximo a la catalepsia. Y más o menos por ahí debe andar el de los tocafonderos con franja. |