La Jornada Semanal, 10 de marzo del 2002                           366
(h)ojeadas
Sólo para polemizadores

Raquel Peguero

Jorge Ayala Blanco,
La fugacidad del cine mexicano,
Océano,
México, 2001.
Desde 1968, cuando publicó su primera Aventura, Jorge Ayala Blanco demostró que era un guerrillero indomable, que a la hora de escribir no se tentaba el corazón pero sin duda hacía mucho caso a su cerebro.

Ha pasado más de un cuarto de siglo desde que, siendo estudiante de ingeniería química en el Poli, camuflajeaba entre sus libros las revistas de cine, a manera de metáfora premonitoria de lo que ha sido la esencia de su trabajo como crítico por treinta y seis años, en la que fusiona un riguroso análisis, casi matemático, con una pasión profunda por el cine.

Libro maldito, nacido como "acto de amor adolescente", la imposibilidad de actualizarlo hizo que Ayala Blanco creciera la Aventura, "un ejercicio de escritura festiva y apasionada" –confiesa en el prólogo de la tercera edición, que devino en un "legajo culpable"– y, sin proponérselo, engendró una rara especie bibliográfica, que a la fecha nadie ha podido igualar: el abecedario de nuestra cinematografía, escrito en un género poco explorado –no sólo en nuestro país–: el ensayo histórico.

Después de décadas de desdén editorial, de brincar de un sello a otro con la Aventura, la Búsqueda, la Condición, la Disolvencia y la Eficacia, en el 2001 llegó a su sexto título, La fugacidad del cine mexicano, en el que aborda las películas producidas a mediados y finales de los años noventa, un periodo difícil, si no es que el más duro que ha vivido la fallecida industria –que deambula como zombi sólo porque se le llama así– y corresponde a la parte gruesa del salinismo y la totalidad del zedillismo, muy en la mira sexenal que, como contexto imprescindible, utiliza para sus análisis.

Venciendo la tentación de llamarlo la fetidez, el investigador decidió utilizar el término fisicoquímico o poético. Dice, de fugacidad, que es "más sugerente y gráfico, menos agresivo y prejuiciosamente descalificador de antemano" para alcanzar el objetivo propuesto y, aunque algunos lo duden, también, rendir homenaje, una vez más, al cine mexicano.

Obra totalizadora, como las otras, a lo largo de las 120 películas que va diseccionando y por primera vez completa con un referente visual de doscientas fotografías bien impresas, abre puertas y ventanas a una realidad difícil de apresar. Dividido en siete capítulos que incluyen cuatro fugas, dos ghettos –femeninos, por supuesto aunque le llamen misógino– y el fin de una era, los filmes analizados son variados. No desprecia ni videos ni cortometrajes a los que incluso, en ocasiones, dedica más espacio por la riqueza de sus propuestas que a algunos largometrajes, hasta los calificados como muy comerciales, despreciados por el público y la crítica "culta" que apenas les mira, si lo hace, de reojo, y los muy ambiciosos con propósitos autorales.

Traductor de poesía, lector voraz, analista riguroso, la ironía de su pensamiento comienza en este libro con un epígrafe para cada uno de los capítulos, muy a la manera de sus proverbiales juegos de palabras, para ir describiendo/descubriendo los elementos que dan vida a un producto cinematográfico. De cada película desmonta todas sus piezas, sus mecanismos y los evalúa; destroza y alaba secuencias y totalidades, en un juego curioso que parece prescindir de lo meramente valorativo, consciente de que nada corre de bueno a malo, solamente. Su posición ante el resultado es claro y para llegar a él, ha recorrido infinidad de caminos, desde entrevistas a los realizadores y otras críticas, que cita para reafirmar su análisis, hasta ir concatenando con distintas cintas o libros o lo que sea que tenga referencia al objeto de estudio.

Ayala Blanco es de los pocos críticos que ve más de una vez la película antes de escribir de ella. En la oscuridad de la sala anota los diálogos para apuntalar la trama de su escrito, a la manera de un guión primario que pulirá después. Su prosa es algo a destacar: de la sencillez ingenua de sus primeras obras al barroquismo exasperante de La eficacia... que se venía puliendo desde La condición, en La fugacidad hay una sobriedad juguetona que acerca más a la lectura e invita a seguirse de largo sin miedo a tropezar con su pirotecnia verbal. No evade, sin embargo, continuar "(re)inventando" calificativos (huecometraje, cursidiotez, coyoakitsch...) para decir/designar/subrayar exactamente lo que quiere en un lenguaje muy chilango, por lo demás.

En este volumen aprehende las películas fugaces de la cartelera, tragadas por el monstruo gringo que se come las pantallas. Los textos que lo integran fueron publicados en distintos medios, sobre todo en El Financiero, donde es el crítico de cabecera, pero no aparecen tal cual, por lo menos no todos, pues han sido aderezados, puestos al día y acomodados para dar cohesión al ensayo. Sus fugas miran al cine producido por los productores añejos aferrados a los tiempos idos (La fuga ancestral), a los que comen de la iniciativa privada encajonada (La fuga televisal), a los que no sueltan la teta del gobierno (La fuga oficial) y lo que podría llamarse la resistencia (Las otras fugas).

Para "La fuga ancestral", en el epígrafe, otorga la palabra a Yorgos Seferis en su "enorme diástole del tiempo" que se vuelve estalactita, para referirse a merodeadores continuos de temas y formas arcaicas, a pesar de que en algunos casos logren, no de manera intencional, obras redondas. Sorprende siempre su manera de revisitar películas-güeva y la forma como va concatenando con pensamientos lúcidos de intelectuales como Octavio Paz, tramas caricaturescas, como la de Los fugitivos (Andrés García, 1992).

Acomoda el "arribismo complaciente" de Vagabunda (Alfonso Rosas Priego ii, 1993), la "victimología sidosa como sometimiento a una inmensa prueba de dolor" de Amor que mata (Valentín Trujillo, 1992), con la "indigesta mezcolanza de telenovela latinoamericana con melodrama egipcio de los cuarenta y regresión al cine mexicano que había detestado y huido", de Principio y fin (Arturo Ripstein, 1993), completada por "el exiguo y poco evolucionado cine de [Jorge] Fons [que] se ha revelado a fin de cuentas como el más persistente y patéticamente echeverrista de las obras fílmicas de los viejos cineastas", que incubó en El callejón de los milagros (1994) y "los terribles casos de la tremenda corte a discusión", que marcaron el retorno del veterano Ismael Rodríguez en sus Reclusorio i y ii, que demuestran las "fantasías seudorrealistas de un anciano que porfía en su opción de enclaustramiento y no obstante ello, desborda energía al filmar".

Define la fuga televisal con dos líneas de Takako U. Lento: "Ellos bailaban como si nadaran entre las rocas", que ni mandadita a hacer para la serie de películas producidas por la extinta Televicine que va diseccionando y dan fe, sin duda, de que es un "gozoso bodrio-nauta orgullosamente populachero" como se definió en una entrevista (Reforma).

Al leerlo, uno se pregunta cómo logra permanecer frente a la pantalla con cintas como La risa en vacaciones 5 (René Cardona hijo, 1994) aquí incluida, y más aún desconstruirla para encontrar motivos de reflexión o dar, más adelante, un valor inestimable a la escatológica Una papa sin catsup (Sergio Andrade, 1995), y cuya caca inserta en el ghetto insatisfecho por "transgresora". En la mencionada entrevista lo explica así: "Si uno tiene un instrumento lo suficientemente fino, dúctil de análisis, puedes lograr esto, sin duda. Puedes hablar de las películas supuestamente más complejas y de las aparentemente más simplistas, y creo que es el mismo nivel." ¿Será?

"El intelectual", de Benny Andersen, da entrada a La fuga oficial con su "partida de caníbales abestiados". La rebatinga por los dineros, la incongruencia de un sistema, los favoritismos, los egocineastas, la desfachatez institucional, son algunas de las características que claramente saltan de entre las películas reseñadas en este capítulo.

El cine oficial es una cadena de paradojas que bien podría resumirse en la cuarta aseveración, de cinco que Ayala Blanco enumera a propósito de la Palma de Oro de Cannes otorgada al minifilme de animación El héroe (Carlos Carrera 1994): "Con una mano te protejo y con la otra te castro." No es gratuito que diez de los veinte largometrajes que ahí analiza sean óperas primas y que seis de los debutantes realizadores hayan llegado al 2000 sin haber filmado nada más, a pesar de que algunos casos (Gerardo Lara con Un año perdido "un año ganado"; Carlos Bolado con El límite del tiempo, "película fundamentalmente mítica", o Víctor Saca, con En el paraíso no existe el dolor (que "secreta una secreta honda tristeza desvalida", diría Ayala) tengan propuestas mucho más revigorizantes que la de directores consagrados/consentidos como Felipe Cazals, en Kino (1992) en la que terminó "por dominar la náusea estilística", o Ámbar (Luis Estrada, 1993), "fantasía coyoakittsch [que] lleva a su cúspide la prefabricación oficial de un cine estatal para nadie".

Las otras fugas llegan con Guillermo Owen: "...y lo que fui de oculto y leal, saldrá/ a los vientos", en donde da cabida no sólo a producciones que contienen temas intocados o mal tocados, sino a géneros y formatos despreciados como son el documental y el video, algunos de ellos verdaderamente marginales como los realizados por el Colectivo Perfil Urbano, además de cortometrajes no pagados por el Imcine y largometrajes independientes como El patrullero (Alex Cox, 1992), "fabula amoral de irrisión sistemática, pero abierta a tres antimoralejas por lo menos"; el "complejo pero sabrosísimo film" Bienvenido/welcome, de Gabriel Retes (1993); la "heroica producción independiente [...] sublevante/descorazonante tratado de victimología urbana", que es Dulces compañías de Oscar Blancarte, hasta la "unicidad y generalización" de El anzuelo (Ernesto Rimoch, 1995) sin dejar de mencionar el infierno de la otredad de Roberto Fiesco en Actos impuros (1993).

Su "acusada" misoginia la derrumba y apuntala a la vez, por seguir haciendo la distinción, con su palabra en las dos partes de un ghetto, el satisfecho y el insatisfecho, una vez que ha comenzado a darle seguimiento a "un punto de vista de autora" es decir, la "mirada femenina", que confluye aquí con la visión masculina del género y donde a veces concuerdan y en ocasiones se disparan, para terminar con El fin de una era y reseñar lo último de lo último de lo exhibido en 2000, y en donde parafrasea e.e. cummings: "Alguien ha nacido/ cualquiera es ninguno."

Por supuesto no se deja engañar por la mercadotecnia, ni por la afluencia masiva de público al desconstruir, entre otras once, las tres más sonadas/publicitadas: Sexo, pudor y lágrimas (Antonio Serrano, 1998) que "tiene como mayor objetivo promover la banalización de la potencia orgásmica [en medio de] actuaciones tiesas, diálogos programados, lenguaje fílmico irresponsable, encuadres inflados, enfadoso destaque de frontgrounds, montaje atropellado"; La ley de Herodes (Luis Estrada, 1999), "alegoría megalómana que no se sostiene por ninguna parte, una reducción al absurdo que jamás desmonta el macrofuncionamiento del sistema mexicano..." y Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), con el que cierra de manera emblemática, dejando claro todo lo que contiene el libro con aseveraciones como "en el más obvio registro tautológico un frenético choque automovilístico desencadena frenéticos choques entre chocantes protagonistas que chocan en nombre de sus nombres a cada achacoso episodio shocking de los tres [que lo] integran"...

Se convenga o no con lo que dice, hay algo cierto en toda esta fugacidad: es una herramienta imprescindible para cinéfilos. Siempre se podrá polemizar con él •


N O V E L A


ETA, ese destinatario

Jorge Moch

José Manuel Fajardo,
Una belleza convulsa,
Ediciones B,
España, 2001.
Es cosa común decir que toda pieza narrativa hilvana la biografía de su autor con la hebra de la ficción, y la lectura de Una belleza convulsa, de José Manuel Fajardo (Granada, 1957) arroja al regazo del lector la paradoja, incómoda como gato erizado, de que esta es y no es la excepción.

Fajardo aborda en Una belleza convulsa el lamentable fenómeno de una muy socorrida herramienta de presión política y social esgrimida por el radicalismo separatista vasco (la tristemente célebre Euskadi Ta Askatasuna que conocemos mejor en el mundo como eta), y uno de los rostros más crueles de la violencia en la España posfranquista (que ya va siendo la España de demasiados años): el secuestro.

El escéptico dirá muy bien que se trata de una novela más sobre la violencia política que brota, eritematosa, por toda la piel del orbe; pero habiéndola leído deberá forzosamente reconocer en José Manuel Fajardo una narrativa cuidadosa y sin embargo cáustica, terriblemente imparcial –huella indeleble del antecedente periodístico del autor– y engañosamente amena, porque esconde el doblez de las preguntas imposibles de hacerse por políticamente incorrectas.

Ya había, sí, libros sobre el tema. Novelas, y cuentos también, pero la mayoría suele sucumbir al exordio melodramático que acaba por devorar la narración entera o a la enajenación de la distancia impuesta por la naturaleza puramente documental de la pluma que la escribe. El mismo Gabriel García Márquez (a quien, a manera de literario guiño, incorpora Fajardo en la novela, toda vez que al protagonista sus secuestradores le permiten leer dos libros y uno es, broma cruel, Cien años de soledad) se desempolvó hace unos años la chaqueta de reportero y escribió su Noticia de un secuestro, al que en lo estilístico me atrevería a situar un paso detrás de Una belleza convulsa –a todo discípulo le debe ser dado superar alguna vez a sus maestros y Fajardo no desperdicia la ocasión–, pero la comparación crítica se desvanece, soflamera y trivial, porque el de García Márquez es en efecto un libro documental, que narra la tragedia vivida por la también periodista colombiana Maruja Pachón y otras víctimas del terrorismo narcotraficante que comandaba el ya extinto Pablo Escobar en tiempos del entonces presidente César Gaviria. La novela de Fajardo, en cambio, puede despojarse con aparente tranquilidad de los elementos éticos que comprometerían la construcción artística de la narración, aun a riesgo de ver desatarse en su contra la ya previsibles acusaciones de frivolidad en estas sociedades nuestras, tan proclives a la rasgadura de vestidos hoy, cuando quien abraza la vocación de un radicalismo violento es anatematizado antes de que cante un gallo. En este caso, el autor al final consigue imprimir a su obra el sello indeleble de la denuncia sin la mácula temida en el escrúpulo por una escritura magnífica, nutritiva y definitivamente artística, porque el desarrollo paralelo de las vivencias del protagonista, la evocación continua de viajes y charlas, los recuerdos que son los retazos con los que va confeccionando el abrigo a la propia identidad para no sucumbir al avasallador paseo de todos los días: cuatro o cinco pasos que multiplicados por mil le llevan cada vez más dentro de sí mismo, cautivo en un zulo de dos por tres metros; esos recuerdos que construyen el libro y evitan que el protagonista se consuma en su propia locura, son esencialmente lúcidos y a veces descarnados, pero innegablemente poéticos. Literatura, pues.

He dicho poco antes "Fajardo aborda", y no pude encontrar otra manera de decirlo mejor, porque José Manuel se sube con naturalidad pasmosa al barco de quien padece un secuestro, y de no ser por la nota aclaratoria del final cualquiera se creería que el protagonista de los periplos que narra la novela ha sido él mismo. La víctima de este secuestro hace un pormenorizado recuento de su vida, buscando las omisiones o los yerros que pudiesen haber sido los intersticios por los que el odio habría de colarse a su quehacer cotidiano. Dejando de lado las lamentaciones, la novela crece y adquiere un tono de observación neutra del fenómeno separatista vasco, analizando tangencialmente lo que eta aduce como "causas de la lucha armada" en la vida real.

Se antoja entonces que la visión de Fajardo respecto al papel de eta en el conflicto vasco-español es ambigua, pero no es así. Una belleza convulsa es, ya lo he dicho, una comprometida denuncia, pero de una tesitura equilibrada y endiabladamente bien escrita –no por nada José Manuel Fajardo ganó en 1992 el Premio Internacional de Periodismo Rey de España por su ensayo periodístico Las naves del tiempo– por quien sabe dejarse en el quicio de la puerta los dogmatismos para lograr una mirada sorpresivamente serena y despojada de moralismos inútiles hacia el que es ya uno de los capítulos más sanguinarios en la historia de España.

Libro de encierro físico y libertades interiores que refleja un profundo entendimiento del autor sobre la problemática eusquera (y de su geografía, y de los usos y costumbres de la región, y de la comida y, en fin, de la vida dentro y fuera de la clandestinidad que pesa como condena sobre los hombros irreductibles de muchos vascos), de los argumentos a favor del separatismo, pocos, y del consecuente, lógico y comprensible rechazo de que es objeto un grupo minoritario que en aras de los más altos ideales ha abrazado las más abyectas justificaciones dogmáticas, como las decimonónicas tesis racistas de Sabino Arana y el contradictorio camino de la violencia para alcanzar, paradójicamente, eso que reza el nombre de su insignia: "patria vasca y libertad".

Una belleza convulsa deja atrás el mero documental o la simple tragedia para entrelazarlos en una narración perimetral y concéntrica que encierra, empero, el contraveneno de las agridulces evocaciones poéticas con saborcillo a ironía escogida, como el pasaje magnífico en el que un viejo lobo de mar, etarra retirado en apariencia, lleva al protagonista por los canales de las marismas de Urdaibai hacia Gernika: "Al llegar a la altura de la iglesia de Kortezubi, cuyo tejado se avistaba entre la vegetación, Tirrin detuvo el motor de la lancha y me dijo en voz baja: ‘Escuche, así suena el mundo cuando no lo estamos jodiendo.’" •


P O E S Í A

Para nadie

Iván Cruz Osorio

Francisco Cervantes,
Ni oído ni hablado: antología personal,
Editorial Colibrí,
México, 2001.
A Hugo Gutiérrez Vega,
maestro y guía en Sogem
"Me habré sentado alguna vez/ a escribir y pensar/ o sólo copio/ o acopio sólo./ También todo puede ser/ únicamente mi recuerdo. / No sé si hay alguien que me lea/ o alguien que, al leerme, me comprenda."


Refiriéndose a sus lectores Juan Ramón Jiménez escribió en la dedicatoria de uno de sus libros: A la inmensa minoría. Esta frase, paradójica en apariencia, exhibe en realidad a los muchos lectores de poesía que para la misma poesía resultan mínimos. En este sentido Francisco Cervantes escribió en la presentación de su libro Materia de distintos lais, en 1987, que si tuviera que poner un título genérico y único a lo mejor de su obra, éste sería Cantando para nadie, porque además de autobiográfico sería sincero. Así pues, el poeta reconoce a sus lectores, que los hay, pero en una cantidad limitada. Para esta antología Cervantes no toma este título pero sí uno muy semejante: Ni oído ni hablado. Una imagen de desarraigo, donde el ambiente y las personas que lo sitúan parecen tácitamente perdidas, es lo que uno aspira de este título, que nos propone un mundo cerrado, profundo en su desencanto. El poeta inicia está antología con el poemario Los varones señalados, de 1972, haciendo patente su pasión por el medievo, donde a partir del primer poema "Antes del acto" nos tiende la mano para conducirnos a un arte lírico, épico, con historias de reyes, doncellas, caballeros de armadura y espada, de juglares que Cervantes señala con nostalgia como antepasados y descendientes. Francisco Cervantes como juglar deja en claro su misión de convertir a la poesía en un medio práctico de comunicación, convierte el lenguaje en un conjuro ceremonial, y simboliza el drama angustioso entre el mundo y su representación. El poeta se convierte en símbolo de sus obsesiones: "He llegado a la celda donde/ duerme el juglar al pie del real preso/ quien cada vez que se despierta/ hace cantar al juglar hazañas guerreras/ y he aquí sus cantos sus gloriosas relaciones."

La facilidad de Cervantes para establecer el diálogo de sus sueños con las realidades del mundo, lo aproxima de inmediato a montar escenarios que se expanden y revelan simultáneamente en otro tiempo y otro espacio donde uno puede llegar a ser todo. En este sentido escribió Gaston Bachelard: "Un mundo se forma en nuestra ensoñación. Y ese mundo soñado nos enseña posibilidades de crecimiento de nuestro ser en este universo que es el nuestro."

Escritura desde la ensoñación donde la realidad se muestra y se fuga para trascender con cierta nostalgia, Francisco Cervantes pasa lista de presente dentro de los poetas mexicanos que no le pertenecen del todo a México, ni del todo a la actualidad ya que entabla mayormente un diálogo con la tradición; sin embargo es contemporáneo al volver a la tradición y hacernos recordar que el hombre comete los mismos actos y omisiones tanto en la actualidad como en el pasado: "Vivir es un estrecho territorio/ que un sueño puede hacer mayor;/ un sueño o muchos sueños./ De alguna otra manera /sé que sólo habré vivido/ en dos países que he querido: Brasil y Portugal. Y que me espera nadie y ninguno en otra parte./ Brasil o Portugal, espero darte este sueño y esta vida que es la mía."

Conocedor del portugués y de Pessoa, Cervantes ha traducido numerosos poemas y escritos al idioma español. Traducciones muchas de ellas, que él confiesa hacer por lo que dicen esos autores de él sin que ellos mismos lo supieran. Irremediablemente el poeta ha elegido a Brasil y Portugal como sus territorios soñados y al español tanto como el portugués como sus idiomas para mostrar un alma al desnudo y acabar con los ropajes y otras intrascendencias.

Para los muchos o pocos que leen poemas, para esa "inmensa minoría", Ni oído ni habladosignifica reconocerse en una voz incesante que les ofrece imágenes de su escondida totalidad. De ahí que carece de importancia en un principio que la obra sea leída por unos cuantos, ya que si estos cuantos lectores se reconocen en la obra y deciden preservarla en la memoria colectiva de su comunidad, la obra podrá seguir existiendo y habrá conseguido un público mayor •


N O V E L A


Otra cruzada de los niños

Humberto Pérez Mortera

Jerzy Andrzejewski,
Las puertas del Paraíso,
Universidad Veracruzana,
México, 2001.
Buscar referencias literarias dentro del círculo de escritores polacos del siglo xx para dimensionar el trabajo literario de otro polaco, Jerzy Andrzejewski, que en 1959 publicó Las puertas del Paraíso, presenta como mayor reto la poca difusión y conocimiento que de estos autores se tiene en Latinoamérica. Sin embargo, tomando en cuenta que cinco Premios Nobel han sido otorgados a autores de aquel país, podemos aplicar la máxima popular "de lo bueno poco".

La prosa de Jerzy Andrzejewski, autor de Cenizas y diamantes (1948) y Las tinieblas cubren la tierra (1957), es tanto discursiva y ágil como cruelmente sutil, pero sobre todo arriesgada con el manejo de estructuras literarias. Está situada en algún lugar entre la fiereza y el simbolismo de Czeslaw Milosz, la mirada irónica y excepcionalmente mundana de Wislawa Szymborska, la dramaturgia grotesca y absurda de Gombrowicz y la narrativa desbordante, pero sumamente lógica y ordena de Stanislaw Lem.

Las puertas del Paraíso es la historia de una cruzada infantil que, mientras se dirige a Jerusalén para liberarla de los infieles, es acompañada por un fraile que va confesando y limpiando de pecados el alma de cada uno de los niños.

El énfasis de la anécdota está centrado en la confesión de los cinco muchachos que dirigen al grupo. Maud, hija del herrero y silenciosa enamorada de Santiago; Roberto, hijo del molinero y enamorado no correspondido de Maud; Blanca, hija del carpintero, también enamorada de Santiago, pero "putilla" de Alesio: Alesio, "el extranjero", conde de Chartres y de Blois, asesino del asesino de sus padres y deseoso del amor carnal de Santiago; y Santiago, "el hallado", el hijo de nadie, pero elegido por Dios para realizar la más grande empresa: recuperar Jerusalén de manos de los turcos infieles con la ayuda de una legión de almas puras e inocentes.

El relato es intrincado, pero ágil, sucediéndose y alternándose las cinco distintas voces en largos monólogos. Los personajes entran y salen de un plano al otro. Todos ellos aman, pero no son correspondidos. Como dice Alesio al confesor: "El amor es sólo un nido de deseos irrealizables; el amor siempre implica dos cosas: amor y sufrimiento." A lo que el fraile contesta, una y otra vez, con la absolución de la cruz.

Sin embargo, al llegar al último de los niños, Santiago, reconoce en él los engaños de todos los anteriores, pero se da cuenta que no puede hacer nada, ya que "no es la mentira sino la verdad lo que destruye la esperanza".

Así, después de leer Las puertas del Paraíso, una novela elaborada únicamente con dos frases –la primera de 111 páginas y la segunda de cinco palabras–, lo que queda, sobre todo lo demás, es el dolor, sombra de la negación de la pasión, y símbolo de la derrota del amor y la razón ante la fe ciega e inocua.

Jerzy Andrzejewski publicó Las puertas del Paraíso en 1959 (en 1965 fue traducida al español por Sergio Pitol), aprovechando los cuatro años de libertad expresiva que tuvo Polonia entre regímenes soviéticos. Eso fue suficiente para que el escritor concibiera una obra universal, alejada del "real socialismo" de la época y, a través de una novela breve, pusiera en evidencia, sutilmente y con maestría, la vacuidad y el engaño que acompañan cualquier "cruzada" dogmática y totalitaria •


N O V E L A

La cuarta mano de John Irving

Leo Mendoza

John Irving,
La cuarta mano,
Tusquets Editores,
México, 2001.
Uno de los mayores misterios de nuestro cerebro es la forma como se construye nuestra imagen corporal. Si vamos un poco más lejos, podemos decir que ese misterio forma parte del profundo desconocimiento que tenemos de nosotros mismos –tanto física como mentalmente, lo que sigue dando validez a la máxima griega. Y más sorprendente aún para los profanos es el comportamiento de quienes sufren la amputación de alguna extremidad que, tiempo después, aparece como un miembro fantasma. 

Patrcik Wallingford, protagonista de La cuarta mano, la última novela de John Irving, pierde la mano izquierda a causa de un accidente que, para su desgracia, será repetido hasta el hartazgo por la cadena televisora en la que trabaja, especializada en desastres. El hecho de que su mano sea devorada por los leones de un circo indio es el punto de arranque de la historia que llevará a Patrick a la búsqueda de su identidad y a replantearse su propia vida, su mundo y sus relaciones.

Pero primero, como un héroe antiguo, Patrick deberá sortear varias pruebas entre las que se encuentra un malogrado intento por reimplantar la mano izquierda, operación que en un principio parece tener éxito debido al obsesivo y meticuloso cuidado del cirujano responsable de la operación, el doctor Zajac.

Como en casi todas las novelas de este espléndido fabulador que es Irving, existen elementos que se cruzan y entretejen a lo largo de la misma y que dan pie a enredos las más de las veces divertidos, aun cuando en otro caso sean patéticos: en el caso de La cuarta mano, tanto Patrick Wallingford –guapo e irresistible para las mujeres– como el doctor Zajac viven a lo largo de este episodio el amor, la paternidad, el fracaso de su matrimonio y una relación con sus hijos que se transforma gracias a la lectura de dos libros infantiles que, seguramente, no serán muy bien vistos por los partidarios de lo políticamente correcto.

Pero también podemos encontrar las obsesiones y manías que Irving muestra en todas sus novelas: el aprendizaje vital, el proceso de maduración de sus personajes que siempre –especialmente en este caso– podrían ser dibujados como adolescentes perpetuos, así como los retratos casi caricaturescos de médicos que sin embargo –tanto en "Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra" como en "Un hijo del circo"– son parte esencial de la historia y por debajo de su coraza son mucho más complejos de lo que parecen a simple vista. Quizá por ello el doctor Zajac, con sus extrañas manías en torno al excremento canino y su sui generis relación con una perra coprófaga, se convierte en personaje lateral de singular importancia que, desgraciadamente, se desdibuja un poco al final de la historia. O quizá es abandonado por el autor.

Pero sin duda es Wallingford quien, en su papel protagónico, es el más sacudido por el cambio que ocurre no cuando pierde la mano –ya que a fin de cuentas ese hecho sólo lo convierte en una especie de celebridad trágica muy adecuada para un canal televisivo dedicado a difundir desastres– sino cuando la recupera y vuelve a perderla. Primero porque conoce a una mujer extraordinaria: Doris Clausen, la viuda del donante quien –según la propia confesión de Irving, fue esta idea la detonante de la novela– exige continuar visitando a la mano de su esposo. Y después, porque gracias al rechazo del trasplante Patrick encontrará un sentido a su vida tan llena de sobresaltos y alarmas amorosas. Como en El mundo según Garp o La epopeya del bebedor de agua, las relaciones del protagonista con las mujeres ocupan un lugar primordial en la narrativa irvingiana y los encuentros del protagonista son notables tanto con la feminista que conoce en un congreso en Tokio –donde Patrick es asediado por las colegialas– como con la dulce Martha, quien acaba por convertirse en el monstruoso productor del noticiario de Patrick, pasando por la mujer madura, embarazada a los cincuenta años, con quien redescubre aquellos libros que lo acompañaron en la infancia.

Todas los encuentros con mujeres posteriores a la pérdida y recuperación de la mano izquierda, son para Patrick una forma de conocerse mejor, de entender el proceso que vive y finalmente de aceptarse tal y como es. Con todo y los fantasmas que tantas veces nos impiden reconocernos.

Mención aparte merece el profundo sentido del humor de John Irving –no exento de gran ironía, como sus descripciones del mundo del amarillismo noticioso–, que baña a todas sus criaturas y que sin embargo no le impide sentir una profunda simpatía por éstas, incluido Wallingford, quien, al perder la mano, encuentra otro destino, una cuarta mano que aun siendo producto de la imaginación no es menos real •



FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
AUTOBIOGRAFÍA
• El brujo de Autlán, Antonio Alatorre, Col. La torre inclinada, Editorial Aldus, México, 2001, 211 pp.

CRÓNICA
• El Colegio de Jalisco. Semblanza, José María Murià, El Colegio de Jalisco, México, 2001, 80 pp.

DICCIONARIO
• Diccionario de religiones, Edgar Royston Pike, adaptación de Elsa Cecilia Frost, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 478 pp.

ENTREVISTA
• La palabra y la tinta. Entrevistas con intelectuales, Hernán Becerra Pino, Col. Periodismo, Editorial Vila, México, 2001, 130 pp.

ENSAYO (LITERARIO)
• Acerca de El Señor de los Anillos, Pablo Soler Frost, Libros del Umbral, México, 2002, 38 pp.
• El jardín de amor y otras historias amorosas, Joan Roís de Corella, notas introductorias de Martí de Riquer y Joan Fuster, versión de Martí Soler Vinyes, Col. El pensil 3, Libros del Umbral, México, 2001, 111 pp.
• La patria en tono menor. Ensayos escogidos, Benjamín Carrión, prólogo, selección y edición de Gustavo Salazar, Col. Tierra firme, Fondo de Cultura Económica/cce, México, 2001, 314 pp.

ENSAYO (POLÍTICO)
• Chiapas en perspectiva histórica, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Bolívar Echeverría, Carlos Montemayor e Immanuel Wallerstein, El Viejo Topo, Barcelona, España, 2001, 178 pp.
• Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, Andrés Ordóñez, Ediciones Cal y Arena, México, 2002, 261 pp.
• Francisco J. Múgica. Un romántico rebelde, presentación, estudio introductorio y selección de Javier Moctezuma Barragán, Col. Vida y pensamiento de México, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 695 pp.

ENSAYO (SOCIOLÓGICO)
• La identidad perdida y otros mitos, Laura Bolaños Cadena, Col. Ensayo histórico, Editorial Vila, México, 2001, 236 pp.

FILOSOFÍA
• Heidegger y la pregunta por la ética, Juliana González Valenzuela (coordinadora), Seminario de Metafísica/Facultad de Filosofía y Letras/UNAM, México, 2001, 145 pp.

HISTORIA
• Antimanual del mal historiador o cómo hacer una buena historia crítica, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Ediciones La Vasija, México, 2002, 132 pp.

MANUAL
• Manual del narrador. Claves paa aprender a escribir, Marco Aurelio Carballo, Col. Periodismo, Editorial Vila, México, 2001, 122 pp.

NARRATIVA
• Rainey, el asesino, Héctor Manjarrez, Col. Biblioteca Era, Ediciones Era, México, 2002, 87 pp.
• Saludos de Darth Vader, Mauricio Carrera, Col. Marea alta, Ediciones Lectorum, México, 2001, 114 pp.

POESÍA
• En el rigor del vaso que la aclara el agua toma forma. Homenaje de poetas jóvenes a Gorostiza, Claudia Posadas (compiladora), prólogo de Julio Ortega, ilustraciones de Beatriz Zurita, Col. Poesía, Grupo Resistencia/Gobierno del Distrito Federal/Conaculta, México, 2001, 142 pp.

REVISTA
• Origina, núm. 108, febrero de 2002, año 9, textos de Ramón Pieza Rugarcía, Luis Antonio Morales, Luis Ramón Bustos, entre otros, Gilardi Ediciones, México, 80 pp.
• Región y Sociedad, núm. 23, enero-abril de 2002, vol. XIV, textos de Cristina Taddei, Jesus Robles, Jordy Micheli, entre otros, El Colegio de Sonora, México, 251 pp.
• Revista de Literaturas Populares, núm. 2, julio-diciembre de 2001, año 1, textos de Mariana Masera, Lourdes Franco, Raúl Eduardo González, entre otros, Facultad de Filosofía y Letras/UNAM, México, 197 pp.



Cursos y tallares. La coordinación de Difusión Cultural de la unam invita a sus cursos y talleres de danza, música, teatro, artes plásticas, literatura, fotografía, ajedrez, batería y bailes de salón. Inscripciones a partir del 12 de marzo. Informes a los teléfonos: 5553 6318 y 5553 6362. Dirección electrónica: www.casadellago.unam.mx/inter/cu.html

Danza. Tres poetas y la danza.Trilogía sobre Ramón López Velarde, del Ballet Independiente, bajo la dirección de Magnolia Flores, se presenta este 10 de marzo a las 18:00 horas en la Sala Miguel Covarrubias, en el Centro Cultural Universitario ubicado en Insurgentes Sur núm. 300.

También en la Sala Miguel Covarrubias, los sábados de marzo, a las 13: 00 horas, se presenta, dentro del ciclo Recreo 2002, la obra coreográfica Las casualidades de Benjamín.

Vishnú, o las almas perdidas, espectáculo a cargo del grupo Eros Ludens, coreografía y dirección de César Romero y guión literario de Luis Villanueva se presenta los días 14, 15, 16, 22 y 23 de marzo, a las 19:30 horas, en el Foro del Dinosaurio del Museo Universitario del Chopo.

Debate. Foro debate "El voto de los mexicanos en el exterior", que se realizará el miércoles 13 de marzo en el Instituto Mora. Inicio: 17:00 hrs. Ponentes: Dr. Jesús Martínez-Saldaña, Dr. Rodrigo Morales, Mtro. José Ángel Pescador, Dr. Jorge Santibáñez; moderadora, Dra. Leticia Calderón Chelius. Instituto Mora, Plaza Valentín Gómez Farías 12, atrás del Parque Hundido, col. San Juan Mixcoac. Informes: tel. 5598 3777 ext. 105; [email protected].

Exposiciones. En Mexicanos Galería de Arte se presenta Circodia, muestra pictórica de Uriel Parker. La cita es en Dinamarca núm. 44a, col. Juárez. Informes al teléfono fax: 5545 8047.

Muestra fotográfica de Frida Hartz La pólvora maya, en el centro Cultural El grito, Galería, ubicado en Oaxaca núm. 125-bis, col. Roma. Informes al teléfono: 5207 9499.

Presentación. El próximo miércoles 13 de marzo, en el Centro de la Imagen, se presentará el libro, ensayo fotográfico Moros y cristianos. Una batalla cósmica, del fotógrafo Jorge Vértiz. Participan: Jean Meyer, David Eduardo Rivera, Alejandro Castellanos, Blanca Ruiz, Alberto Ruy Sánchez, Alfonso Alfaro y Jorge Vértiz. La cita es en Plaza de la Ciudadela núm. 2, Centro histórico.