DOMINGO 31 DE MARZO DE 2002


Mujeres migrantes

La riqueza que perdimos

Teresa recuerda el hambre. Lupita el frío. Angeles, que no tenía dónde vivir con sus pequeños hijos. Raquel, el día que la migra se llevó a su mamá. Rosa, los maltratos de su marido. Aidé llora cuando ve las imágenes de otros que, como ella, quieren alcanzar el sueño americano. Tienen en común que dejaron sus lugares de origen en México y encontraron sus vidas en California. Muchas cruzaron la frontera guiadas por coyotes, algunas con sus pequeños hijos en brazos. Los testimonios de estas mujeres perfilan el nuevo rostro de la migración mexicana a Estados Unidos y muestran uno de sus ángulos más terribles: a pesar de que en México cuentan con educación media -a veces incluso con estudios profesionales-, muchas se emplean en el campo, en los trabajos más duros y peor pagados

CRISTINA RENAUD

"EL HAMBRE" es el recuerdo más nítido que Teresa Ramos Arzola guarda de su infancia en Baja California.

Nacida hace 35 años en Mexicali y con hondas raíces familiares en la mixteca de Oaxaca, Teresa también mantiene imborrable el hecho de que en México nunca fue a la escuela.

Incrédula, evoca los duros tiempos cuando en compañía de sus hermanos José y Francisca pedía limosna en las calles de Tijuana.

mas-mujer.jpgYa cumplió 25 años de residir en Estados Unidos, y está próxima a concluir sus estudios universitarios. Tiene tras de sí la carrera de secretaria ejecutiva. Actualmente se desempeña como intérprete en el gobierno de California.

Teresa es una de las miles de mexicanas residentes en Estados Unidos y encarna el notable incremento de la migración indocumentada de mujeres, que ha ocurrido en las recientes dos décadas.

Estos rasgos de la biografía de Teresa Ramos Arzola y 32 historias de vida más forman parte de un estudio realizado a fines del año pasado en Sacramento, Woodland, San Joaquín, Reedley, Madera, Farmersville, Hurón, Kerman, Mendota y Fresno, todos en California, a solicitud de la Dirección de Comunidades Mexicanas en el Exterior, de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

En sus narraciones se constata que las mujeres no sólo abandonan el país por falta de oportunidades laborales o por la pobreza extrema, sino por el maltrato, la violencia y la opresión de su familia o de su pareja.

En la mayor parte de los casos quedó de manifiesto que las entrevistadas han aprendido a vencer la adversidad.

Se han convertido en jefas de hogar al obtener un empleo productivo a pesar del ambiente hostil. Gozan de autonomía, se enfrentan a múltiples riesgos y generan situaciones de cambio, así como nuevas dinámicas conyugales. Contribuyen a la formación de una nueva identidad frente a las desventajas históricas.

Se calcula que actualmente la femenina constituye 30% de toda la migración. Una realidad preocupante es que muchas de estas mujeres se emplean en la agricultura californiana, a pesar de que concluyeron la educación secundaria, cuentan con el dominio de oficios e incluso terminaron estudios profesionales.

Para las mujeres, emplearse en los mercados temporales del trabajo agrícola significa carecer de un hogar y un domicilio fijo, no tener garantías de trabajo ni ingresos estables, ni vacaciones ni seguro médico.

A lo anterior se añaden las presiones de la discriminación, el desarraigo, las dificultades con la lengua y el elevado costo de la vida.

En los siguientes fragmentos atisbamos el rico mosaico de las mexicanas que viven del otro lado.

Lupita Lomelí, periodista

Nací en La Tinaja, Jalisco. Allí cursé hasta el tercer año de primaria. Mi padre era bracero y consideraba que la mejor herencia que podía dejar a sus nueve hijos era traerlos a este país. Durante muchos años ahorró para eso. Mientras se llevaban a cabo los trámites, nos trasladamos a un pueblito cerca de Mexicali. El departamento de migración consideró que éramos demasiados y solamente permitió el ingreso de mis hermanos mayores y de mi padre.

La mitad de la familia permanecimos con mi madre en Mexicali. Mis hermanos y yo éramos muy pequeños. Todos trabajamos en ese lapso de espera, pizcábamos algodón. Era una época de intenso frío y muchos sacrificios. Al principio carecíamos de ropa y cobijas. Fueron meses bastante sufridos. Fue notoria la diferencia. Nuestra casa de Jalisco era bastante grande y en Baja California era tan pequeña. Apenas cabían una cama y una estufa. Más adelante nos mudamos con unos familiares, y allí sí había buenas condiciones.

Tengo recuerdos un poco tristes de mis primeros años en este país. En la escuela me hicieron una prueba y me colocaron en el año que ellos quisieron. Fue muy difícil. Había muchas cosas que no entendía. La primera barrera, el idioma. Me tocó un maestro latino. Se le daba en hablar siempre en inglés. Yo sentía que se avergonzaba de los estudiantes que no hablábamos inglés. Perdí mucho tiempo viendo nada más el pizarrón. Al año siguiente me tocó un maestro que sí mostró interés y en cuatro meses -bueno, claro, con lo que yo ya había aprendido anteriormente- ya más o menos dominé el nuevo idioma.

María de los Angeles Salcido, empleada del Programa Migrante

mas-muj2.jpgMi apellido de soltera es Plascencia. Nací hace 52 años en Guadalajara, Jalisco. Estudié hasta la secundaria en un colegio de monjas. Me casé hace 33 años con José María Salcido, originario de Cuquillo, Jalisco. El, además de guapo, tenía un trabajo muy interesante como chofer de un camión repartidor de agua.

Vine de luna miel a Los Angeles, y se prolongó tres años y medio. En ese tiempo con la compra de los boletos de avión nos regalaron la visa. Sufre uno bastante cuando llega acá. Ya ahora que lo miran a uno que después de tantos años estamos más o menos bien, no falta quien diga: "¿Pues qué hicieron? ¿Vendieron droga?"

Al mes de mi cuarto embarazo comencé trabajar en el azadón. Años después en la canería (empacadora). Allí permanecimos mi marido y yo hasta que cerraron la empresa hace tres años.

Mientras en el campo te pagan a 3.50 dolares la hora trabajando de las cinco de la mañana a las cinco de la tarde, en la canería entrando inmediatamente recibías 8.75, y había personas como los mecánicos y los electricistas que percibían 25 dólares por hora.

-¿Qué ha sido lo más difícil?

-Lo más pesado fue no tener dónde vivir cuando mis hijos eran pequeños. Anduvimos batallando como quien dice de un lado a otro, sin lo más necesario, únicamente con la ropa que traíamos puesta.

-¿Y lo más grato?

-Muchas experiencias agradables a partir de que me incorporé al Programa Migrante, en el cual tengo participando alrededor de 11 años. Me inicié como voluntaria y llegué a ser presidenta del grupo de padres de la Región 2. No se recibe remuneración económica por esta labor. Lo único que nos dan cada vez que hay reunión es la comida. Estoy feliz en este programa. Actualmente soy padre mentor y secretaria de mi región.

-¿ Te gustaría regresar a vivir a México?

-Sí. Si algún día convenzo a mi marido, nos vamos a Guadalajara. Todavía, después de 30 años de estar por acá, suspiro y lo primero que hago al levantarme es decir: "¡Ay, mi tierra!"

-¿Qué festividades celebran en Woodland?

-Navidad. Esta fecha solamente la celebramos con la familia. Hace tanto frío que no puede uno ni asomar la nariz. El 12 de diciembre le llevamos mañanitas a la Virgen de Guadalupe. Realizamos una procesión. Afuera de la canería tenemos una imagen preciosa. De allí nos vamos a la iglesia del Santo Rosario ?el único templo del pueblo? y luego concluimos en la capilla de la casa de la Asociación Guadalupana, donde por último se sirve menudo gratuito para todos.

Allí también se imparten clases de costura, bordado, se auxilia a los niños en las tareas, y en Semana Santa los jóvenes escenifican el Viacrucis y el Santo Rosario.

Raquel Ramírez Flores,  mayordoma

muejeres 3Tengo 34 años. Nací en Tijuana. La primera vez migré a los ocho años por el cerro de Mexicali. Ya de este lado lo que recuerdo es que mi padrastro me puchó de las nalgas y me ayudó a subir apresuradamente a un carro, ya que el coyote divisó la migra. Mi padre, quien para esa fecha ya se había separado de mi mamá, venía por temporadas a la pizca del limón.

En otra ocasión mi madre nos envió a mi hermana y a mí de avanzada a Los Angeles. Pasaron ocho días y mi mamá no lograba pasar. Mientras tanto, el coyote nos hospedó en su casa. No alcanzábamos a comprender qué pasaba. Llorábamos todo el día. Pensábamos que mi madre nos había abandonado. De Los Angeles nos trasladaron a Hurón. Allí nos albergó una amiga de mi madre, quien todavía tardó 15 días más en llegar.

Vivíamos en una trailita. Mis cuatro hermanos y yo íbamos a la escuela. En una ocasión mi madre y mi padrastro se fueron a trabajar. Ella iba muy enferma, padecía de la vesícula. En el trayecto al field (campo) los agarró la migra. Mi madre llorando les suplicó que no se la llevaran, ya que nos había dejado solos y sin comer. El migrante la dejó libre y mi madre como pudo, apenas podía caminar, llegó a la casa. A los pocos días la operaron y tardó en recuperarse dos meses.

En ese tiempo los vecinos y los compañeros de la escuela nos socorrían con comida.

Teresa Ramos Arzola, interprete

Soy de Mexicali. En mi país nunca fui a la escuela, nada más pasaba frente a ella. Mi familia es originaria de Silacayoacan, Oaxaca. En un tiempo vivimos en la mera frontera, a un lado de la línea, en Cartolandia.

mas-muj5.jpgMi mamá es madre soltera. Se vino a Baja California procedente de la región mixteca, siguiendo el ejemplo de parientes y conocidos. Fuimos ocho hijos. En la actualidad vivimos siete. En un tiempo vivimos en Tijuana. Allá radicaba mi abuela. Allí permanecimos cinco años dos de mis hermanos y yo. Para subsistir pedíamos limosna y vendíamos chicles.

-¿Qué recuerdas de ese tiempo?

-El hambre. Andaba descalza, y cuando mi madre me decía que iríamos a Mexicali, lo que me venía a la mente eran mis pies, ya que en esa ciudad el piso es muy caliente. Mis hermanos José y Francisco y yo éramos los que siempre acompañábamos a mi mamá, ya que ella no hablaba español, sólo mixteco.

En 1977 migramos a Farmersville. Mi madre se había venido tres años antes. Como al año fue deportada, y en su segundo ingreso se llevó a mi hermano Enrique, y dos años después al resto de la familia.

Ahora que ya he trabajado como secretaria ejecutiva, que soy intérprete y que estoy a punto de terminar en la universidad la carrera de contadora, apenas puedo creer que en mis primeros años de vida haya pedido limosna. Recuerdo también que junto con mis hermanos y mi abuelita íbamos al basurero. Nos encontrábamos juguetes, ropa, entre otras cosas.

-¿Cómo fue el ingreso del resto de la familia a este país?

-Medio chistoso. Para mí fue como una aventura. Salimos de noche. Parecíamos ladrones caminando por el cerro. Fue un viaje muy largo, había momentos, que nos caíamos de cansancio. Como mi madre estaba embarazada, nos acompañó un primo. La caravana familiar la integraban además tres de mis hermanos y yo. Eramos niños de tres, seis, nueve y 10 años.

-¿Ya usabas zapatos?

-Sí. De ese viaje me acuerdo que nada más escuchaba que decían "agáchense, ahí viene la migra". Recuerdo que al cruzar una cerca, José mi hermano se quedó atorado en el alambrado. Fue en el instante en el que el coyote descubrió a la migra, rápidamente corrieron a desatorar a mi hermano, quien se rompió el pantalón.

-¿Cuánto pagó tu mamá por el traslado de la familia?

-Dos mil dólares, que en ese tiempo era mucho dinero. Mi hermano Enrique fue quien en realidad pagó todo. Desde que migramos él se hizo responsable del sostenimiento de todos. Pagaba la renta, los biles (las cuentas de los servicios básicos).

Yo empecé a trabajar en el campo a los 11 años. Para ese tiempo ya conocía lo que era ir a la escuela, al principio batallé, ya que no conocía ni las letras. Cuando pude leer la primera palabra me puse muy contenta. Enrique mi hermano acostumbraba leer revistas de vaqueros, novelas y todo eso. Empecé a hojearlas y a reconocer algunas palabras y a pronunciarlas, y las que desconocía las preguntaba a él. Eso me ayudó a aprender más rápido el español, y ya después el inglés.

Trabajé en el campo hasta los l8 años y después de haberlo dejado regresé dos veces más.

Lilia Guzmán González, funcionaria

mas-muj4.jpgHace 46 años nací en San Juan Cosalá, Jalisco. Aún no concluía la secundaria cuando vine a Estados Unidos con el propósito de obtener la tarjeta de residente, ya que mi papá venía por temporadas dentro del Programa Bracero.

Mi madre fue una mujer muy emprendedora, no le gustaba depender del sueldo de mi papá. Había veces en que él estando aquí en Estados Unidos decía que no tenía trabajo y mi mamá le enviaba para que no la pasara tan mal.

En 1977 una hermana menor y yo nos venimos con mi padre. Yo me sentía muy orgullosa de hablar español y noté con sorpresa que había tantas palabras diferentes, términos que los mexicanos que vivían aquí usaban, que ahora sé que son anglicismos. Por ejemplo, para empujar decían puchar. Me sorprendía que siendo el español un idioma tan bonito, lo deformaran.

Otra cosa que me sorprendía es que algunas personas de habla hispana veían a nuestra cultura muy por debajo de la anglosajona. No me cabía en la cabeza ya que yo me siento tan orgullosa de mi cultura.

Aidé Guadalupe Montoya López, estilista y cosmetóloga

mas-muj6.jpgNací en Aloe, cerquita de Guamúchil, Sinaloa. Mi padre me decía "m'ija, tú hablas mucho, tienes que ser abogada". Ese era su sueño. Pero yo me fui por otro camino; estudié en la Academia de Belleza Regina, muy prestigiada allá en mi tierra. A los 17 años ya andaba cargando a mi primera hija, que actualmente tiene 23.

Vine a este país con la ilusión de progresar y superarme. Mi familia económicamente está bien en Sinaloa. Tendrá que ser eso por lo que yo siempre he sido ambiciosa.

En 1981 ingresé a Estados Unidos como indocumentada. Fue un paso muy difícil. Me había separado de mi marido. Dejé con sus abuelos paternos a mis tres hijos chiquitos. Nunca voy olvidar cómo crucé la frontera. Lo logré al tercer intento. Dos veces me detuvo la migra. Ahora que veo imágenes en televisión y escucho historias, se me salen las lágrimas. Es como revivir lo que yo pasé.

¿De dónde me salió la fuerza? De mi sueño. Mi meta era llegar a este país. Fueron dos días de mucho miedo. Te platican historias de asaltos, violaciones. Yo tenía 21 años. Para el viaje me cubrí con mucha ropa. Quería verme como una mujer gorda de 100 años.

Llegué a Los Ángeles con una tía. No me sentí a gusto y me vine a Fresno. Empecé a trabajar en una funeraria. Me inscribí en la escuela de belleza. Allí estuve ocho meses hasta que un día cayó migración. Mi sueño de ser estilista en este país se vio interrumpido varios años hasta que logré la residencia.

En 1988 ya me pude traer a mis hijos con papeles en regla, pues yo adquirí la ciudadanía y soy dueña de una estética.
 

Rosa Andrade Alvarez,  mayordoma

Hace 40 años que nací en Michoacán. Me crié en Jalisco y soy la quinta de nueve hermanos.

mas-muj7.jpgTengo título de maestra normalista. No ejercí la carrera. Me casé de inmediato, y con mi marido migré por vez primera a Chicago. A los dos años regresé a México. Allí nacieron mis hijos Corina y Christian, quienes tienen 20 y 17 años de edad.

Mi marido me maltrataba. Descubrí que era contrabandista. Por eso lo dejé y decidí venirme para este país con mis hijos pequeñitos. El cruce fue por el cerro, en medio de una fuerte lluvia. Me acompañó uno de mis hermanos. La migra me detuvo con mi hijo en brazos. El oficial se conmovió y me dejó ir.

En ese tiempo el coyote me cobró 350 dólares y 500 por mis dos hijos. Como no tenía dinero, mis hermanos me ayudaron.

Cumplí 17 años de trabajar en el campo. Es un trabajo muy pesado. Me he enfrentado a muchos problemas. Ahí no se fijan si eres mujer u hombre. Al trabajo hay que entrarle parejo.

-¿Es bien pagado?

-No. Para uno que no conoce el idioma, no nos queda otra más que trabajar en esto.

-¿Qué estudian sus hijos?

-Los dos mayores andan de vagos. Aquí no los puede uno criar igual que en México. Las leyes norteamericanas los protegen. Si uno les pega, la policía lo levanta a uno. Mis hijos tienen todas las costumbres de este país... mucho libertinaje. Se salen a la calle. Cuando bien le va a uno llegan al otro día, a veces tardan dos o tres días, y si uno les llama la atención, uno es quien va a la cárcel, no ellos.

-¿Cómo fueron sus primeros años en Hurón?

-Muy difíciles. En ratos sentía que no la iba a hacer. No estaba acostumbrada a este trabajo. Tenía que darles de comer a mis dos hijos. Recién llega uno, no sabe las ayudas que hay, pero siempre y cuando tenga uno hijos nacidos aquí, como mis dos últimos, Mayra de 13 años y Anthony de cuatro.

-¿Los dueños de los ranchos de qué nacionalidad son?

-Norteamericanos en el field, aunque nunca los ve uno. Ahí no ve uno ni japoneses ni negros. Puros mexicanos.

-¿A que aspira usted?

-A tener el poder y la capacidad de salirme del campo, pero desgraciadamente es esto donde comencé a sobresalir. Ya soy mayordoma. Me da miedo ir a trabajar a otro lado y empezar de abajo. No digo que estoy arriba, pero el trabajo ya no es tan pesado como antes.

-¿Siente nostalgia por México?

-Sí, cómo no. Es una lástima que allá no tenga posibilidades de trabajar, porque en México necesita uno tener su propio negocio para salir adelante. Aquí en Estados Unidos nosotros los pobres vivimos casi como los ricos en México.