Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 10 de marzo de 2002
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Política

Néstor de Buen

Listas negras

šHermosa noticia! Nada menos que la Canacintra está iniciando un plan para poner en el Indice a los trabajadores que demanden o promuevan movimientos laborales y, de paso, a los abogados que los defiendan. Yo le diría al señor Raúl Picard, no sé si aún presidente de la cámara, que me vaya anotando en esa lista de honor.

Carlos Abascal ha dicho que esa práctica es contraria a la Constitución, según nos dice Elizabeth Velasco (La Jornada, 7 de marzo), lo que no es exacto. La regla aparece en la fracción IX del artículo 133 de la Ley Federal del Trabajo (LFT), que prohíbe a los patrones "Emplear el sistema de poner en el Indice a los trabajadores que se separen o sean separados del trabajo para que no se les vuelva a dar ocupación". Transcribe en sus términos el artículo 112 fracción VII de la LFT de 1931.

Lo del Indice tiene reminiscencias religiosas y no sé si algo que ver con los libros que la Iglesia católica prohibía. El Indice era la lista negra de los autores sacrílegos o que, por lo menos, se les consideraba como tales.

El tema no es nuevo, y por algo la LFT lo consigna de manera especial y directa. El problema, ciertamente, es la prueba. Hasta ahora, antes de Internet, el mecanismo no reconocido (pero de una eficacia impactante) era que ante una carta de recomendación como las que suelen darse por las empresas para acreditar los servicios de alguien que ya no los presta, el receptor de la carta, sin hacer demasiado caso de su texto, simplemente se comunicaba con el autor de la recomendación y por teléfono averiguaba si la carta era espontánea o provocada por una exigencia. Ya se puede imaginar que el que expedía la carta alegaba después su buena fe ante el trabajador rechazado, y el receptor, la aparente falta de lugar para emplear al solicitante. Y todos, menos el trabajador despedido, tan contentos.

Si es cierto lo que se dice de la Canacintra, en el sentido de que se harán listas visibles en Internet, entraríamos al territorio del absoluto cinismo, y mal haría la STPS de no intervenir y poner un alto a estos personajes que pretenden acabar con el derecho al trabajo y, por lo mismo, con los trabajadores, sobre todo si apuntan alguna forma de rebeldía.

Pero ya hay, por lo visto, relevo en Canacintra. La aparente actual presidenta, de nombre difícil de recordar, Yeidckol Polevnsky Gurvitz, promueve que los padres de familia no envíen a sus hijos a las universidades, porque no van a conseguir empleo, ya que lo que necesita el país son técnicos.

šBuen principio de gestión! Esa acometida en contra de la educación superior es más peligrosa que 100 huelgas estudiantiles o de trabajadores en las universidades. Huele, por supuesto, a discriminación, y da la impresión de que en las universidades privadas tomarán esa sugerencia como consigna. Claro está que si no es por las becas que deben otorgar obligatoriamente, esas universidades privadas no recibirían de todas maneras a ningún hijo de obrero. Las cuotas no lo permiten.

Lo que me hace mucha gracia es el pretendido boicot a los abogados que defiendan a los trabajadores despedidos. Porque ahí sí que no hay riesgo de que los contraten los empresarios. Suele ocurrir, no es mi caso, que los abogados laborales se inclinen por uno solo de los contendientes en la lucha de clases (šperdón!, olvidé que vivimos los tiempos sin lucha de clases, en plena nueva cultura laboral), y por cierto que no suele ser mal negocio defender a los trabajadores. ƑDe qué manera podría una cámara empresarial poner en el Indice a esos abogados? Creo que, por el contrario, la lista respectiva sería buscada con notorio interés por los trabajadores en apuros para lograr su adecuada defensa.

En el mundo laboral lo que abunda ahora es la imaginación para ver la manera de acabar con los derechos de los trabajadores. Y se mantiene en vigor esa tesis idiota de que es negocio despedir para evitar costos, pero se olvida que si se despide no habrá salarios ni poder de compra.

Hace años, cuando mi querido amigo Manolo Arango me hizo el favor de invitarme a una cena con el autor del famoso best-seller El fin del trabajo, cuyo nombre olvido, le pregunté al invitado cuál sería la solución para alimentar de compradores a un mercado sin salarios y me contestó que no tenía respuesta.

Por lo menos nos entretenemos con tantas tonterías. Aunque son tonterías, ciertamente, trágicas.

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