Jornada Semanal, 31 de marzo del 2002                       núm. 369

ARREOLA, LA FERIA, LOS ABAJEÑOS
Y LOS ALTEÑOS (I)

Les va a hablar de La feria, uno de los textos narrativos más importantes e innovadores de nuestro siglo XX literario, un plumífero nacido en Guadalajara, el monstruo centralista que, a imitación del monstruo mayor que, con apetito insaciable, todo se devora en la sala de banquetes de su altiplano mexica, desde su antes amable valle de Atemajac, lanza sus tentáculos por todos los rumbos del estado y apenas permite el desarrollo de las otras poblaciones. El plumífero, decía, nació en el valle central, pero sus gentes venían de la región alteña y mucho sabían de “tierras flacas” (Yáñez dixit) y de nubes arrastradas por el viento enemigo. Confiesa, por lo tanto, su origen alteño y, para comentar y alabar sin límites el prodigioso libro de Juan José Arreola, se pone a pensar en la pequeña ciudad de sus mayores, Lagos de Moreno, y hace que su memoria regrese a los campos en espera de la lluvia, a las calles empedradas y al caserío protegido y amenazado por la hermosa parroquia dictadora de las órdenes que anulaban la alegría y dadora de los casi siempre aplazados consuelos. Pienso que la mayor parte de los lectores de este “apocalipsis de bolsillo” (editores morticianos dixit) llevan a cabo un proceso mental, memorioso y emocional parecido al del que esto escribe, cuando se enfrentan a la ciudad de Arreola con toda su historia, sus gentes, sus trabajos, sus fiestas, sus miedos, sus gozos, sus gentes decentes, sus tlayacanques y tequilastros siempre exigiendo las tierras que dizque les había reconocido el rey; sus zapateros poetas, sus licenciados voraces como la brisa bienhechora de sus pomposas esquelas que, en la realidad, a todos dejaban temblando y en cueros; sus colores comedidos, sus fríos prudentes y su cielo limpio a pesar de tanta sangre derramada en guerras civiles o religiosas y luchas constantes por la tierra.

Por todo lo antes dicho, pienso que, a lo mejor, el ejercicio de lectura, memoria, glosa y comentario de La feria que intentará hacer este plumífero, puede ser de algún interés para los pacientes lectores. Puede ser por muchas razones (la brevedad es una de ellas), pero, sobre todo, por el hecho de que se pondrá en juego una visión del mundo de origen alteño para hablar de una ciudad real e inventada (o real por ser, en buena medida, inventada y, por ende, mitificada) totalmente abajeña. En fin... la novela de Jalisco anda por esos caminos y podemos hacer una teoría sobre las afinidades y diferencias que se dan entre sus grandes creadores, partiendo de la región a la que pertenecieron y pertenecen.

Así, diremos que Azuela y Yáñez son alteños, Arreola es abajeño y Rulfo pertenece y trasciende las dos cosmovisiones. Con el mismo criterio podríamos ubicar a los otros novelistas, pero esto no pasaría de ser un juego simpático que, a la postre, resultaría más bien reduccionista y hasta un poco psicologizante. Ambas características pueden ser dañinas para un análisis literario que aspire a abarcar todos los detalles y matices, formas y colores del fenómeno creativo. En fin... reconozcamos que, para la historia de la literatura y del análisis serio y riguroso, la audacia que hoy perpetrará el alteño deslumbrado por el abajeño, tendrá una importancia notablemente reducida. Por otra parte, estará llena de chismes y de localismos que intentarán hablar de otros localismos. Andaremos por los rumbos de la microhistoria, los textos breves y las ciudades pequeñas. Nada habrá de grandioso o de mayor en estas ociosidades (una tía acusaba a mi locuaz abuela de utilizar muchas palabras “ociosas”. Recordemos que los alteños gustan del ahorro de palabras), y empezaremos por decir a Juan José que Lagos es más viejo que Zapotlán y Guadalajara y, por lo tanto, es la primera ciudad del estado. Con eso pongo en su sitio al verboso abajeño, maestro del texto breve junto con Borges y otros, muy pocos, domeñadores del torrente lingüístico que han alcanzado la perfección, y comienzo mis comentarios pidiendo el auxilio de Isaías y reconociendo que ni las mismas brasas podrían meter en cintura a esta lengua que se me desboca. Trataré, pues, de sujetarla para que el delito cumpla su propósito y la admiración suscite la relectura de la genial novela de Juan José Arreola.

(Continuará.)
Hugo Gutiérrez Vega
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