Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 23 de febrero de 2002
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Mundo
En las últimas guerras han ido identificándose con alguno de los contendientes

Los periodistas ahora son blancos militares; se ha minado su escudo de neutralidad y decencia

Tras el asesinato de Daniel Pearl parece necesario para el oficio recuperar la imparcialidad

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Londres, 22 de febrero. El homicidio de Daniel Pearl, periodista del diario estadunidense The Wall Street Journal, fue asqueroso y atroz. Pero ¿por qué fue asesinado? ¿Porque era occidental, un kaffir, o porque era periodista? Y si fue muerto porque era reportero, entonces ¿qué ha pasado con la protección que nuestro oficio solía tener? En Pakistán y Afganistán podemos ser señalados como kaffirs, es decir infieles. Nuestros rostros, cabello, incluso lentes, son una marca que nos identifica como occidentales. Un clérigo musulmán que quería hablar conmigo en un campamento afgano de refugiados a las afueras de Penshawar, en octubre pasado, fue detenido por un hombre quien me señaló y le preguntó: "¿Por qué hablas con ese kaffir en nuestra mezquita?". Semanas después, una multitud de refugiados afganos, desconsolados por la muerte de sus familiares tras un bombardeo de un B-52, trató de asesinarme, pues los refugiados pensaron que yo era estadunidense.

Pero en un cuarto de siglo he sido testigo de la lenta, dolorosa y peligrosa erosión del respeto hacia nuestro trabajo. Solíamos arriesgar nuestras vidas en la guerra -y aún lo hacemos- pero los periodistas rara vez eran blancos deliberados. Somos testigos imparciales de los conflictos, a veces los únicos, los primeros en escribir la historia. Incluso hasta las milicias más inmundas lo entienden. "Protéjanlo, cuídenlo, él es un periodista", es así como recuerdo la orden que la guerrilla palestina dio a sus hombres cuando entré al pueblo de Bhamdoun, que estaba en llamas en 1983.

Sin embargo, en Líbano, en Argelia, y recientemente en Bosnia, la protección comenzó a diluirse. Los reporteros en Beirut fueron tomados en rehenes -Terry Anderson, de Associated Press, desapareció por casi siete años-, mientras los periodistas argelinos fueron acorralados y decapitados por grupos islamitas durante los años 90. Olivier Quemener, un camarógrafo francés, fue cruelmente acribillado por argelinos en el área de Casbah, mientras uno de sus colega lloraba a su lado. Pegar calcomanías con la abreviatura de "TV" en tu coche en Sarajevo era más que una invitación para que los francotiradores serbios apostados en los puntos altos de los edificios de la ciudad dispararan a los periodistas que una protección.

¿Qué fue lo que hicimos mal? Yo sospecho que las cosas comenzaron a pudrirse en la guerra de Vietnam. Los periodistas han sido identificados como militares por décadas. En ambas guerras mundiales, los reporteros trabajaron con uniformes militares. Rezagarse detrás de las líneas del enemigo con los comandos de Estados Unidos no libró a un reportero de la AP del fuego de un pelotón nazi. Pero esos fueron países en un conflicto abierto, los informadores de cuyas naciones se declararon oficialmente la guerra. El usar uniformes militares permitió a los periodistas pedir la protección de la Convención de Ginebra; vestirse como civiles es motivo para ser baleado porque se nos considera espías.

Fue en Vietnam donde los reporteros comenzaron a usar uniformes y llevar armas -y a disparar con ellas a los enemigos de Estados Unidos-, a pesar de que sus respectivos países no estaban involucrados oficialmente, e incluso ellos pudieron haber hecho su trabajo sin usar ropas militares. En Vietnam, los reporteros fueron asesinados por el simple hecho de que eran reporteros.

Este extraño hábito de los periodistas de ser parte de la historia, de actuar en cualquier papel durante las guerras, se fue afianzando poco a poco. Cuando los palestinos evacuaron Beirut en 1982, me percaté de que varios reporteros franceses usaban el kuffia, la pañoleta tradicional palestina. A su vez, los periodistas israe-líes aparecieron en el ocupado sur libanés llevando pistolas. Entonces, durante la Guerra del Golfo, en 1991, los reporteros de televisión estadunidenses y británicos comenzaron a vestirse con uniformes militares, apareciendo en pantalla -con cascos y camuflaje- como si fueran miembros del batallón 82 Airbone o soldados de caballería. Un periodista estadunidense incluso llegó con botas camuflajeadas con hojas pintadas, y no hubiera servido de mucho sugerirle que no las usara.

En un vuelo kurdo dentro de las montañas del norte de Irak fueron encontrados más reporteros usando atuendos kurdos. En Pakistán y Afganistán el año pasado ocurrió el mismo fenómeno. Periodistas en Penshawar fueron vistos usando sombreros pashtunes. ¿Por qué? Ninguno pudo darme una explicación. ¿Qué diablos estaba haciendo Walter Rodgers, de la CNN, vestido como un marine de Estados Unidos en las afueras de un campo en Kandahar? Gracias a Dios alguien le dijo que se quitara el uniforme después de su primera transmisión.

Entonces Geraldo Rivera, de la cadena Fox News, llegó a Jalalabad con una arma. El estaba decidido, dijo, a matar a Osama Bin Laden. Era lo último que nos faltaba, un periodista que ahora se había convertido en combatiente.

Sin embargo, ya no nos preocupamos más de nuestra profesión. Tal vez estemos a punto de renunciar, antes de degradar nuestros propios trabajos, antes de burlarnos unos de los otros, de adoptar los ri-dículos títulos de "escritores de pacotilla", cuando deberíamos considerarnos corresponsales extrajeros decentes en esta honorable profesión.

"Casi muero, de la impresión"

Me quedé atónito en diciembre pasado cuando el encabezado de un periódico estadunidense señaló que yo me merecía la paliza que recibí de manos de la multitud afgana. Casi me muero, no por la golpiza, sino por el artículo escrito por Mark Steyn, cuyo título decía que "un multiculturalista (yo) recibió su merecido". Mi pecado, por supuesto, fue que expliqué que la multitud perdió a sus seres queridos tras un bombardeo de un B-52, y que yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Ese vergonzoso y poco ético encabezado, debo agregar, apareció en el periódico en el que trabajaba Daniel Pearl, The Wall Street Journal.

¿Podremos hacer mejor las cosas? Yo creo que sí. No fue culpa de los reporteros que se vistieron de militares ?Rodgers con su ridículo casco, Rivera con sus payasadas con la pistola, o incluso yo con mi máscara de gas, hace una década?. No fue eso lo que dio motivo para que Daniel Pearl fuera asesinado. Fue asesinado por hombres sanguinarios. Pero todos nosotros, disfrazándonos con atuendos de combatientes o adoptando la vestimenta nacional de los países, sólo ayudaremos a minar el escudo de la neutralidad y la decencia, la cual ha salvado nuestras vidas en el pasado. Si no nos detenemos, ¿cómo podremos protestar cuando nuestros colegas sean considerados espías por hombres despiadados?
 
 

TRADUCCION: ERIK VILCHIS

© THE INDEPENDENT

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