La Jornada Semanal,  24 de marzo del 2002                         núm. 368
 María Palomar

Sobre Bandera de Provincias

En este bien documentado ensayo, María Palomar nos habla de una de las principales revistas de la tierra adentro mexicana, la tapatía Bandera de Provincias (“niños pendejos” llamó Novo a sus fundadores, demostrando así su prepotencia capitalina). Gutiérrez Hermosillo, Yáñez, Efraín González Luna, Antonio Gómez Robledo, Jiménez Rueda, Arriola Adame e Ixca Farías fueron algunos de los colaboradores de una revista que publicó traducciones de Claudel, Dubos, Malegue, Joyce, Mauriac, Bernanos, Duhamel, Bloy y Peguy. La maestra Palomar nos recuerda una parte del manifiesto de los audaces tapatíos: “Vivimos humor y dolor. Son nuestro ambiente.”

De la misma manera en que se agitaba todavía la nación en las secuelas de la brutal sacudida revolucionaria, la sociedad mexicana estaba en busca de su forma, de sus señas de identidad. Fue durante la época de Calles cuando surgió la noción moderna de "mexicanidad", cuando el país se volcó hacia dentro, cuando –como escribe en sus memorias José Clemente Orozco:

empezó a inundarse México de petates, ollas, huaraches, danzantes de Chalma, zarapes, rebozos, y se iniciaba la exportación en gran escala de todo esto. Comenzaba el auge turístico de Cuernavaca y Taxco... el nacionalismo agudo hacia su aparición.
Sin embargo, lo que estaba en el fondo de la explosión de folclorismo también respondía a una indagación intelectual seria y sostenida. Como afirma José Luis Martínez, de 1928 a 1938 se emprende la tarea "de investigación y análisis de la realidad mexicana". Las cabezas pensantes de México se planteaban la cuestión del ser nacional, tras la cual venían todas las consideraciones filosóficas de orden universal: ético, estético, histórico, político, psicológico, antropológico... Y ahí entraban en juego las más diversas posturas intelectuales y la memoria colectiva –con sus múltiples facetas e interpretaciones– de los mexicanos.

Liquidado el antiguo régimen, pasada la época álgida de la revolución, el pensamiento se orientó al futuro, a la construcción de un país nuevo y distinto. La efervescencia en el medio intelectual era grande, y la producción cultural rara vez había conocido un auge como el que se dio a fines de la tercera década del siglo y comienzos de la cuarta. Vasconcelos había sentado las bases de la educación en México sobre principios nacionalistas, había liquidado la herencia del positivismo porfiriano y propiciado el reencuentro de los intelectuales con la realidad nacional.

La exploración de las posibilidad que se planteaban para México pasaba por el examen de cuantas propuestas novedosas se daban en otros puntos del planeta. Existía una curiosidad intensa por la joven Unión Soviética y sus innovadores sistemas educativos y productivos, por los avances de ciencias recientes como la psicología y la sociología, por las exploraciones de las vanguardias artísticas europeas, por las novísimas artes de la fotografía y el cine... La generación intelectual mexicana más joven, la de aquéllos nacidos ya en los albores del siglo y que sólo tenían de la revolución una memoria infantil, no se arredraba ante los epítetos de "extranjerizante" y "exquisitas" que le asestaban sus predecesores, los que sí vivieron las primeras etapas revolucionarias y para quienes lo mexicano tenía un sentido mucho más chauvinista.

La generación de Bandera de
Provincias y El grupo sin número
y sin nombre

Con esa curiosa dinámica que suelen tener las revistas, y que en cada caso presenta sus peculiaridades, surgió de un grupo de amigos la iniciativa de crear Bandera de Provincias. Como nada raro tiene que sea con las amistades personales con quienes se emprenda este tipo de aventuras culturales –las repetidísimas y amargas acusaciones de que tal o cual revista es una "capilla" siempre resultan sorprendentes, pues lo normal es que lo sean–, fue precisamente alrededor de un pequeño núcleo cimentado en afinidades personales e intereses comunes como se desarrolló la publicación.

Los iniciadores eran cinco: Alfonso Gutiérrez Hermosillo, Agustín Yáñez, Esteban A. Cueva Brambila, José Guadalupe Cardona Vera y Emmanuel Palacios, cuyas edades fluctuaban entre los veintitrés y los veintisiete años. Yáñez y Gutiérrez Hermosillo, que fueron realmente el alma de la revista, se titularon, ambos de abogados, durante el año que duró su publicación. Así pues, pertenecían estrictamente a la misma generación, y ya todos habían nacido en este siglo.

Desde el principio recibieron la adhesión –y en muchos casos también colaboraciones– de un grupo más amplio que no sólo incluía a jóvenes de la misma generación como Antonio Gómez Robledo, José Ruiz Medrano, Ignacio Díaz Morales, Luis Barragán, Lola Vidrio, José Cornejo Franco o el jovencísimo estudiante Gilberto Moreno Castañeda, sino también personas de mayor edad (más de treinta años) como Efraín González Luna, Julio Jiménez Rueda, Agustín Basave, José Rolón, José Arriola Adame, José Guadalupe Zuno, Saúl Rodiles, Manuel Martínez Valadez, Aurelio Hidalgo, María Luisa Rolón, Carlos Stahl, Ixca Farías...

También mantuvieron una relación estrecha con el grupo de Contemporáneos, a la vez amistosa y literaria, pues continuamente había visitas de los capitalinos a Guadalajara y viceversa, además de haberse publicado con frecuencia textos de Novo, Owen, Pellicer, Villaurrutia, Ortiz de Montellano, etcétera. Resulta asimismo notable la nutrida correspondencia intercambiada con grupos y revistas de todos los países iberoamericanos y España, así como la frecuente mención de contactos epistolares con intelectuales de casa que por una u otra razón vivían en el extranjero, como Alfonso Reyes, Enrique Munguía Jr. y Joaquín Rodríguez de Gortázar.

El propio Agustín Yáñez, en una especie de balance que hacen los miembros de la redacción en el número 17, primero de 1930, describe la conformación del grupo que hizo la revista:

El grupo sin número y sin nombre –amplitud; pero valor individual–, Bandera de Provincias: hecha a base de nombres: ¡muera el anónimo que es cobardía! hilvanan tres generaciones: la del "centro bohemio" representada, anudada, por Zuno, el político dinámico, y pintor, que ocupó el lugar saliente en aquel grupo de artistas; la del círculo González Martínez, que representa José Cornejo Franco, el nombre más considerable y de obra más sólida de aquel círculo; y las cinco firmas centrales que signaron el primer manifiesto del "grupo" que no quiere tomar nombres manidos, cursis, inexpresables, ni circunscribirse a un número determinado, acartonado, carcelario. A estos cinco nombres: Cardona, Palacios, Gutiérrez Hermosillo, Yáñez, Cueva –pie veterano del grupo– se añadieron en el lazo de Bandera otros relevantes: González Luna, Arriola Adame, Basave, Gómez Robledo, Gómez Arana, Rodiles, Navarro Aceves... y las ya dichas amistades, con otras más jóvenes y no menos macizas: Moreno Castañeda, Javier Vivanco , lo más destacado de la más joven generación. Así salvamos las peligrosas lagunas que siempre existieron en la tradición cultural de Jalisco y así también encontramos fuerza y actualidad.
A más de sesenta años de distancia, y pese a los avances e inventos que en teoría representan una enorme ventaja sobre las condiciones de entonces, resulta asombroso cómo ese grupo de jóvenes tapatíos se mantenía al día en el plano cultural. Las revistas y los libros llegaban a Guadalajara desde Europa o Sudamérica con mucha mayor rapidez que en la actualidad, y los libreros de Guadalajara, por reducida que haya sido su clientela, ciertamente encontraban beneficioso mantener una oferta amplia y frecuentemente renovada, como lo demuestran los anuncios de la casa Font que aparecen en muchas de las entregas de Bandera de Provincias. Si bien los largos listados de novedades contienen muchos libros de texto y gran número de novelitas intrascendentes para el consumo popular, también es cierto que están presentes nombres como Vasconcelos, Valle-Inclán, Bernanos, Villaurrutia, Maritain, Ortiz de Montellano, Madariaga, Trotsky, Gorki, Romain Rolland, Colette, Pellicer, Gregorio Marañón, Waldo Frank, Hilaire Belloc, O’Neill, Pemán, Henríquez Ureña, John Reed, Jean Cocteau, André Maurois, Samuel Ramos, Claudel, Zweig, Knut Hamsun, Martín Luis Guzmán, Wenceslao Fernández Flores, Chesterton, por sólo mencionar a unos cuantos de los autores aún vivos entonces.

Tampoco faltaban los clásicos de la literatura, ni títulos de historia, filosofía, sociología, y se anunciaba la existencia de libros en francés. Además, resulta evidente que la casa Font era la principal fuente de abasto literario del grupo de Bandera de Provincias, pues a menudo los libros anunciados como novedades fueron reseñados acto seguido por los colaboradores de la revista.

La crítica de libros conformó el cuerpo más grande y consistente de la publicación, ya que era asimismo la única sección fija. Aunque Yáñez y Gutiérrez Hermosillo fueron quienes más escribieron en esa sección (por cierto, a veces cambiaba de nombre, pero siempre estuvo presente), también participaron numerosos colaboradores. En términos generales, se trataba de reseñas o pequeños artículos con un alto sentido crítico y sorprendente erudición.

Como muestra se pueden mencionar las notas que, en el número 1, escriben Cornejo Franco, Emmanuel Palacios y Antonio Gómez Robledo sobre, respectivamente, La Revolución Mexicana de Luis Araquistain, El espectador de Ortega y Gasset y ¿Adónde va Rusia?, de Trotsky; los comentarios de Ignacio Díaz Morales sobre la obra –escrita y construida– de Le Corbusier en el número 4; el texto de Gutiérrez Hermosillo sobre Efigies, de Gómez de la Serna, en el número 14...

Hay que subrayar aquí que Bandera de Provincias todavía refleja aquella gran tradición humanística, perdida ya para nuestra desgracia, que concibe lo literario no como un coto de especialistas en literatura, sino como la república de las letras común a todo ser pensante, donde se ventilan todos los asuntos humanos, todas las preocupaciones intelectuales. La riqueza de la revista viene precisamente de ese aspecto que ahora llamaríamos interdisciplinario, pues pintores, arquitectos, abogados, médicos y ciudadanos de toda laya no consideraban en absoluto ajeno el oficio de escribir, y no sólo acerca de cuestiones relativas a su profesión, sino sobre cualquier tema comprendido por los amplios horizontes de la cultura.

Por esa razón, el "cohete" que lanza el grupo de Bandera en su primer número consiste en preguntar "cuál es el problema fundamental de la literatura mexicana", a sabiendas de que las respuestas que recibiría e iría publicando en los sucesivos números (de Rafael Ruiz Díaz, Vicente Echeverría del Prado, la excelente de González Luna, Martínez Ulloa, Julio Jiménez Rueda, Gómez Robledo) desbordarían con mucho el campo estrictamente literario para tocar los temas medulares de la realidad nacional.

Sin embargo, se trata precisamente de la época de la transición en que se iba perdiendo la universalidad humanista, y ya se observaban, incipientes, los rasgos que José Luis Martínez describe:

justamente en este periodo y en este campo, ocurre en México la transformación del hombre culto –de conocimientos e intereses en un vasto campo del saber humano– en el especialista. Los escritores de la primera generación cabalmente moderna, los ateneístas, aún aspiran a abarcar el campo completo de una o varias disciplinas (...) En cambio, los escritores de las promociones siguientes van avanzando progresivamente hacia las especializaciones culturales.




Pensar en, sobre y desde la provincia

 
Bandera de Provincias

Plegad vuestra Bandera provinciana,
imprimidla en papel de clase fina,
que pueda aprovecharse en la letrina
emio a vuestra musa soberana.

Yáñez, Ulloa, Franco, Vidrio, Arana,
polluelos de parvada clandestina,
id a que condimente Valentina
vuestra cresta prolífica y temprana.

Salid, pero salid en quince días,
gaceta literil; váyanse lejos
vuestras inteligencias tapatías.

Y no nos chinguéis más, niños pendejos,
que son vuestras bucólicas poesías
reflejos de reflejos de reflejos.

Salvador Novo

El malicioso soneto que dedicó Salvador Novo a sus amigos tapatíos satiriza, más que a éstos, a esa actitud desdeñosa –que es entre burlas y veras la del autor– del centralismo a ultranza del que tanto tenemos que quejarnos en México.

El grupo sin número y si nombre enarboló sin complejos, con una aparente ingenuidad tras la que se ocultaba algo mucho más profundo, el titulo de Bandera de Provincias, a sabiendas del desdén que suscitaría tal reivindicación de lo propio, que a ojos ajenos podía parecer localista, excéntrico, periférico.

En su "Manifiesto" (número 1) se da una de las pocas –y siempre veladas– alusiones a la circunstancia política y social de Guadalajara y de Jalisco: "Conocemos una honda lucha. La reconocemos. Vivimos humor y dolor. Son nuestro ambiente." Sin embargo, el "programa" estaba muy claro: despertar a las provincias, agrupar a los jóvenes, promover los intereses intelectuales, todo en y desde Guadalajara, donde está "lo entero, lo macizo, lo real, complejo y simple". Porque para el grupo, la cultura no era una isla ni un adorno al margen, sino la médula misma de la realidad.

Ese ánimo resuelto de afirmar los valores propios es un rasgo que, definitivamente, compartían sin excepción, pese a otros desacuerdos que pudieran tener los colaboradores de la revista. Les parecía en ese momento absolutamente legítimo y natural asentar una verdad evidente: que la vida estaba aquí, no sólo en las grandes capitales; que no se podía vivir en función de lo ajeno y lo lejano; que si no se tienen los pies bien arraigados en la tierra propia, difícilmente puede erguirse la cabeza para lograr una visión que abarque los anchos horizontes del mundo. Emmanuel Palacio resumía, en el número 2, el ambiciosos empeño del grupo: "En la vieja capital literaria que hoy es páramo, somos los nuevos arquitectos. Ese es nuestro papel." No se inhibieron a la hora de plantear las grandes cuestiones. En el número 3, al responder a la "pregunta-cohete" inicial, González Luna escribió: "Una literatura no es un artificio superficial. Es la voz de una cultura [...]; el de las culturas, verdaderas formas sociales superiores, es el problema total de la historia humana."

Los mensajes de felicitación y adhesión fueron muchos ante la iniciativa. Pero tampoco faltaron los reproches (por ejemplo, claro está, de parte de Novo) por ese énfasis en lo provinciano. No dejaron los redactores de aludir a ellos, ni de defender con denuedo sus planteamientos, por más que algunas veces escribieran dominados por el desencanto, en particular Yáñez y Gutiérrez Hermosillo, sobre los cuales, evidentemente, gravitaba además la responsabilidad total de producir la revista. A veces podían ser crípticos, como sucede siempre en los grupos que se entienden entre sí a medias palabras; sin embargo, hay suficiente claridad para percibir lo que quiso decir Gutiérrez Hermosillo en el número inicial de 1930:

Creímos [...] y nuestra ingenuidad nos dio un nombre ingenuo: Bandera de Provincias. Pero el nuestro ha sido un continuado soliloquio. Nunca quisimos llegar a comprender el gesto anterior de la metrópoli; los hechos, de la manera más fácil, nos han convencido.

Y sin embargo, pese al desánimo que a veces dejaron traslucir, motivado en algunos casos por las circunstancias de la vida regional y nacional y en otros simplemente por la penuria de la revista (en varias ocasiones se regañó a los suscriptores morosos), el grupo se embarcó en una frenética actividad durante el año de vida de la publicación: giras por toda la república de varios de sus miembros, reuniones en la fonda de Valentina y en distintas casas, conferencias, conciertos y una extraordinaria exposición de artes plásticas que marcó el final de Bandera de Provincias.