Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 28 de marzo de 2002
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Cultura

Margo Glantz

Irving Penn en el Metropolitan

En Nueva York, no me atrevo a visitar el lugar del desastre, ese inmenso vacío del que aún sale humo (dicen).

En cambio visito repetidas veces los museos, hay varias exposiciones maravillosas. Voy primero al Museo de Arte Moderno, que pronto cerrará sus puertas para sufrir una remodelación, a partir del próximo julio. Como despedida, una exposición dedicada al artista alemán Gerhardt Richter, famoso por sus cuadros pintados en tonos grises, tomando como base de su imaginario la fotografía, el documento, la distancia. Varios cuadros me llaman la atención: la serie dedicada a los terroristas de los años 70, a su encarcelamiento, a su sospechosa muerte; una asociación me viene a la mente, Ƒcómo no?: la figura de Heinrich Böll, cuyas novelas denunciatorias dieron lugar a películas tan extraordinarias y hoy casi olvidadas, como por ejemplo El honor perdido de Katharina Blüm y muchas otras de ese periodo esplendoroso del cine alemán.

Salas y salas de pinturas grises que van de lo más figurativo a lo más abstracto y de repente una sorpresa: una sala con retratos a todo color. Me llama la atención una mujer desnuda que desciende por una escalera, Ƒreminiscencia del desnudo del mismo título de Duchamp? Sí, en la idea, en el concepto, una especie de genealogía pictórica, no en la forma de pintar el cuadro, totalmente diferente. El cuerpo de la mujer está reproducido en toda su carnalidad (un realismo exacerbado), destaca su vello púbico de un rubio cenizo intenso. Richter se las arregla, sin embargo, para producir una tela a la vez excesivamente visible y misteriosa: varias capas de pintura actúan a manera de velo que recubre la desnudez que en revancha se agiganta.

En el Whitney y en el Metropolitan, simultáneamente, un gran homenaje a Irving Penn, fotógrafo veterano que ocupa asiduamente las páginas de la revista Vogue, desde los años 50 hasta hoy. Famoso por su variada producción que abarca todo tipo de temas, desde la naturaleza muerta, el retrato, el documento, la fotografía de viaje y obviamente la reiterada visita a las salas de modelaje, esos sitios poblados de mujeres muy delgadas que transcurren con sofisticado paso por los (denominados notablemente) cat walks.

Cansado de la fotografía de modelos anoréxicas, elegantes y huesudas, y casado con una de ellas que modelaba para Christian Dior en los años de la posguerra (interesante mujer cuya cara soporta -o soportaba- los más elaborados sombreros), Penn se dedicó en los años 50 a fotografiar un serie de mujeres desnudas cuya carnalidad era abundante y generosa, de una sensualidad semejante a la de la Venus de Willendorf o, para ir más cerca, a la de las mujeres que adoraba Rubens. La misma pose exhibida varias veces; en el proceso de revelado, la fotografía ha sido sometida a diversas operaciones que le van otorgando otras tonalidades, otras texturas, nuevos volúmenes. Una mujer es la que más le interesa; en medio de su vientre, o mejor dicho al lado de su pubis, un lunar oscuro que puede ser exhibido desde diversos ángulos aumentando o disminuyendo su sensualidad, esa rotunda feminidad que de ninguna manera define a las modelos de Vogue que tanto ha frecuentado. La cabeza de la modelo no ha sido retratada, aparece invariablemente del cuello para abajo, generalmente desde los muslos, más colocada de manera artificial a fin de que se organicen dibujos muy diversos, armónicos o atormentados que originan variantes formales ambiguas, bellas, sensuales.

Curiosamente, los editores de Vogue vetaron entonces la publicación de esas fotos en su revista. El Whitney y el Metropolitan las rescatan 50 años más tarde; son ya puros objetos de museo: se han canonizado. La moda sigue imponiendo de manera absoluta la delgadez anoréxica, bulímica y drogada en las modelos, baste como ejemplo las mujeres que reiteradamente se exhiben en los desfiles de Calvin Klein (modelos unisex, muchas veres fotografiadas por Irving Penn), en el Vogue, en el Bazar, en el Elle, el Marie Claire o en las enormes amplificaciones colocadas en los más altos edificios de Nueva York, a la vista acostumbrada de todos los peatones y automovilistas.

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