Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 11 de marzo de 2002
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Política

Carlos Fazio

Diplomacia de banqueta

El canciller Jorge G. Castañeda podrá ser cipayo, pero es un tipo listo. Hombre instruido, autor de varios best-sellers, sabe de política y está bien informado. Uno de los temas que mejor maneja es el de las relaciones triangulares entre Estados Unidos, Cuba y México.

Antiguo izquierdista, ahora adorador de la doctrina Bush, conoce las posiciones de todas las partes a nivel de matices, sobre todo en el plano ideológico.

Adicionalmente, en función de su cargo, claro, tiene acceso a información de inteligencia. Eso le permite saber por quién debe apostar casi sin posibilidad de error: "No es momento de regatear apoyos a Estados Unidos", dijo en la coyuntura del 11 de septiembre. "Podríamos arrepentirnos".

No obstante, cuando incursiona en la ideologizada relación trilateral, el "desapasionado" jefe de la diplomacia mexicana se asemeja a un pato criollo: un paso, una cagada. Aunque el referente simbólico podría disfrazar, de manera deliberada, otra realidad; podría ser parte de una política dirigida a obtener determinados objetivos encubiertos afines a los intereses de Washington.

Al referirse al "reciente y grave problema suscitado por Castañeda con Cuba", el ex canciller de México, Emilio O. Rabasa, que algo sabe, dijo que el actual titular de Tlatelolco "logró lo imposible: quedar mal con todos. Precisamente lo contrario de lo que la buena ortodoxia diplomática aspira a lograr". šVamos, como que el manejo diplomático no es algo que se le dé naturalmente a Castañeda! Y hasta parece que le tiene sin cuidado. Pero eso no tiene nada que ver con "la petulancia casi narcisista" que le adjudica Rabasa. Tampoco con "la personalización de la política exterior" o los dislates del "boquiflojo canciller", según le atizó el diplomático de carrera Agustín Gutiérrez Canet.

El quid de la cuestión parece estar en los principios de la política exterior a partir de la "era Castañeda", nacida el 2 de julio de 2000 junto con la República Mexicana (Rabasa dixit), donde el factor Cuba ocupa un lugar prioritario, subordinado a la agenda de Washington.

No hay que ser experto para darse cuenta de que "la diplomacia balsera" de Castañeda, como la llamó Gutiérrez Canet, ha seguido con servilismo los li-neamientos del Departamento de Estado. La "nueva agenda" diplomática de Tlatelolco está signada por dos de los rubros privilegiados de la propaganda y la maquinaria de desinformación estadunidenses: democracia y derechos humanos; con especial dedicación a Cuba. Como advierte Noam Chomsky, la palabra "democracia", como otros términos del discurso político, por ejemplo derechos humanos, tiene un significado técnico orwelliano cuando se usa en exaltaciones retóricas o en el periodismo habitual, para referirse a los esfuerzos estadunidenses en pro de la "democracia".

Atribuir el último incidente diplomático entre México y La Habana a "un inocuo discurso" del canciller Castañeda en Miami, "con una pregunta de banqueta" cuya respuesta fue "tergiversada" de manera "vergonzosa" por Radio Martí, como sugiere Jorge Fernández Menéndez, parece, al menos, ingenuo. Como dice Gutiérrez Canet: "las palabras pesan". Y las pronunciadas por Castañeda al inaugurar el Instituto Cultural de México en Miami, en presencia de dirigentes anticastristas, estaban destinadas a tener "enorme impacto" por la relevancia de México como país.

Castañeda sabe que la opinión pública es una construcción que está en función de los intereses de clase dominantes. Que los medios definen la agenda del debate político; el qué y el cómo. Es uno de los pocos miembros del gabinete foxista que manejan a la perfección las dimensiones espacial y temporal. Tanto, que desde hace un año tiene "agendada" la ya cercana reunión sobre derechos humanos de la ONU en Ginebra, uno de los escenarios calendarizados de la disputa ideológica entre Washington y La Habana; hasta creó una "cartera" especial en la cancillería. A ese inequívoco fin respondió la desaseada reunión del presidente Vicente Fox con un puñado de disidentes en La Habana el pasado 4 de febrero, y la nada inocente "ruptura de relaciones" de Castañeda con la Revolución Cubana, sobre la que montó su manipulación Radio Martí.

Castañeda no es tonto. Conoce a la perfección que Radio Martí es un instrumento ideológico del gobierno de Estados Unidos para agredir y desestabilizar a la Revolución Cubana desde el éter. Que la idea de crear una emisora radial para implementar un conflicto de baja intensidad contra la isla quedó plasmada en el programa Santa Fe 1, en 1980.

Sabe el papel que Ronald Reagan le dio a la Fundación Nacional Cubano Americana (del fallecido Jorge Mas Canosa), cuando la emisora salió al aire en mayo de 1985 utilizando, de manera simbólica, las mismas antenas de transmisión ubicadas en el sur de Miami que usaba la CIA en los sesenta para comunicarse con los grupos de misiones especiales y agentes infiltrados en Cuba.

Por esos años, la Central de Langley usaba como espía al diplomático mexicano Carrillo Colón, con el que convivió el joven Gustavo Iruegas (hoy vicecanciller de México) al inicio de su carrera diplomática en la misión de México en La Habana.

Por todo eso y más, Castañeda sabe que no puede dar entrevistas de banqueta. Mucho menos en Miami y a Radio Martí. A no ser que...

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