Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 7 de marzo de 2002
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Política

Sergio Zermeño

La UNAM está en otra parte

La crítica y el análisis no congenian con las reprobaciones sumarias: no estoy seguro de que tengan razón los profesores que este martes firmaron una carta calificando a la UNAM de democrática y popular. La violencia se ha apoderado del campus, nadie lo duda: cegehacheros y miembros del MUP arrebatan y destruyen con lujo de fuerza las urnas en la puerta de Filosofía y Letras y otros tanto lugares. Los profesores se oponen con vehemencia mientras la mayoría estudiantil atestigua la escena sin huir ni involucrarse. Aparte de reprobar este escenario, Ƒcómo interpretarlo?

Una institución tan amplia (más de 300 mil miembros), con tal gravitación en la estabilidad política del país, tan consentida por la opinión pública y tan recelada por el tlatoani en turno, ha debido, con excepciones históricas catastróficas, demostrar su obediencia (su sumisa funcionalidad) gracias a un sistema vertical de control que ha sobrevivido a la caída del Muro de Berlín y a la del PRI.

Esto es tremendamente contradictorio con la libertad que la ciencia y la cátedra exigen. Sin embargo, la UNAM ha sido sabia y se ha dado una máxima que le ha permitido congeniar esos elementos tensionados: "si no eres tan mal académico investiga y di lo que quieras, pero si no has hecho votos de obediencia, o no la has demostrado en los hechos, no hagas política, no trates de activar con ideas ninguna parcela del feudo, sobre todo sin el padrinazgo de una familia poderosa".

Los responsables de este sencillo principio del orden vertical consideran que "nada tiene que cambiar para que todo siga igual". Consideran, al igual que hace doce años cuando llevaron al fracaso el congreso de reforma, que hoy esta dilatada comunidad debe seguir obedeciendo a sus 50 directores, al Consejo Universitario, que ellos controlan, y a la Junta de Gobierno que los nombra y a quien ellos nombran; piensan que ese andamiaje soviético sigue siendo legítimo y que toda la comunidad debe obedecerlos; que la comisión que organice el congreso del siglo xxi debe estar conformada según sus directrices, para lo cual mientras menos participación, mejor... Son prácticas de defensa de una burocracia agónica, de una cofradía de tribus cuya supervivencia depende de la verticalidad, y no se dan cuenta de que se han convertido en los zapadores más eficaces de la universidad pública. Esos 300 barones, acantonados en sus torres, tienen miedo de perder sus privilegios y se corresponden, como en espejo, con los 300 radicales que acampan en auditorios, aulas y covachas.

Fuera de una elite de investigadores que se ha constituido en el soporte de esta aberración, y que inexplicablemente se siente insustituible en la era global, el grueso del personal académico, sobre todo en los centros donde la violencia es más cruda, exige un claro replanteamiento de la función y el sentido de nuestra universidad nacional y entiende que los planes nacionales e internacionales de educación, ciencia y tecnología se ciernen sobre ella como nubarrones. Tratan, entonces, de reorganizarse y formar grupos y colegios académicos que las familias reprueban y atacan.

En medio de todo esto aparece un rectorado declarando que la reforma de la UNAM es necesaria, y al ver que las elecciones para organizar el Congreso han sido tan desafortunadas, hace un exhorto a académicos y alumnos para que se reúnan en sus dependencias, a sabiendas de que sólo con la participación se erradica la violencia de las bandas. Los caballeros pasan revista a sus efectivos frente al príncipe, pero pronto se retiran esperando que se apacigüe la euforia reformadora y que un nuevo sarukhanato, reconciliado con el tlatoani, restablezca sus garantías: con honrosas excepciones, las asambleas, a las que convocan por obligación los directores, son rematadas con documentos que se pierden en el infinito inmovilismo de Internet.

Hay, pues, un empate catastrófico de minorías radicales, que ojalá no sea roto desde afuera. Hacer la reforma significa, sobre todo, luchar contra esos intereses; significa horizontalizar a la institución sin desgajarla, regresar la fuerza a los espacios intermedios y humanos, donde radica la academia, la dinámica de las aulas y los laboratorios.

Los horrores del sans-culotismo fueron reprobables, pero también explicados. Lo decisivo no es el enfrentamiento entre el Consejo Universitario y el CGH: la universidad está en otra parte; no valen las reprobaciones sumarias porque nuevos actores se alistan y el Movimiento de Transformación Universitaria o la Federación de Colegios Académicos reprueban la violencia, pero también la imposición.

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