Jornada Semanal, 7 de abril del 2002                       núm. 370

ARREOLA, LA FERIA, 
LOS ABAJEÑOS Y LOS ALTEÑOS (II)

1-Arreola parte del amor por su tierra para encomiar sus paisajes y gentes, hacer la crítica de las costumbres, contar su historia y recorrer de nuevo los vericuetos de la infancia llenos de pequeñas glorias y de largas sombras. Mistral, el provenzal, le da el epígrafe y el profeta con la boca ungida para poder decir las verdades, le otorga la fuerza necesaria para entrar, de la mano de fray Juan de Padilla, catequista bueno, de don Alonso de Ávalos que, como Nuño de Guzmán, era “malvado y rufián”, y del músico Juan Montes, al mundo de los cantores y danzantes de Tlayalan, dueños de sus tierras hasta que se las quitaron las gentes de razón. Más bien, les quitaron todo, como decía Juan Tepano, el más viejo de los tlayacanques...

2-Las églogas y las geórgicas de Publio Virgilio Marón (“Mantua me engendró, Calabria me arrebató. Ahora Nápoles me hospeda. Canté a los campos y a los guerreros”, dice su lápida) están al fondo de la descripción arreolana de los trabajos agrícolas. Hectáreas, yuntas, hectolitros de maíz, lienzos, postes de mezquite, arados de palo y de metal, pacientes bueyes y esforzadas mulas, melgas y cuarteles, la danza esperanzada de la siembra, los “surcos derechos en edificantes barbechos” (López Velarde dixit), cruzar y asegundar, las yuntas en reata o cada una abriendo su besana; las dudas de sembrar en seco o con la tierra ya mojada por las primeras lluvias, el riesgo de que lleguen los cuervos y tililes o de que las tuzas asomen los feroces dientecillos; la coyunda y el sebo que suaviza las terribles tiras de cuero (de los politiquillos de pueblo decíamos hace años que “prometen los bueyes y las carretas y, a la hora de la hora, ni el sebo de las coyundas dejan”. Creo que las cosas siguen casi igual. Que quien sea me agradezca el casi, pues en estos excesos es difícil superar a ese conjunto de cuervos, tililes y tuzas que pululaba y pulula en el insaciable pri)... todas estas palabras y estos ritos agrícolas constituyen una de las columnas vertebrales de esta historia de gentes que se acercan al misterio del nacimiento de las milpas.

3-En primer lugar, el Santo Patrón de la ciudad, el Glorioso Patriarca Señor San José, protector desde mil setecientos cuarenta y nueve. Su imagen entronizada en la parroquia venía de Guatemala, y en su factura veíase la influencia de Berruguete. Zapotlán fue pionero en el culto del santo y paciente varón que tantas habladurías y expresiones de dudas tuvo que sufrir en vida... in nomini Beati Joseph, inclyti ejusdem virginis sponsi...

4-La otra cara del trabajo es la fiesta, los portales llenos de fuereños, la muerte de todos los puercos, chivos y borregos, el pozole, el tequila, las danzas, cortejos y paseos. En fin... la fiesta tiene la misma seriedad que los trabajos y acontece bajo la mirada vigilante del cura que, como don Fermín de Pas y los otros canónigos de Vetusta, veía la ciudad desde la azotea de la parroquia: “A ver al pueblo por arriba. Estoy cansado de verlo por debajo.” El pobre clérigo lamenta las malas cuentas que entregará al Señor: “Un puñado de almas podridas como un montón de mazorcas popoyotas.” En el centro de la vida social, el confesionario y el púlpito intentan poner en orden las costumbres. En su contra conspiran las fuerzas de la carne, el mundo y el demonio, tan poderosas en el siglo corrupto. Así, los burros persiguen a las burras y destrozan las tiendas. Los inmorales arrieros se niegan a pagar los daños “alegando que esos son accidentes de la naturaleza”. Por su parte, el medio ido Hojarascas toca su arpa y recuerda a su entusiasta consorte a la que le estaban “pegando a dar”. De esos cuernos nació una locura apacentada por la música. El muchacho confiesa pecadillos ingenuos, pero preocupa al clérigo cuando, en la canción enseñada por los pillos de la imprenta, la mano se coloca en el pecho de una amada tan atrevida que es capaz de decir “por ái vas derecho”. Estaba como la alteña enemiga de los discursos seductores y de las engañifas de los machos. Esa güera de rancho no se andaba por las ramas y cuando le interesaba un cristiano le decía: “A mí no me platique tanto. Dígame piruja y agárreme una chichi.”

5-A lo largo del virreinato, el siglo de las luces, la revolución y la cristiada, los indios siguieron reclamando su tierra. Insistían como el don Bolchevique que andaba perturbando la paz. El orden era el de los señores latifundistas, los políticos demagogos, el clero defensor a ultranza de la propiedad, los tinterillos y los leguleyos. Tantos y tantos años y el mundo sigue dividido en gentes de razón y en naturales que a lo mejor ni alma tienen. Estas historias de tlayacanques y tequilastros, sus cofradías, sus luchas por la tierra y su casi derrotada esperanza, recorren esta novela hecha de fragmentos que funcionan solos, pero que, al juntarse, nos entregan la historia de una colectividad formada por individualidades irreductibles.

6-Hojarascas, Pedazo de Hombre, Marcial, el niño y la niña del Colegio de San Francisco, los que juntaban virutas para irse con las putas, Celso, doña María la Matraca, los secretos de Las Siete Naciones, la Trafique, don Tiburcio, las muchachas decentes y las casas coloradas, el Callejón del Diablo, Concha de Fierro, Leonila, la nueva zona de tolerancia como símbolo de la modernidad, Perico Verduzco, Gallina sin Pico a la que se llevó la chingada (no en balde se le paró encima una mariposa negra); don Isaías, “zángano padre”; la mamá de Filemón; Pedro Corrales, el torero que acabó casándose con Concha de Fierro; Chayo, don Salva, don Fidencio, Odilón, Paulina, la suicida; Pitirre, María Helena, Ofelia, Esther, Conchita, Luz María, amores de terremoto, las mánfulas ardientes y desesperadas, a los que hay que poner a vender tamales en la plaza con mandiles blancos manchados de mole; el que se acusa de Todo... todas y todos girando en una ronda, como la de Schnitzler, con su amor, su desamor, sus encuentros y desencuentros a cuestas; con sus placeres y sus miedos, con el perdón que debe llegarles por haber amado tanto.

(Continuará.)

Hugo Gutiérrez Vega
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