Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 21 de febrero de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Agua blanca

Martín Acosta ya había escenificado este texto del dramaturgo estadunidense (con el que tiene una muy buena relación a partir de que le escenificara Fausto) John Jesurun, como director invitado para la graduación de un grupo de alumnos egresados de la carrera de artes dramáticas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ahora la presenta con un elenco de actores y actrices profesionales y con un trazo muy diferente. Sin ánimo de teorizar en el aire, el hecho me provoca un par de interrogantes.

La primera, la relación de un director con actores que apenas se inician y la que tiene con otros, experimentados y con una trayectoria que incluye en algunos casos ya haber trabajado con el propio Acosta. En el montaje toluqueño el director tuvo algunas soluciones, como las cintas cinematográficas de tomas desde arriba utilizando un biombo que es mesa y cama de enfermo, y un juego de luz con Mack debajo de la mesa, que en la escenificación presente elimina. Esto me hace pensar que, o bien a los actores incipientes el director les dio elementos muy difíciles como fogueo, cosa que su reparto profesional ya no requiere, o -y esto me llevaría a la siguiente interrogante- Martín Acosta decidió depurar lo más posible su trazo, en una segunda lectura, para que el texto fuera lo principal, no ya un montaje propuesto tanto por darles nuevas destrezas a sus estudiantes como que su originalidad cubriera posibles deficiencias actorales. Las interrogantes van más allá de las diferencias de un par de propuestas para el mismo texto y nos llevan al terreno de las especulaciones acerca de la aproximación a una obra difícil y lo que se puede hacer o no con actores principiantes y con actores de trayectoria.

La obra de Jesurun, me parece que con otra traducción, está plena de ambigüedades. En este momento en que entre nosotros se especula acerca de la verdad histórica de Juan Diego y algún teólogo nos dice que negar la verdad de éste no atenta contra la verdad de la aparición de la guadalupana y en que la fe popular se vuelca ante la inminente santificación del humilde indígena, cobra un nuevo sentido que posiblemente no se propuso el autor. La posible aparición de una figura difícil de describir, excepto porque tiene rostro de mujer, a un niño descreído, y la histeria colectiva que produce en un pueblo que lo convierte en una especie de santón con curas -o no- milagrosas de quienes beben en el manantial de las apariciones, muy por fuera de cualquier religión es una de las vertientes de la obra. Están los efectos que la posibilidad del milagro produce en un sacerdote de una religión poco reconocida. Y está, como otra vertiente importante, la manipulación que del hecho hace un equipo de televisión sin escrúpulos. Los productores de uno de esos programas televisivos, sobre todo estadunidenses, que presentan hechos raros al aire, someten al pequeño Mack a un interrogatorio casi policiaco con la ayuda de una sicóloga, por temor a un fraude. Después se incorporará el extraño sacerdote en una exhaustiva indagación sin más respuestas que las que el niño dio en un principio.

El difícil texto, conformado por escenas muy cortas y pleno de ambigüedades, va girando para presentar el efecto que el posible milagro produce en los personajes. Salvo el productor (Arturo Reyes) y la sicóloga (Guillermina Campuzano), todos se sienten tocados. La productora (Mónica Dionne) vacila entre la incredulidad y el temor, y el enfermizo sacerdote (Ari Brickman) es presa de un delirio casi total; el tratamiento que Acosta da a este personaje es más sencillo y más apoyado en las dotes del actor que el de Toluca. Toda la historia hace que el solitario Mack (Erika de la Llave) esté cada vez más solo y presionado por todos. Aquí también cambia la lectura del personaje respecto al montaje anterior: en vez de que esté en cama y enfermo por el tiempo que pasa sin comer y bebiendo solamente el agua prodigiosa, se mueve como un chico sano y normal, lo que refuerza el misterio.

La austeridad del montaje, con escena y vestuario en negro y gris, con los actores también en este caso moviendo el mobiliario en los cambios de escena, desnuda los contrastes del texto de John Jesurun, tan extraño y difícil de desentrañar como todos los que le conocemos.

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