Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 23 de febrero de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Mundo
Alvaro Sierra

Tánatos se cierne sobre Colombia

Una manida frase de Marx reza que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. La intervención televisada con la que el presidente colombiano Andrés Pastrana anunció el lunes en la noche que rompía las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC, ha invertido esa fórmula.

Pastrana no sorprendió a nadie al anunciar que el secuestro de un avión comercial con un senador a bordo, ese día, había "llenado la copa" y hacía imposible continuar con los diálogos que adelantaba con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), un grupo de campesinos que hace 37 años se alzó contra el régimen colombiano, acusándolo de excluyente y oligárquico, y hoy cuenta con unos 18 mil hombres en armas. El proceso de paz, como han llamado los colombianos a estas negociaciones, parecía hace tiempo más bien un proceso de guerra.

Amplias capas de la sociedad, hastiadas de la violencia guerrillera y desatinos oficiales durante las negociaciones, se inclinaron en estos tres años y medio hacia quienes llamaban a romperlas y declarar la guerra. En octubre el gobierno, sin margen de maniobra por su propia falta de coherencia, pasó de ceder en muchos terrenos a endurecerse frente a las FARC. Un pacto logrado en enero, después de que la intervención internacional sacara a las negociaciones de su más grave crisis con el compromiso de las partes de llegar el 7 de abril a una "tregua con cese de fuegos y hostilidades", nació condenado. El gobierno exigía de la guerrilla un cese total de hostilidades militares para después discutir los puntos políticos, económicos y sociales de la agenda; aquella puso como condición un "cese de hostilidades social" de parte del establecimiento y se embarcó en una oleada de atentados que inclinó la balanza en favor de los partidarios de la guerra.

Parece fuera de duda que las FARC son responsables del secuestro así como de la voladura de un puente en el departamento de Antioquia, a causa de la cual una madre y su bebé se ahogaron al caer al agua la ambulancia que las transportaba. Como otras veces, dijeron "no tener información" del primer incidente, pero no lo ne-garon en el comunicado que difundieron ese día, atribuyendo la ruptura "a la intolerancia de la oligarquía". Voceros del gobierno han dicho que, en conversaciones privadas, aceptaron su autoría. Las FARC han declarado como "acciones de guerra legítimas" otros de los 107 actos de terror que han sacudido a Colombia en el mes anterior, entre los cuales se cuentan voladuras de torres de energía, bombas contra instalaciones militares y de policía con víctimas civiles y un atentado fallido contra la tubería que alimenta el acueducto de Bogotá.

La intervención televisada del presidente fue el capítulo más reciente de este accidentado proceso. Para muchos colombianos, la paz nació mal. La posibilidad de iniciarla se le atravesó a Pastrana cuando quería hacerse elegir presidente, y con esa bandera -y sin ningún plan serio para concretarla, como es tradición de los candidatos presidenciales colombianos- ganó las elecciones de 1998. En representación de un establecimiento mayoritariamente más interesado en un desarme de los grupos armados a cambio de ligeras concesiones que en una negociación real de las tremendas injusticias que Colombia arrastra desde la Colonia, el presidente desmilitarizó para las FARC una zona del tamaño de El Salvador que éstas aprovecharon para un fortalecimiento militar sin precedente. Ninguna condición de parte y parte precedió al acuerdo. Las negociaciones, mientras la guerra aumentaba, no produjeron ningún resultado sustancial. La paz colombiana tuvo, pues, desde el comienzo, ribetes de farsa.

Que se tornaron, poco a poco, en tragedia. Ante una oportunidad inusitada para hacer política, las FARC exhibieron un hermetismo estaliniano y mostraron ser ante todo una organización militar. Su relación autoritaria y burocrática con la población en la zona desmilitarizada, su cada vez más claro papel como uno de los eslabones del peor negocio de la modernidad, el narcotráfico, y, sobre todo, una escalada de "actos de guerra" en los que la peor parte la llevaban los civiles, las han aislado casi por completo de la simpatía popular. Mu-chos intelectuales de izquierda, que años atrás veían su lucha como la única oposición de calibre a un régimen injusto, hoy las critican duramente.

Mucho más que la guerrilla, en estos tres años y medio, se fortalecieron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), una federación de grupos antiguerrilleros fi-nanciados, en parte, por empresarios y ga-naderos. Pese a ser responsables, según organismos de derechos humanos, de cerca de 80 por ciento de las masacres que rutinariamente se realizan en Colombia, el establecimiento ha hecho la vista gorda a su expansión a zonas de tradicional in-fluencia guerrillera. Como las FARC, han aceptado que se financian con el narcotráfico. Desde hace unos meses, cuando las AUC fueron incluidas, como las FARC y el ELN (la otra guerrilla colombiana, castrista, y también en conversaciones con el gobierno), en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado estadunidense, están empeñadas en limpiar su nombre. Mientras los cinco pueblos de la zona desmilitarizada esperan aterrorizados que, tras las tropas oficiales, lleguen los paras, como se conocen en Colombia, el presidente no las mencionó ni una sola vez en su intervención.

El péndulo del ánimo popular osciló de la fe ciega en la paz al entusiasmo por la guerra. Retrato en el espejo de la postura demagógica que llevó en 1998 a Pastrana a la presidencia a caballo del ánimo de paz, es que en el 2002 Alvaro Uribe, quien propone romper las negociaciones, declarar la guerra y poner a un millón de desempleados a servir de ayudantes a las fuerzas ar-madas, encabeza las encuestas de las elecciones presidenciales de mayo próximo. Sintomático de lo crítico de la situación es que importantes capas de población en las zonas que los paramilitares han capturado a la guerrilla expresan hoy día no sólo temor, sino simpatía por los nuevos jefes armados.

El único indicio alentador en este negro panorama son las manifestaciones que los colombianos han denominado "resistencia civil". Manipulados por los medios como meras expresiones antiguerrilleras, la re-sistencia de media docena de pueblos a tomas de las FARC, los cacerolazos y cortes de luz simbólicos contra la violencia, son a menudo protestas populares espontáneas contra la injerencia de todos los grupos armados, legales o ilegales, en la vida de la gente. Quizá lo único que, en el ma-cabro panorama colombiano, señala una perspectiva alentadora.

Porque el desenlace es trágico para un país que enfrenta una situación de guerra con cerca de la mitad de su población económicamente activa desempleada o sub-empleada y millones aferrándose a los mí-seros salarios que perciben, o sin otro ca-mino que engrosar las filas guerrilleras y paramilitares. Las fuerzas armadas lanzaron la misma noche de la ruptura una ofensiva sobre la zona desmilitarizada, cuyo primer resultado fue bombardear docenas de instalaciones, pistas y campamentos vacíos. Informes sin confirmar señalan que habría muertos civiles. El establecimiento, que lo critica en privado, ha cerrado filas en torno al presidente. Y las FARC pla-nean llevar la guerra a las ciudades con métodos cada vez más limitados al puro terror, sin contemplaciones por las víctimas civiles.

Esta es la tragedia de Colombia. Un país con un establecimiento incapaz de hacer la paz y, seguramente, ni de librar la guerra, pese al notable apoyo financiero y militar de Estados Unidos (esta nación, capital mundial del narcotráfico y gasolina militar del gobierno colombiano es, como tantas otras veces, gran protagonista en todo lo que pasa). Un país con dos grupos armados enfrentados, AUC y FARC, en los que priman las lógicas militaristas y las imposiciones draconianas sobre la población, que matan al nacer toda posibilidad de or-ganización popular independiente. Mientras el proceso de negociaciones estaba en curso, estas dinámicas eran larvadas. Con la guerra desatada, serán las dominantes. Pobre país. Sobre él se cierne lo que parecían venir buscando casi todos los actores del proceso, y que los militares han resumido en el nombre que le dieron a su ofensiva sobre la zona desmilitarizada: Tánatos (muerte). Completamente desprestigiado, el presidente Pastrana, que dio comienzo con ribetes de farsa al proceso de paz, lo cierra trágicamente.
 
 

Colaborador del diario colombiano El Tiempo, especializado en temas relacionados con la guerra en Colombia.
 
 

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año