Ojarasca 59  marzo 2002

umbral Vivimos el tiempo del engaño, que a escala planetaria empieza a parecerse demasiado a un tiempo de asesinos. En Colombia tres guerras se confunden: la política, la del narco y la de intervención imperial. Un coctel que debería poner alertas a los países de la región, pues el destino actual de Latinoamérica está atravesado por las mismas tres guerras, en distintas intensidades y presentaciones en cada caso. Del desierto de La Rumorosa y el río Bravo a Tierra del Fuego, la globalización del mercado representa horas peligrosas para los distintos sures de América. El añejo bloqueo a Cuba es paradigma del cinismo intervencionista, que encuentra en la crisis sin fondo de Argentina su manifestación más reciente.

Mientras el Estado mexicano se obstina en llevar una política internacional torpe que lo convierte en esquirol regional y tonto útil de la tenebra washingtoniana --que cualesquiera sean sus fines, no son los de los pueblos de América--, en su frente interno el régimen transitivo de Vicente Fox enfrenta la necesidad de arreglos y rearreglos con mafias y propietarios de negocios o franquicias políticas. La democracia incipiente y postpriísta no hace sino recibir todos los besos del diablo que le ofrecen, en lo que las urgencias, las demandas de la gente continúan insatisfechas.

El Ejecutivo y el Congreso pueden hacer como que lo olvidan, y quizás también la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pero la gente no olvida. La reforma constitucional pendiente para reconocer los derechos y la cultura de los pueblos indígenas sigue siendo el rasero con el cual se mide la inoperancia de los gobiernos sucesivos.

Por un asunto de millones de mexicanos que el sistema político minimiza sistemáticamente, por un solo y administrable asunto, hay resistencias, propuestas alternativas, luchas culturales y rebeldías en distintas latitudes del territorio nacional. Ese "trámite legal" tan postpuesto y manoseado, sigue siendo la demanda cohesionadora de los pueblos indígenas en todo el territorio nacional. ¿Cuántos actos escenográficos como el de la Mesa del Nayar necesita Fox para darse cuenta de que el movimiento indígena nacional es mucho más que la magra corte que le logran montar sus operadores?

Se trata del pendiente, la deuda mayor del llamado gobierno del cambio. Ninguna de sus reformas se encuentra tan debatida y consensada por los interesados como la llamada ley indígena, en los términos de los Acuerdos de San Andrés. Esa es una evidencia a nivel nacional. Seguirla postergando para imponer el proyecto neoliberal lo antes posible hace, del actual, un gobierno autoritario. Y de la democracia y la defensa de la soberanía, las asignaturas pendientes, las incumplidas promesas de cambio del nuevo régimen a un pueblo que de todos modos ya cambió.
 


regresa a portada