Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de febrero de 2002
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Cultura

Elena Poniatowska

Dos grandes alemanes en México

En los cincuenta tuve el privilegio de entrevistar a dos alemanes de excepción, el músico Gerhart Muench y el historiador Ralph Roeder, autor de una obra monumental Juárez y su México. Gerhart Muench había llegado a México en 1953 con su esposa Vera Lawson, estadunidense. Provenientes de Alemania, ambos habían vivido durante un tiempo en California y a lo largo de sus viajes fueron amigos de Aldoux Huxley, Henry Miller, Walter Gieseking, Jean Cocteau, Ernst Jünger y el propio Ezra Pound, con quien Muench tuvo una magnífica relación en Italia ya que Pound lo celebra por su nombre en el canto 75 de sus Cantos pisanos.

En Los Angeles, Gerhart heredó la cátedra de composición de Ernest Krenek, pero poco tiempo después siguió el consejo de Theodor W. Adorno: "usted es demasiado bueno para este país. Usted tiene que irse", y Vera y él decidieron venir a México. En su primer año en Guadalajara, el escritor Agustín Yáñez, entonces gobernador de Jalisco, le encargó una obra para piano y orquesta, Homenaje a Jalisco. En Morelia, Gerhart y Vera descubren los Niños Cantores de Morelia y a su director Miguel Bernal Jiménez, también compositor, y finalmente deciden instalarse en Tacámbaro, Michoacán y desde allí partir a giras y recitales.

Gerhart Muench era un hombre fino, delgado, dulce, de ademanes aristocráticos, incapaz de ofender a nadie. Todo él era espíritu. A leguas se veía que era un poeta, por su delicadeza y su fragilidad. Tocaba también con levedad, no hundía los dedos en las teclas y, sin embargo, era un interprete poderoso de Stockhausen, Boulez y Messiaen, autores poco conocidos en México. Hombre de vanguardia, nos introdujo a Berio y a Pousseur, y lo escuché tocar un valsecito de Poulenc, cosa que me fascinó, porque de niña fui vecina de Poulenc en La Touraine, Francia. Durante la entrevista me comunicó su entusiasmo por Scriabin. Todo lo sabía del compositor y por encargo de la UNAM grabó diez sonatas de Scriabin. El mismo Gerhart Muench componía, y a diferencia de su físico más bien endeble, sus obras eran fuertes y vitales.

Como Poulenc escribió una ópera y una multitud de conciertos para piano y orquesta, tríos, cuartetos para orquesta de cámara, sinfonías, y un libro, Cromotonalidad, sobre armonía.

Además era un hombre de letras. Con él podía hablarse de filosofía y de pintura, de religión y de literatura. Su cultura lo abarcaba todo. Murió el 9 de diciembre de 1988, muy poco tiempo después de morir su máximo apoyo en la vida, su esposa Vera, en 1987. Hay hombres que no sobreviven a la mujer amada, y Gerhart fue uno de ellos. Las cenizas de ambos se encuentran juntas en el templo de las Rosas de Morelia, Michoacán. ƑAlguien pregunta por ellas? Quién sabe.

Entrevisté a Ralph Roeder en su departamento de la colonia Cuauhtémoc y también encontré a un hombre de cabellos blancos y actitud bondadosa. Sentada a su lado, su mujer, igualmente benevolente y cálida lo escuchaba como si él inaugurara el mundo para ella. Claro que él se dio cuenta de que yo no sabía nada de nada de nada de nada, pero me fue guiando como un maestro indulgente, y su esposa llenó los huecos de mi ignorancia con abundantes galletas alemanas y cinco tasas de té.

Roeder había venido a México varias veces (siempre con su mujer) durante la Segunda Guerra Mundial, porque era el presidente del Comité de Salvación de Refugiados de la Liga de Escritores Americanos y protegía a los alemanes antinazis. Ya en inglés había publicado El Hombre del Renacimiento, Cuatro legisladores: Castiglione, Maquiavelo y Arentino y, finalmente, su gran libro sobre Juárez, escrito en inglés y que él mismo tradujo en 1952 al quedarse para siempre en México. Por esta obra extraordinaria recibió en 1965 el Aguila Azteca. Ralph Roeder desmintió tanto a Ignacio Ramírez como a Francisco Bulnes que denigraban a Juárez y lo consideraban miembro atrasado de su raza. ''El temperamento de Juárez -había escrito Bulnes- fue el propio del indio, caracterizado por su calma de obelisco, por esa reserva que la esclavitud fomenta hasta el estado comatoso en las razas fríamente resignadas".

Andrés Henestrosa, que quería y admiraba a la pareja, me hizo conocerlos. Ralph Roeder y su mujer no se separaban jamás. Tan es así que él no soportó la muerte de su esposa, no quiso sobrevivirla, y se suicidó poco tiempo después, en 1969.

Quise recordar estos dos encuentros que tuve a los 21 años porque me marcaron. No sólo se trataba de alemanes excepcionales (que los hay y muchos en México), sino de dos grandes amorosos dispuestos a morir por amor. En los alemanes hay mucho del Werther de Goethe. Y a mucha honra. La visita a México del canciller federal de Alemania, Gerhard Schröder, tan bien organizada por la embajada de Alemania que encabeza Wolf Ruthart Born (que a diferencia de otros embajadores no es aburrido sino culto y encantador), nos honra a los mexicanos. En el buen desarrollo de la visita participan el Instituto Goethe con Peter Schmidt a la cabeza, así como otras instancias alemanes devotas de su país y entusiastas de México.

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